jueves, 1 de octubre de 2020

30S y 5A: Semejanzas y diferencias

(Para no olvidar)


Se acaba de consumar en el Perú una nueva y remozada edición de la práctica común de las “democracias” latinoamericanas: recurrir al golpe de Estado cuando los argumentos políticos y jurídicos se acaban y al dictador no le queda más remedio que ejercer la fuerza bruta. No es de sorprender.

Tampoco es de sorprender que el pueblo apoye la medida. Esta es, también, característica de los pueblos adormecidos, embrutecidos, obnubilados de Latinoamérica. El del Perú no es la excepción, lamentablemente.


Pero que el pueblo lo sepa de una buena vez: lo que ha hecho el día de ayer Martín Vizcarra Cornejo es un golpe de Estado. Lo es por una simple razón: ha dicho Vizcarra que la elección realizada por el Congreso de la República del señor Ortiz de Zevallos como miembro del Tribunal Constitucional le ha supuesto una “denegación fáctica de la confianza” que el gobierno esperaba de parte del Parlamento hacia el gabinete ministerial de Del Solar. ¿“Denegación fáctica de la confianza”? ¿Qué novedad jurídica es ésta? ¿Qué nuevo aporte a la doctrina del Derecho peruano ha hecho el ingeniero Vizcarra con este neologismo jurídico? ¡Qué va! Esta no es ninguna novedad ni neologismo jurídico. ¡Es un esperpento grosero y ominoso que agravia la inteligencia jurídica y política de la patria! ¿“Denegación fáctica de la confianza”? Ni al propio Vizcarra se le hubiera ocurrido semejante barbaridad. Vizcarra lo ha superado.

Esa “figura” (si así se puede llamar a ese mamarracho) no existe en el ordenamiento constitucional ni legal del país ni de ningún Estado civilizado que se precie de ser un Estado de Derecho. Pero el pueblo, en mayoría, ignorante todo él en materia de Derecho, ha aplaudido la medida. Al pueblo no le interesa en absoluto el sustrato jurídico de las decisiones políticas. Por el contrario, se defeca en él. El pueblo se comporta aquí como masa, como mesnada. Y no se avergüenza de ello. Su rabia, cólera y hartazgo contra la clase política que representan los congresistas peruanos pueden más y son superiores a cualquier consideración racional de Derecho que debiese primar en las decisiones políticas que afectan la vida y el destino del país. Al pueblo no le importa arrasar con todo. Todo, en su paso abrasivo, está justificado por el mandato popular según el cual “vox populi, vox Dei”. Qué tal pueblo tenemos.

El pueblo no sabe –y tampoco le interesa saberlo– que el proyecto de ley presentado por Vizcarra al Parlamento  para  variar   la   forma   de   elección   de   los  magistrados  del Tribunal Constitucional tenía que pasar previamente por un trámite legislativo que suponía la recepción del proyecto, su derivación a la Comisión de Constitución para su evaluación y eventual aprobación de donde, después, debía pasar al debate en el pleno del Congreso. El pueblo no sabe esto. El pueblo sabe de las ubicaciones de los equipos futbolísticos en la tabla del torneo descentralizado; el pueblo sabe que Yahaira Plasencia engañó a “La foca” Farfán con “el Coto” Hernández (y que hay un vídeo que lo demuestra); el pueblo sabe que Kevin Blow golpeaba brutalmente a Michelle Soifer. El pueblo sabe todas estas naderías, pero no sabe lo importante. Ese es nuestro pueblo.

El pueblo no sabe –y tampoco le importa saberlo– que el trámite que legalmente debía seguir el proyecto de Vizcarra iba a tomar un tiempo, como es natural, por lo que era completamente claro que, en el eventual caso de ser aprobado, las nuevas reglas regirían recién para la elección futura de los aspirantes al Tribunal Constitucional, pero no para la que se estaba desarrollando el día de ayer, 30 de septiembre (30S). Eso no sabe el pueblo y tampoco le importa saberlo.

