domingo, 14 de octubre de 2012

¿ES LA ECUACIÓN ALGEBRAICA UNA PROPOSICIÓN LÓGICA?

Apuntes y Argumentos para deslindar una polémica[1]
 
Luis Alberto Pacheco Mandujano[2]
 
 
 
 
 
Una discusión ha sobrevenido, a propósito de la experiencia docente, en el tema conceptual del término "proposición": ¿Debe o no considerarse a la ecuación algebraica dentro del marco general de la definición universal de la proposición lógica? Y la discusión ha devenido, en los últimos tiempos, por la aguda contradicción que se ha generado, al menos en la Universidad Nacional del Centro del Perú y en su Centro de Estudios Preuniversitarios, en un tema que, por interés privativo y por obligación científica, no puede seguir pasando más por alto.
 
La docencia en la Universidad, como práctica cotidiana de la plasmación de los conocimientos teóricos, implica un doble proceso bastante conocido por todo buen maestro: el de aprendizaje-enseñanza. Aseguramos, contundentemente, que sólo puede enseñar aquél que ha aprendido, aprehendido –en el sentido lato del término aprehensión– y comprehendido bien, porque son éstos, precisamente, los elementos que construyen la experiencia en los de la materia universitaria. Por eso mismo, es de compartir la sentencia latina que aquí  repetimos: experientia est optima rerum magistra[3]. Es ley general.
 
Bajo este contexto, exorcizados de toda diatriba y liberados de cualquier forma de vana soberbia, podemos asegurar que para enseñar, nosotros, hemos cumplido con esa conditio sine qua non antedicha como sentencia y que vamos llevados de la mano del avance científico, a la par de haber aprendido, aprehendido y comprehendido, también, lo suficiente como para poder responder a la pregunta que se propone como título de este opúsculo, con una también contundente respuesta afirmativa.
 
"La ecuación algebraica sí es una proposición lógica", decimos con mucha seguridad, teniendo como base, para ello, los propios argumentos clásicos que, en sí mismos, guardan un profundo sentido dialéctico superador, que, además, devienen de otras tantas preguntas, que vienen a ser las siguientes:
 
 
1.- ¿Qué es una proposición?
En el siglo IV a.n.e., los megáricos, devenidos estoicos después, definieron a la proposición desde el punto de vista sintáctico –claro, esto ya lo entendemos ahora– como una aseveración que, informando algo, podía ser considerada como verdadera o falsa. Crisipo, inclusive, con dicha acepción, había llegado hasta diferenciar proposiciones simples de proposiciones complejas.
 
 
Bertrand Russell, veinticuatro siglos más tarde, en 1948, con la publicación de su libro "El conocimiento humano, su alcance y sus límites", básicamente sobre la misma estructura, retomará aquel concepto que de proposición nos legaron los estoicos, al señalar que el lenguaje humano, correspondiente total de la realidad, está formado por dos tipos de proposiciones: las atómicas –cuya verdad o falsedad viene determinada por su correspondencia empírica entre lo que tal proposición dice y la realidad que referiere– y las moleculares –agrupación de proposiciones atómicas cuya verdad, se determina por procedimientos lógicos.
 
 
Más adelante, en su "Tractatus logico-philosophicus" [4], Ludwig Wittgenstein dirá: "El mundo es la totalidad de los hechos. El mundo se divide en hechos" (Tractatus..., 1.1. y 1.2.), donde los hechos más simples y sencillos –como bien señala Baigorri en su "Historia de la Filosofía" (página 245) al comentar al guía del Wienner Kreis[3]– son los atómicos. El mismo Wittgenstein, al respecto, señalará que "la proposición es una figura de la realidad" (Tractatus..., 4.1), realidad que conocemos y expresamos a través del lenguaje por ser éste el instrumento materializador del pensamiento humano que no es otra cosa sino el reflejo de la realidad objetiva.
 
 
Por la tremenda influencia de estas ideas, se mantuvo un profundo interés por las proposiciones atómicas, porque, en palabras del mismo Russell, "la realidad está formada por un conjunto de hechos atómicos que nos dicen que alguien –o algo– posee una propiedad determinada o que existe una relación entre dos partículas".
 
 
En los últimos años de la década final del siglo que nos vio nacer, el concepto de proposición, por cierto, se ha nutrido, tanto de la iniciativa de Russell cuanto del mismo desarrollo que del tema ha hecho Wittgenstein. Así, el moderno concepto de proposición, de finales de siglo, siguiendo aquí al maestro Luis Piscoya Hermoza (U.N.M.S.M.) en nuestro país, reza que la proposición es toda aseveración o sentencia, y no enunciado exclamativo ni expresivo, que afirma o que niega algo de alguien o de algo y que, con sentido, puede ser verdadera o falsa.
 
