viernes, 2 de noviembre de 2018

Prólogo al libro "Criminología mediática. Aproximaciones contemporáneas sobre la conmoción social penal"





“Fiscal libera a violadores”, se lee en el titular de la portada de un colorido diario de alcance nacional y de precio modesto. La noticia agrega, con preclara intención de exacerbar la indignación popular y que ésta sea generalizada, que la “víctima denunció al llegar a Lima, pero representante del Ministerio Público argumentó que debía ir a Nazca”.

El mismo tabloide, en edición anterior a la noticia de marras, informó a la ciudadanía, también en titulares y con el mismo sentido incendiario, “Castración química. Violadores de menores hasta 14 años con horas contadas”.

Otro diario de similares características amarillistas, y precisamente por ello de ventas millonarias, decía en su portada hace no mucho “¡El colmo! Fiscal cita a declarar a joven muerto en accidente”, dejando entrever que los fiscales del Ministerio Público son cualquier cosa menos profesionales capacitados para la labor que cumplen.

En la sección policial de la misma antedicha edición de ese pasquín, se lee la nota siguiente: ¡Nuevo caso de feminicidio! Ya lo había denunciado y nadie hizo nada. Secretaria municipal es estrangulada pese a que tenía medidas de protección”. Esta información, redactada por sabrá Dios quién, adelanta un juicio de valor jurídico del hecho noticiado y, como si se tratara de un jurista el que informa, sentencia de una vez por todas que el repugnante homicidio de una secretaria municipal –de la comuna de la ciudad de Chimbote, para ser preciso– constituye un feminicidio, ese delito de obcecada redacción que propicia la impunidad de los homicidas de mujeres. Y gracias a esta noticia, la gente asume que el hecho trata de un feminicidio, a pesar de no serlo realmente.

Increíblemente, y en esta misma línea de error consciente,[1] el decano de la prensa nacional, del que se supone mayor seriedad y pulcritud en su accionar informativo, publica en la portada de una reciente edición, y en condición de noticia titular, que “En la última década hubo más de 1.000 feminicidios”.[2] Con semejante alerta pública, este periódico des-informa con la clara intención de prevenir al Estado y a la población al respecto, a pesar de presentar una cifra absolutamente falsa, pues entre el año 2009 y el mes de mayo de 2018 la cifra de homicidios de mujeres ha sido de 984,[3] de los cuales poco menos del 6% han constituido auténticos feminicidios[4] según la exigencia del dolo trascendente presente en la redacción del artículo 108-B del Código penal.

Evidentemente, estas noticias no buscan sólo transmitir hechos a la ciudadanía, es decir, no contienen únicamente la simple buena intención de enterar o dar noticia de algo a la población. En realidad, lo que los medios de comunicación buscan con sus noticias es informar. Es verdad, hay que reconocerlo sin recatos: realmente lo que buscan es in–formar la consciencia social de los peruanos. Informāre, es el término latino del que proviene el verbo castellano informar, y procede de la unión de las voces in que significa en, y formare, que implica dar forma. El término en cuestión se traduce del latín, por eso, como la acción de dar forma substancial a algo.[5]

¿Y a qué es a lo que la prensa peruana le da forma? Ya lo dijimos: da forma a la consciencia social de los peruanos, exactamente de la misma manera como el alfarero que coloca una porción de barro en su tornamesa de trabajo y con sus hábiles manos da forma al barro para convertirlo en lo que él quiere que el barro sea.

En efecto, la prensa nacional redacta la agenda del pensamiento social en función de sus intereses, que al mismo tiempo reflejan los intereses de ciertos grupos de poder, y le inyecta a ese pensamiento el contenido que ella –la prensa nacional– quiere para determinar cómo deben ser los gustos, la moda, cuál debe ser el parámetro y la dirección políticamente correcta de los enjuiciamientos valorativos y de qué manera debe desarrollarse la consideración que la gente debe tener sobre tal o cual tema; en una palabra, la prensa nacional, sobre todo la que proviene de los medios de comunicación de la prensa masiva, da forma a la consciencia social de nuestros conciudadanos, caracterizados por la creencia en una supuesta certeza informativa que ellos, al final de cuentas, deben tener por única.

