lunes, 18 de febrero de 2019

Alonso Peña-Cabrera Freyre




Alonso Peña-Cabrera Freyre ha sido, hasta hace poco, el Fiscal Jefe de la Unidad de Cooperación Judicial Internacional del Ministerio Público, es decir, el director jurídico-administrativo de la unidad orgánica de la Fiscalía de la Nación encargada de centralizar la coordinación y ejecución de todas las acciones reguladas por el libro séptimo del Código procesal penal. Dicho de otra manera, Alonso Peña-Cabrera Freyre fue el responsable de gestionar que las autoridades judiciales peruanas fuesen asistidas por sus similares extranjeras cada vez que requiriesen realizar diligencias en el exterior.

El paso de Peña-Cabrera por esta dependencia de la fiscalía no ha transcurrido desapercibida. Y no precisamente ha sido así por el escándalo miserable que los esbirros del caviarismo nacional ―operadores políticos que obran como periodistas y hasta como fiscales― generaron contra él, con el objetivo de agraviarlo con mentiras y calumnias para obligarlo a retirarse del cargo. Por el contrario, más allá de estas vilezas propias de semicomunistas resentidos que hablan de justicia social como famélicos aunque concienzudos proletarios, pero que comen, beben y visten como obesos burgueses, la labor de Peña-Cabrera al frente de esa oficina ―la que comenzó a dirigir exitosamente desde enero de 2015 cuando fue designado en el puesto por Pablo Sánchez Velarde que en ese momento ocupaba el cargo de Fiscal de la Nación en condición de interino― ha permitido que el Estado peruano avance en la lucha eficaz contra la corrupción, a pesar de los fariseos que, subiéndose a un carro ajeno y siendo corruptos por definición personal, parlotean de esta lucha como si fueran ellos los impulsores y parte buena de ésta, mientras sabotean el trabajo que en realidad amenaza sus intereses subalternos. Así son los hipócritas de siempre.

Parte ―y sólo parte― de las gestiones de Peña-Cabrera como Jefe de la Unidad de Cooperación Judicial Internacional ha sido gestionar, v. gr., y con un éxito sin precedentes en la historia de la Fiscalía dicho sea de paso, múltiples extradiciones activas y pasivas que han permitido repatriar y expatriar a perseguidos judiciales sobre quienes pesan graves acusaciones por delitos contemporáneos como corrupción de funcionarios y lavado de activos [casos Belaunde Lossio, Burga, entre otros]. Logró, asimismo, abrir las puertas de Luxemburgo y Suiza para el Perú con el objetivo de recuperar poco más de 30 millones de dólares [activos en dinero] producto de la corrupción fujimontesinista de la década de los años noventa, así como establecer las necesarias bases de cooperación internacional con Brasil en relación a los casos Odebrecht y Lava-jato. También logró suscribir acuerdos y memorandums de entendimiento mutuo bilaterales con Andorra, Chile, Argentina y otros países, a la par de haber participado en la gestión y concreción de numerosos tratados internacionales en materia de extradición y traslado de condenados.

Alonso Peña-Cabrera Freyre, ahora ex Jefe de la Unidad de Cooperación Judicial Internacional, obtuvo en ese campo, en sólo tres años, muchos otros logros más que los enumerados líneas antes y que, lamentablemente, no puedo seguir enunciando en este lugar por razón de espacio. Pero sí debo agregar ―porque, por último, no hacerlo sería un pecado― que su profesionalismo no se limita únicamente al ámbito funcional en el que se ha estado desenvolviendo hasta hace poco, sino que, además, siendo el justo, vehemente, orgulloso y legítimo heredero intelectual de su padre, don Raúl Peña Cabrera, el Maestro del Derecho penal por antonomasia, forjador de varias generaciones de juristas nacionales, cuya labor fue la de introducir el interés y el estudio profundo y profuso en la ciencia penológica en nuestro país; sí debo agregar ―repito― que el trabajo científico de Alonso, abogado de profesión, académico por definición, profesor de pasión y fiscal por devoción, se materializa en la publicación de más de 22 obras jurídicas de gran impacto en los campos del Derecho penal y del Derecho procesal penal que constituyen magníficas fuentes de consulta para fomentar a través de ellas el debate y la dialéctica científica de las ideas juspenológicas en el foro nacional. Muchas de sus obras ―su Tratado General de Derecho penal, por ejemplo, o su Derecho penal Parte Especial― están integradas y compuestas por varios gruesos tomos de información académica rica en doctrina, análisis heurísticos múltiples de casos específicos para descifrar la aplicación práctica de la teoría jurídica del delito en situaciones concretas, jurisprudencia actualizada y definiciones teóricas serias que sirven no sólo para la investigación de gabinete de estudiantes universitarios, sino, sobre todo, para coadyuvar en el trabajo de profesores, investigadores profesionales, abogados en ejercicio libre y de magistrados judiciales y fiscales que citan permanentemente a nuestro autor en sus resoluciones, disposiciones y sentencias para solventar sus decisiones jurídicas. Y a todo ello, por si fuera poco, se suman 11 años de experiencia docente como profesor de pre y post grado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, profesor de varias importantes universidades dentro y fuera del país, 4 honoris causa y más de un centenar de sesudos artículos e inteligentes ensayos publicados en revistas nacionales y extranjeras especializadas que son de consulta obligatoria para todo buen jurista.

