martes, 14 de julio de 2020

La estulticia del llamado "lenguaje inclusivo"


3.4.       La necesaria interpretación lingüística de su tratamiento especial[1]

El lenguaje, independientemente del idioma que adopte, no sólo implica un uso funcional expresado en la comunicación destinada al proceso de socialización entre seres humanos, sino que, por sobre encima de tal fin práctico, tiene una connotación ontológicamente determinada en un sentido mucho más profundo, porque el lenguaje es directamente proporcional a nuestros pensamientos; esta es una verdad tan hondamente cierta que, entendido en su manifestación proposicional, es posible por ello afirmar que el lenguaje es el reflejo mismo del mundo o, como mejor lo precisara el propio Wittgenstein, “es una figura de la realidad”.[2] En efecto, el lenguaje refleja en palabras (orales y escritas) lo que el pensamiento, a su vez, viene a ser: el reflejo del mundo, el reflejo de nuestro entorno.

Siendo esto así, sea de manera oral o escrita, el lenguaje revela el pensamiento que nos define como seres humanos, como personas, a la par de materializar el enorme conjunto de conceptos, juicios y raciocinios que cotidianamente producimos[3] hasta el infinito.

En una palabra, el lenguaje revela el grado de desarrollo eidético –desde el punto de vista de sus estructuras– de una persona. Por tanto, la corrección del lenguaje no viene a ser un tema de exquisitez ni de vana soberbia personal. La corrección del lenguaje implica, de manera sinalagmática, la corrección del pensamiento y de sus estructuras ontológicas. Por eso mismo Denegri decía que “las cosas dichas tienen que ser bien dichas porque toda lengua tiene una normatividad, un estatuto, un conjunto de reglas y principios, y por eso uno no puede hablar como le parece, o como se le ocurre, o como le da la gana”.[4]

En ese marco de naturaleza lógica, semiótica y lingüística, cabe preguntar, por tanto, ¿de qué sombrero salió ese estilo de escritura tan estólido y también mal llamado lenguaje inclusivo según el cual debe[5] hablarse y escribirse “evitando las definiciones de género o sexo, abarcando a mujeres, varones, personas transgénero e individuos no binarios por igual”?[6] Obviamente, salió del sombrero negro de propiedad de los militantes de una ideología que, para sobrevivir e imponerse socialmente, se guarece bajo el manto protector de un concepto inventado por ellos mismos que responde al nombre de criterio de lo políticamente correcto, concepto, a juicio propio, que constituye la expresión más palurda de una diplomacia tremendamente hipócrita, farisea, que concibe al mundo como el escenario donde sólo se perciben dos colores políticos, jurídicos, lingüísticos, culturales en general: blanco y negro, y donde, si no se forma parte de ese criterio de vida, entonces se está en contra de lo correcto. ¡Qué manera más estrecha de ver al mundo! Pero es lo que se nos ha impuesto a viva fuerza.

Un día, convirtiendo este criterio en dogma de fe, un citadino irresponsable consigo mismo y con la cultura, contratado en el sector público no para beneficiar a la sociedad con un sano ejercicio productivo de mayores dosis de sinapsis, sino para ejecutar órdenes sin dudas ni murmuraciones, publicó en la intranet del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos del Perú, por encargo de su Oficina General de Administración, un mensaje de saludo institucional que decía así: “El trabajo en equipo, las metas altas, la perseverancia en el esfuerzo de servir a nuestras/os hermanas/os y la honestidad, nos ayudarán a construir el país que todos queremos. Está en nuestras manos. El Ministerio de Justicia y Derechos Humanos hace llegar un caluroso saludo a todas/os[7] sus servidoras/es al conmemorarse el Día del Servidor Público el próximo 29 de mayo…”