Vizcarra y don Panta, su premier, que sí saben de estos procedimientos, usaron la figura de la “confianza” para argumentar una supuesta “denegación fáctica” de la misma y proceder al tropel con el cierre del Congreso. Esto, por supuesto, desde el punto de vista constitucional y legal –único punto de vista válido en este asunto– deviene flagrante violación a la Constitución con el consecuente quebrantamiento del Estado de Derecho, además de constituir una retahíla de delitos que deberían ser sancionados con la pena que el hecho amerita. Estamos, pues, viviendo los inicios de un golpe de Estado. Pero, ¿le interesa saber al pueblo de esto? ¡No, en absoluto! ¡A la mierda con el procedimiento legal! Nada de ello importa. Por eso es que las catervas gritan en las calles y celebran absolutamente emborrachados de soberbia tumultuosa. ¿Qué celebran, entonces? ¿La consolidación de la democracia o del Estado de Derecho en el Perú? ¡No, para nada! El pueblo celebra el machacazo ejecutado a la prepo contra quienes se considera ahora “enemigos de la honestidad”; el pueblo ovaciona la venganza en turbamulta, aclama el odio instalado en la consciencia popular, ahora victorioso. El pueblo vitorea el triunfo de su rabia.

Vizcarra, como todo buen dictador, buscó desde el inicio de su incompetente y deplorable gestión gubernativa insuflar el espíritu asqueado del pueblo; azuzó desde Palacio y desde las tribunas que le franquearon las inauguraciones de obras inacabadas –que no son de su gobierno, dicho sea de paso, sino de su traicionado líder PPK e, incluso, que fueron iniciadas en la recta final del período de Humala–; caldeó los ánimos de la población, porque sabía lo necesario que es recurrir a la muchedumbre para consolidar su posición y sentirse “legitimado”. ¡Y lo logró! Este señor no era –lo dije desde el principio– sino un oclócrata disfrazado de demócrata. Es más, la máscara ya se la había quitado cuando, raudo, regresó de Brasil a inicios de año, desairando diplomáticamente al presidente Bolsonaro, para interferir, también inconstitucionalmente, en la decisión tomada por el ex Fiscal de la Nación Gonzalo Chávarry –decisión absolutamente legal por ser de su competencia según la Ley Orgánica del Ministerio Público– de remover a los fiscales Vela y Pérez del caso que les ha servido a ambos para operar políticamente, en nombre de la lucha contra la corrupción, a favor del gobierno y de sus aliados comunistas del IDL y de las siempre divididas bancadas izquierdistas de Frente Amplio, Nuevo Perú y Bancada Liberal.

El pueblo apoya a Vizcarra, no hay duda, y ganó definitivamente esta partida. Empero, qué cosa más curiosa sucede en este país: el pueblo elige a quienes poco tiempo después despotrica. ¡Y a eso le llama “democracia”! Qué tal pueblo tenemos. Es un pueblo que, en distorsionada tradición andina, cree que la democracia es un rimanakuy: el pueblo pone, el pueblo saca. “¡Esta es la verdadera democracia!”, gritan en las calles las hordas de adormecidos que están absolutamente convencidos de que ganaron algo. Según ellos, su “gesta” es comparable con la del pueblo alemán que derribó el muro de Berlín en noviembre del ’89. ¡Ja! No hay punto de comparación.

Y como no podía ser para menos, el grito tiene que expandirse necesariamente a través del universo. Es menester viralizarlo, extenderlo, hacerle eco por medio del facebook, del whatsapp, del twitter, del instagram y de cuanto medio de difusión hoy pueda echar mano la mesnada para hacerse sentir en ese mundo alterno en el que todos opinan de todo, no importa de qué trate el tema, porque todos son expertos en todo y todas las opiniones valen. ¡Qué feliz se siente el pueblo! ¡Qué algarabía, qué orgullo!

¡Ay, carajo! Y creíamos que la edad media se había acabado en América Latina tras la fundación de la república y la reforma agraria. Qué equivocados estábamos. Tienen que pasar cosas como estas para constatar lo que a ojos vista se advierte día a día: este país, en el que no importan el Derecho ni la legalidad sino sólo el statu quo, porque todo aquello vale nada cuando se afirma que “vox populi, vox Dei”, es un país medioeval.

Sí señores, un país medioeval. Un país medioeval con gente que goza, encriptada en sus smartphones, de la tecnología más moderna que jamás antes pudimos imaginar; un país en el que su gente se conecta al mundo por internet, ve televisión por cable, se traslada en coches movilizados con combustibles fósil y alternativos, y conversa con amigos que se encuentran en las antípodas de sus ubicaciones gracias a las redes sociales, y, aun así, no deja de ser un país de espíritu medioeval, al fin y al cabo, porque su consciencia es analfabeta social en esencia, sabiendo leer y escribir. Qué paradoja más desgraciada y nefasta la que nos toca vivir.

