Por: Luis Alberto Pacheco Mandujano
Lima, 24 de noviembre de 2021
Incendiar minas y actuar como si nada pasara, ¿es racional?, ¿es legal? Bloquear carreteras, ¿es una acción de protesta legítima? Cerrar minas ante la violencia azuzada políticamente por el gobierno y por las ONG que viven del financiamiento del capitalismo internacional de la Open Society de Soros y de la Rockefeller Foundation, ¿es la solución a los “problemas sociales”, que no son sino problemas creados por los gestores del desorden que se presentan, después, como los “defensores del pueblo y del planeta” que tienen la solución para tales problemas? Que la PCM renuncie a su tarea de mantener el orden público, ¿es un acto constitucional?
Son preguntas
contextualizadas cuyas respuestas son tan obvias que devienen tácitas, aunque portadoras
de un agrio sabor de reincidencia.
En efecto, ya antes
hemos experimentado a nivel mundial estratégicos ataques provocadores de
inestabilidad económica e hiperinflación, auspiciados por intereses políticos
que han afectado, por supuesto, al Perú. La crisis del petróleo de 1973 es un
claro ejemplo de cómo es que petardeando la cadena de producción industrial de
commodities se logra poner a los enemigos contra las cuerdas para destruirlos,
en algunos casos, o para someterlos, en otros. Esto es exactamente lo mismo que
está sucediendo ahora en el Perú. Lo que hicieron los árabes aquel año contra
el mundo occidental lo están haciendo, casi de la misma manera y a su brutal
estilo, los enemigos del país (entiéndase desde el inicio que me refiero a
izquierdistas radicales y caviares).
En ese fondo
estratégico, en realidad no se trata de una defensa concienzuda de la
naturaleza, como siempre quieren hacerla aparecer nuestros “ecologistas”
locales. Tampoco se trata de una preocupada lucha por la salud de los “pueblos originarios”
y por su desarrollo económico. ¡En absoluto! Tampoco es, por último, ni
siquiera, la materialización política de una ideología marxista-leninista que
sólo propone caos y destrucción. No, no es nada de eso.
En verdad se trata
de un gobierno autoproclamado al inicio y autonegado al final
marxista-leninista (contradicción oligofrénica por delante), que de la mano de
ese palafranero sector de la izquierda conocida con el certero mote de
“izquierda caviar”,[1]
integrada por fariseos personajes económicamente posicionados en sectores A y B
de la sociedad peruana que ubicándose –no más que de palabra y por exotismo y
excentricidad social– en una posición progresista, de hecho actúan, viven y se
benefician de las bondades del sistema capitalista, vienen ejecutando en el
Perú, en conjunto, una agenda que se inserta en el marco de un plan internacional
gestado por los contralores del mundo moderno que, siendo poderosos
capitalistas de primera fila, se disputan el mundo con otros capitalistas de
diferente posición política, estratégica y económica. Los primeros son los
financistas de nuestros fariseos; los segundos son los capitalistas tuertos, a
un paso de hacerse finalmente ciegos, que actúan con recetas y guías sordas a
la revolución keynesiana, lo que explica con precisión matemática por qué están
perdiendo esta guerra.
Los primeros son los
responsables de la planificación de la hecatombe contemporánea de alcance
mundial, producida varias décadas atrás, de donde proviene la famosa Agenda
20-30, infiltrada de a pocos en la ONU por medio de factótums soldadescos y funcionales
de perfiles inteligentemente idiotas que trabajan desperdigados en el orbe,
sobre todo en los países latinoamericanos, africanos y asiáticos pobres, que
actúan camuflados en nombre y representación de la llamada cooperación
internacional y de los organismos internacionales de “protección de los
derechos humanos”. Éstos han fortalecido, y vienen cristalizando ahora, la
Agenda de marras, como proyecto político, a través del Foro de São Paulo que también
vino a implementarse poco a poco desde Cuba hacia Venezuela, primero, y después
a Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, encontrando resistencia en
países como Chile, Colombia y Perú, donde se vienen librando duras batallas de
resistencia democrática para evitar la consumación del plan.
La izquierda peruana,
qué duda cabe, carece de cuadros intelectuales de valía. Es imposible encontrar
en ella, tanto a nivel de los sectores más radicales como también de los
ámbitos del fariseísmo caviar, a un Mariátegui, un Del Prado o un Diez-Canseco.
¡Y ya sería demasiado pedir un Engels o un Lenin! Sus dirigentes, sus periodistas,
sus operadores políticos, sus raros militantes, sus think-tanks universitarios, sus mendaces oenegeros “defensores de
la ecología y de los derechos humanos”, sus “intelectuales académicos”, todos
ellos y los demás que los acompañan, expertos en el arte de la confusión, del
engaño y de la creación de escenarios falsos que los hacen aparecer como si
fuesen reales, son auténticos peones que moran, sabiéndolo o no, en un tablero
de ajedrez en el que las piezas se mueven con mano ajena. Esa mano ajena es la mano
del capitalismo heterodoxo que financia a estos grupos y organizaciones
políticas, así como en el Perú, de la misma manera en el mundo. Se trata de la
mano que los titiritea a distancia para digitar sus acciones, milimétricamente
diseñadas para alcanzar objetivos de ganancias económicas, al fin y al cabo.
