lunes, 24 de agosto de 2020

Discurso de agradecimiento en el Acto Académico Internacional de Desagravio al Prof. Dr. H. c. Múlt. Luis Alberto Pacheco Mandujano, Mg. Sc.

 

Discurso de agradecimiento en el

Acto Académico Internacional

de Desagravio al

Prof. Dr. H. c. Múlt.

Luis Alberto Pacheco Mandujano, Mg. Sc.

 

México, 7 de agosto de 2020

 



·         Señor Dr. Rubén Pacheco Inclán, Presidente de la Barra Interamericana de Abogados de México

 

·         Señora Dra. Adriana Arroyo Cuevas, Decana de la Facultad Interamericana de Litigación.

 

·         Apreciados y queridos colegas académicos, científicos sociales, amigos míos.

 

·         Damas y caballeros.

 


En la parte final de las Palabras Preliminares que preceden a su libro Instituciones de Derecho Penal Parte General, el insigne maestro Miguel Polaino Navarrete, extraordinario y notable jurista sevillano, recordó, por causas personales que afligieron su vida en algún momento de su fecunda existencia, el viejo principio que Cicerón atribuye, en su tratado De amicitia, a Quinto Ennio: Amicus certus in re incerta cernitur. A los amigos de verdad se les conoce en las situaciones difíciles. Es una gran verdad.

 

Por eso, al iniciar esta breve intervención, quiero que mis primeras palabras sean de gratitud a mis grandes amigos y colegas que han organizado este acto académico público de desagravio con el que me han honrado enormemente. Mi expreso saludo y agradecimiento a la Prof. Elena Núñez Castaño y al Prof. Miguel Polaino-Orts, ambos, magníficos juristas españoles a quienes me une no sólo una intensa correspondencia académica sino, sobre todo, una muy grande y estrecha relación de amistad. También, mi sentimiento de gratitud encendida y emocionada a la Maestra Adriana Arroyo Cuevas, Directora de la Facultad Interamericana de Litigación, y al Dr. Rubén Pacheco Inclán, Presidente de la Barra Interamericana de Abogados de México y Rector de la Universidad de la BIA, ambos, personas que forman parte de mi vida y trayectoria intelectual, académica, amical y, sobre todo, familiar. Ellos son la familia que elegí y que, para fortuna mía, me acogió con cariño y afecto. Gracias por ello. Mi saludo, asimismo, al Dr. Walter Zevallos Arango; una amistad de larga data es la que nos une desde los años iniciales del presente siglo, merced al interés común en la literatura y el Derecho, su siempre fraterna presencia es un dichoso y bendito regalo de la vida para mí.

 

Mi gratitud amplia, por supuesto, a mis queridos colegas y amigos la Dra. Silvia Verdugo Guzmán, notable penalista chilena profesora de la Universidad de San Pablo en Sevilla; al Dr. Franco Marcelo Fiumara, hermano argentino de muchos años, jurista y profesor de la Universidad de Buenos Aires a quien siempre reconozco, celebro y valoro enormemente esa inusual sensibilidad humanista demostrada por él e identificada con el pueblo hebreo y la defensa del mismo frente al anti-semitismo nazi increíblemente supérstite en pleno siglo XXI; al Doctorando Diego Fernando Palomino Flórez, discípulo de mi caro amigo y colega Miguel Polaino-Orts, en la Universidad de Sevilla; al Dr. Juan Carlos Manríquez Rosales, a quien me une una amistad fraterna, de hombres libres y de buenas costumbres, desde hace poco más de tres lustros, maestro sin par del Derecho Penal chileno y litigante de polendas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos y ante la Corte Penal Internacional; y, por supuesto, al Dr. Julio Rodríguez Delgado, destacado profesor de la Maestría de Derecho Penal de la Universidad de San Martín de Porres en Lima, gran colega y bienquisto amigo; todos ellos participantes en esta conferencia internacional y acto académico de desagravio realizada para este sincero y dedicado servidor.

 

A todos ellos, muchas, pero muchas gracias, en nombre propio y en nombre de mi mujer, la brillante Dra. Mónica Bustamante Rúa, magnífica profesora de Derecho Procesal en la Universidad de Medellín, Colombia, a quien también agradezco por todo su apoyo y presencia desde el primer momento, y que se encuentra presente en este acto. Mi gratitud, por último, a mis hijos y, por supuesto, a mi familia entera.

