jueves, 21 de diciembre de 2017

¿Qué es el Derecho?






En el programa televisivo de la Academia de la Magistratura de la República del Perú que dirige y conduce el Prof. Luis Alberto Pacheco Mandujano, en su condición de Director Académico de esta importante institución de relevancia constitucional, ensaya él una aproximación explicativa que procura dar cuenta de qué es y en qué consiste el Derecho, sobre la base de consideraciones epistemológicas contemporáneas.

El programa fue emitido en la ciudad de Lima, el 21 de julio de 2017 con motivo de celebrarse el XXIII Aniversario de creación constitucional de la Academia de la Magistratura.

Para ver el programa, debe clickearse en los siguientes links:




martes, 12 de diciembre de 2017

Prólogo a la primera reimpresión del libro "La superstición del divorcio y otros ensayos acerca de los derechos fundamentales" del Dr. Ramiro De Valdivia Cano




“Fragmentos, pensamientos fugitivos, decís. ¿Se les puede llamar fugitivos cuando se trata de obsesiones, es decir, de pensamientos cuya característica principal es justamente no huir?”

Emil M. Cioran[1]



El doctor Ramiro De Valdivia Cano, distinguido juez de la Corte Suprema de Justicia de la República del Perú, además de dilecto profesor de Derecho de diversas importantes universidades del país, me ha honrado sobremanera pidiéndome que dedique unas líneas considerativas al libro titulado La superstición del divorcio y otros ensayos acerca de los derechos fundamentales, el cual, gracias a la acertada decisión del Consejo Directivo de la Academia de la Magistratura cuya presidencia se encuentra ocupada en este momento por el señor fiscal supremo Pedro Gonzalo Chávarry Vallejos, es reimpreso por su Fondo Editorial después de haberse agotado la primera edición, con lo que se verá satisfecho el público lector que reclamaba este nuevo tiraje.

Al leer el libro de marras uno confirma lo que de él se dice en el ambiente del foro local peruano: su contenido resulta enriquecedor y provechoso para la cultura jurídica general de cualquier persona que, sin tener la necesidad de haber sido obligatoriamente formada y entendida en materia jurídica, pero que posee al menos cierto bagaje académico-social general, desea ilustrar y fijar claramente sus ideas en torno a los tópicos que Ramiro De Valdivia aborda en su trabajo. Se trata por eso, sin lugar a dudas, de un libro diáfanamente lecturable, tanto por la forma de su escritura como por la estructura con que los temas, a pesar de la más o menos relativa independencia temática que los define, van sobreponiéndose unos a otros de manera lógica y coetánea. Siendo así, sobre la base de una lectura que, por las características anotadas, atrae felizmente al lector antes que repelerlo,[2] ya sea por hostigamiento literario o por el uso de una prosopopeya pedante, podemos expresar las consideraciones que siguen a continuación.

El libro contiene ciento ocho artículos y ensayos más o menos breves que desarrollan asuntos variopintos vinculados al análisis jurídico-social de temas tales como el divorcio y situaciones reales que ponen sobre el tapete la discusión acerca del atropello, protección y vigencia  de los llamados derechos fundamentales. Y todos estos trabajos reflexivos tienen como base fáctica la sociedad moderna, contemporánea, sobre la que, en países como el nuestro, se construyen después categorías y conceptos jurídicos de validez erga omnes, con los que se asumen, con criterios políticamente correctos –que nuestro autor critica inteligente, sagaz y acuciosamente– cómo es que la sociedad debe ser según el panóptico autorizado y de moda: la sociedad del espectáculo –según frase acuñada por nuestro Nobel Mario Vargas Llosa,[3] inspirado seguramente en el pensamiento social del recientemente desaparecido profesor polaco Zygmunt Bauman[4]–, que no es sino la sociedad de consumo cuya cultura ha fagocitado la consciencia social de los hombres y mujeres del Perú y de gran parte del planeta.

