miércoles, 23 de septiembre de 2020

El deformismo izquierdista de la nueva izquierda

Reflexiones marxistas a partir del libro Los derechos humanos en el siglo XXI. Una mirada desde el pensamiento crítico de Manuel Gándara Carballido 


Wer wird Marx nicht loben?

Doch wird ihn jeder lesen? Nein.

Deshalb, Wir wollen weniger erhoben

Und fleissiger gelesen sein![1]

 

 

 

Las ciencias sociales, desde un punto de vista epistemológico, se diferencian de las ciencias formales[2] y de las ciencias naturales[3] por varias razones, ora por el método de estudio ora por la lógica de sus investigaciones ora por la certeza de sus resultados.

En cuanto a lo primero, caracterizan a las ciencias sociales –cuyos objetos de estudios se expanden casi hasta el infinito en tanto y en cuanto se vinculan, básicamente, con acontecimientos de orden cultural[4]– los métodos de estudio e investigación basados, sobre todo, en procedimientos inferenciales de carácter dialéctico (inductivo-deductivo) que obligan al investigador a no prescindir de una observación permanente del facto social sobre el cual trabaja, el mismo que se halla en situación de inalterable transformación. Así pues, construir una “ciencia social” en función de nada más que ideas en lugar de recurrir a la tal observación, implicaría un contrasentido epistemológico que produciría nada más que ideología sazonada y edulcorada con, tal vez, un pseudolenguaje científico mezclado con fraseología social. Este resultado, por supuesto, no es ciencia; es cualquier cosa, menos ciencia.[5]

Esta caracterización básica de la epistemología de las ciencias sociales es la que ha devenido guía permanente para la consolidación teórica y científica de los más encumbrados y serios científicos sociales que, como en el caso de Carlos Marx, se alejaron de aquellas posturas idealistas que, provinieren de Kant[6] o de Hegel,[7] elaboraban complicados intentos de comprensión y explicación de los fenómenos sociales únicamente en función de reflexiones teóricas, todo lo que, al final de cuentas, terminaba produciendo no más que metafísica social que, en el mejor de los casos, cuando no engendraba desbarros, desembocaba en la formación de ideologías diversas que el propio Marx, al igual que su inseparable compañero de vida Engels, condenaron al calificarlas de “falsa consciencia de la realidad”[8] por llevar al investigador a encontrar nada más que realidades que no eran sino –como lo siguen siendo aún hoy– apariencias engañosas, ficciones de la mente.

Frente a estos desvíos de la investigación filosófica y científica, insurgió el materialismo científico, el materialismo marxista, para superar tales concepciones, para lo cual hundió sus raíces en el terreno de lo real concreto para elaborar un totémico edificio teórico de entendimiento de la realidad, edificio teórico según el cual las ideas no son la fuente creadora de dicha realidad sino, por el contrario, sólo constituyen el reflejo de la actividad social en el proceso de producción,[9] entendimiento con el cual la realidad deja de ser sólo un objeto de interpretación de la actividad pensante y, más bien, deviene resultado dialéctico de la labor transformadora que realiza el hombre durante su vida a lo largo de la historia, pero sobre la base de un conocimiento cierto de dicha realidad.

Es en este marco que la XI tesis sobre Ludwig Feuerbach postuló que “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.[10] Con tan brillante axioma se entiende, ciertamente, la necesidad de que la actividad intelectual sea transformadora y revolucionaria, pero sin desembocar por ello en una tergiversación simplista que convierta esta magnífica sentencia en una agitadora arenga convocante a la construcción de ideologías en función de aparentes concepciones científicas. Muy por el contrario, en dicha tesis debe comprenderse que es sobre la base del conocimiento científico, del conocimiento de la realidad tal como ella es (episteme) y no como nos parece que es (ideología, pura doxa), que el hombre debe realizar su praxis social creadora y transformadora. Este es un aspecto puntual de la epistemología dialéctica que no debe perderse de vista por cuanto los efectos de una y otra interpretación desaguan en resultados analítico-sociales absolutamente diferentes, que es precisamente lo que marca la diferencia fundamental entre un marxismo deformado y un marxismo epistemológico consecuente.