 

La gran corporación mediática, sirviente del poder político corrupto peruano, cuyos hilos iniciales de control provienen de Europa y de Brasil, ha pretendido satanizarme y convertirme en un odioso representante de ese sector creado por ella misma: el de "los malos" de la sociedad; y en su afán de desdibujarme con el poder de su influencia psicológico-social, no escatimó esfuerzo alguno para destruirme. ¿Por qué? Pues porque, como dijera el Amauta José Carlos Mariátegui a inicios de la década de los años ’30 del siglo pasado, “pensar y enseñar a pensar, en el Perú, es un peligro para los intereses de los dueños del país”.

 

Esto es lo que ha pasado conmigo: fui a dar una conferencia académica sobre Criminología Mediática al Ilustre Colegio de Abogados de Arequipa; la di en ejercicio de mi rol social de profesor universitario y jurista –que es lo que soy–, y la di de manera gratuita, en el afán de colaborar con la academia arequipeña y con su gremio de colegas; pero mientras yo demostraba una actitud asertiva con la verdad y con el Derecho, algún máncer malnacido, de esos que nunca faltan y por el contrario sobran, organizó, "horrorizado" por lo que escuchó en mi conferencia, un escándalo con tinaja de latón para ganar notoriedad. ¿Y qué escuchó que yo dijera? Pues nada más que la pura verdad sobre el papel incultural que desempeñan los medios de comunicación de la prensa masiva para adormecer las consciencias de los hombres y mujeres del mundo. Pero ésta, ¡que no es una verdad mía ni nueva!, es la verdad que ha sido objeto de un juicioso análisis crítico de parte de los más reconocidos filósofos y sociólogos del siglo XX a quienes seguimos porque, como dijese bien Juan de Salisbury en su Magna Metalogicon de 1159, si somos alguien es porque nos sumus sicut nanus positus super humerus gigantis. Figuras académicas mundiales como Jean-Paul Sartre, quien ya en 1973 descubrió inequívocamente que “en los tiempos actuales, el arma fundamental de las clases dominantes es el arma de la estupidez, la cual se implementa, irónicamente, a través de los sistemas de educación y medios de comunicación social”; o Giovanni Sartori, quien en su libro Homo videns mostró cómo es que la televisión viene desplegando desde fines de los años ’90 del siglo pasado una estrategia de estupidización masiva, lograda a través de los contenidos que esparcen los canales de señal abierta las 24 horas del día; son los pensadores a quienes, fundamentalmente, recurrí para ofrecer consistencia y valor racional a mi conferencia, pues ellos, y otros más a quienes cité en mi discurso, nos han demostrado con rigor epistemológico cuál es el objetivo de esa estrategia mediática: adormecer las consciencias de los hombres y mujeres para anular en ellos la capacidad de enjuiciamiento abstracto y crítico que, si la tuvieran, les permitiría comportarse como ciudadanos y no como masa, que es lo que lamentablemente conforman hoy.

 

Gracias a este mecanismo de esparcimiento de basura y de cultivo de la cacosmia, ha dicho bien el recientemente desaparecido polígrafo peruano, Marco Aurelio Denegri: “En épocas de depresión como la nuestra, en que todo está hundido y deshecho y en que reina soberano lo que se ha llamado «el resentimiento atávico de la bestia contra la cultura», razón por la cual la oligofrenia es meritoria, la animalidad cotizadísima y el embrutecimiento galopante… la verdad [es] muda y la mentira trilingüe, según frase gracianesca; [vivimos una] época de absoluta bajura existencial…”.

 

Y en esta época de absoluta bajura existencial, lograda merced a esa estrategia de embrutecimiento masivo, la cereza del pastel viene a ser la que han colocado los medios informativos de la prensa masiva que, como bien lo ha señalado el profesor argentino Eugenio Raúl Zaffaroni en base a los estudios sociológicos de Peter L. Berger y Thomas Luckmann, crean una falsa realidad que origina un estrecho y fútil mundo dicotómico de buenos y malos, donde, despertando las más bajas pasiones humanas de odio, racismo y mezquindad, son esos medios los que establecen quiénes son los buenos y, de la misma manera, quiénes los malos, los otros, es decir, aquellos a quienes los medios configuran y desfiguran para destruirlos, movilizados por intereses inconfesables del cartel político-mediático que busca anular a sus opositores y enemigos, sean éstos culpables o no, convirtiéndolos en malos, enjuiciándolos paralelamente, e influenciando, sutil pero eficazmente, a los jueces y fiscales que actúan de tal o cual forma, atemorizados por el reproche mediático que podrían sufrir si es que no procedieren conforme ese cártel mediático, esa criminología mediática, quiere que ellos actúen. ¿He dicho, por tanto, alguna mentira? ¡Ninguna!

