jueves, 10 de junio de 2021

¿Es el género lo que el feminismo dice que es?

 


 

“La metafísica sucumbirá para siempre frente a la acción del materialismo, que coincide con el humanismo”.

 

Karl Marx, La sagrada familia[1]

 

 

 

 

 

Hoy se habla de género en cuanto lugar quepa y no quepa el uso de este término. En todos los casos, sin embargo, y en el contexto de la imposición de un establishment políticamente correcto, tal uso resulta siempre equivocado porque la onomasiología del vocablo de marras ha sido deformada, distorsionada, cuando no falsificada. Los publicistas, fomentadores y esparcidores de la cazurra y palurda ideología de género,[2] ideología de vocación disgregante, disociante, difractante y de orientación gnoseológica profundamente subjetivista, se apoderaron de esta palabra para transfigurarla –y cumplir así un objetivo por demás abyecto: desnaturalizar al ser humano[3]– al atribuirle un significado que no le correspondió, que no le corresponde y que no le corresponderá jamás.

 

En efecto, según los más avanzados zoo-oclócratas representantes de ese estulto movimiento ideológico, todos ellos arremolinados siempre en torno a diversas ONG envidiablemente financiadas por gestores internacionales del holocausto cultural y del establecimiento del neo-obscurantismo que se cierne sobre la humanidad, como, v. gr., el Institut Gomà de Barcelona, haciendo una –innecesaria, por inexistente– diferencia entre sexo y género, dicen que “mientras que el término sexo hace referencia a la condición de nacer hombre o mujer, el género constituye una construcción cultural, y por lo tanto un aspecto modificable, a través del cual se transmiten las creencias y valores sociales vinculados con ser hombre o mujer, es decir, se describe y ejemplifica lo masculino y femenino en forma de estereotipos, mensajes y creencias que interiorizamos a lo largo del proceso de socialización”. Dicho en otras palabras, el género vendría a ser una cualidad personal e ideal determinada por la influencia cultural que se ejerce, dominante y en función de estereotipos, sobre los seres humanos, limitando su libertad; empero, ni bien éstos decidan ingerir la píldora roja, se abrirán paso a la verdad, verdad según la cual el género no es lo que la cultura les ha dicho que aquél es, sino lo que las personas emancipadas de las cadenas de opresión superestructural determinen individualmente lo que el género es para-ellas, autodeterminación que constituye el culmen de la libertad. En una palabra, la realidad natural es nada, el pensamiento subjetivo –que define (construye) la realidad– lo es todo.

 

La violenta irrupción[4] de esta cuestionable forma de concebir al ser humano no es, sin embargo, nueva. Desde el punto de vista de fondo, es decir, desde la perspectiva del análisis de las estructuras teóricas que soportan el mamotreto discursivo que los adeptos de la ideología de género transmiten, los toscos adobes que conforman sus rústicas construcciones especulativas devienen verdaderamente provectas. Lo único novedoso aquí tiene que ver con las jerigonzas pomposas, impertérritas y altisonantes[5] que se suelen usar en los discursos monocordes que pronuncian, de memoria y sin pensamiento reflexivo, los epígonos y cofrades de esas torpes sectas ideológicas para referirse a asuntos político-sociales que, más bien, podrían ser descritos con palabras mucho más adecuadas si realmente se refiriesen a cosas verdaderamente existentes y no a objetos oníricos. Sobre semejante engañifa teórica, la bienquista criminóloga peruana Rosa Mavila León, maestra de múltiples generaciones de juristas, dice con razón que se trata de “vino viejo en odre nuevo”. Por tanto, nihil novum sub sole.

 

En efecto, nada nuevo se dice ni se encuentra en las argumentaciones de los predicadores de esta estupidez ideológica que se ha venido diseminando como pandemia desde, aproximadamente, el año 2012, puesto que al reducir la realidad toda (biología, sociedad, cultura) a la concepción puramente personal y convenida de los individuos que construyen o definen la realidad conforme a sus intereses, se nos invita a espectar  la resurrección del viejo idealismo subjetivo de Berkeley, Hume y Mach, filósofos para quienes, en común, la realidad concreta no puede ser considerada sino como el resultado de una abstracción mental, de lo que se deduce, finalmente, que todo conocimiento del mundo se obtiene a través de la percepción individual.