El escritor de marras, de la misma manera que casi todos aquellos sujetos que tienen la misión de redactar todo tipo de textos oficiales, ignoró con supina contumacia, que en el idioma castellano, el adjetivo posesivo plural en primera persona nuestro, descendiente directo del latín noster, incluye semánticamente en la oración –como sucede de igual manera con muchos otros términos del idioma castellano– tanto al género masculino como al femenino, y precisamente ello hace que resulte inadmisible escribir en una sola proposición, v. gr., “Convocamos a nuestros y nuestras…”, como tampoco es lícito redactar un texto de la siguiente forma: “Convocamos a nuestros/as…”

Algo similar sucede con el adjetivo indefinido plural todos,[8] del latín totus, cuyo significado es, precisamente, “todo entero”. En consecuencia, cuando en la oración se dice, por ejemplo, “Saludamos a todos los trabajadores de esta institución”, la partícula todos, como en el caso anterior, incluye significativamente en sí misma a los trabajadores de ambos sexos, varón y mujer. Por tanto, no es necesario ni admisible escribir, en la línea del ejemplo anterior, “Saludamos a todas y todos los trabajadores de esta institución”[9] porque, como en el caso relievado en el párrafo precedente, con semejante forma de escribir, lo único que hacemos es colaborar con la producción de un literal barbarismo fraseoclasta y logocida que avergonzaría y llenaría de rabia al propio Cervantes al verificar lo que ciertas gentes están haciendo con su lenguaje.

Las mismas anteriores reglas operan en el caso del término servidor, de manera que basta con escribir “Saludamos a los servidores de nuestro centro de labores”, siendo incorrecto hacerlo así: “Saludamos a las y los servidoras y servidores de nuestro centro de labores”.[10]

Si en el idioma castellano, por ende, quisiese hacer usted una diferenciación precisa, desde el punto de vista del género –dicho sea de paso, inextricablemente vinculado a la naturaleza sexual del individuo–, para distinguir al varón de la mujer, lo correcto sería escribir, por ejemplo, “En este importante día, saludamos de manera especial a las damas y caballeros que, como servidores públicos, laboran en nuestra institución”.Por el contrario, la forma escritural “En este importante día saludamos de manera especial a todas y todos las y los trabajadoras y trabajadores que laboran en nuestra institución”, además de constituir una flagrante violación a las reglas del idioma, revelando la desorganización conceptual que se tiene del mundo a la hora de construir y fijar las estructuras del razonamiento, el pensamiento y las ideas, semejante redacción deviene, como solemos decir muy bien en el Perú para casos como estos, una auténtica huachafada.

El sandio –y mal llamado– lenguaje inclusivo, bajo el que se cobija y en el que se sustenta la redacción de ese comunicado oficial en comentario, además de ser procaz e irrespetuoso con el lenguaje debido, es en esencia tautológico, pues todo lenguaje, desde el más simple hasta el más complejo, en cualquier parte del mundo, es inclusivo; por lo tanto, semejante engendro no contribuye en ninguna mejora de ninguna clase. Por el contrario, sólo perjudica el buen y correcto sentido del hablar y del escribir; y como el lenguaje es reflejo del pensamiento, deformando y perjudicando al lenguaje se deforma y perjudica también al pensamiento.[11]

Además, desde una perspectiva ontológica, no existe ningún lenguaje que sea exclusivo;[12] ni siquiera en las sociedades de castas más reaccionarias, aún supérstites en algunas latitudes del orbe. En términos generales, pues, el lenguaje es inclusivo.

Que se sepa entonces, y de una vez por todas, que cuando se trata de usar términos verdaderamente inclusivos, todos los términos que en el lenguaje castellano aparentemente se manifiestan neutros, todos ellos nombran intrínsecamente al varón y la mujer. De manera tal que es torpe la percepción según la cual el no nombrar un artículo, un sustantivo o un verbo en versión de género femenino, implica invisibilizar a la mujer. Eso no es cierto, pues el lenguaje no tiene ninguna intención de tal índole. Contrario sensu, semejante variación, irregular de todo punto de vista, constituye una deformación fraseoclasta del lenguaje, además de resultar convenidamente ignorante de las normas y significados que lo rigen.