 

Eso fue lo que dije; no he dicho ninguna mentira. Y no solamente no he dicho ninguna mentira, sino que, además, por decir esta verdad, se pretendió hacerme aparecer como defensor de un sector de sujetos cuestionados por ciertas acciones que son materia de investigación y quisieron incluirme en ese conjunto de odiados sociales, como si yo también fuese el “delincuente” que esa prensa ha creado, calificado y definido. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, a pesar de su poder, no lo lograron. Y no sólo no lo lograron, sino que el efecto fue absolutamente inverso a lo que ellos buscaron: la comunidad académica y jurídica peruana e internacional reaccionó de inmediato movilizándose y expresando públicamente su apoyo y solidaridad conmigo, manifestándose en defensa de este servidor a través de comunicados que llegaron desde España, Italia, México, Nicaragua, Panamá, Ecuador, Colombia, Chile, Argentina, Paraguay y Brasil, y expresando su preocupación por la manifiesta censura de que fui víctima, irónicamente, por parte de los que se autodenominan los baluartes y defensores de la libertad de expresión. Qué cosa más curiosa.

 

En Mi guerra civil española, integrante de su libro Homenaje a Cataluña (publicado en España en 2017 por Ediciones Debate, con la traducción de Miguel Temprano García), George Orwell afirmaba en 1937 que “ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. (...) En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». (...) Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia. ¿Cómo se escribirá la historia de la guerra civil española? (...) Sin embargo, es evidente que se escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, ella se aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad. (...) El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino también el pasado. Si el jefe dice de tal o cual acontecimiento que no ha sucedido, pues no ha sucedido; si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas, y después de las experiencias de los últimos años no es una conjetura hecha a tontas y a locas”. Qué actualidad más omnipresente la de estas palabras, hoy. Pareciera que Orwell no hubiera sido escritor revolucionario, sino profeta. También apelo a él para hablar a través de su sapiencia y autoridad.

 

Por esto, por ser firme al decir las cosas, todas las manifestaciones de apoyo, solidaridad y afecto que han llegado hasta mí, hasta mi correo electrónico y por medio de otras redes sociales, ya no por cientos sino por miles, constituyen muestras colectivas e individuales que me han fortalecido enormemente como ser humano, como jurista, como científico-social que, además, ha tenido el agridulce beneficio de haber logrado verificar en carne propia y viva la verdad y validez de las dos hipótesis centrales de su conferencia: primero, es verdad que los medios de comunicación de la prensa masiva in-forman (es decir, dan forma a) la consciencia social de los hombres, para adormecerlos e introducirlos en realidades que siendo falsas se convierten en verdades pueriles e insoportables pero sólidas para beneficio de sus creadores; segundo, en el Perú sólo existen instituciones formales, pero no existe institucionalidad.

 

Esto último se verificó en el momento en el que, sometido al asedio y a la presión de esa misma prensa que pretendió destruirme, el presidente del Poder Judicial, sin expresión de causa decidió apartarme de mi puesto de trabajo como Coordinador General del Gabinete de Asesores de la Corte Suprema de Justicia. Si hubiera primado la institucionalidad, otra habría sido la decisión. Pero ya ven que con instituciones de papel, esto y más es posible.

 

Son épocas difíciles las que vivimos. Y no me refiero precisamente a la guerra viral que sufre el planeta por el esparcimiento del COVID-19 que es asunto de otro análisis. Me refiero a la presentación evolucionada –si así podemos llamarla– de las dictaduras y autocracias que hoy no actúan como tradicionalmente solían hacerlo en los años ’60 y ’70 del siglo en el que nacimos, sacando los tanques a las calles y las tropas de soldados para avasallar al pueblo. No. Hoy día el método es mucho más sutil: en lugar de hacer rodar los tanques, se esparce bazofia incultural a través de la televisión; en vez de fusilar a los disidentes del statu quo, para dar escarmiento al pueblo, se adormece la consciencia colectiva a fuego lento por medio de la programación difundida a través de las microondas comunicacionales (lo cual es otra forma de fusilar, aunque ya no a los cuerpos sino directamente a las almas) por espacio de tres décadas; y, finalmente, con las consciencias absolutamente anuladas, sin necesidad de implementar un totalitarismo cultural a lo Mao, se induce ovejunamente a los seres humanos a actuar aceptándolo todo, irónicamente, “en nombre del pueblo”, creando falsos demócratas, ídolos de barro que expresan la aspiración voluble, ciega, simplona y relativizada de las jóvenes generaciones a quienes se les ha privado del deber –placentero y sano, además– del autocultivo personal y cultural e institucionaliza un democratismo demagógico que deforma la democracia verdadera para convertirla en una oclocracia. Este sistema de control social es infinitamente más efectivo e inmediato –además de barato– que el que desplegaron el SINAMOS velasquista en el Perú o la revolución cultural en China. 