El pueblo cree, en suma cuenta, que ganó algo importante echando a los congresistas incompetentes y corruptos que ese mismo pueblo eligió. ¡Qué ironía más cruel! Pero ese pueblo no se da cuenta –no podría, porque es analfabeto social y está adormecido– que por sobre encima de las personas, es la institucionalidad la que debe primar pues sólo sobre ella y con ella se construye un Estado de Derecho y un auténtico sistema democrático. Es decir, el pueblo es incapaz de razonar y pensar, siquiera a nivel individual, diciendo: “a mí no me gustan los congresistas que tenemos y los repudio, pero la institucionalidad está primero y, por ello, debo aprender a elegir buenos representantes la próxima vez”. ¡Imposible! El pueblo cumple muy bien su trabajo: es el pueblo.

El pueblo no sabe, en fin de cuentas, que todas las tiranías, todas las dictaduras, comienzan siempre con el “clamor” y el “apoyo popular”. ¡Pero, por supuesto! Qué se puede  esperar  de  un  pueblo  analfabeto  social: el  pueblo no  ha estudiado  historia nacional, mucho menos historia universal, y es por ello que no tiene ni la menor idea de que Mussolini (—¿Muso quién? —diría la bella Milechi) fue adorado por el pueblo italiano al inicio de su dictadura fascista en 1922, al igual que Hitler en Alemania (—¡Ah! ¿El que fue presidente de Francia en 1800, no? —musitaría Chibolín, con su vocecita también operada el día que le practicaron la lipoescultura,  el “candidato del pueblo” que ya se alista a participar en las elecciones), Gadafi en Libia (—¿Libia?... —preguntaría Mario Hart, forzando una cara de intelectual), Pinochet en Chile (—¡Buen presidente! Puso a Chile en un buen nivel económico —afirmaría la siempre linda Karen Schwarz, saliendo de la unidad de cuidados intensivos de la clínica Ricardo Palma tras haber sido lobotomizada para regresar a la tele), Bánzer en Bolivia, Chávez y Maduro en Venezuela (—¡Ay, por favor! Qué ajco me dan esos señores —sentenciaría con remilgo y acento barranquino Vanessa Terkes, que en el mundo de la farándula local es la más experimentada en materia política) y, por último, Fujimori en nuestro país (—¡Con mi presidente, el mejor del Perú, no te metas! —amenazaría la escultural Laura Bozzo).

Como el 5 de abril de 1992 (5A), el pueblo ha salido a las calles a expresar su  respaldo al dictador. Danzan y bailan alrededor de un becerro de oro versión chola, festejando el cierre de un congreso acusado de ser el portador y causante a la vez de todos los males sociales. ¡Y vaya que lo son! Pero pobre pueblo desmemoriado. No aprendió la lección.

Algo singular diferencia, sin embargo al 5A del 30S: no es que ahora no hayan tanques y tropas militares en las calles, o que el dictador actual no despache desde el Pentagonito. No, eso es lo anecdótico. Diferencia la situación que el 5A la población apoyó al dictador sin saber que era él una incubadora de  corruptela y de cuyas acciones criminales sólo se pudieron confirmar sus responsabilidades personales, políticas y penales, tras su caída el año 2000. En este 30S es imposible, en cambio, que el pueblo no sepa que el nuevo dictador es un corrupto que, apoyado por una fiscalía arrodillada ante el Ejecutivo y por una prensa oligárquica y masiva que escondió en siete idiomas sus delitos cometidos como gobernador regional de Moquegua y como Ministro de Vivienda en el caso “Chinchero”, ha puesto al país en piloto automático desde que inició su gobierno, se abstuvo de gobernar y se dedicó, como factótum de la progresía nacional, a perseguir a sus enemigos políticos acusándolos –y con razón en muchos de los casos, qué duda cabe– de corruptos y miembros de organizaciones criminales existentes gracias a la imposición conceptual de la prensa que se aseguró de hacer realidad la existencia de unos “Cuellos Blancos” que, en la pura verdad, nada más existe en la virtualidad de los papeles judiciales y de las redacciones siempre distorsionadas de la prensa de masas.