Federico Engels, el mayor marxista del mundo después de Marx y antes que Lenin, precisó al respecto y en forma muy clara y explícita que “el desenvolvimiento político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., se basa sobre el desarrollo económico. Pero estos elementos interactúan entre sí y también vuelven a actuar sobre la base económica. No es que la situación económica sea la causa, y lo único activo, mientras que todo lo demás es pasivo. Hay, por el contrario, interacción sobre la base de la necesidad económica, la que en última instancia siempre se abre camino... De modo que no es que, como imaginan algunos por comodidad,[11] la situación económica produzca un efecto automático. Los hombres hacen su propia historia, sólo que en medios dados que la condicionan, y en base a relaciones reales ya existentes, entre las cuales las condiciones económicas –por mucho que puedan ser influidas por las políticas e ideológicas– siguen siendo las que deciden en última instancia, constituyendo el hilo rojo que las atraviesa y que es el único que conduce a comprender las cosas”.[12] Así quedó zanjado el tema relativo a la comprensión del segundo caso mencionado líneas antes: el caso del marxismo epistemológico consecuente.

Por el contrario, en el primer caso, el de los socialismos deformados, encontramos a los falsificadores del marxismo, aquellos que, en diversas formas, han tergiversado, a conveniencia intelectual o política, el gran pensamiento de Carlos Marx.

En el siglo XX, por ejemplo, uno de esos impostores fue Antonio Gramsci, quien acentuó su preocupación en la actividad de la superestructura sobre la base económica de la sociedad, llegándola a considerar ya no relativamente autónoma de esta última, sino activa e independiente de ella. Como consecuencia natural de su accionar, Gramsci inició de esta manera, en Italia, la descomposición confusionista del materialismo histórico con, irónicamente, una fraseología teórica que llevaba la etiqueta de ser “marxista”.

En esta línea de deformación ideológica, influenciado por Benedetto Croce, Gramsci redefinió, desfigurando el sentido orientador dialéctico del materialismo social de Marx, el concepto de superestructura considerándola una “superestructura cultural” en cuyo centro gravitante colocó el concepto del “poder hegemónico”, el cual explicaba como el instrumento de control cultural de las masas y de todas las clases sociales. “Según ese concepto, el poder de las clases dominantes sobre el proletariado y todas las clases sometidas en el modo de producción capitalista, no está dado simplemente por el control de los aparatos represivos del Estado pues, si así lo fuera, dicho poder sería relativamente fácil de derrocar (bastaría oponerle una fuerza armada equivalente o superior que trabajara para el proletariado); dicho poder está dado fundamentalmente por la ‘hegemonía’ cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A través de estos medios, las clases dominantes ‘educan’ a los dominados para que estos vivan su sometimiento y la supremacía de las primeras como algo natural y conveniente, inhibiendo así su potencialidad revolucionaria. Así, por ejemplo, en nombre de la ‘nación’ o de la ‘patria’, las clases dominantes generan en el pueblo el sentimiento de identidad con aquellas, de unión sagrada con los explotadores, en contra de un enemigo exterior y en favor de un supuesto ‘destino nacional’. Se conforma así un ‘bloque hegemónico’ que amalgama a todas las clases sociales en torno a un proyecto burgués”.[13]

Este punto resulta centralmente importante en la teoría social gramsciana porque tras lo expuesto, el profesor italiano llegó a plantear que el momento revolucionario aparece, por tanto, en la superestructura y no en la fractura crítica de la base económica, que es lo que la historia ha demostrado que sucede siempre y que Marx, con la agudeza observacional que le caracterizaba, había explicado correctamente en su Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1859: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.[14]

En este punto debo hacer una necesaria precisión: no es que quiera convertir la palabra de Marx en sacrosactum verbum, pues el hijo de Tréveris no fue precisamente un santo profeta;[15] empero, no podemos dejar de reconocer el gran acierto epistemológico de la evaluación cuidadosamente metódica que, verificada en el estudio de la historia de la humanidad, se encuentra en la gran obra del dúo Marx-Engels, presente entre su mayor producción intelectual individual y conjunta, ratificada además con el innumerable acumulado de cartas en las cuales ambos compusieron fijezas puntuales a sus razonamientos científico-dialécticos.

Hecha esta precisión, nos es posible aseverar que si bien Gramsci advertía el carácter subordinado de la superestructura a la base económica, sin embargo su reconocimiento no fue sino, como todo reconocimiento hipócrita, meramente formal y no substancial, pues finalmente terminó otorgando a lo secundario (la superestructura) un papel primario que, en verdad, no posee, ya que la consciencia social deviene determinada dialécticamente, en última instancia, por las condiciones materiales de existencia, lo cual ha sido comprobado históricamente desde hace ya muchos años.