Ramiro De Valdivia procede aquí, por tanto, sin tacha académica alguna y de manera correcta, como todo investigador y científico social que se respete, pues sabido es que las ideas, los pensamientos, las categorías abstractas que estructuran una teoría, una tesis social, cualesquiera fueren éstas, no son sino el reflejo más o menos inmediato de la realidad social. Y conociendo como conozco a don Ramiro, creo estar seguro que opera él de esta manera en sus trabajos académicos a sabiendas de que la crítica de los conceptos y de los juicios sociales, de las ideas, de los pensamientos, en suma cuenta, de la cultura oficial de una sociedad dada, viene a ser, en verdad, la crítica al sistema social de base material sobre el cual se erige y organiza la consciencia social de los hombres, donde se alojan las opiniones, las creencias, las representaciones ideales de las personas, las consideraciones ideológicas, el espíritu que impregna al actuar cotidiano de los seres humanos. Esta verdad, que es ley social,[5] la debe haber conocido y aprehendido nuestro autor en las aulas universitarias de su amada y jamás olvidada ciudad natal de Arequipa y tal vez, sobre todo,[6] la debe haber consolidado en la Universidad Nacional de San Agustín, donde cursó sus estudios de posgrado para hacerse doctor en Derecho público.

Es menester realizar esta precisión para comprender, como preámbulo a la obra que el lector tiene entre manos, el sentido crítico, esto es, analítico-dialéctico, con que se dicen las cosas en este texto: don Ramiro De Valdivia dice las cosas como son antes de expresarlas como le parece que son; es decir, entiende y explica los asuntos de que trata en este libro no como cree que ellos son sino, fundamentalmente, como son, gnoseología que su enjuiciamiento personal alcanza después de someter sus temas objeto de atención a un riguroso enjuiciamiento analítico social. De ahí la firmeza con que se sostienen las argumentaciones y la fuerza de la verdad que reviste a cada artículo integrante del libro.

Y lo que dice nuestro autor en todas las páginas que componen su libro lo dice de múltiples maneras aunque, al fin y al cabo, esa multiplicidad se proyecte en un único y sólo tema: la sociedad que vivimos ha logrado que las personas ya no sean personas, que los seres humanos sean cada vez menos humanos, que los hombres no sean sino consumidores hiperactivos, ansiosos y adictos de lo que no necesitan y que, añadidamente, les hace mal. En una sociedad como la que vivimos y sufrimos, donde según afirmación apodíctica de la cultura oficial no es tiempo de ideologías, la competencia ha pasado a convertirse en ideología esparcida por los medios de comunicación de la prensa masiva y es precisamente con ella que se da forma a la opinión pública,[7] mientras las ropas de etiqueta costosa y reconocida socialmente transfiguran para convertirse en la nueva piel de la persona. En este contexto, no se equivoca ni un ápice Raúl Pérez Torres[8] y sentencia bien al decir que “Dios es el mercado, el centro comercial la nueva iglesia y el cliente su esclavo fiel”.[9]

En una sociedad como esta, por consecuencia lógico-dialéctica, si las condiciones materiales de vida poseen tales características reales, resulta sumamente evidente y atronadoramente claro que los valores ya no pueden ser los valores, sino todo lo contrario. Como dice atinadamente el mismo Pérez Torres al respecto: “La honradez, la lealtad, la solidaridad, son lobos esteparios arruinados”. Por eso la pendejada implacable y amoral remplaza a la honradez, la incondicionalidad de sobón estilo Felpudini a la lealtad y el egoísmo más férreo, superficial y miserable a la solidaridad. Los valores de nuestros tiempos son, fundamentalmente, estos tres: la pendejada, la sobona incondicionalidad y el egoísmo. En semejante realidad, la libertad, por tanto, se confunde fácilmente con el libertinaje, antivalor que, estando de moda entre nosotros, es la materialización del proceder cobarde: huir de todo, haciendo lo que venga en gana, para evadir la responsabilidad madura y adulta que debe contraerse con la humanidad, con la naturaleza y con las cosas.