Pero en fin, ya estamos en este punto de la historia. Las Fuerzas Armadas y las Fuerzas Policiales se han decantado por apoyar al dictador porque, con seguridad, han visto que el pueblo está “de su lado” y los oficiales superiores de los institutos castrenses no quieren contradecir al pueblo porque, en verdad, no sólo le tienen temor, sino que hace ya largo rato que en el ejército, la marina, la fuerza aérea y la policía nacional, ningún oficial tiene pantalones sino mandiles rosas que los visten y exhiben con orgullo.

Cómo debe estar jaraneándose el diablo en el infierno. ¡A caquinos! ¡Las Fuerzas Armadas y Policiales apoyan ahora a un gobierno usurpador que se ha aupado en la oclocracia y que es sostenido por el comunismo de las glaves, los costas, los debelaunde y demás yerbas del campo.

¡Qué indignante! Las fuerzas armadas (y ahora ya con minúsculas, porque con su accionar ellos mismos se han minusculizado) perseguidas por ese comunismo oenegero que los sentó en el banquillo de los acusados tildándolos de genocidas y de ser autores de crímenes de lesa humanidad (¿ya no recuerdan los vergonzosos casos judiciales de Accomarca o de Cayara?), tampoco parecen tener memoria. ¡Qué indignos! Ellos mismos se la están buscando.

Por no apoyar este quiebre de la institucionalidad ya me estoy ganando el mote de “corrupto”. Claro, en un mundo polarizado donde las neuronas generales sólo alcanzan para pensar en un orbe bipolar –pues si se razonase un poco más allá de este espectro de lo “políticamente correcto” se produciría un corto circuito sináptico–, adjetivos así son de esperar. La verdad sea dicha, sin embargo: me importa un soberano bledo lo que me diga la mayoría; esa dictadura a la inversa. Ya antes, a fines de los años ’80, por el sólo hecho de vestir con zapatillas Reebok y pantalones jeans Levi’s, los sicarios del terror me llamaron “burgués”; a inicios de los ’90, cuando mis compañeros y yo enfrentábamos, parapetados en la cofradía del ARE, a Sendero Luminoso, cara a cara, en la Universidad Nacional del Centro del Perú donde cursaba mis estudios de ingeniería química, fui considerado “furgón de cola de la reacción”. Más adelante, a partir de 1997, cuando había que enfrentar a la dictadura fujimontesinista que defenestró a los magistrados del Tribunal Constitucional que declararon inconstitucional la ley que habilitaba la re-reelección de Alberto Fujimori, fui llamado “terrorista”. Hoy, la mentada de madre más espantosa que se puede recibir en el ámbito político no es ser tildado de “terrorista”, sino de “corrupto”. Siempre hay un adjetivo zahiriente, ad hominem, listo para punzar y desacreditar al enemigo. Y ahora soy enemigo del gobierno. Que venga lo que tenga que venir.

La historia nos ha confirmado en repetidas ocasiones que, como diría el celebérrimo poeta y dramaturgo francés Jean-François Casimir Delavigne, desde los tiempos de Adán, los tontos siempre han estado en mayoría. El tiempo, como siempre, se encargará de darnos la razón y el pueblo tendrá que abrir los ojos cuando, como es de suyo común, sea ya demasiado tarde. Y luego se lamentará y después repudiará a quienes hoy “apoya”, y así sucesivamente, en un infinito movimiento pendular de vergüenza  y falta de memoria y dignidad nacional. ¡Ay pueblo! Pueblo que hoy eres “valiente” apedreando a Tubino y a Becerril, aquellos candidatos por quienes tan sólo hace tres años votaste y que recibieron de tu parte, y mayoritariamente, el favor popular. Eres, pueblo, el tátara tátara tátara tátara tátara nieto de aquellos mismos que, a gritos y con furia, pidieron que Jesús fuese crucificado. ¡Ay pueblo, cómo dueles!

En algo, sin embargo, comparto con el dictador Vizcarra: “Estamos haciendo historia  y esto lo recordarán las siguientes generaciones”. ¡Pero claro que sí! ¡A no dudarlo! Estamos construyendo una historia execrable que será recordada por las siguientes generaciones, tan igual como nosotros recordamos la traición de Mariano Ignacio Prado y su casta civilista.


Lima, 1 de octubre de 2019.