De esta manera, cuando, v. gr., el artículo 106° del Código Penal, disposición normativa que inaugura el libro segundo de dicho código y, con él, da inicio al catálogo de crímenes que el Estado peruano pena, prescribe que:

El que mata a otro, será reprimido con pena privativa de la libertad no menor de seis ni mayor de veinte años”


el artículo el, actuante en esta fórmula legal ab initio, constituye un artículo neutro de apariencia que involucra, sin embargo, por igual razón y sin discriminación de ninguna especie, al varón y a la mujer en la condición de potenciales sujetos activos del homicidio simple. Lo mismo sucede en todos los casos que siguen el estilo de redacción de dicho dispositivo legal. No cabe ni pensar siquiera, por tanto, una redacción como la que figura a continuación:

El/la que mata a otro u otra, será reprimido/a con pena privativa de la libertad no menor de seis ni mayor de veinte años”


Ahora bien, sin embargo a todo lo demostrado en este acápite de mi trabajo y por las razones expuestas poco antes, téngase claro que cuando el artículo 108-B° del Código Penal prescribe que:

“Será reprimido con pena privativa de libertad no menor de veinte años el que mata a una mujer por su condición de tal,…”


no cabrá sino entender que el artículo determinativo el, presente en el texto del tipo penal, se refiere únicamente a el varón que mata a la mujer por su condición de tal.[13] No cabe pues, en dicho artículo lingüístico, por todo lo ya explicado en este trabajo, una comprensión inclusiva de los géneros masculino y femenino. Además, de haber sido esa la idea de quienes redactaron el texto legal,[14] o sea, de haberse querido implicar que el artículo de marras incluyese indistintamente al varón y a la mujer, como sucede con el artículo determinativo que da inicio a la redacción del tipo penal del delito de homicidio simple, entonces, con ayuda de su adelantado lenguaje inclusivo, las autoras del texto legal lo habrían redactado en los siguientes términos:

“Será reprimido/a con pena privativa de libertad no menor de veinte años el/la que mata a una mujer por su condición de tal,…”


Pero el texto, como bien sabemos, no fue redactado así, hecho evidente que da cuenta ens a sé que ni en el pensamiento feminista de las autoras de este tipo penal pasó la idea de que el delito de feminicidio contemplase la posibilidad de tener por sujeto activo del mismo a la mujer.

Esa pérfida ideología, pues, que, siendo inconsecuente consigo misma, y que se ha propuesto destruir valores e instituciones que llevan avanzando con la humanidad misma siglos y siglos de historia –y que, con y por ello, contienen sólidas razones dialécticas, axiológicas y naturales[15] en las cuales sustentan su existencia– quiere también ahora destruir el lenguaje. ¿Lo vamos a permitir? Evidentemente que no. Pero, qué hacer ante semejante acción extremista, fanática y violenta que dirige su batería destructora contra el λóγος. Pues bien, por lo pronto en este punto, respondamos con el mismo maestro Denegri, polígrafo sin par, reiterando que “las cosas dichas tienen que ser bien dichas porque toda lengua tiene una normatividad, un estatuto, un conjunto de reglas y principios, y por eso uno no puede hablar como le parece, o como se le ocurre, o como le da la gana”. Y, después, ofrezcamos la razón contra la barbaridad. Esta ha sido siempre, y seguirá siendo, una buena medida de lucha contra la misología.

Tengamos consciencia, además, que, desde la existencia de los australopithecus, a  la naturaleza le ha tomado alrededor de 4.5 millones de años para realizar exitosamente el proceso de hominización. Básicamente, han sido 4.5 millones de años los que han tenido que pasar para que se logre desarrollar la evolución del muy bien organizado cerebro humano. Este es el mismo tiempo que la madre natura invirtió para crear y evolucionar el lenguaje humano. Con qué derecho, pues, aparecen esos gaznápiros anticultura que vienen a maltratar y querer destruir uno de los más grandiosos logros del universo, el lenguaje, desnaturalizándolo con guarradas creadas por gestores de la inversión,[16] que convierten lo malo en bueno y viceversa.