Salta a la vista y a la razón, por tanto, que al viciar el contenido teórico de la gran obra de Marx, Gramsci cumplió para el marxismo el mismo papel que Liebmann desempeñó para el kantismo: mientras éste centró su atención en una interpretación idealista del fenómeno en la teoría kantiana, llegando así a deformar la obra de Kant, desfiguración a la que se conoce con el nombre de neokantismo; Gramsci formuló una elucidación también idealista de la superestructura,[16] llegando a fundar una tergiversación del marxismo a la cual se le conoce con el nombre de neomarxismo, del cual provienen casi todas las nuevas izquierdas del mundo y sus intelectualoides contribuyentes del confusionismo teórico.

Sobre la base de esta corriente es que reposa el fundamento teórico de pensadores tales como Boaventura de Sousa Santos y su concepto de “descolonización del saber” que no es sino la idea consecuentemente heredera, en línea directa, del “poder hegemónico” de Gramsci. Incluso, desde la misma línea de pensamiento, provienen los desarrollos teóricos surgidos al interior de la Iglesia católica conocidos con el nombre de Teología de la liberación, resultado de la infiltración neomarxista en los claustros eclesiales, fundamentalmente jesuitas, donde el concepto teosociológico de la “maldad estructural” acuñado por Walter Wink y seguido por Leonardo Boff, Ernesto Cardenal y el peruano Gustavo Gutiérrez, llega a ser primo-hermano de la antedicha idea de la “descolonización del saber” e hijo natural de ese ya citado meloso concepto del “poder hegemónico”.

Ahora bien, el problema no radica en lo que los intelectuales quieran pensar. El problema estriba en este hecho: ¿son estos intelectuales objetivos o, para mal, son intelectuales ideologizados? He allí el problema cuya resolución expondrá abiertamente que los primeros nos aproximan más y mejor a la realidad tal cual ella es, mientras que los segundos nos alejan de ésta al arrojarnos al seol donde moran los credos ideológicos, esto es, al mundo de las creencias falsas que, como toda superchería, se encuentran absolutamente apartadas de la realidad –por eso son creencias, ideología–, embelecos que los epígonos del intelectualismo ideológico contrabandean haciéndolos pasar como “conocimiento científico”, no siéndolo realmente. He allí el problema.

Es precisamente en esta línea de alucinación hipnagógica que, para justificar sus productos ideológicos, los súcubos del pensamiento dialéctico que sobrevinieron tras la falsificación del marxismo científico, tergiversaron también el sentido de la finalidad epistemológica de la ciencia, a la que dotaron de un supuesto elemento de “no neutralidad” en la comprensión de la realidad. Así obtuvieron un engendro terrorífico, resultado fraudulento de la ciencia que no llegaría a ser y que, sin embargo, pretendieron hacerlo pasar como científico.

Es de esta manera como estos neomarxistas han querido dotar a la ciencia de una característica extraña a ella: “la ciencia también es la verdad de un tiempo” que, por lo tanto, deviene parte integrante de la superestructura.[17] En consecuencia, como elemento superestructural que supuestamente es, la ciencia no podría ser “neutral” sino tendría que asumir una posición política y social explícita para servir a una clase determinada.[18] Esta posición anticientífica, que no la habría aceptado ni siquiera Marx en su época,[19] es refutada contundentemente por epistemólogos serios, pensadores no ideologizados como, por ejemplo, el profesor Jesús Mosterín, quien desbaratando semejante estulticia neomarxista, con mucha certeza apunta lo siguiente: “el capitalismo no tiene absolutamente nada que ver con la cuestión de la racionalidad teórica. En la Unión Soviética, en donde yo he sido profesor, momentos antes que cayese el socialismo, en los momentos en que era más comunista, se hacía exactamente el mismo tipo de ciencia que se hacía en Occidente. Precisamente en los momentos del régimen soviético, varios de los físicos y matemáticos soviéticos estaban en su etapa de máximo esplendor, más que ahora. Es decir, que el tipo de matemática, de física, de química, de ciencia que se hiciera en la Unión Soviética o en cualquier otro sitio del mundo actual no tiene absolutamente nada que ver con la diferencia entre capitalismo y socialismo. Yo no sé si al hablar de economía, estaríamos de acuerdo o no, pero aquí yo no estoy hablando de economía, sino estoy hablando de racionalidad teórica y de ciencia, y entonces repito que en todos los países socialistas que ha habido en el siglo XX, y no conozco que haya habido países socialistas en otros siglos, no se ha practicado un tipo de ciencia y de racionalidad teórica distinta a la del capitalismo. La racionalidad teórica es una invariante respecto a sistemas económicos”.[20]