Son los dueños de estas manos los dueños de la materia gris que sí piensa –y
piensa muy bien, hay que reconocerlo–. Los otros, los ejecutores del trabajo
político sucio, son empleados más o menos caros, más o menos baratos, pero
siempre empleados ordinarios, de la gran empresa de alcance mundial.
Ahora bien, ante
ello uno legítimamente podría preguntarse: ¿y no se dan cuenta éstos del papel
que desempeñan en este espeluznante entramado? Pues con toda la “inteligencia”
que los caracteriza, vale reconocer que, mayoritariamente, no se dan cuenta. Es
que sus inteligencias son docta
ignorantia in malam partem. Salvo
pocos,[2] la gran
mayoría de radicales y caviares ha internalizado aprehensivamente en sus
consciencias la Agenda convertida en ellos en una suerte de catecismo que los
ha convertido en acólitos de una dogmática religión civil que los informa como personalidades
fanáticas, fideístas y, por tanto, irracionales. Éstos no tienen, en verdad,
consciencia de que sirven a los intereses y encargos capitalistas de la más
dura ala derechista internacional; incluso la enorme labor de ideologización a
la que fueron sometidos muchos de ellos no los encegueció, porque ya eran
ciegos. Los procuradores de las revueltas sociales en el mundo únicamente se
limitaron a explotar, a su favor, las cualidades cerebrales de sus peones:
incrementar en ellos el grado de estupidez genética que los caracteriza,
logrando obtener como resultado que sus milicianos se creyeran la historia de
asumirse como los nuevos cruzados del mundo. Son los talibanes del mundo occidental,
pero sirvientes del capitalismo heterodoxo más abyecto que la humanidad ha
podido conocer, capaces de entregar o quitar la vida (a lo Inti y Bryan) para el
regocijo de sus “señores”. En otros casos, a los titiriteros sólo les basta
“agudizar las contradicciones” explotando inmisericordemente las miserias y
resentimientos históricos que, como también lo vengo diciendo desde hace más de
dos, casi tres, décadas, tenemos que acabarlos y darles resolución como país, pues
de lo contrario estas circunstancias seguirán constituyendo causa y motivo de
vil y convenido uso de la buena fe del pueblo.
Los recientes
ataques ejecutados por mesnadas entrenadas y parapetadas, fundamentalmente, por
fuerzas de la izquierda caviar, a las empresas mineras Antamina, Apumayo y
ahora Hochschild Mining, todo en menos de un mes, dan cuenta de lo antedicho y se
insertan dentro de aquel cuadro estratégico de poner al enemigo contra las
cuerdas para desgastarlo, agotarlo y finalmente destruirlo. Y lo están logrando
de la mano de una estratégica y aprovechada alianza hecha, sin hacerle asco,
con cipayos del Movadef y del PCP-SL infiltrados en organizaciones sociales y
sindicales.
Los resultados de
todo esto saltan a la vista. “Las
acciones de Hochschild Mining se hundieron el lunes 27.22% ante la
incertidumbre relacionada con su mina insignia Inmaculada en Perú, luego de que
el país anunciara su intención de frenar las operaciones de dos de las minas
que opera en la nación andina. Durante las operaciones del día, los papeles
llegaron a caer hasta 57%”. Así ha informado el diario Gestión en su
edición del lunes 21 de noviembre de 2021.
Estamos
contemplando, pues, en inercia, la ejecución de la vieja “guerra de baja
intensidad” tan bien conocida, desarrollada y usada por la izquierda de
siempre. El enemigo de ésta en el caso concreto no lo representa las mineras per sé; su enemigo es el Perú de centro,
el Perú democrático.
En efecto: el
nuestro es un país eminentemente minero. Ciertamente nuestra economía es
primario-exportadora y las bonanzas que hemos experimentado se deben a los
precios siempre en alza de los commodities mineros. Carecemos de industria y
ciertamente nuestra riqueza, por eso, en un mundo como este, no es sino una
riqueza de espejismo. Es la reincidencia del período del guano y el salitre que
habiendo dado lección no fue aprendida.
No tenemos industria
porque no tenemos una burguesía, una derecha fuerte y consciente de su clase y
de su ubicación y posición histórica en la patria. Y por ello la situación se
hace peor: porque el ataque no es, reitero, contra la derecha, ya que ésta es
una derecha apocada, amilanada, oportunista, convenida, intermediaria y virtualmente
inexistente. El ataque frente a una derecha como esa es en verdad un ataque
directo contra el Perú que literalmente vive, básicamente, de la minería.