Integrantes de enfermas corporaciones, tales administradores de la podre y de la bajeza intelectual no son sino expertos en crear la falsa imagen según la cual lo correcto es sinónimo de decrepitud y que ésta, la decrepitud, a la cual temen por su cercanía al juicio final en el cual deberán rendir cuentas por sus dolosos desórdenes vitales, es merecedora del desecho. Personajes ajenos a la verdadera intelectualidad que, errando con tan falaz lógica, identifican confusionistamente (de la misma manera como identifican sus [in]consciencias morales con acomodadas posiciones rentistas en sus quehaceres cotidianos de supuesta –pero falsa– labor de reivindicación social[17]) el concepto de lo clásico por el de reaccionario, mientras construyen –agazapados en galimatías llenas de palabrejas tremendistas y de terminejos carentes de contenido vital– verdades que terminan siendo mentiras. Comerciantes de derechos, traficantes de esperanzas ajenas, obran en procura de intereses propios, mas no de intereses realmente colectivos ni sociales. Con su despreciable presencia nos advierten que los tiempos actuales, definitivamente, ¡son tiempos del homo stupidus![18]




Bonus episteme




[1] Tomado de: Pacheco Mandujano, Luis Alberto, Contribución a la crítica dogmático-penal del delito de feminicidio. Prólogo de Elena Núñez Castaño, Profesora Titular de Derecho Penal de la Universidad de Sevilla. Editorial A&C, 1ra. edición, tiraje 1000 ejemplares, Lima, febrero de 2019.

[2] Sic. Wittgenstein, Ludwig, Tractatus lógico-philosophicus, § 4.01 y § 5.6, traducción, introducción y notas de Luis M. Valdés Villanueva, 3.ª edición, Editorial Tecnos, España, 2007, páginas 147 y 234, respectivamente.

[3] Aunque, por cierto, cada vez menos, para desgracia de la raza y de la cultura humana. Denegri parificó axiomáticamente esta insólita circunstancia involucionante del ser humano sosteniéndose en las demostraciones efectuadas por el premio Nobel de Medicina de 1960, Sir Peter Brian Medawar, quien concluyó que “desde la década de 1940… la inteligencia está disminuyendo en el mundo y consiguientemente está aumentando la estupidez” (sic. Denegri, Marco Aurelio, Esmórgasbord, Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, Serie Obras escogidas / Humanidades, Lima, 2011, página 136), “sobre todo, la estupidez activa y no tanto la estupidez pasiva ni la estupidez crónica” (sic. Denegri, Marco Aurelio, en: El Comercio, edición del 8 de enero de 2015). He allí, precisamente, lo peligroso del problema: el incremento de la estupidez activa. Peligroso y problemático este fenómeno porque la estupidez activa es, por la brutalidad inherente a su naturaleza, inmovilizante. Dice también al respecto Denegri, en clave de sorna desgarrada, que “la brutalidad pesa toneladas; y la brutalidad paraliza y detiene absolutamente” (sic. Denegri, Marco Aurelio, Esmórgasbord, página 117); y ahondando en profundidad su análisis de la brutalidad y del bruto, dice el desaparecido polígrafo en su artículo “El mayor mal de los males”: “En un escrito de Antonio Sánchez Pérez, incluido en el Parnaso Español, en edición de Bastinos, hallé un excelente refrán de la sabiduría popular que dice así: «El mayor mal de los males es tratar con animales.» Mi tía Carolina, que en paz descanse, solía repetir un refrán que se emparienta (no que «se emparenta», como creen los ignorantes), que se emparienta, repito, con el anterior y que a la letra dice: «Si quieres morir sin saber de qué, amárrate un bruto al pie.» (Esto mismo consta en la Ña Catita, de Segura, sólo que don Manuel Ascencio no dice bruto, sino tonto.) Miguel Agustín Príncipe, insigne fabulista zaragozano (1811-1863), refiere en su fábula «El hombre y el burro», que un buen día convinieron un hombre y un burro en enseñarse el respectivo idioma, y el burro, ¡suerte impía!, en dos años de estudio y de porfía, no aprendió ni un solo vocablo, mientras que el hombre, en un sólo día, aprendió a rebuznar perfectamente. Moraleja: «No trates con el burro ni un minuto, / pues no conseguirás la alta corona / de hacerle tú persona y puede suceder que él te haga bruto.» Es casi perogrullesco afirmar que los brutos, necios e insensatos pululan, y su pululación abruma y marea juntamente. En cambio, los juiciosos, inteligentes y sabios escasean mucho, hasta el punto de que ya comenzamos a figurárnoslos miembros de una sociedad secreta o individuos de una especie en extinción…” (sic. Denegri, Marco Aurelio, Esmórgasbord, páginas 59-60). Cuánta verdad, entonces, la expresada por Medawar, sin duda alguna: la inteligencia está disminuyendo en el mundo y está aumentando la estupidez. Con esta clase de gente, ¿cómo combatir la disminución de la inteligencia, la brutalidad, en un sistema que, además, enseña a ser bruto?