 

Además de constituir ésta una argumentación refutada por la realidad de los hechos[6] y por los avances de la ciencia, semejante argado incurre en una ineludible y nefasta consecuencia filosófica: el solipsismo, ese agujero negro del que no escapa su propio creador, el idealismo subjetivo, y que revela el carácter autofagocitante y autodestructivo de sí mismo. Metafóricamente hablando, esta necia concepción de la realidad se dispara a los pies.

 

Esto último es precisamente lo que sucede cuando se asegura que el género es una construcción social: el individuo no se siente feliz, conforme ni realizado con lo que es y por ello desea cambiar la realidad; pero, ¿cómo hacer posible tal cambio? Es allí, en ese escenario de alienación personal, donde este individuo encuentra el placebo teórico de la ideología de género que crea un contenido semántico ajeno a la realidad de la palabra “género”, a la que le asigna una aplicación plástica, convenida y funcional al interés del espíritu frustrado del usuario de este término que termina siendo resultante del fraseoclasismo tan en boga contemporáneamente. Así, el individuo asume que su género es aquel que él dice que es, con lo cual tuerce la realidad de los hechos a su favor, pues niega su condición biológica de nacimiento pretendiendo eliminarla y asumiendo afirmar sobre ella su creencia personal al respecto; dicho de otra manera, si habiendo nacido varón dice después que se autopercibe él como mujer, impone su creencia sobre su realidad concreta, y al exigir que la comunidad le reconozca como él cree que se ve, no construye realmente ningún género pero sí edifica un sueño de opio, una sombra, una ficción, en suma cuenta confecciona una irrealidad que le devora: es la mentira autoimpuesta que el mismo individuo quiere creer y que, de hecho, llega a creer.

 

Consolidado ese momento de autoengaño al que se le ha bautizado con el eufemismo de transición, el alucinado busca inmediatamente después que la comunidad entera también crea, como lo hace él consigo mismo, ese engaño. Que todos asuman como verdadero lo que manifiestamente no es. ―¡Yo soy yo, tal como me percibo! ―dirá el creyente de su propio fraude, pretendiendo parafrasear, aunque muy mal, a Ortega y Gasset. Empero, como es natural, la comunidad, ora desde su silencio lastimero ora a través de su voz directa y firme, no aceptará sino la realidad tal cual ella es porque res est et non potest aliter se habere.[7] Y entonces sucederá que el individuo timado por sí mismo, sufriente y desgarrado por su imposibilidad de hacer ver a los otros lo que él ve, y en su afán de imponer y hacer valer su ficción sobre el resto, negará a cualquier precio a quien le niegue su fantasía, culpándole primero de intolerante, acusándole después de odiador y terminando, finalmente, por organizarse en grupos de presión que buscan anular socialmente a sus naturales detractores, esto es, a la gente sensata, recurriendo al uso de los mecanismos de persecución del ius puniendi estatal, lo que supone la legalización previa de los conceptos centrales de la ideología[8] y de su programa político de acción,[9] implementando normas jurídicas creadas estrictamente para cambiar la sociedad en su favor,[10] programa de alcance nacional e internacional.[11]

 

Estas prácticas que se expresan desde las más simples, pasando por los retorcidos y provocadores bochinches públicos a los cuales hoy llaman “marchas del orgullo”, hasta llegar al uso ilegítimo, pero ya legal, de los institutos del Estado en su favor, revelan el feroz, desesperado, necesario e inquietante afán de adecuar, a cualquier costo, la realidad concreta al pensamiento, dejando traslucir así, de esta manera, su renegado y patético solipsismo: ―¡Al diablo con todo y con todos los que se oponen a mí! ¡Nada más que yo soy real y sólo importa lo que yo piense sobre mí! ―dirán, rabiosamente encendidos, los ardorosos defensores de esta ideología. Esto es solipsismo puro. ¡Aleluya, aleluya! ¡Berkeley, Hume y Mach han resucitado!