 
Esto último quiere decir que para que una aseveración se convierta en proposición, no basta que de ella puédase decir que contiene información verdadera o falsa. No. Sino que, más bien, esa propiedad de ser verdadera o falsa de la aseveración debe provenir de su contenido expresado con sentido, lógico, por supuesto.
 
 
Así entonces, como bien indica Francisco Miró-Quesada Cantuarias, dos son, por tanto, las propiedades de una proposición: primero, que ella significa algo, esto es, que tenga sentido; y, segundo, que por significar algo, ella misma puede ser verdadera o falsa. Nosotros podemos agregar, como definición muy personal, que el ser de la proposición (su ser alético) deviene de su propia significación puesto que en ella encontramos, precisamente, el reflejo de la realidad.
 
 
Esta nueva definición contiene, por ser científica, y, más aún, lógico-filosófica, un carácter de aplicación universal. Nada, mucho menos la matemática, para el caso en cuestión, puede, por el momento, escapar a ella. Tal es así que, verbi gratia, al propio nivel de la geometría, don José Santiváñez Marín ha dicho sobre la proposición, en su libro "Geometría Plana y del Espacio" (4ta. edición aumentada y corregida, Corgráfica S.A., Lima, Perú, 1992, página17), que "es la enunciación de una verdad demostrada o que debe demostrarse", esto último dentro del marco del sentido lógico, claro está, pues no se entiende que se involucre cosa distinta. Por eso mismo es que, dentro de la clasificación más especializada de proposiciones, también encontramos las denominadas proposiciones hipotéticas que son aquellas cuyo valor veritativo no puede demostrarse o determinarse en forma actual, por diversas circunstancias, pero que, en definitiva, sí puede ser alcanzado porque, al fin y al cabo, tal valor veritativo, como ya dijo Santiváñez, debe demostrarse.
 
Sobre esto último podemos citar la siguiente muestra: "Luis Pacheco será diputado en 2006". En el caso propuesto queda claro que no podemos afirmar tajantemente en este momento que dicha proposición sea verdadera o falsa pues no es expresión de la realidad actual; sin embargo, sabido es que en nuestro caso, donde existe una aspiración de naturaleza política, y aún cuando ella no exista, la proposición será demostrada como verdadera o falsa al término de las elecciones generales del año 2006, momento en el cual, si llegase a ser elegido representante popular, podremos responder al cuestionamiento diciendo que la proposición propuesta era verdadera; y, si, contrario sensu, no soy elegido, tendremos que concluir diciendo que la proposición era falsa. El hecho es que el valor veritativo es alcanzado al final.
 
Pero, ¿qué pasa si muero antes de la realización de las elecciones antedichas? o ¿qué si se produce un golpe de Estado que impida tales elecciones? Pues entonces, si alguno de estos hechos llega lamentablemente a suceder –cosa que espero no llegue a ser–, queda claro que, por tales circunstancias, al no ser ya definitivamente la proposición, en esos momentos, expresión correlativa de la realidad, de ella podremos decir entonces que es una proposición falsa.
 
Proposiciones hipotéticas como las de este ejemplo no son otra cosa más que la plasmación material del juicio, juicio hipotético, para ser más concretos en el presente asunto, y que, como siempre se concluye, por ser una de las formas del pensamiento, resulta de la relación de conceptos que son el reflejo del mundo objetivo, del mundo concreto, y que después se proyecta en el tiempo. A propósito del tema, Rosental-Iudin, en su “Diccionario Filosófico” (Ediciones Universo, Lima – Perú, 1998, página 254), nos dicen sobre tal juicio hipotético, ya en su forma material de proposición hipotética, que “objetivamente es o bien verdadera o bien  falsa, aunque todavía no haya sido demostrada ni refutada.
 
En todo caso, y en conclusión, la proposición que nos ocupa ahora, y, en general, toda proposición, sea ésta cuales fuera, no puede quedar jamás, por ningún motivo, sin el reconocimiento de su propiedad fundamental que es la de aleticidad, llamada también propiedad bivalente. Y esto porque la proposición refleja, materialmente, un juicio mental del cual procede.

 
2.- Proposiciones Simples o Atómicas.
Siguiendo la línea esencial que sobre las proposiciones atómicas nos dan Russell y Wittgenstein, plasmada ya líneas arriba, sólo queda indicar que –sin mencionar por ahora las proposiciones analíticas y sintéticas, expresión material lingüística de los juicios kantianos– existen básicamente dos clases de estas proposiciones: las atómicas predicativas y las atómicas relacionales.
 