[4] Sic. Denegri, Marco Aurelio, en: El Comercio, edición del 19 de enero de 2015. Esta determinación, sin embargo, no opera para el lenguaje chabacano, porque, como precisaba el mismo Denegri, “en el lenguaje coloquial, en las conversaciones, en las charlas de café, las permisiones lingüísticas son mayores. Los lingüistas alemanes llaman a esto Ungebunde Rede, el habla sin trabas” (sic. ídem).

[5] Según los aniquiladores de la cultura, el lenguaje debe hablarse como lo plantea, no la tendencia ni el desarrollo de la lengua misma que usa una sociedad dada, sino una ideología en particular: la ideología de género, una ideología que impone a patadas al nuevo establishment mundial el deber de hablar y escribir como esta ideología dice que tenemos que hacerlo. Por eso es que, por semejante brutalidad, y con justa razón, como muchos otros especialistas en el tema, Mario Vargas Llosa también ha calificado, correctamente, ese engendro bastardo llamado lenguaje inclusivo, de aberración (vid. https://www.youtube.com/watch?v=kgoW0jtXZdU, revisada el 28 de marzo de 2019). Se trata de una aberración porque, en las propias palabras del nobel de literatura, “la lengua necesita de la libertad, ejercita la libertad, la lengua se va renovando, se va adaptando, y no se la puede forzar sin provocar traumas lingüísticos y a eso me refiero y sobre eso la Academia de la Lengua Española ha sido consultada por el gobierno y se ha pronunciado de una manera, yo creo, muy sensata, sabia y efectiva. La Academia de la Lengua dice ‘las Academias no crean el lenguaje, las Academias recogen un lenguaje que lo crean los hablantes y los escribientes’…[por tanto] no podemos forzar el lenguaje desnaturalizándolo completamente por razones ideológicas; eso no funciona así, porque los lenguajes no funcionan de esa manera y entonces el llamado ‘lenguaje inclusivo’ es una especie de aberración dentro del lenguaje que no va a solucionar el problema de la discriminación de la mujer al que sí hay que combatir, pero de una manera que sea realmente efectiva” (sic. ídem; la aclaración es mía). Mejor dicho, imposible.

[6] Sic. https://definicion.de/lenguaje-inclusivo/, revisada el 28 de marzo de 2019.