 

 


miércoles, 23 de septiembre de 2020

El deformismo izquierdista de la nueva izquierda

Reflexiones marxistas a partir del libro Los derechos humanos en el siglo XXI. Una mirada desde el pensamiento crítico de Manuel Gándara Carballido 


Wer wird Marx nicht loben?

Doch wird ihn jeder lesen? Nein.

Deshalb, Wir wollen weniger erhoben

Und fleissiger gelesen sein![1]

 

 

 

Las ciencias sociales, desde un punto de vista epistemológico, se diferencian de las ciencias formales[2] y de las ciencias naturales[3] por varias razones, ora por el método de estudio ora por la lógica de sus investigaciones ora por la certeza de sus resultados.

En cuanto a lo primero, caracterizan a las ciencias sociales –cuyos objetos de estudios se expanden casi hasta el infinito en tanto y en cuanto se vinculan, básicamente, con acontecimientos de orden cultural[4]– los métodos de estudio e investigación basados, sobre todo, en procedimientos inferenciales de carácter dialéctico (inductivo-deductivo) que obligan al investigador a no prescindir de una observación permanente del facto social sobre el cual trabaja, el mismo que se halla en situación de inalterable transformación. Así pues, construir una “ciencia social” en función de nada más que ideas en lugar de recurrir a la tal observación, implicaría un contrasentido epistemológico que produciría nada más que ideología sazonada y edulcorada con, tal vez, un pseudolenguaje científico mezclado con fraseología social. Este resultado, por supuesto, no es ciencia; es cualquier cosa, menos ciencia.[5]

Esta caracterización básica de la epistemología de las ciencias sociales es la que ha devenido guía permanente para la consolidación teórica y científica de los más encumbrados y serios científicos sociales que, como en el caso de Carlos Marx, se alejaron de aquellas posturas idealistas que, provinieren de Kant[6] o de Hegel,[7] elaboraban complicados intentos de comprensión y explicación de los fenómenos sociales únicamente en función de reflexiones teóricas, todo lo que, al final de cuentas, terminaba produciendo no más que metafísica social que, en el mejor de los casos, cuando no engendraba desbarros, desembocaba en la formación de ideologías diversas que el propio Marx, al igual que su inseparable compañero de vida Engels, condenaron al calificarlas de “falsa consciencia de la realidad”[8] por llevar al investigador a encontrar nada más que realidades que no eran sino –como lo siguen siendo aún hoy– apariencias engañosas, ficciones de la mente.

Frente a estos desvíos de la investigación filosófica y científica, insurgió el materialismo científico, el materialismo marxista, para superar tales concepciones, para lo cual hundió sus raíces en el terreno de lo real concreto para elaborar un totémico edificio teórico de entendimiento de la realidad, edificio teórico según el cual las ideas no son la fuente creadora de dicha realidad sino, por el contrario, sólo constituyen el reflejo de la actividad social en el proceso de producción,[9] entendimiento con el cual la realidad deja de ser sólo un objeto de interpretación de la actividad pensante y, más bien, deviene resultado dialéctico de la labor transformadora que realiza el hombre durante su vida a lo largo de la historia, pero sobre la base de un conocimiento cierto de dicha realidad.

Es en este marco que la XI tesis sobre Ludwig Feuerbach postuló que “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.[10] Con tan brillante axioma se entiende, ciertamente, la necesidad de que la actividad intelectual sea transformadora y revolucionaria, pero sin desembocar por ello en una tergiversación simplista que convierta esta magnífica sentencia en una agitadora arenga convocante a la construcción de ideologías en función de aparentes concepciones científicas. Muy por el contrario, en dicha tesis debe comprenderse que es sobre la base del conocimiento científico, del conocimiento de la realidad tal como ella es (episteme) y no como nos parece que es (ideología, pura doxa), que el hombre debe realizar su praxis social creadora y transformadora. Este es un aspecto puntual de la epistemología dialéctica que no debe perderse de vista por cuanto los efectos de una y otra interpretación desaguan en resultados analítico-sociales absolutamente diferentes, que es precisamente lo que marca la diferencia fundamental entre un marxismo deformado y un marxismo epistemológico consecuente.