 

Mas, empero, a pesar de la resurrección de Berkeley, Hume y Mach, lamentablemente para los acólitos de la dislocación y de la tergiversación, por más gritos que lancen al cielo, por más injurias que esparzan al aire, por más organizados que se encuentren, por más que hayan logrado infiltrarse exitosamente en el aparato estatal, en una palabra, hagan lo que hagan, la cosa no será jamás como ellos quisieran que fuera, pues el asunto es al revés: no es la realidad la que se adecua al pensamiento; es el pensamiento el que se conforma a la realidad.

 

Pero así como la enfermedad consiste en negar empecinadamente la sanidad, es de la misma manera que la estrafalaria cosmovisión de la ideología de género se encapricha en negar la rectitud del pensamiento y la realidad de los hechos. Es, pues, esta ideología una enfermedad, una infección desbordante de pus, que, al alimón, hacese acompañar, además, para terminar de completar su deformada imagen, de una cuasimoda teoría del lenguaje que tiene como antecedente –aunque, para variar, también deformándolo– al pensamiento neopositivista de Wittgenstein, cuyo apotegma descrito en la proposición 5.6 de su Tractatus, “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”,[12] llevan los partidarios de la ideología de género al extremo imposible para justificar la percepción (construcción) de la realidad.

 

Con una infectante dosis de desfiguración teórica, entienden erróneamente que el lenguaje puede visibilizar o invisibilizar la realidad, pues ésta es consecuencia de una construcción social que puede ser descrita de manera total o parcial por el lenguaje que canaliza tal construcción porque “una proposición es un modelo de la realidad tal como nos la imaginamos”.[13]

 

Semejante comprensión de la realidad deviene falsa, pues, como lo precisáramos en otro lugar, con línea epistemológica:

 

“El lenguaje materializa el pensamiento, sin lugar a dudas; pero el pensamiento, a su vez, ha sido formado, definido, consolidado y estructurado, asimismo, de manera significativa por las innumerables formas de relación social actuantes entre los hombres, como también gracias a la relación de éstos con el mundo que los contiene y rodea, en el activo proceso de transformación de la naturaleza operado a través del trabajo, donde la [re]acción del lenguaje define aquel cosmos y desempeña un manifiesto papel en la formación de la cultura. Por lo mismo, resulta lógico considerar… que en el lenguaje subyacen estructuras del pensamiento más o menos complejas que, al mismo tiempo, son también más o menos sólidas y de contenidos más o menos ricos o pobres, dependiendo de cada sujeto, grupo humano y del entorno social que los condiciona, obviamente en el marco de un espacio y tiempo determinados.”[14]

 

Además, por su cuestionable contenido de carácter anticientífico resulta siendo una teoría manifiestamente absurda, descabellada, inadmisible de ser aceptada como una teoría en la dimensión epistemológica de la palabra y, por ende, imposible de ser digerida intelectualmente. Es, en buena cuenta, una abominación, un esperpento en toda la extensión de la palabra.

 

¿Qué es el género, entonces? Dos son las líneas generales de significado de este término: la primera de ellas se orienta al taxón al que pertenecen las diversas especies de seres vivos que comparten ciertos caracteres, mientras que la segunda se erige como una categoría gramatical inherente a los sustantivos y pronombres, codificada a través de la concordancia en otras clases de palabras y que en pronombres y sustantivos animados puede expresar sexo.[15]

 

En el primer caso, podríamos emplear como ejemplo el siguiente: el hombre es un miembro del reino animal, del filum de los cordados, del subfilum de los vertebrados, de la clase de los mamíferos, de la subclase de los euterios, del grupo de los placentarios, del orden de los primates, del suborden de los pitecoides, del infraorden de los catarrinos, de la familia de los hominoides, de la subfamilia de los homínidos, del género homo y de la especie sapiens. Por su parte, será ejemplo del segundo caso uno como el siguiente: “La mesa está sucia”, escritura en la cual se aprecia una manifiesta y natural concordancia de género presente en la relación que opera entre el artículo, el substantivo y el adjetivo que lo sucede. Contrario sensu, no podría escribirse, v. gr., así: “El mesa está sucio”, redacción en la que resulta notorio el dislate gramatical por una clamorosa falta de concordancia de género actuante en la escritura.