Los pensadores pueden, reitero, creer en lo que quieran creer. El asunto no pasa, sin embargo, por sus credos personales, sino por el hecho de que en el momento en el que ellos emprendan una tarea de corte científico deban hacer ciencia, esto es, deban procurar conocer la realidad de manera metódica, metodológica, sistemática y ordenada, bajo guía de parámetros epistemológicos que nos permitan conocer la realidad tal-como-ella-es. Bien dice, por eso, el recientemente desaparecido profesor Mosterín: “El primer deber de los intelectuales es ser intelectualmente honestos y reconocer la realidad tal como es. No es una cuestión de poder, no es una cuestión de sojuzgar a nadie”.[21] Para ello es necesario partir del reconocimiento de los hechos tal como ellos son. Toda interpretación ideológica previa de los hechos conllevará a reflexiones ricas en galimatías y resultados teóricos desbordantes de pus metafísica. Eso, reitero, no es ciencia. La ciencia, pues, es neutra y debe serlo siempre. Sólo así asegurará su poder de conocimiento de la realidad.[22]

La racionalidad gramsciana, catalogada con razón por la epistemología contemporánea como una teoría formal de la racionalidad creencial,[23] es teoría en cuanto a su forma y nada más, por cuanto su contenido –irracional e ideológico como es– adolece de substancia epistemológica al haber remplazado lo real que se encuentra en los hechos, con reflexiones y análisis teóricos altamente cargados de creencias ideológicas. Del falsificador Gramsci habría que concluir, pues, con Engels, diciendo que: “si este hombre no ha descubierto todavía que si bien la forma material de la existencia es el primum agens (causa primera) esto no excluye que los dominios ideales vuelvan a actuar a su vez sobre ella, aun cuando con efecto secundario, entonces posiblemente puede no haber entendido el tema acerca del cual escribe”.[24]

Los herederos intelectuales de este caballero, los neomarxistas, como manifiestamente lo es Manuel Gándara Carballido, autor del libro Los derechos humanos en el siglo XXI. Una mirada desde el pensamiento crítico, se incluyen en un mismo catálogo de fariseos. De manera bastante particular, este señor, cuyo pensamiento en torno a la economía y a la politización de los derechos humanos sigue la ya advertida línea de fracaso, llega a obtener resultados que no son sino más que una magnífica retórica encendida con palabrerías sensibles que pretenden llegar al corazón de “los más necesitados del mundo, los olvidados de la tierra”, desatendiendo el hecho de que el hacer científico no es asunto de sensiblerías porque la ciencia no es poesía, ni novela de drama: la ciencia verdadera es “un sistema de conceptos acerca de los fenómenos y leyes del mundo externo o de la actividad espiritual de los individuos... cuyo contenido y resultado es la reunión de hechos orientados en un determinado sentido, de hipótesis y teorías elaboradas y de las leyes que constituyen su fundamento, así como de procedimientos y métodos de investigación [todo lo cual] permite prever y transformar la realidad en beneficio de la sociedad”,[25] o, como diría con mucha precisión, también, Ander-Egg, “la ciencia es un conjunto de conocimientos racionales, ciertos o probables, que, obtenidos de manera metódica y verificados en su contrastación con la realidad, se sistematizan orgánicamente haciendo referencia a objetos de una misma naturaleza, cuyos contenidos son susceptibles de ser transmitidos”.[26]

A las falacias en las que incurre Gramsci para fundar la corriente del neomarxismo debe sumarse, asimismo, la teoría del criticismo que tiene su origen en la Escuela de Frankfurt, brillantemente representada por Theodor Adorno y Max Horkheimer, quienes, de modo similar al profesor italiano, distorsionan la teoría marxista al fusionarla con sus orígenes hegelianos, llegando a producir una suerte de hegeliano-marxismo teórico que recurre al uso de un discurso dialéctico que, en última instancia, como el perro que muerde su propio rabo, resulta contradictorio, pues sabido es que la dialéctica de Hegel y la de Marx difieren no sólo en el método sino “en todo”.[27]

Uno puede adherirse o no a los referentes teóricos que desee, pero, reitero, no será honesto –intelectualmente hablando– quien pretenda hacer pasar como científico lo que no es sino guirigayez ideológica.