Federico Engels, el mayor marxista del mundo después de Marx y antes que Lenin, precisó al respecto y en forma muy clara y explícita que “el desenvolvimiento político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., se basa sobre el desarrollo económico. Pero estos elementos interactúan entre sí y también vuelven a actuar sobre la base económica. No es que la situación económica sea la causa, y lo único activo, mientras que todo lo demás es pasivo. Hay, por el contrario, interacción sobre la base de la necesidad económica, la que en última instancia siempre se abre camino... De modo que no es que, como imaginan algunos por comodidad,[11] la situación económica produzca un efecto automático. Los hombres hacen su propia historia, sólo que en medios dados que la condicionan, y en base a relaciones reales ya existentes, entre las cuales las condiciones económicas –por mucho que puedan ser influidas por las políticas e ideológicas– siguen siendo las que deciden en última instancia, constituyendo el hilo rojo que las atraviesa y que es el único que conduce a comprender las cosas”.[12] Así quedó zanjado el tema relativo a la comprensión del segundo caso mencionado líneas antes: el caso del marxismo epistemológico consecuente.

Por el contrario, en el primer caso, el de los socialismos deformados, encontramos a los falsificadores del marxismo, aquellos que, en diversas formas, han tergiversado, a conveniencia intelectual o política, el gran pensamiento de Carlos Marx.

En el siglo XX, por ejemplo, uno de esos impostores fue Antonio Gramsci, quien acentuó su preocupación en la actividad de la superestructura sobre la base económica de la sociedad, llegándola a considerar ya no relativamente autónoma de esta última, sino activa e independiente de ella. Como consecuencia natural de su accionar, Gramsci inició de esta manera, en Italia, la descomposición confusionista del materialismo histórico con, irónicamente, una fraseología teórica que llevaba la etiqueta de ser “marxista”.

En esta línea de deformación ideológica, influenciado por Benedetto Croce, Gramsci redefinió, desfigurando el sentido orientador dialéctico del materialismo social de Marx, el concepto de superestructura considerándola una “superestructura cultural” en cuyo centro gravitante colocó el concepto del “poder hegemónico”, el cual explicaba como el instrumento de control cultural de las masas y de todas las clases sociales. “Según ese concepto, el poder de las clases dominantes sobre el proletariado y todas las clases sometidas en el modo de producción capitalista, no está dado simplemente por el control de los aparatos represivos del Estado pues, si así lo fuera, dicho poder sería relativamente fácil de derrocar (bastaría oponerle una fuerza armada equivalente o superior que trabajara para el proletariado); dicho poder está dado fundamentalmente por la ‘hegemonía’ cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A través de estos medios, las clases dominantes ‘educan’ a los dominados para que estos vivan su sometimiento y la supremacía de las primeras como algo natural y conveniente, inhibiendo así su potencialidad revolucionaria. Así, por ejemplo, en nombre de la ‘nación’ o de la ‘patria’, las clases dominantes generan en el pueblo el sentimiento de identidad con aquellas, de unión sagrada con los explotadores, en contra de un enemigo exterior y en favor de un supuesto ‘destino nacional’. Se conforma así un ‘bloque hegemónico’ que amalgama a todas las clases sociales en torno a un proyecto burgués”.[13]

Este punto resulta centralmente importante en la teoría social gramsciana porque tras lo expuesto, el profesor italiano llegó a plantear que el momento revolucionario aparece, por tanto, en la superestructura y no en la fractura crítica de la base económica, que es lo que la historia ha demostrado que sucede siempre y que Marx, con la agudeza observacional que le caracterizaba, había explicado correctamente en su Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1859: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.[14]

En este punto debo hacer una necesaria precisión: no es que quiera convertir la palabra de Marx en sacrosactum verbum, pues el hijo de Tréveris no fue precisamente un santo profeta;[15] empero, no podemos dejar de reconocer el gran acierto epistemológico de la evaluación cuidadosamente metódica que, verificada en el estudio de la historia de la humanidad, se encuentra en la gran obra del dúo Marx-Engels, presente entre su mayor producción intelectual individual y conjunta, ratificada además con el innumerable acumulado de cartas en las cuales ambos compusieron fijezas puntuales a sus razonamientos científico-dialécticos.

Hecha esta precisión, nos es posible aseverar que si bien Gramsci advertía el carácter subordinado de la superestructura a la base económica, sin embargo su reconocimiento no fue sino, como todo reconocimiento hipócrita, meramente formal y no substancial, pues finalmente terminó otorgando a lo secundario (la superestructura) un papel primario que, en verdad, no posee, ya que la consciencia social deviene determinada dialécticamente, en última instancia, por las condiciones materiales de existencia, lo cual ha sido comprobado históricamente desde hace ya muchos años.