Empero, como vivimos en el Perú, el país donde el enemigo de un peruano es un connacional, nada de esto valió a la hora de decidir cortarle la cabeza. Así es nuestro país en general; así es, en particular, la administración pública en Perulandia, el reino de la obscuridad y de los cuchillos y uñas largas: los logros personales volcados para obtener éxitos en favor del país y de la institución a la que uno se debe, y en beneficio de la meritocracia que en otros lares del mundo valen supremamente, son actitudes y palabras coprolálicas que no significan nada en el ordinario glosario de términos del pobrísimo idiolecto de la fraseoclasta burocracia nacional, ni en el imaginario colectivo de los funcionarios y servidores hambrientos de publicidad y de poder, mucho menos en la consciencia social del pueblo.

Cuando en la administración pública alguien constituye un obstáculo para otro alguien, fuere por el motivo que fuere ―da lo mismo―, o aquel alguien no resulta funcional a los intereses personales de este otro, es menester retirarlo de su ubicación; y si para tal efecto es necesario masacrarlo con la vileza, con la calumnia, con el agravio o con la mentira ―todas ellas, las armas favoritas que el peruano usa contra otro peruano―, ¡pues que se haga sin remilgo alguno!

Esto es lo que, precisamente, ha sucedido en este caso: Peña-Cabrera fue atacado, sin previo aviso, como suceden todos los ataques cobardes, con una mentira bastante punzante pero bastarda, cuando el fiscal más mediático del Ministerio Público, pero también el más abyecto, lo acusó públicamente de haberle “ordenado” ―supuestamente en una reunión de preparación para una entrevista que se le haría a Marcelo Odebrecht en Brasil― que “sobre AG no se pregunta”. Esta mentira se develó con la inmediata y necesaria explicación que Peña-Cabrera debió realizar a través de los medios de comunicación,[1] pero aún con ello el daño ya estaba hecho. Y así comenzaba la guerra de baja intensidad[2] que tuvo por blanco de ataque al Fiscal Jefe de la Unidad de Cooperación Judicial Internacional del Ministerio Público, guerra que fue desplegada por ese operador político de la caviarada que indecorosamente lleva el título de fiscal, bajo la asesoría y guía luminosa de “un influyente periodista que campea en la fiscalía”,[3] gestores ambos de esa cipaya táctica de demolición institucional que ha sido tan bien meditada, planeada, organizada y ejecutada.

¡Qué desgracia social más grande y leprosa es la que vive el Perú! Desgracia que no es un asunto de actualidad. Esto es cosa que viene de antaño. Los bienhechores siempre pierden y sucumben ante los cabilderos del rencor, de la podre y de la corrupción. El vate Manuel González-Prada denunciaba a estas serpientes ardorosa e indignadamente hace un siglo, y antes que él otros insignes peruanos más. Denunció a los traidores que, acomodaticiamente, se plegaron en favor de las fuerzas invasoras del sur para lustrarles las botas mientras se granjeaban a cambio cargos públicos y otros pérfidos provechos. Pero nadie lo escuchó; mucho menos hoy, sobre todo hoy, ¡cuando los hijos y nietos de esos mismos ramplones lupanan la cosa pública y su gestión! Será que, como me espetó un día un cercano amigo que también me hablaba de honor pero que, sin ser corrupto, resultó siendo demasiado pragmático para mi gusto: “¡González-Prada está muerto, oiga!”.

Es verdad, González-Prada y todos los prohombres que vivieron y sintieron al Perú en la carne y en el alma están muertos; y nosotros, con nuestra sordera de consciencia, hemos matado sus memorias. ¡Qué juepuchas más grandes hemos llegado a ser!