 

En pleno año 2020, habría que reescribir, por eso, ese maravilloso tango argentino compuesto en 1934 por Enrique Santos Discépolo que se estrenó a fines de ese año en el Teatro Maipó de Buenos Aires donde, a pedido de Discépolo, lo interpretó por primera vez Sofía “La Negra” Bozán. Yo diría, por eso:

 

“Pero que el siglo veintiuno es un despliegue

de maldad insolente ya no hay quien lo niegue,

vivimos revolcaos en un merengue y

en un mismo lodo todos manoseaos.

 

Hoy resulta que es lo mismo ser

derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro,

generoso, estafador.

 

¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo

un burro que un gran profesor!

No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales

nos han igualao...

 

Si uno vive en la impostura y otro roba en

su ambición, da lo mismo que si es cura,

colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.

 

Siglo veintiuno, cambalache, problemático y febril,

el que no llora no mama y el que no afana es un gil.

¡Dale nomás, dale que va, que allá en el horno

nos vamo a encontrar!

 

¡No pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa

si naciste honrao!

 

Es lo mismo el que labura noche y día como un buey

que el que vive de los otros, que el que mata o el que cura

o está fuera de la ley.”

 

 

La generación de hombres y mujeres que nacimos a finales de los años ’60 y durante los ’70, hoy más que nunca, tenemos un compromiso contraído con la historia, con nuestras patrias, con la patria grande de Indoamérica. Es, incluso, un compromiso con la propia humanidad. Tenemos que oponer decididamente nuestros esfuerzos liberadores de consciencia contra el gran despliegue neo-obscurantista que se cierne sobre nosotros y que busca crear e imponer una segunda Edad Media en la que se persiga –como ya se viene haciendo– al científico social sobre todo, porque como ya nadie entiende (gracias al embrutecimiento creado) al científico de las ciencias naturales, con éstos no hay problema alguno pues su lenguaje resulta oportunamente ininteligible. El problema para el establishment son los científicos sociales por ser quienes revelan la verdad de la sociedad. Es por eso necesarísimo para el sistema, de todo punto de vista, anular a estos pensadores y, más bien, enaltecer y encumbrar al formalismo cortesano y vedettero de los zamarros de siempre; resulta  imprescindible volver a quemar libros en las plazas públicas mientras las mesnadas de idiotas bailen alrededor del fuego lanzando aullidos ataráxicos y taradáxicos. Frente a esta realidad distópica cuyo inicio ya lo padecemos, aquel deber liberador es, por eso mismo, actual. No es futuro. Es más, es impostergable. ¡Es un deber insoslayable e inclaudicable! De nosotros, la última generación de la humanidad educada libremente que no sufrió el embate demoledor del neo-obscurantismo adormecedor que ha devorado el espíritu de las jóvenes generaciones, depende el devenir del mundo que éstos y sus sucesores habrán de heredar en no más de cuarenta, setenta y cien años. Los hombres y mujeres de esos tiempos, un día, dirigirán su mirada hacia nosotros, y ya en pretérito nos juzgarán de la misma manera como nosotros juzgamos a nuestros antecesores históricos y a quienes, generalmente, reprochamos con severa justicia sus omisiones, cobardías y traiciones. No repitamos esta historia y hagamos lo contrario, para que cuando llegue el momento de enfrentarnos al tribunal de la historia, nos sintamos serenos y tranquilos de sabernos alejados del mensaje guillotinero que contiene la voz estruendosa, potente y todopoderosa del destino que habrá de recitarnos los versos de Juan en el capítulo 3 de su libro de las Revelaciones: “Yo conozco tus obras y sé bien que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como sé que eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.

 

El reto es muy grande, pero las energías que nos definen y nuestras fuerzas también lo son. No nos van a derrotar. No vamos a sucumbir. Y seguiremos haciendo brillar la luz liberadora de la cultura, de la libertad de opinión científica, la libertad de expresión, la libertad de cátedra y la libertad de consciencia, en favor de la democracia, del Estado de Derecho y de los ciudadanos. Por eso, como Camilo José Cela, parafraseándolo, también diré, finalmente, que “dedico estas palabras a mis enemigos que tanto me han ayudado en mi carrera”.

 

¡Reluzca sempiterna la verdad!


¡Viva la Academia!

 

Muchas gracias.

 

 

 

Prof. Dr. H. c. Mult. Luis Alberto Pacheco Mandujano, Mg. Sc.

Lima, 7 de agosto de 2020.

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