Llamamos proposiciones atómicas predicativas a aquellas que constan de un solo sujeto o término menor y un predicado o término mayor que califica al anterior, como por ejemplo cuando decimos: "Luis Antonio es Ingeniero Químico" o "La política económica del Perú ha continuado manteniendo la misma situación de subordinación al imperialismo norteamericano que ostenta los Estados Unidos de Norteamérica".
 
Por su parte, es proposición atómica relacional aquella que tiene dos o más sujetos o términos menores relacionados por un mismo y solo predicado o término mayor, y que, a pesar de la pluralidad de sujetos, la proposición no puede descomponerse; como, por ejemplo: "Víctor y Beatriz son hermanos", "Rocío, Jorge y Julia son vecinos", "César es mayor que José". En estos casos no existe manera de descomponer, sin que pierda sentido, la proposición.
 
 
3.- ¿Qué es una ecuación?
Con excepciones conocidas y comunes, se define generalmente a la ecuación algebraica como una igualdad de dos relaciones reales R y S, cuya intersección no es nula (R Ç S ¹ Æ), teniendo como cardinal un número entero positivo: n(R Ç S) Î Z+; como por ejemplo:
 
 
6x + 7 = x + 12

 
En este caso las expresiones algebraicas relacionadas por la igualdad vienen a ser  ( 6x + 7 )  y  ( x + 12 ), donde el valor numérico representado por la variable indeterminada x es igual para ambos casos y genera, asimismo, la igualdad de ambas relaciones o términos de la ecuación; y, en el presente caso, podemos afirmar, que x = 1.

 

4.- ¿La ecuación algebraica es una proposición?
Dos sólidos argumentos nos facultan a responder a la pregunta con un lacónico pero contundente sí. Estos son:
 
a) Convencionalmente se ha dicho que una ecuación no puede ser considerada como una proposición por la "sencilla" razón de que en ella, así como se nos presenta, no puede determinarse su valor de verdadero o falso pues se desconoce el valor (numérico) de la variable indeterminada que encontramos, al menos, en uno de los términos igualados de la ecuación, lo cual nos impide determinar, también, el valor veritativo de la ecuación, esto es, si es verdadera o falsa, con lo cual la expresión algebraica queda en el limbo, constituyéndose así como un enunciado abierto o pseudo-proposición. Mas, creemos, esta explicación ha quedado desuetuda y desvirtuada con la evolución actual de la definición del término proposición.
 
En efecto. No olvidemos que la proposición, modernamente, debe ser concebida como una "aseveración o sentencia, y no enunciado exclamativo ni expresivo, que afirma o que niega algo de alguien o de algo y que, con sentido, puede ser verdadera o falsa".
 
Para entender mejor esta definición, partamos del siguiente ejemplo:
 
                                                     ( x + 3 )
                                                    -----------  =  9
                                                          3
 
 Sobre dicha ecuación, podemos preguntarnos:
 
·         ¿Afirma o niega algo esta expresión?
Respuesta.- Claro que sí. La ecuación nos afirma que el término o relación [ ( x +3 )  / 3 ]  es igual a  9.
 
·         ¿Significa algo esta ecuación? Mejor aún, ¿tiene sentido dicha expresión algebraica?
Respuesta.- La respuesta es obvia: ¡claro que sí! Es más, toda ecuación tiene un sentido matemático y, por tanto y en última instancia, tiene pleno sentido lógico pues la lógica subyace a la matemática, a tal extremo que, inclusive, bien podríamos decir hoy, sin temor a equivocarnos, la matemática toda, en conjunto, forma un capítulo de la lógica.
 
·         Esta ecuación, ¿es verdadera o falsa?
Respuesta.- Si afirmamos que la antedicha expresión algebraica significa algo, o sea, que tiene sentido, claro está que ella puede ser verdadera o falsa y no puede quedar, jamás, en el limbo, pues el valor veritativo de esta expresión matemática, al ser una expresión significativa abstracta de la  realidad objetiva, viene determinada por su sentido lógico-matemático.
 