Y para lograr todo esto, la prensa masiva se vale del necesario sublime elemento psicológico de la persuasión subyacente en la noticia informativa que despierta y azuza, con evidente hipnosis mediática, para bien y para mal, la indignación que remueve las cóleras y aviva el enardecimiento con cada información. Y, claro, si alguien se atreve a contradecir lo que ha sido informado, entonces ese alguien se convierte en un paria social, un leproso político, un pseudo-intelectual, pues al hacer uso de su propio entendimiento, ese alguien infringe el statu quo del pensamiento oficial y obra de una manera políticamente incorrecta. La misma prensa usará sus mecanismos de reacción para fagocitar a ese alguien y eliminarlo del sistema social.

De esta manera, la prensa en general, factótum de los grupos de poder, construye, define y da contenido a la mal llamada opinión pública, que no es sino lo que los medios de comunicación de la prensa masiva, sirvientes de las grandes corporaciones económicas y políticas del país y del mundo, determinan qué es lo que debe considerarse como verdadero. Es la consecuencia del in-formar, es decir, del dar forma a la consciencia social.[6]

La opinión pública es, pues, el resultado del dictado de la agenda social que hacen tales medios; es el fruto resentido y deformado que se robustece con el abono enfermo que la neoplasia mediática le provee a la cultura, al espíritu nacional. No en vano, y por el contrario con suprema razón, Ortega y Gasset, refiriéndose a la opinión pública, precisaba lo siguiente: “Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran las tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la declaratoria de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse esta irrealizable nivelación es una cruel jornada para esas criaturas resentidas, que se saben fatalmente condenadas a formar parte de la plebe moral e intelectual de nuestra especie… Lo que hoy llamamos ‘opinión pública’… no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas”.[7]

Observando al Perú de los últimos treinta años, podemos verificar que la prensa ha cumplido muy bien su papel primario en la línea denunciada por el filósofo español: a lo largo de estas poco más de tres décadas, ella ha informado la consciencia social nacional y se ha metido con todo lo que pudo haberse metido, so pretexto de la libertad de prensa, que es un derecho constitucional que todos defendemos, pero que en nuestro país ha sido desnaturalizado y manipulado en favor de intereses inconfesables.[8]

Históricamente, esta prensa se inmiscuyó, primero, hace más o menos siglo y medio atrás, con los credos religiosos de las personas para perseguir desde la perspectiva de la moral cristiana a revolucionarios anarquistas y comunistas, quienes eran acusados de ateos, inmorales y hasta enviados del demonio, con lo que se causaba el repudio y temor del establishment hacia dichos desadaptados. Después, en el intersticio que comprende el primer y el segundo tercio del siglo XX, y en adelante, en una época en la que comenzaba a esparcirse la consciencia laica entre las personas, la prensa se entrometió con las convicciones políticas para causar influencia, ora reaccionaria ora progresista, sobre los ciudadanos que iban arremolinándose en torno a los partidos políticos modernos. Más tarde, con el espacio ya bien ganado y consolidado en el ámbito de la política, la prensa de la última década de la centuria pasada y durante los años iniciales de este milenio se avocó a involucrarse con un hiperdimensionamiento francamente asfixiante del mundo futbolístico, expresión chabacana de la política en la cultura popular, cultura al borde de ser oclocracia, donde las religiones y los partidos políticos y sus identidades sociales han sido trocados por los clubes de fútbol y la frenética devoción manifestada hacia éstos, mientras que los escenarios de la antigua confrontación político-social-ideológica se han posicionado contemporáneamente en las pasiones ciegas que se derraman sobre las canchas y en las tribunas futbolísticas, incluso violentamente en las calles aledañas a los estadios. Y, finalmente, para cerrar con broche de oro, esta misma prensa se comprometió de manera paralela durante ese mismo tiempo con la exacerbación de las naderías que caracterizan a la siempre hueca farándula que cumple muy bien su papel de instrumento de adormecimiento social del pueblo –en términos estrictamente sartrianos–, hasta llegar, el día de hoy, a controlar a la opinión pública en cuanto respecta a los asuntos jurídicos y judiciales.[9]

Fuera de las formas de presencia histórica de esta prensa, detrás de la cual siempre han estado presentes –lo reiteramos– grupos de poder, la esencia, el objetivo, siempre ha sido el mismo: in-formar la consciencia social para mantener o para modificar, según sea el interés de los dueños del control de medios, el statu quo.