 

 

Luis Alberto Pacheco Mandujano

Lima, primavera del 2020

 

 

 

 

 



[1] Parafraseo del exordio que se encuentra en el prólogo de la primera edición del libro Karl Marx’ Oekonomische Lehren de Kautsky (1886): Wer wird nicht einen Klopstock loben? / Doch wird ihn jeder lesen? – Nein. / Wir wollen weniger erhoben, / und fleißiger gelesen sein.

[2]  Lógica y matemática.

[3]  Física, química y biología, entre otras, principalmente.

[4] Considérese que la cultura no es una entidad autónoma, ahistórica ni atemporal, sino, en síntesis, es el fruto de la intervención transformadora de la naturaleza que el hombre ejercita en su proceso social de producción creadora.

[5] Y, sin embargo, en la “Entrevista del siglo”, el señor Guzmán se empecinaba, con la fuerza de su autoridad de “Presidente Gonzalo” –es decir, con ninguna autoridad científica, amén de la fuerza de terror que ejercía sobre sus acríticos adeptos–, en asegurar que “la ideología del proletariado, la gran creación de Marx, es la más alta concepción que ha visto y verá la Tierra; es la concepción, es la ideología científica que por vez primera dotó a los hombres, a la clase principalmente y a los pueblos, de un instrumento teórico y práctico para transformar el mundo… Quisiera resaltar de paso esto: es ideología pero científica. Sin embargo deberíamos comprender muy bien que no podemos hacer concesión alguna a las posiciones burguesas que quieren reducir la ideología del proletariado a un simple método, pues, de esa manera se la prostituye, se la niega” (sic. El Diario, Entrevista en la clandestinidad. Presidente Gonzalo rompe el silencio. Año IX, N° 490, Lima, 24 de julio de 1988, página 7). Qué más se podía esperar de la “Cuarta espada de la revolución” que no fuera sino pura inepcia, presentada con maoísta lenguaje encrispado.

[6] Para quien la realidad se reduce a la aprehensión del fenómeno que, si bien surge por impulso del noúmeno (la cosa en sí), viene a ser determinado por la actividad apriorística mental que forma juicios de conocimiento en forma aislada de la realidad externa. Dicho de otra manera, para Kant la realidad no es la cosa en sí (la materia); la materia, según su parecer, no determina la realidad en sí misma, pues si bien ella existe objetivamente, sin embargo carece de sentido –Kant dixi– sin una mente que la piense, con lo cual es el pensamiento el que determina la realidad de la cosa, de la materia. El ser de las cosas, por tanto, no está en las cosas en sí mismas, sino en el pensamiento que las define.

[7] Cierto es que el gran genio de Hegel redescubrió el valor gnoseológico de la dialéctica; no obstante, la dialéctica en él, como bien lo reseñaba Marx, se encontraba “cabeza abajo”, pues asumía que la realidad es el resultado del espíritu en movimiento, espíritu que es la fuente, el demiurgo del que surge dicha realidad que no es más que la forma fenoménica de la idea (cfr. Marx, Carlos, El Capital, tomo I, traducción de Floreal Mazía, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, página 31). No se equivoca, pues, Eduardo Vásquez, al precisar que “Hegel muestra la derivación del concepto del contenido total de la ciencia. El objeto está inmanente en la conciencia, es espíritu en sí mismo en su exteriorización progresiva sacando diferencias de sí mismo en virtud de la negatividad intrínseca a la identidad. Es la contradicción inherente al concepto que produce un nuevo objeto al sustituir el anterior y al mismo tiempo mantiene la verdad sostenida” (sic. Vásquez, Eduardo, La ciencia según Hegel, en: Revista Filosofía, Nº 19, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 2008, ISSN: 1315-3463, página 91).

[8] Sic. Marx, Carlos, Carta de Engels a F. Mehring, en: Marx, Carlos y Engels, Federico, Obras escogidas en dos tomos, tomo II, Editorial Progreso, Moscú, 1955, página 499.

[9] El gran descubrimiento de un Marx consecuente con su materialismo dialéctico aplicado a la realidad social (de donde surge el materialismo histórico) estriba en haber descubierto que “... en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia...” (sic. Marx, Carlos. “Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política”, en: Marx, Carlos y Engels, Federico, Obras escogidas en dos tomos, tomo I, Editorial Progreso, Moscú, 1955, página 343).