Salta a la vista y a la razón, por tanto, que al viciar el contenido teórico de la gran obra de Marx, Gramsci cumplió para el marxismo el mismo papel que Liebmann desempeñó para el kantismo: mientras éste centró su atención en una interpretación idealista del fenómeno en la teoría kantiana, llegando así a deformar la obra de Kant, desfiguración a la que se conoce con el nombre de neokantismo; Gramsci formuló una elucidación también idealista de la superestructura,[16] llegando a fundar una tergiversación del marxismo a la cual se le conoce con el nombre de neomarxismo, del cual provienen casi todas las nuevas izquierdas del mundo y sus intelectualoides contribuyentes del confusionismo teórico.

Sobre la base de esta corriente es que reposa el fundamento teórico de pensadores tales como Boaventura de Sousa Santos y su concepto de “descolonización del saber” que no es sino la idea consecuentemente heredera, en línea directa, del “poder hegemónico” de Gramsci. Incluso, desde la misma línea de pensamiento, provienen los desarrollos teóricos surgidos al interior de la Iglesia católica conocidos con el nombre de Teología de la liberación, resultado de la infiltración neomarxista en los claustros eclesiales, fundamentalmente jesuitas, donde el concepto teosociológico de la “maldad estructural” acuñado por Walter Wink y seguido por Leonardo Boff, Ernesto Cardenal y el peruano Gustavo Gutiérrez, llega a ser primo-hermano de la antedicha idea de la “descolonización del saber” e hijo natural de ese ya citado meloso concepto del “poder hegemónico”.

Ahora bien, el problema no radica en lo que los intelectuales quieran pensar. El problema estriba en este hecho: ¿son estos intelectuales objetivos o, para mal, son intelectuales ideologizados? He allí el problema cuya resolución expondrá abiertamente que los primeros nos aproximan más y mejor a la realidad tal cual ella es, mientras que los segundos nos alejan de ésta al arrojarnos al seol donde moran los credos ideológicos, esto es, al mundo de las creencias falsas que, como toda superchería, se encuentran absolutamente apartadas de la realidad –por eso son creencias, ideología–, embelecos que los epígonos del intelectualismo ideológico contrabandean haciéndolos pasar como “conocimiento científico”, no siéndolo realmente. He allí el problema.

Es precisamente en esta línea de alucinación hipnagógica que, para justificar sus productos ideológicos, los súcubos del pensamiento dialéctico que sobrevinieron tras la falsificación del marxismo científico, tergiversaron también el sentido de la finalidad epistemológica de la ciencia, a la que dotaron de un supuesto elemento de “no neutralidad” en la comprensión de la realidad. Así obtuvieron un engendro terrorífico, resultado fraudulento de la ciencia que no llegaría a ser y que, sin embargo, pretendieron hacerlo pasar como científico.

Es de esta manera como estos neomarxistas han querido dotar a la ciencia de una característica extraña a ella: “la ciencia también es la verdad de un tiempo” que, por lo tanto, deviene parte integrante de la superestructura.[17] En consecuencia, como elemento superestructural que supuestamente es, la ciencia no podría ser “neutral” sino tendría que asumir una posición política y social explícita para servir a una clase determinada.[18] Esta posición anticientífica, que no la habría aceptado ni siquiera Marx en su época,[19] es refutada contundentemente por epistemólogos serios, pensadores no ideologizados como, por ejemplo, el profesor Jesús Mosterín, quien desbaratando semejante estulticia neomarxista, con mucha certeza apunta lo siguiente: “el capitalismo no tiene absolutamente nada que ver con la cuestión de la racionalidad teórica. En la Unión Soviética, en donde yo he sido profesor, momentos antes que cayese el socialismo, en los momentos en que era más comunista, se hacía exactamente el mismo tipo de ciencia que se hacía en Occidente. Precisamente en los momentos del régimen soviético, varios de los físicos y matemáticos soviéticos estaban en su etapa de máximo esplendor, más que ahora. Es decir, que el tipo de matemática, de física, de química, de ciencia que se hiciera en la Unión Soviética o en cualquier otro sitio del mundo actual no tiene absolutamente nada que ver con la diferencia entre capitalismo y socialismo. Yo no sé si al hablar de economía, estaríamos de acuerdo o no, pero aquí yo no estoy hablando de economía, sino estoy hablando de racionalidad teórica y de ciencia, y entonces repito que en todos los países socialistas que ha habido en el siglo XX, y no conozco que haya habido países socialistas en otros siglos, no se ha practicado un tipo de ciencia y de racionalidad teórica distinta a la del capitalismo. La racionalidad teórica es una invariante respecto a sistemas económicos”.[20]