Ahora bien, mientras esa historia y sus objetivos se han desenvuelto articuladamente a lo largo de poco más de un sesquicentenario, la historia de la criminología moderna ha ido desarrollándose paralelamente experimentando un proceso de evolución en espiral que, con sus corsi e ricorsi,[10] puede describirse desde el paso de una criminología influenciada por el pensamiento ilustrado de Beccaria y los enciclopedistas, transitando después por el desarrollo de las tesis de la llamada Escuela clásica de la criminología, influenciada decididamente por la metafísica propia del jusnaturalismo –en ambos casos, desde mediados del siglo XVIII en adelante–, para adelantar después, en el siglo XIX, propuestas que, enarboladas por la Escuela positivista, procuraron encarrilarse por la senda del incipiente desarrollo científico experimentado en este campo,[11] desde donde se encumbraron ilustres pensadores tales como C. Lombroso y E. Ferri por un lado, y Ch. Goring por otro, hasta llegar a mediados del siglo pasado, la centuria que nos vio nacer, cuando florecieron la criminología moderna[12] y la criminología crítica.[13]

Lo que nadie podía prever hasta hace no más de un cuarto de siglo atrás, era que estas dos historias, la de la prensa y la de la criminología, se cruzarían en el camino para formar una tendencia chanflona de la criminología, a la cual el maestro Zaffaroni ha venido a bautizar con el nombre despectivo –y con razón– de criminología mediática, esto es, una criminología guiada por los periodicazos, una criminología sometida a los titulares escabrosos y amarillistas, una criminología determinada por los juicios de valor de los recaderos de los grupos de poder que operan a través de los medios de comunicación masiva. Esto, definitivamente, no puede ser una criminología real porque, si lo fuera, se interesaría por tener en cuenta la seguridad jurídica, es decir, se ocuparía de crear certeza ordenadora en un ámbito institucional. Pero a ese mamotreto mediático la seguridad jurídica y la certeza ordenadora le valen poco menos que un ají.

Lamentablemente, sin embargo, la realidad de ese esperpento es tan sólida y poderosa que llega a determinar inflexiblemente el camino que debe seguir el Estado a la hora de plantear y de definir la política criminal oficial, con lo cual, como bien se explica en este libro, se propicia deliberadamente el uso de un Derecho penal simbólico, es decir, se fomenta la idea de que el Derecho penal es la panacea contra todos los males sociales. Para los ostentadores del poder de la prensa y de su aberrante criminología, basta elevar las penas de ciertos graves delitos a su máxima expresión, o crear novedosas figuras penales que no son sino placebos pseudo-jurídicos con los cuales se genera el efecto psicosocial de tranquilidad pero que, en la práctica, únicamente favorecen a la impunidad y agravan los conflictos sociales.[14] ¡Un verdadero engaño! ¡Un auténtico fraude! ¡Qué desgraciada hora a la que se vinieron a unir las historias de la prensa y de la criminología!

El problema de fondo es, por tanto, primero, cómo determina esta criminología mediática la política criminal del país en esta sociedad moderna, en esta sociedad del espectáculo[15] y, en segundo lugar, qué debe hacer la criminología verdadera como ciencia, así como el propio Estado como institución moderna y de Derecho, para enderezar el camino y expectorar del horizonte social esa peligrosa tendencia que ha ido sofisticándose y solidificándose en estos años recientes por la manifiesta ausencia de sesos y por la irresponsable forma del accionar estatal.

Soy un hombre que deposita su fe en el valor de la certeza de la ciencia y de la razón. Por eso confío en que la solidez que ha adquirido este adefesio del cual se trata en este vorwort, objeto de una sesuda atención en este libro y consecuencia de poderes fácticos cobijados tras el poder mediático, poderes que son auténticos tigres de papel, será disuelta con la fuerza de la gnoseología sociológica, antropológica, psiquiátrica, psicológica e incluso estadística, que son las disciplinas que auxilian pugnazmente a la criminología para que ésta sea consistente y concreta a la hora de teorizar y de ser aplicada.[16]

Por tanto, a pesar de la solidez de ese disparate denominado criminología mediática y de las causas eficientes que le transmiten vida, evoco aquí con esperanza, casi como una plegaria, incluso más que como ella, una letanía, la oración del excelso hijo de Tréveris, K. Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Sólo espero tener la vida suficiente para ver caer a todos estos productos de la subcultura que padecemos, que sufrimos y que nos oprimen con su asfixiante estupidez.