Conocí a Alonso Peña-Cabrera Freyre gracias a la academia. Lo conocí leyendo sus textos antes que en persona. Y fue en 2011 cuando comenzó mi amistad con él a propósito de trabajar ambos en el Ministerio Público, y desde entonces ya no sólo lo respeté como un magnífico jurista que, a su joven edad, había llegado a producir intelectual y científicamente mucho más que muchos pseudo juristas que, con más propaganda que valía real, pululaban y pululan aún en congresos y encuentros académicos. Lo respeté porque, a pesar de ser yo un ferviente dialéctico que, como buen marxista, me asumo discípulo apasionado de Hegel, lo que en el campo del Derecho me llama a adherirme al funcionalismo penal de Jakobs, reconocí y reconozco en Alonso Peña-Cabrera a un penalista de orientación demoliberal que defiende y argumenta muy solvente y cumplidamente su postura, a pesar de que el mundo barbárico en el que vivimos es un mundo que pareciera no merecer ese Derecho penal civilizado que él patrocina. Pero esto lo hace aún mucho más valioso como persona que profesa un credo en un orbe mejor, a pesar de que es muy probable que él mismo no llegue a conocerlo porque la vida es muy corta y los procesos de cambio son muy largos. Pero, además, lo respeté también como amigo, como profesor, como fiscal, pero, sobre todo, lo respeté y lo respeto como persona, como un sujeto honesto, laborioso, responsable, noble y de buen corazón.

Ahora, Alonso Peña-Cabrera ha sido enviado al congelador de las fiscalías civiles por haberse atrevido a enfrentar y desmentir más de una vez al pinocho de eucalipto que, siendo el engreído de los periodistas felones, le acusaba bárbaramente de realidades que, existiendo únicamente en su mente hydiana, las hizo reales gracias al concurso de la prensa que aplaude ―¡y con razón!― al presidente que, en detrimento del erario público, le devolvió la publicidad estatal a la oligarquía mediática que en los años 2013 y 2014 obtuvo ganancias de S/. 151’740,563.52 y S/. 169’419,241.61, respectivamente, mientras que los 17 meses que sobrevivió el gobierno de Kuczynski sirvieron para inyectarle "la friolera" de S/. 571’564,406.[4]

Vizcarra, “el presidente de la lucha contra la corrupción”, le devolvió esta gran fuente de ingresos a la prensa al presionar la anulación de la Ley Mulder; ¡cómo no le iban a aplaudir y a apoyar con todas sus fuerzas! Pero esto… esto no es corrupción. No, no, no. Nada de eso. Esto es política pública para la defensa de la “libertad de expresión”. ¡Ja! Pero el pueblo, masivamente adormecido por la fuerza estupidizadora del poder mediático, ¡le cree! ¡Por el amor de Dios! En el siglo XXI ya no es la religión sino la prensa el opio del pueblo. Qué duda cabe.

Ahora bien, me pregunto si el hecho de que Peña-Cabrera haya sido puesto en situación de neutralización funcional al interior del Ministerio Público que ya no sé quién gobierna, implicará su muerte holística. Cómo le encantaría a sus enemigos que ello fuera así. Pero se equivocan y que sufran por ello. Alonso Peña-Cabrera sí es un hombre valiente, cuyo coraje y valor no se han construido, a última hora, delante de las cámaras de televisión ni a través de las fotografías poseras que se publican en los tabloides que embrutecen al pueblo con sus galimatías. El coraje y el valor que definen a Peña-Cabrera se han forjado en el crisol ardiente de la vida misma, esto es, en el día a día, como resultado sincrético de la fusión que necesariamente operó entre los grandes valores que heredó de su padre y de su familia ―lo que ya es bastante― y la inagotable tenacidad que, como rasgo propio de su personalidad, le ha caracterizado desde que se hizo hombre fuera de aquélla. Por eso, procurando interpretar su pensamiento y sentimiento de este momento, sospecho que para Alonso lo que acaba de vivir es nada más que un recodo en un aspecto del camino de su vida. Los otros ámbitos de su ser se encuentran intactos. Pero, en cualquier caso, cuando todo esto sea evaluado en tiempo pasado, habrá servido para sacar lecciones de vida y para crecer mucho más aún, como persona y como ser humano.