 

¡En esto consiste el género! El género no significa ninguno de los gatazos que, trans-formados desde sus orígenes como los propios cultores de la demente ideología que los sustenta, quieren hacer pasar como conocimiento y, encima, como conocimiento verdadero.

 

 

Prof. Luis Alberto Pacheco Mandujano

Magister iuris constitutionalis

Lima, enero de 2021

 

 

 

 



[1]  Sic. Marx, Carlos y Federico Engels, La sagrada familia. Título de la edición original en alemán: Die Heilige Familie. Versión al español de Wenceslao Roces de la edición de MEGA: Marx-Engels Gesamtausgabe, Berlín, 1932. D. R. © sobre la versión española por Editorial Grijalbo, S. A., México D. F., México, 1958, páginas 191-192.

 

[2] Ideología que, así como la conducta de sus fomentadores que se oculta en las medias tintas de sus jerigonzas, se agazapa en un eufemismo esparcido virulentamente en todo el Estado: “enfoque de género”.

 

[3] En un artículo publicado por la ONG peruana Promsex, se hace público este objetivo, como si de un avance de la “evolución social” se tratara. El cinismo y la sinvergüencería de estas personas dicen al respecto que “en el campo de la sexualidad, el enfoque de género ha permitido desnaturalizar la heterosexualidad como la única forma de afecto y relación amorosa”. A confesión de parte, relevo de pruebas. Al respecto, cfr: https://promsex.org/columnistas/significa-la-ideologia-genero/, consultada el 23 de enero de 2021.

Uno de los más importantes financistas de Promsex es la multinacional Planned Parenthood Federation of America (PPFA),  organismo norteamericano que defiende la despenalización del aborto para, sobre esa base, implementar su política de negocios abortista consistente en instalar clínicas bien equipadas destinadas de manera exclusiva a la práctica del aborto. Las ganancias que, en la práctica, resultan de esa defensa del “derecho a decidir de las mujeres”, no sólo se reducen a las ganancias obtenidas por los “servicios médicos” abortistas; van más allá. Planned Parenthood trafica con órganos de bebés abortados en sus instalaciones tal como fue dado a conocer en 2015 por el Center for Medical Progress a través de varios vídeos conteniendo declaraciones reveladoras de los médicos y funcionarios de PPFA (vid., v. gr., https://www.youtube.com/watch?v=uLXngNLqTV4&feature=youtu.be, consultada el 23 de enero de 2021).

Según informe de la Agencia Peruana de Cooperación Internacional (APCI), entre Planned Parenthood Federation of America y su matriz, la International Planned Parenthood Federation (IPPF), financiaron a Promsex con más de 648,000 dólares (579,554 euros) en proyectos ejecutados durante 2015. Al respecto, cfr. https://www.actuall.com/vida/promsex-en-peru-recibio-mas-de-medio-millon-de-dolares-de-planned-parenthood-en-2015/#:~:text=Nuevos%20reportes%20de%20la%20Agencia,d%C3%B3lares%20en%20el%20%C3%BAltimo%20a%C3%B1o. (web consultada el 23 de enero de 2021).

He aquí el origen de una parte de los fondos con los cuales Promsex, a la par que promueve la desnaturalización de lo natural e invierte con su bazofia intelectual lo recto, defiende el asesinato de seres humanos no natos, asesinato que oculta tras el eufemismo de “interrupción voluntaria del embarazo”.

 

[4] Por la forma como se viene imponiendo un novus ordo seclorum mundial, a fuerza de legalización de esta sandia ideología introducida en los aparatos estatales tras varios años de una exitosa operación política de infiltración cultural, lo cual se puede apreciar con patética claridad en Argentina, Chile o Canadá, entre otros países más del orbe.