[7] Ahora, los misólogos que propician ese deformado y mal llamado lenguaje inclusivo ya ni siquiera se preocupan de forzar el uso diferenciador de los pronombres indefinidos todos y todas. En estos momentos, a esos cultores de la estupidez se les ha ocurrido fusionar ambos términos, de lo que les ha resultado el pseudoglifo “todxs”, esperpento que, resultando manifiestamente impronunciable, pretenden vocearlo con el sonido “todex”, aunque evidentemente no le corresponda. Empero, a pesar de ello, quienes así escriben y hablan aseguran que con esa amorfa mezcla de grafemas obtienen un término neutro que permitiría incluir en su semántica a varones, mujeres, transexuales, transgéneros, travestis, etc. ¡Qué dialécticos habían resultado esos sujetos! No, en absoluto; en verdad, en semejante idiotez no existe ninguna dialéctica y, constituyendo más bien una auténtica huachafada más, no merece siquiera darle mayor atención.

[8] No sin extrañeza, quiero hacer notar que, en relación a dicho adjetivo, el redactor del saludo terminó apuntado en su texto lo siguiente: “nos ayudarán a construir el país que todos queremos”, expresión con la que desechó, en la lógica de su lenguaje –si acaso alguna lógica tuviera y si, siendo así, cupiese la calificación epistemológica de lógica a la pautación aberrante que ilumina ese lenguaje–, la inadmisible construcción gramatical “nos ayudarán a construir el país que todas/todos queremos”. Es decir, en el texto del saludo encontramos que, además de aberrante, es al mismo tiempo inconsecuente.

[9] Sobre el particular, el Diccionario Panhispánico de Dudas dice bien al precisar que “por razones de corrección política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de hacer explícita… la alusión a ambos sexos: «Decidió luchar ella, y ayudar a sus compañeros y compañeras» en el ejemplo citado pudo –y debió– decirse, simplemente, «ayudar a sus compañeros» (sic. Real Academia Española, Diccionario Panhispánico de Dudas, 5.º texto consensuado por la Comisión Interacadémica, 5 - 10 de julio de 2004, Santiago de Chile, página 184).

[10]  Cfr. ídem.

[11] Esto es así no porque la exigencia del escribir y hablar correctamente implique una vanidosa expresión de exquisitez y refinamiento escritural; no, más bien, como ha quedado establecido de manera objetiva por la ciencia contemporánea especializada en estos menesteres, se trata de lo siguiente: si bien el lenguaje resulta ser el instrumento materializador del pensamiento, sobre éste, a su vez, reacciona el lenguaje para generar en el ser humano una adecuada comprensión dialéctica del mundo. En mi noveno quodlibetum titulado “Breves consideraciones sobre la relación existente entre el lenguaje y el Derecho”, sobre la base de consideraciones dialécticas científicas, sostuve, y no sin razón, que “el lenguaje materializa el pensamiento, sin lugar a dudas; pero el pensamiento, a su vez, ha sido formado, definido, consolidado y estructurado, asimismo, de manera significativa por las innumerables formas de relación social actuantes entre los hombres, como también gracias a la relación de éstos con el mundo que los contiene y rodea, en el activo proceso de transformación de la naturaleza operado a través del trabajo, donde la [re]acción del lenguaje define aquel cosmos y desempeña un manifiesto papel en la formación de la cultura” (sic. Pacheco Mandujano, Luis Alberto, “Quodlibetum IX: Breves consideraciones sobre la relación existente entre el lenguaje y el Derecho”, página 102, en: López de Lerma Galán, Jesús y Wendy Mercedes Jarquín Orozco (coordinadores), La justicia constitucional en Iberoamérica: Una perspectiva comparada, Ubijus Editorial, S. A. de C. V., México, 2016, páginas 97-113). En el mismo lugar, desarrollando el sentido relacional de dependencia presente en el lenguaje hacia el pensamiento, ya había ampliado el asunto señalando que “no se trata de una dependencia causal mecánica, por supuesto, sino dialéctica, donde el lenguaje [instrumento mediador por excelencia que le permite al ser humano darse cuenta de que es un ser social porque puede comunicarse con los demás] es condición necesaria del pensamiento [construcción social que se hace posible, en el plano de lo abstracto, a través de la interacción con el medio que nos rodea], pero no suficiente, pues éste, a su vez, sin llegar a tener una cualidad de bicondicionalidad, reacciona influyente y hasta determinante en otras tantas ocasiones sobre el lenguaje, lo que permite al ser humano completar el conocimiento que posee del mundo que lo rodea, construyendo esquemas mentales en espacio y tiempo determinados por factores sociales históricamente determinados” (sic. Pacheco Mandujano, Luis Alberto, ibídem, §14, página 101).