Este libro titulado Criminología mediática. Aproximaciones contemporáneas sobre la conmoción social penal, elaborado juiciosamente por los jóvenes investigadores Eduardo Alejos Toribio y Michael Remigio Quezada, brillantes promesas del Derecho penal peruano, trata sobre este grave problema de la intromisión de la prensa en el ámbito de la criminología y de la política criminal, y lo trata de una manera sensata, brillante y pedagógica, convirtiendo a este texto en un libro de obligatoria referencia en la biblioteca peruana de las ciencias penales a partir de ahora.

Prof. Dr. H. c. Mult. Luis A. Pacheco Mandujano
Magister juris constitutionalis
Universidad Tecnológica del Perú
Lima, julio de 2018





[1]   Que, al final de cuentas, de error sólo tiene la apariencia, pues el informante sabe perfectamente lo que está haciendo.

[2]   En el subtítulo de esta escandalosa revelación, agrega el diario que el dato proviene de una fuente oficial: el ministerio de la mujer.

[3]   Que en absoluto es una cifra feliz, y que nosotros, por supuesto, condenamos.

[4]  Cfr. Observatorio de la Criminalidad del Ministerio Público, Cuadro Nº 1 del Registro de Feminicidio.

[5]   Cfr. Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 22.° edición, tomo h/z, México, 2001, página 1274.

[6]   Cfr. Keyserling, H., Diario de Viaje de un Filósofo, Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1928, I, páginas 357-358.

[7]   Sic. Ortega y Gasset, J., Obras completas, tomo II, Revista de Occidente, sétima edición, 1966, Madrid, página 139.

[8]   Baste recordar aquí para certificar esta verdad –que no es mi verdad sino la verdad histórica– la prensa de V. Montesinos durante el decenio dictatorial de A. Fujimori.

[9]   Lo que le ha permitido a cierto reducido, pero matrero y escandaloso, sector político-social peruano, instalar hoy un gobierno de la audiocracia, con el cual se tiene cogido de las amígdalas, chantaje de por medio, a la clase político-judicial del país.

[10]   Corsi e ricorsi del que hablara tan sugerente y certeramente el filósofo G. Vico en su célebre teoría del acontecer histórico.

[11]   No exenta, naturalmente, por la época, de enormes dosis de metafísica puestas de manifiesto en las teorías del mesmerismo y del delincuente nato.

[12]   Que, particularmente en Alemania y en los Estados Unidos, incorporó en su seno los avances de la criminalística, de la sociología y de la psicología. En esta escuela del conocimiento criminológico brillaron estudiosos tales como D. Matza, E. Sutherland y G. LaFree, entre otros.

[13]   Escuela nacida en 1968 por iniciativa de K. Carson, S. Cohen, D. Downes, M. McIntosh, P. Rock, I. Taylor y J. Young durante la Conferencia Nacional de la Desviación. Esta escuela se caracterizó por desarrollar un sistema teórico de la criminología que hundía sus raíces en la sociología, en la antropología y en la psicología marxistas ortodoxas.

[14]   V. gr., en mi libro Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal he demostrado el fraude que constituye el delito de feminicidio [cfr. Pacheco Mandujano, L. A., Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal, A&C Ediciones Jurídicas S.A.C., Lima, julio de 2017, páginas 257-318].

[15]   Frase acuñada por el premio nobel M. Vargas Llosa [cfr. Vargas Llosa, M., La sociedad del espectáculo, Alfaguara, Madrid, 2012], inspirado seguramente en el pensamiento social del recientemente desaparecido profesor polaco Z. Bauman [cfr. Bauman, Z., Vida de consumo, FCE, México, 2007].

[16]   Imposible, por tanto, desarrollar una teoría pura de la criminología.