Evidentemente, a los
productores del desorden y de la destrucción esto último les importa un carajo porque
en su ideario e imaginario kakitocrático tienen la concepción (falsa, por
cierto) de que ellos reconstruirán el país para su beneficio. Permítanme soltar
una carcajada y reírme a caquinos. No será, desde luego, la risa que sobreviene
a un chiste; esto no es un chiste. Se trata de una risa nerviosa y de terror
por lo que se viene para nosotros, para nuestros hijos y para nuestras futuras
generaciones, a las cuales estamos condenando hoy, unos con la destrucción,
otros con la inacción, y los más infelices con la cobardía de quienes sabiendo
que pueden actuar para evitar que siga pasando lo que está pasando, prefieren
no actuar.
La maqtada que ha
actuado en estas últimas semanas contra la minería (léase, actuar contra el
Perú) constituye el brazo enardecido de una chusma a la que han logrado
convencer que son los oprimidos del mundo (aquí no había mucho trabajo que
hacer porque en gran medida esto es cierto), que ellos son los buenos y que los
blancos, los limeños y los empresarios son los malos de siempre, son la
enfermedad. Y así como a la enfermedad se la acaba matándola, es necesario asesinar
a blancos, limeños y empresarios. He aquí el resultado de haber atizado “las
contradicciones”, lo que claramente se funda en avivar el “odio de clase” del
que ya Abimael hablaba en los ’70 y ’80. ¡Odio! ¡Odio por lo blanco, por lo
limeño, por lo empresarial!
Las huestes
senderistas asumieron la doctrina del odio sublimándola como combustible
accionante de su proceder criminal. En las “trincheras
luminosas de combate” (como llamaban a las cárceles), entonando impertérritos
las letras del Himno a la camarada Norah,
los terroristas de Sendero cantaban diciendo
“… con odio de clase barremos
tres montañas
asaltamos los cielos
con odio de clase barremos tres
montañas
asaltamos los cielos…”
El odio también rinde
sus frutos, qué duda cabe; podridos, pero frutos al fin y al cabo. Pregúntenle
si no a la viuda de Abimael, a Elena Iparraguirre.
Y quienes siendo
conocedores y fervorosos creyentes de esa doctrina de la muerte han follado aquel
odio en las comunidades donde han vuelto a regar y exaltar, para cultivar después,
la cólera, la rabia y la amargura históricos, con y a través de sus gamberras ONG
–lavadoras de activos, dicho sea de paso–, son, curiosa e irónicamente, los
empleados del capitalismo imperial de Soros y compañía. Esos son aquellos a
quienes debemos, sobre todo, los conflictos sociales sudamericanos –y ahora
también norcanadienses– que han producido violentas reacciones de pequeños grupos,
bastante empoderados sin embargo, que han puesto en jaque al Estado de Derecho
en la región. ¿Y todo para qué?
George Soros, los
Rockefeller, la patulea de Davos, la de Bilderberg, la del G-5 y de todos los
demás miembros del club, no son realmente “filántropos” ni espónsors de causas
sociales en el mundo. La inyección de los millones de dólares con la que
financian anualmente a los movimientos progresistas latinoamericanos no tiene
la connotación real de “apoyo”; se trata, más bien, de una millonaria
inversión. Su interés es derrotar y derrocar a los titulares del poder político
y económico en los países de las riquezas naturales (o sea los nuestros) para
instalar en éstos a gobiernos a través de los cuales se beneficien con la
explotación de las riquezas que aquellos galifardos necesitan para seguir
impulsando y fortaleciendo su poder imperial.
En fin de cuentas, damas
y caballeros, son ésos los verdaderos beneficiados y victoriosos ganadores de los
desmadres sociales que estamos viviendo. No se trata de una política
marxista-leninista en ejecución; no se trata ni siquiera de luchas
revolucionarias por la ecología o por los derechos civiles ni sociales. Nada de
eso. Ya lo ven. Siendo dependientes del capitalismo del peor cuño
contemporáneo, se trata de una izquierda coprolálica de devota vocación por la
estupidez, por la oclocracia, por la destrucción y por la servidumbre. Se trata
de una izquierda de miserable vocación farisea, lo que siempre les enrostro a
esos hipócritas filisteos; se trata de una izquierda que, cual virus, infecta y
destruye al país. Es a esta raza de enemigos de la nación a la que debemos resistir,
enfrentar y combatir con inteligencia estratégica y táctica por el bien de la
patria no sólo de hoy, sino por la patria del mañana. ¿Cómo vemos al Perú del
2040, del 2050 o del 2080? La respuesta a esta pregunta nos guiará en la lucha
contra ese cáncer social que quiere ser metástasis que putrefacte el tejido
social. No les vamos a dejar pasar. ¡No señor!
[1] De
la enfermedad social que representa la progresía caviar he hablado antes en
otro sitio: cfr. Pacheco
Mandujano, Luis Alberto, “El
deformismo izquierdista de la nueva izquierda”, en: http://luispachecomandujano.blogspot.com/2020/09/el-deformismo-izquierdista-de-la-nueva.html
[2] En
Sudamérica, v. gr., hablamos de un Diego
García-Sayán Larrabure, un Vladimir Cerrón Rojas, un Hugo Chávez, un Nicolás Maduro,
un Luiz-Inácio Lula, un Evo Morales, entre otros pocos más que, en conjunto, no
llegan ni a treinta personas.