 

[5] V. gr., enfoque de género, heteropatriarcado, lenguaje inclusivo, violencia simbólica, etc.


[6] Sabido es que, para desmentir el núcleo central de la filosofía idealista subjetiva de Berkeley, el poeta, ensayista, biógrafo y lexicógrafo inglés Samuel Johnson le propinó una patada a una roca exclamando “¡La refuto así!”.


[7] Sic. Aristóteles, Organon, Segundos Analíticos, I.

 

[8] Cfr. v. gr., Ley N° 30364, en cuyo artículo 3°, inciso 1., se aprecia la legalización de la ideología de género, encubierta bajo el eufemismo de “Enfoque de género”, del cual se predica que se trata de “Reconoce la existencia de circunstancias asimétricas en la relación entre hombres y mujeres, construidas sobre la base de las diferencias de género que se constituyen en una de las causas principales de la violencia hacia las mujeres. Este enfoque debe orientar el diseño de las estrategias de intervención orientadas al logro de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres”.

 

[9] En el párrafo quinto de la Presentación que se encuentra en el ítem I. (Antecedentes) de la Política Nacional de Igualdad de Género aprobada mediante Decreto Supremo N° 008-2019-MIMP, se encuentra una de estas clásicas definiciones deformadoras del término “género”. Se lee en dicho documento lo siguiente: “La Política Nacional  de Igualdad de  Género, según la Recomendación General N° 28 del Comité CEDAW (2010), conceptualiza el término género como las identidades, las funciones y los atributos  construidos socialmente de la mujer y el hombre, así como al significado social y cultural que la sociedad atribuye a esas diferencias biológicas, situación que da lugar a relaciones jerárquicas entre hombres  y mujeres en las que se distribuyen facultades y derechos  en favor del hombre y en menoscabo de la mujer” (sic. Diario Oficial El Peruano, Política Nacional de Igualdad de Género – Decreto Supremo N° 008-2019-MIMP. Separata Especial de Normas Legales. Lima, 4 de abril de 2019, página 6). La misma estolidez se repite, ad pedem litterae, en el Glosario de Términos que se encuentra en la página 44 del documento de marras. En este mismo retorcido Glosario, se “define” el concepto Identidad de Género como “la vivencia  interna e  individual  del género,  la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de  otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la  vestimenta, el modo de hablar y los modales” (sic. ídem).

 

[10] Ajustadas a la nociva y peligrosa implementación y concreción internacional de la llamada “Agenda al 2030” de la ONU.

 

[11] Cfr. ONU Mujeres, Glosario de Igualdad de Género, en: https://trainingcentre.unwomen.org/mod/glossary/print.php?id=150&mode=letter&hook=ALL&sortkey=&sortorder=asc&offset=-10, consultada el 25 de enero de 2021. En esta web, se encuentra una jocosa “definición” de la idea de Identidad de Género, según la cual: “La identidad de género se refiere a la experiencia de género innata, profundamente interna e individual de una persona, que puede o no corresponder con la fisiología de la persona o su sexo al nacer. Incluye tanto el sentir personal del cuerpo, que puede implicar, si así lo decide, la modificación de la apariencia o función física por medios quirúrgicos, médicos u otros, así como otras expresiones de género que incluyen la vestimenta, la forma de hablar y los gestos”.

[12] Sic. Wittgenstein, Ludwig, Tractatus lógico-philosophicus. Traducción, introducción y notas de Luis M. Valdés Villanueva. Editorial Tecnos, tercera edición, Madrid, 2008, página 234.

 

[13] Ibídem, § 4.01, página 147.

 

[14] Sic. Pacheco Mandujano, Luis Alberto, “Quodlibetum IX. Breves consideraciones sobre la relación existente entre lenguaje y Derecho”, en: Díaz Revorio, Francisco Javier y María Elena Rebato Peño (Directores), La justicia constitucional en Iberoamérica: Una perspectiva comparada”. Editorial Ubijus, Ciudad de México, 2016, página 102.

[15] Cfr. Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, tomo X, 22ª edición Q. W. Editores S. A. C., Lima, 2005, página 765.