[12] En el caso del idioma castellano, dice por eso –y con suma precisión lingüística– el Diccionario Panhispánico de Dudas, que “en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva” (sic. Real Academia Española, Diccionario Panhispánico de Dudas, ídem).

[13] En el mismo sentido, el f. j. 33 del Acuerdo Plenario Nº 001-2016/CJ-116 señala con certeza que “… En el tipo penal vigente, el sujeto activo es también identificable con la locución pronominal ‘El que’. De manera que una interpretación literal y aislada de este elemento del tipo objetivo, podría conducir a la conclusión errada que no interesaría si el agente que causa la muerte de la mujer sea hombre o mujer. Pero la estructura misma del tipo, conduce a una lectura restringida. Sólo puede ser sujeto activo de este delito un hombre, en sentido biológico, pues la muerte causada a la mujer es por su condición de tal. Quien mata lo hace, en el contexto de lo que es la llamada violencia de género; esto es, mediante cualquier acción contra la mujer, basada en su género, que cause la muerte. Así las cosas, sólo un hombre podría actuar contra la mujer, produciéndole la muerte, por su género o su condición de tal. Esta motivación excluye entonces que una mujer sea sujeto activo”.

[14] Que fueron las más preclaras representantes del feminismo peruano más reactivo y radical que conocemos.

[15] Un conocido comunista activo peruano, Vladimir Cerrón, presidente del Gobierno Regional de Junín, ha mostrado recientemente su abierto rechazo y desprecio contra el denominado “enfoque de género”, eufemismo con el que las activistas radicales del post-feminismo llaman a lo que en verdad constituye una auténtica ideología de género (cfr. Correo, edición Huancayo, 18 de febrero de 2019). La decisión del señor Cerrón da cuenta de dos cosas concretas: en principio, su consciencia ética marxista –seguramente enraizada en las tradiciones y valores más profundos del pueblo que no necesariamente son la expresión de posiciones reaccionarias y tampoco se oponen con ninguna revolución social– le impide aceptar un programa tan antihumanista, retorcido y deformado como el que propone el minúsculo –pero escandaloso– grupúsculo de sus camaradas más radicales; y, en segundo lugar, no todos los comunistas aceptan mansamente y como corderos las apuestas de un sector tan pequeño de la izquierda radical que, con singular capacidad para escandalizar con la bulla que hacen, enarbola postulados que avergonzarían a los mismos Marx, Engels y Lenin. Es que, como diría don Camilo José Cela, ciertamente “es siempre mayor el número de los escandalizables que el de los escandalizadores”.

[16] En el sentido de la segunda acepción que el DRAE 2014 le reconoce a esta palabra.

[17] Lo acabamos de verificar con el vergonzoso caso de Susana Villarán.

[18] Cuánta razón tenía M. A. Denegri cuando denunciaba, indignado como nosotros, que “en épocas de depresión como la nuestra, en que todo está hundido y deshecho y en que reina soberano lo que se ha llamado «el resentimiento atávico de la bestia contra la cultura», razón por la cual la oligofrenia es meritoria, la animalidad cotizadísima y el embrutecimiento galopante… la verdad [es] muda y la mentira trilingüe, según frase gracianesca; [es decir, vivimos una] época de absoluta bajura existencial…” (sic. Denegri, M. A., opus cit., página 93; el agregado aclaratorio es mío).

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