Cierto es que la variable indeterminada x, en este momento, es desconocida, pero, seamos claros: cuando se nos presenta una ecuación cualesquiera, no se nos la da para emitir juicios de valor de ella, o para fotografiarla o para cuestionarnos sobre nuestra vida; ¡no!, cuando se nos plantea una ecuación se nos la da para ¡resolverla! y no para asunto distinto. En esta medida, al vernos obligados a operacionalizar con ella, es evidente que llegaremos a determinar el valor numérico de la variable indeterminada x, la cual no puede representar a una bicicleta, a un seviche, o a una montaña, sino que siempre, absolutamente siempre en estos casos, representará a un valor numérico y no a otra cosa distinta. Esto es a lo que, creemos, hace referencia, en otra forma pero con el mismo espíritu al final, el profesor José Santiváñez Marín al decir que la proposición es una enunciación cuya verdad "debe demostrarse", tema explicado suficientemente en la tratativa de las proposiciones hipotéticas que ya diéramos anteriormente.
 
Ahora bien, al determinar el valor numérico de la variable indeterminada, se desvela el "misterio"  valorativo de la ecuación: ya es verdadera, ya es falsa, la tal igualdad, si alcanzamos o no el valor numérico correcto.
 
Además, de cualquier forma, y en sentido a priori, por la gran amplitud operacional que nos brinda la matemática a través de sus representaciones numéricas decimales y demás, la igualdad siempre y siempre será alcanzada; de lo cual, al final de cuentas, aún cuando no operacionalicemos la ecuación con el objetivo de alcanzar el valor numérico indeterminado –aunque esto último queda ya para el ámbito de la Filosofía de la Matemática, tema apartado del fin buscado por el pragmatismo común que se espera obtener con la práctica cotidiana de nuestras matemáticas–, la ecuación siempre será verdadera ya que es natural pensar que por su operacionalización estamos, también, obligados a alcanzar el conjunto solución correcto y no así el incorrecto. Es sólo por pragmatismo que buscamos el valor numérico correspondiente a la variable indeterminada en cuestión. No  olvidemos, finalmente, que la matemática, por su alto grado de abstracción, puede hacer lo que este mundo real no. Y sólo en el caso que al momento de operacionalizar la ecuación seamos nosotros los que yerren en su contenido, o que asignemos a la variable indeterminada un valor numérico cualesquiera y distinto al correcto, entonces podremos decir que la ecuación es falsa, cosa que tampoco ocurre.
 
Algo más, seguir defendiendo la tesis que afirma que una ecuación no es una proposición porque el valor real de la variable indeterminada x no ha sido establecida plenamente, resulta tan absurdo como afirmar que el axioma de la recta no es un proposición porque la esencia real del punto no ha sido establecida. Esto último trasciende, como se ve, más que ingenuo, tremendamente tozudo. Mas por el contrario, el axioma de la recta, que nos afirma que la recta es una sucesión infinita de puntos, sí es una proposición, una proposición que no necesita ser demostrada porque ontológicamente es verdadera, pero proposición al fin y al cabo; aún cuando el concepto real de punto, esencialmente hablando, no haya sido establecido, es decir, sea desconocido.
 
Por demás queda claro que nadie se atrevería a sostener el argumento de que el famoso axioma de la recta no es una proposición porque la esencia y el valor del punto son desconocidos. Hacerlo sería ya de zamugo y de kamikase.
 
La validez y universalidad de la acepción de proposición matemática de este caso es ergo omnes, para todo y para todos y, por ello mismo, aplicable a la ecuación.

 
Por tanto, por tener sentido lógico al afirmar una relación de igualdad,  y, por esto mismo, ser una expresión que puede ser verdadera o falsa y no quedar valorativamente como una "expresión límbica", como primera conclusión, afirmamos que la ecuación sí es una proposición.
 
b) Ya hemos entendido a la ecuación, en palabras sencillas, como una igualdad de dos expresiones algebraicas, esto es, como la comparación de dos expresiones A y B que tienen el mismo valor ( A = B ).
 
Si la ecuación es una afirmada igualdad de términos o expresiones algebraicas –como bien decíamos en la conclusión anterior–, claro está que nos encontramos frente a no otra cosa más que una estricta relación de términos, una relación de igualdad, para ser más exactos. Como tal, en consecuencia, debemos asentir que al hablar de una ecuación hablamos, en el fondo de su esencia, de una proposición atómica relacional, donde los términos o relaciones algebraicas de la ecuación, en este caso las expresiones [ ( x + 3 ) / 3 ]   y   9, se hallan relacionadas por el signo lógico-matemático de la igualdad ( = ).
 
Esta proposición atómica relacional matemática deviene de un juicio que se comprende así porque existe el calificativo de la relación de igualdad. Si este calificativo no existiese, los términos de la ecuación no pasarían de ser meros términos que vendrían a ser expresión de conceptos mentales que no llegarían a referir nada más que eso. La ecuación, si se la entiende así, es una proposición atómica que, por tanto, no admite descomposición, como bien afirmaban Russell y Wittgenstein sobre lo acotado. Si así fuere, las ecuaciones no pasarían de ser un mero concepto, no diferente de, por ejemplo, los conceptos no relacionados 5, 6 ó 7; y, en consecuencia, dejarían de ser ecuaciones.
 