La extraordinaria Carmen Balcells, que en paz descanse, horrorizada cuando supo que Mario Vargas Llosa había decidido candidatear a la presidencia de la república en 1990, sugirió al escritor que olvidara de inmediato semejante empresa porque, según su parecer, los intelectuales pierden mucho al inmiscuirse en el mundo de la política, consejo que don Mario no aceptó en su momento pero que llegó a comprender mucho más tarde cuando él mismo se confesó diciendo “soy muy mal político [porque] la política saca lo peor del ser humano”.[5]

En este punto, estoy muy de acuerdo con la opinión de Vargas Llosa, pero no creo estar totalmente seguro con el parecer de Balcells. Es que, a pesar de lo escatológico y tanático de la política, sigo siendo un convencido de que los académicos no sólo pueden sino, con mayor razón aún, deben participar en asuntos políticos para revivir en éstos el eros que el pragmatismo amoral contemporáneo se encargó de perder. De lo contrario, cualquier idiota y corrupto podría hacer ―y de hecho lo hacen― política, con los peligros que la situación conlleva en efecto.

Por ejemplo, ese pequeño y bajo[6] fiscal que hace política en el Ministerio Público, la hace sin ser político y, peor todavía, sin ser intelectual, ¡y aun así funge de profesor en alguna universidad por ahí! Es por eso que, con sus viles ataques y, en general, con su trabajo pseudo anticorrupción cuyo oscuro trasfondo se conocerá el día en el que la prensa que hoy lo apoya deje de tenerlo por gonfalonero de sus operativos psicosociales, desbarra desde los planos de la consecuencia y la moral, arrastrando dolosamente con su miasma a personas de valía como Alonso Peña-Cabrera que siendo un académico profesional ha tenido que lidiar políticamente con la hediondez de su colega y de sus cancerberos titereteros, ¡y aun así, sin ser político profesional, supo defenderse y defender la verdad de los hechos!

Peña-Cabrera ha demostrado con su propia defensa que, aunque lo quisieran, la neofrase jus ancilla politicae no es cierta, porque, gracias a miserables como el influyente periodista que campea en la fiscalía, tal aforismo únicamente deviene la excepción que confirma la regla. Ya quisieran sujetos como éste que suceda lo que, en clave de sorna, acaba de decir el magnífico penalista piurano Percy García Cavero a través de Twitter: “¿Quieren una justicia que satisfaga a la población? Fácil. Supriman la Constitución, cierren las facultades de Derecho, hagan jueces a periodistas (esos que nunca se equivocan y saben un montón de Derecho) y que se haga una encuesta antes de sentenciar para saber qué pide el pueblo”.[7] Ya quisieran personajillos como esos de los que hablamos, que reine en el Perú de hoy ese concepto que en una sola palabra encierra todo el caos y desorden que gobiernan sus almas y sus mentes: oclocracia.

Pues que se enteren de una vez: hagan lo que hagan, digan lo que digan, procedan como procedan, no van a lograr sus objetivos. Al paso destructor de sus andares, se encontrarán al frente a hombres como Alonso Peña-Cabrera Freyre para ofrecerles resistencia y combate, ora desde la cátedra cuyo poder liberador se prolonga al orbe entero, ora desde la acción política que en Alonso ha sido espontánea pero franca y prístina.

Sólo en la obra de valiosos hombres como de quien hablamos, encontraremos retumbar con fortaleza y valentía las palabras sempiternas del poeta soviético V. Mayakovski, como verdad telúrica, ésa que no se quiere aceptar:

Alumbrar siempre
alumbrar por doquier,
hasta el fondo del último día,
alumbrar,
¡sin ninguna discusión!



Lima, febrero de 2019.







[1] Cfr. “El Comercio”, edición del 03 de agosto de 2018. Versión electrónica: https://elcomercio.pe/politica/alonso-pena-cabrera-responde-domingo-jose-perez-inviable-hablar-ag-noticia-nndc-542932.

[2]   Esa guerra de guerrillas que, muy bien conocida y desarrollada con destreza y habilidad por comunistas y caviares, tiene por objetivo desgastar y destruir la moral del enemigo para darle, llegado el momento, la estocada final de muerte.

[3]    Todos sabemos de quién se trata. Fernando Rospigliosi lo ha señalado en su reciente columna en “El Comercio”, edición del 09 de febrero de 2019. Versión electrónica: https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/castro-hamilton-vizcarra-martin-desacuerdo-odebrecht-fernando-rospigliosi-noticia-605895

[4] Cfr. “Expreso”, edición del 02 de junio de 2018. Versión electrónica: https://www.expreso.com.pe/politica/ppk-gasto-mas-de-s-571-millones-en-publicidad-estatal/

[5] Cfr. “Expreso”, edición del 11 de octubre de 2017. Versión electrónica: https://elcomercio.pe/mundo/actualidad/mvll-mal-politico-aprendi-politica-saca-peor-humano-noticia-464667

[6]     Pequeño y bajo de estatura física y de talla moral.

[7]     Sic. García Cavero, Percy, vía Twitter @percygarciac, 13 de febrero de 2019.