Que no se escandalice, entonces, nadie por escuchar a alguien hablar de la verdad. Todos creen que pueden hacer de todo y sin límite ni freno alguno. Y es precisamente todo esto lo que se reclama cuando se cree reclamar derechos fundamentales, aunque nadie se dé realmente cuenta que lo que pide a gritos es estulticia en lugar de auténticos derechos fundamentales. Y en esta atmósfera de estiércol macrométrico, donde todos aprendieron y se acostumbraron a comer, beber y respirar de esa bosta social, entonces, el Estado otorga, pues, lo que se reclama: estupidez, incultura, detritus colectivo. Basta prender el televisor para comprobar lo que aquí se afirma. Pero, claro, el idiota defensor de la pandémica atrofia de la cultura que caracteriza y define a los anunciantes, periodistas televisivos y faranduleros de la pantalla chica, así como a los gerentes de la gestión empresarial de la TV, dirán: “si no les gusta lo que ven, tienen la libertad de cambiar de canal”. ¡¿Pero qué clase de libertad es ésta si el menú televisivo siempre ofrece la misma bazofia?! Esto no es realmente libertad de nada ni para nada.[10] ¡Ah!, pero el que diga lo contrario es un nerd, un resentido social, un cucufato católico escolástico, ¡incluso es terrorista! Y, claro, siendo así como son las cosas, el párrafo final del artículo catorce de la Constitución es una blasfemia antiliberal que filtró en esta carta política algún puritano medioeval. Este es el horror ético de nuestros tiempos. He aquí el cretinismo absoluto que tanto temían los creadores de la cultura.

En este sistema social de pobreza del espíritu, donde todo se compra porque todo se vende, el hombre ya no sólo es homo videns, ahora es homo cretinus.[11] Y siendo como es, su también cretina arrogancia se hincha como fugu en mar abierto y crece, al igual que se incrementa su veneno, sobre la base de la ignorancia y la incultura, sobre la tarima en la que descansa su desapego por la moral, su desacato por el bien y su amor por lo útil y lo práctico. El nuevo hombre, el homo cretinus, el utilitarista y pragmático ser humano, ebrio en estado comatoso, conduce el vehículo de su vida atropellando todo a su paso y, vociferante, va reclamando derechos que se ha ganado por el sólo hecho de existir. Desde la comodidad de su asiento, mueve los dedos para digitar su control remoto que le permite sin cansancio cambiar el canal de su vida, sintiéndose satisfecho de su nueva cultura y de haber logrado obtener lo que tiene. Así procede porque es su derecho. Derecho absoluto, inmutable, uno, solo, macizo y contínuo. Así de parmenídeo.

Es aquí donde Pérez Torres acierta nuevamente al precisar que “el pueblo gordo de avaricia, tambaleándose en la nueva realidad, no sabe qué hacer con lo que tiene. Le han caído del cielo los hospitales, las universidades, las carreteras, el trabajo, el sueldo mensual, las pensiones. Ahora sí puede carajear, ahora sí puede insultar, solazarse y manifestar su ego escondido, ahora nadie le ningunea, puede hasta dilapidar y enseñorearse y pervertirse, porque es su derecho. Nadie le quita su derecho. El Estado vigila y propone su derecho. Se le entregó el pez sin enseñarle a pescar. Analfabeto de principios y de símbolos. Su egoísmo, su individualidad, su mediocridad, su ambición, están garantizadas”.[12] He aquí el summum de la nueva filosofía de los derechos humanos de los tiempos actuales. Reclamo absoluto, soberbio y pedante para el goce absoluto, soberbio y pedante de derechos; negación absoluta, violentamente negativa y obstinadamente canceladora para el incumplimiento absoluto, violentamente negativo y obstinadamente cancelador de deberes y valores. Inequidad, en suma cuenta, en la relación derechos-deberes.