Pero observamos que una ecuación no se queda en el estadío conceptual sino que, más bien, por relacionar conceptos individuales a través del término relacional de igualdad, se eleva hasta el rango del juicio, segunda forma del pensamiento humano, que afirma algo; y, en el caso que nos atañe, afirma la igualdad de los términos antedichos.
 
Además, como ya habíamos explicado antes, aunque en forma inversa, pero bien ya sabemos, todo juicio deviene proposición. La ecuación algebraica es un juicio que no escapa a esta ley.
 
Por consiguiente, al determinar a la ecuación como una proposición atómica relacional, concluimos también, y de modo final, que la ecuación sí es una proposición.
 
 
Al demostrar entonces el carácter proposicional de la ecuación, verificamos que, con el actual desarrollo de la ciencia lógica y de la ciencia matemática, resulta anacrónico, antidialéctico y hasta retrógrado seguir negando la real dimensión de contenido que encierra una ecuación. La calidad de proposición de ésta no sólo eleva nuestra comprensión y nuestras comprehensión de la matemática, sino que, fundamentalmente, eleva nuestro entendimiento lógico de la matemática, que nos lleva a considerar la también cabal aprehensión –en el sentido lato de la palabra, otra vez– de un mundo ideal que resulta de la misma comprensión del mundo objetivo y concreto, como lo es éste.
 
En definitiva, queda claro, una vez más, que la filosofía y la matemática no están, no estuvieron y no estarán divorciadas jamás. Y ello porque la lógica se cobija en el regazo de la filosofía. Entendido el tema así, bien podemos decir que el sentido iluminador de la matemática, por ser lógica, lo proporciona la misma filosofía. Negarlo significaría negar la esencia de la propia matemática, en su dimensión aritmética, algebraica, geométrica y trigonométrica.
 
Y si la lógica alberga como conjunto universal a la matemática, por lo anterior y por  simple deducción de un silogismo hipotético puro, concluimos afirmando, a despecho del desorientado “matemático” instrumentalizador, que la filosofía contiene en su seno mismo a la matemática.

¡Nos guste o no! ¡Scientia dixi!
 


[1] Escrito publicado como folleto aparte en noviembre de 2003, en la ciudad de Huancayo (Perú).
 
[2] Coordinador General del Área de Filosofía y Lógica del Centro de Estudios Preuniversitarios de la Universidad Nacional del Centro del Perú.
 
[3] Loc. lat.: “La experiencia es la mejor de las maestras”.
 
[4] Ludwig Wittgenstein, discípulo y amigo personal de Bertrand Russell, en su obra Tractatus... expuso el pensamiento de su primera época, en el que profundiza los planteamientos de su maestro. Traducida del latín al castellano, el título de la obra significa Tratado lógico-filosófico.
 
[5] Alemán: Círculo de Viena. Entre los años 1920 y 1930, y al rededor del profesor de Filosofía de la Universidad de Viena, Moritz Schlick, se congregó un grupo de lógicos, matemáticos, físicos, teóricos de la ciencia, filósofos, juristas, entre otros, que se reunían periódicamente para tratar temas de interés común. Algunos de los nombres más significativos del grupo fueron Carnap, Hahn, Neurath, etc. En el año 1929 publicaron un manifiesto, "La concepción científica del mundo, el Círculo de Viena", en el que dieron a conocer a la opinión pública los principales problemas con los que trataban de enfrentarse y los principios de solución de los mismos. En el mismo manifiesto reconocían la influencia en su forma de pensar del Tractatus logico-philosohicus de Wittgenstein, autor con el que muchos de ellos mantuvieron relaciones, aunque nunca llegó a pertenecer al Círculo, convirtiéndose en una especie de guía del mismo. El Círculo de Viena organizó una serie de congresos en diversas capitales europeas: París, Praga, Könisberg, entre otras, y a través de ellos entró en contacto con nuevos científicos, adquiriendo cada vez mayor notoriedad y prestigio. Sin embargo, estallada la Segunda Gran Guerra Imperialista, hacia 1940, el grupo se disolvió y sus supervivientes se diseminaron por diversos países, sobre todo por Estados Unidos. Las razones de la disolución del grupo fueron múltiples, siendo las más importantes la ascensión del nazismo en Alemania y Austria (anexada ya a Alemania) y la situación política europea en general.


 

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