[10] Sic. Marx, Carlos, “Tesis sobre Feuerbach”, en: Marx, Carlos y Engels, Federico, Obras escogidas en dos tomos, tomo II, Editorial Progreso, Moscú, 1955, página 403.

[11] Marcadamente los denominados marxistas economicistas y los detractores y falsificadores del marxismo.

[12] Sic. Marx, Carlos y Engels, Federico, Correspondencia. Editorial Cartago, página 412. El agregado aclaratorio y el resaltado en negritas son míos.

[13]  Sic., Gramsci, Antonio, en: https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Gramsci#Materialismo_hist%C3%B3rico, consultada el 08 de julio de 2020.

[14] Sic. Marx, Carlos. “Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política”, en: opus cit., página 343. El resaltado en negritas es mío.

[15] Como le llamaba, sarcásticamente, el charlatán Schumpeter. Al respecto, cfr. Schumpeter, J. A., Capitalismo, socialismo y democracia, tomo I, Ediciones Orbis, S. A., Barcelona, 1986, páginas 29 a 32.

[16] Producto de la influencia que recibió de Croce.

[17] Según Gramsci, el marxismo era “verdadero” en un sentido pragmático social, esto es, en que, al articular la consciencia de clase del proletariado expresaba la “verdad” de su época mejor que ninguna otra teoría. “El marxismo también es una superestructura –proclama el traidor Gramsci, lo que quiere decir que no es exactamente la verdad, sino un punto de vista que, como todo punto de vista, puede tener sus falacias”. Con semejante pensamiento, Gramsci se presenta así como un marxista que reconoce su militancia marxista de palabra, negándola de hecho. Es un fariseo.

[18] No puedo dejar de recordar en este punto a Guzmán Reynoso, quien hablaba de la ideología científica que por vez primera dotó a los hombres, a la clase principalmente y a los pueblos, de un instrumento teórico y práctico para transformar el mundo” (sic. El Diario, ídem).

[19] La ciencia no es un instrumento de conocimiento superestructural, pues al buscar el conocimiento de la verdad tal como la verdad es, se encuentra exenta de cualquier influencia ideológica, política, jurídica, social o económica. En una carta dirigida a Starkenburg el 25 de enero de 1894, ya Engels decía con mucha propiedad y verdad que: “Cuando la sociedad tiene una necesidad técnica, esto impulsa más a la ciencia que diez universidades. Toda la hidrostática (Torricelli, etc.) surgió de la necesidad de regularlos torrentes de las montañas en la Italia de los siglos XVI y XVII. En electricidad no se hizo nada importante hasta que no se descubrió su aplicabilidad técnica. Pero desgraciadamente, en Alemania se ha tomado la costumbre de escribir la historia de las ciencias como si éstas hubiesen caído del cielo” (sic. Marx, Carlos y Engels, Federico, Correspondencia. Editorial Cartago, página 412).

[20] Sic. Mosterín, Jesús, Epistemología y racionalidad, Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, Lima, junio de 1999, páginas 39-40.

[21]  Sic. Mosterín, Jesús, opus cit., página 36.

[22] Pero diferente es el camino por el cual el científico, como todo zoon politikon, puede y debe transitar para asumir el punto de vista político, social, cultural, económico y humano que más prefiera.

[23] La teoría formal de la racionalidad creencial indaga las condiciones formales que tiene que satisfacer el conjunto de todas las creencias de un agente (o creyente) dado x para que digamos que x es racional en sus creencias. Y puesto que las creencias varían con el tiempo, las condiciones han de ser relativizadas a un instante determinado.

[24]  Sic. Marx, Carlos y Engels, Federico, Correspondencia. Editorial Cartago, página 377.

[25] Sic. Kédrov, M. B. y Spírkin, A. La Ciencia, Colección 70, tomo 26, Editorial Grijalbo, México, 1968, página 7. El agregado aclaratorio es nuestro.

[26] Sic. Ander-Egg, Ezequiel, Técnicas de Investigación Social, página 33. Cit. Arce, A. C., Conceptos, Métodos y Modelos de la Investigación Científica, página 17. El agregado aclaratorio es mío.

[27] Cfr. Marx, Carlos, El Capital, tomo I, traducción de Floreal Mazía, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, página 31.

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