Este empanzamiento de antivalores en las personas constituye el caldo de cultivo generador de ideas como las que cuestiona y critica sagazmente Ramiro De Valdivia. Ideas tales como estas: “si la pareja no resulta, el divorcio es la solución”, o “este es mi cuerpo y yo decido”, cuando la irresponsable gestante –irresponsable por acción amoral y por omisión inmoral–  reclama su derecho fundamental al aborto y es defendida por cierto cretino sector feminista, presionando al Estado para que despenalice la figura delictiva del homicidio de los nonatos por tratarse, según la absurda creencia de estas gentes, de un derecho humano de la mujer el poder decidir si continúa con su embarazo; o, peor todavía, “el sexo es biológico y el género una construcción social”, argumento –si así se le puede llamar a semejante insensatez– confusionista que esparce el desorden y siembra el caos para generar un laberinto conceptual entre los ciudadanos para embrollar los pensamientos y sacar partido de ello, pues sabido es que a río revuelto, ganancia de pescadores. Y el resultado de concepciones como estas han terminado casi por destruir el sistema de valores que iluminaron el devenir humano y dinamitar instituciones fundamentales de un integérrimo orden social, como la familia y el matrimonio, instituciones que, en verdad, son objeto de los odios ontológicos que destilan embrutecedoramente esos militantes de la cultura de la muerte que hablan, con galimatías impertérritas y con el apoyo de fabulosas contribuciones económicas y políticas internacionales, en irónico nombre de los derechos humanos, diseminando sus ideologías enfermas a través de los medios de comunicación de la prensa masiva para inocular su veneno social a mayor alcance.

Sin que fuese vidente ni místico, el genial Jean-Paul Sartre, adelantándose tres o cuatro décadas al final de su vida, afirmó lo que en nuestros tiempos habría de suceder: el arma fundamental de las clases dominantes en el mundo es el arma de la estupidez; estupidez que no es sino el resultado de la imbecilización total y absoluta de la sociedad, la que comienza por adormecer la consciencia de la gente para vaciarla finalmente de contenido absoluto en sus espíritus personales. El resultado: esclavos modernos, tontos útiles, imbéciles, personas impotentes y débiles de mente.

No se equivoca, pues, Pérez Torres cuando sentencia con razón que hay “en la televisión denigrantes estereotipos de nosotros mismos, en el cine la manera más sofisticada de asesinar a tu padre, en la política falsos profetas, en la administración pública prestidigitadores del hurto, en la escuela el implacable ejemplo de las  drogas, en la familia la violencia y el alcohol como un mueble más, en la vida cotidiana la grosería, el trato burdo, el insulto brutal. Amores eternos que terminan en la comisaría. Deseos de que a nuestros hermanos les azote otro terremoto por no pensar como uno”.[13]

Ahora, claro, decir esto, a contracorriente de lo que establece el statu quo social, el establishment, es un herejía sin lugar a dudas. Lo reconoce el propio Ramiro De Valdivia en varias páginas de su libro. Pero ello, evidentemente, no lo amilanó para escribir los textos que conforman esta monografía colectiva. Ya lo dije antes: don Ramiro no dice las cosas como cree que son, sino que las dice como ellas son.

Es esto, precisamente esto, lo que hace que Ramiro De Valdivia sea un rara aviz en la magistratura nacional. Rara aviz porque siendo el ambiente en el que él se ha desenvuelto, en condición de magistrado, un espacio reservado para el poder antes que para la reflexión académica, no deja de llamar la atención que un juez de su categoría y jerarquía escriba como habla y hable y escriba como piensa, es decir, consecuente, reflexiva y académicamente, sin exhibir las pompas y posturas características de virrey envejecido con aroma a naftalina, con mucha suntuosidad, ninguna humildad intelectual y exagerado relumbrón, que es la imagen que proyectan hacia el pueblo algunos de sus arrogantes colegas y que, aunque no todos, sino algunos, estos algunos, sin embargo, son.

No veo, pues, por todo lo dicho, que en este libro se critique al positivismo jurídico. En esto disiento de la opinión de Cárdenas Krenz.[14] El libro critica, evidentemente, al sistema social y su espíritu vacío y marchito. Y con él, critica su Derecho. Por eso mismo, el autor propone entre líneas unas veces, y de manera directa otras, cuál es el camino para hacer frente al modelo de sociedad anaxiológica en la que vivimos: desarrollar una educación certera y verdadera, contraria a la educación oficial, ésta que trafica con el conocimiento para destruirlo sin rubor alguno.

Lamentablemente para nuestra patria, como en muchas otras patrias sudamericanas, la educación de hoy no es más un valor; es un negocio. Y cierta fe religiosa no es virtud teologal que oriente el camino del hombre para la salvación del alma; es concupiscencia que sirve al enriquecimiento, no del espíritu del pastor y del que corresponde a su comunidad de creyentes, sino al enriquecimiento del patrimonio personal de aquél. Si no, pregúntenle a los dueños de las universidades con mayor presencia en el Perú[15] y a los pastores protestantes investigados hoy por la fiscalía por lavado de activos, cómo son las cosas.

Habría, nada más ya, que agregar en este punto, con la misma glosa y sorna con la que Ernesto Famá cantaba el “Cambalache” de Enrique Santos Discepolo en “El alma del bandoneón” de 1935:

“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador.
¡Todo es igual, nada es mejor,
lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón,
los inmorales nos han igualao...
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que si es cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón.”


Si usted, amable lector, es como los televidentes de los tiempos actuales, piensa como ellos y no le gusta que aquí se digan las verdades tal como son y sin tapujos, no se haga problemas, cambie de canal o, más certeramente en este caso, cambie de libro o, mejor aún, deje de leer. Así pensará menos, dará razón a la siempre errada y pésima interpretación del texto veterotestamentario del Eclesiastés en el versículo 18 de su capítulo primero, y no le dolerá la cabeza. Pero si forma parte de aquellos que saben y sienten sed de la verdad, lo invito a imbuirse de una lectura como ésta, que es viva, sana y ejemplificadora en toda la dimensión del término.




                 Prof. Dr. H. c. Mult. Luis Alberto Pacheco Mandujano
                 Magister juris constitutionalis
                 Director de la Academia de la Magistratura
                 Lima, 8 de octubre de 2017
                 Día del Combate de Angamos








[1] Sic. Cioran, Emil M., Ese maldito yo. Título original Aveux et anathémes, traducción del francés de Rafael Panizo. TusQuets editores, Colección Marginales, N.° 98, 6.ª edición, junio de 2015, Barcelona, 2014.

[2] A diferencia de otros tantos escritores jurídicos que abundan en el mercado de la literatura jurídica con sus pesados libros de Derecho, pesados por dentro y pesados por fuera. Hoy, cuando cualquiera puede escribir y publicar sin más.

[3] Cfr. Vargas Llosa, Mario, La sociedad del espectáculo, Madrid, Alfaguara, 2012.

[4] Cfr. Bauman, Zygmunt, Vida de consumo, FCE, México, 2007.

[5] La ley social que rige las relaciones entre los hechos sociales y la cultura, el espíritu de un pueblo, donde se albergan los conceptos jurídicos, políticos, religiosos, en una palabra, supraestructurales, señala que las condiciones materiales de existencia determinan, en última instancia, la consciencia social de los hombres.

[6] Por el contenido epistemológico-social de los escritos que siguen a continuación en este libro, y fuera de las resaltantes consideraciones ético-cristianas que caracterizan a Ramiro De Valdivia, me aventuro a considerar que aprehendió él a mirar mejor la realidad social, con los pies puestos en la tierra, sobre todo en la Universidad de San Agustín mucho más que en la Universidad Católica de Santa María, en cuya Facultad de Derecho cursó sus estudios de pregrado, por evidentes y obvias razones. Él dirá después si esta especulación mía fue correcta o estuvo equivocada.

[7] Sobre la mal llamada o, mejor dicho, la mal conceptuada opinión pública, me he referido en mi reciente libro Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal, donde he precisado lo siguiente: “La opinión pública no es sino lo que los medios de comunicación de la prensa masiva, sirvientes de las grandes corporaciones económicas, determinan qué es lo que debe considerarse como tal. Es la consecuencia del in-formar, es decir, del dar forma a la consciencia social, tan vacía de contenido por lo general. La opinión pública es, pues, resultado del dictado de la agenda social por parte de tales medios. Ortega y Gasset, refiriéndose a la opinión pública, ha precisado con justa razón lo siguiente: ‘Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran las tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la declaratoria de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse esta irrealizable nivelación es una cruel jornada para esas criaturas resentidas, que se saben fatalmente condenadas a formar parte de la plebe moral e intelectual de nuestra especie… Lo que hoy llamamos «opinión pública»… no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas’ [cfr. Ortega y Gasset, J., Obras completas, tomo II, Revista de Occidente, sétima edición, 1966, Madrid, página 139]”. Sic. Pacheco Mandujano, Luis Alberto, Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal, A&C Ediciones Jurídicas, Lima, julio de 2017. Para abundar más en el tema, cfr. Keyserling, H., “Diario de viaje de un filósofo”, Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1928, I, páginas 357-358.

[8] Raúl Pérez Torres (1941) es un narrador, poeta y periodista quiteño. En los años setenta del siglo pasado integró la redacción de la revista “La bufanda del sol”; en la década posterior dirigió la revista “Letras del Ecuador” de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. El novelista ecuatoriano Ángel Felicísimo Rojas estima que Pérez “es uno de los escritores representativos de su tiempo y de su generación. Es el suyo un sensualismo amargo y desbordado. Pero el veneno que destila tiene, para el lector más exigente, un sabor de pecado que embriaga. Es un poeta maldito que, con su palabra lacónica y penetrante, descubre los secretos más recónditos del alma, a la cual lleva, cuando menos se piensa, a sumergirse en antros de pesadilla donde todo es bajo, vil y canalla. Inclusive el erotismo que satura sus bellísimos relatos, está teñido de tragedia y remordimiento. Pero su lectura apasiona y atrae” (sic. http://www.literaturaecuatoriana.com/htmls/literatura-ecuatoriana-narrativa/raul-perez-torres.htm, consultada el 29 de septiembre de 2017).

[10] En su magnífico libro Homo videns, el profesor Giovanni Sartori, concluye respecto de esta falaz fórmula diciendo así: “¿Hay algún modo mejor de ser más libre mentalmente? Si Negroponte y sus seguidores hubieran leído algo, sabrían que Leibniz definió la libertad humana como una spontaneitas intelligentis, una espontaneidad de quien es inteligente, de quien se caracteriza por intelligere. Si no se concreta así, lo que es espontáneo en el hombre no se diferencia de lo que es espontáneo en el animal, y la noción de libertad ya no tendría sentido. Para ir al núcleo de la cuestión debemos preguntarnos ahora: ¿libertad de qué y para qué? ¿De hacer zapping (cambiar constantemente de canales)?”. Sic. Sartori, Giovanni, Homo videns. La sociedad teledirigida, Editorial Taurus, Buenos Aires, 1998, página 134.

[11] Entrevista a Giovanni Sartori: “Pasamos del homo videns al homo cretinus”. En: Diario La Nación, Buenos Aires, edición del 22 de junio de 2016.

[12]  Sic. Opera mundi, opus cit.

[13]  Ibídem.

[14]  Cfr., página 18.

[15] Sobre todo a los dueños de aquellas universidades que, amparadas por el cuestionable decreto legislativo N.° 882 de autoría del gobierno del hoy condenado por crímenes de lesa humanidad, se jactan pretenciosamente de tener más filiales distribuidas en todo el país y que gracias a sus lucrativos negocios educativos convirtieron a exsoldados rasos del ejército peruano en nuevos millonarios con avión privado gracias al deshonesto negocio de la educación falsa y barata.