Los pensadores pueden, reitero, creer en lo que quieran creer. El asunto no pasa, sin embargo, por sus credos personales, sino por el hecho de que en el momento en el que ellos emprendan una tarea de corte científico deban hacer ciencia, esto es, deban procurar conocer la realidad de manera metódica, metodológica, sistemática y ordenada, bajo guía de parámetros epistemológicos que nos permitan conocer la realidad tal-como-ella-es. Bien dice, por eso, el recientemente desaparecido profesor Mosterín: “El primer deber de los intelectuales es ser intelectualmente honestos y reconocer la realidad tal como es. No es una cuestión de poder, no es una cuestión de sojuzgar a nadie”.[21] Para ello es necesario partir del reconocimiento de los hechos tal como ellos son. Toda interpretación ideológica previa de los hechos conllevará a reflexiones ricas en galimatías y resultados teóricos desbordantes de pus metafísica. Eso, reitero, no es ciencia. La ciencia, pues, es neutra y debe serlo siempre. Sólo así asegurará su poder de conocimiento de la realidad.[22]

La racionalidad gramsciana, catalogada con razón por la epistemología contemporánea como una teoría formal de la racionalidad creencial,[23] es teoría en cuanto a su forma y nada más, por cuanto su contenido –irracional e ideológico como es– adolece de substancia epistemológica al haber remplazado lo real que se encuentra en los hechos, con reflexiones y análisis teóricos altamente cargados de creencias ideológicas. Del falsificador Gramsci habría que concluir, pues, con Engels, diciendo que: “si este hombre no ha descubierto todavía que si bien la forma material de la existencia es el primum agens (causa primera) esto no excluye que los dominios ideales vuelvan a actuar a su vez sobre ella, aun cuando con efecto secundario, entonces posiblemente puede no haber entendido el tema acerca del cual escribe”.[24]

Los herederos intelectuales de este caballero, los neomarxistas, como manifiestamente lo es Manuel Gándara Carballido, autor del libro Los derechos humanos en el siglo XXI. Una mirada desde el pensamiento crítico, se incluyen en un mismo catálogo de fariseos. De manera bastante particular, este señor, cuyo pensamiento en torno a la economía y a la politización de los derechos humanos sigue la ya advertida línea de fracaso, llega a obtener resultados que no son sino más que una magnífica retórica encendida con palabrerías sensibles que pretenden llegar al corazón de “los más necesitados del mundo, los olvidados de la tierra”, desatendiendo el hecho de que el hacer científico no es asunto de sensiblerías porque la ciencia no es poesía, ni novela de drama: la ciencia verdadera es “un sistema de conceptos acerca de los fenómenos y leyes del mundo externo o de la actividad espiritual de los individuos... cuyo contenido y resultado es la reunión de hechos orientados en un determinado sentido, de hipótesis y teorías elaboradas y de las leyes que constituyen su fundamento, así como de procedimientos y métodos de investigación [todo lo cual] permite prever y transformar la realidad en beneficio de la sociedad”,[25] o, como diría con mucha precisión, también, Ander-Egg, “la ciencia es un conjunto de conocimientos racionales, ciertos o probables, que, obtenidos de manera metódica y verificados en su contrastación con la realidad, se sistematizan orgánicamente haciendo referencia a objetos de una misma naturaleza, cuyos contenidos son susceptibles de ser transmitidos”.[26]

A las falacias en las que incurre Gramsci para fundar la corriente del neomarxismo debe sumarse, asimismo, la teoría del criticismo que tiene su origen en la Escuela de Frankfurt, brillantemente representada por Theodor Adorno y Max Horkheimer, quienes, de modo similar al profesor italiano, distorsionan la teoría marxista al fusionarla con sus orígenes hegelianos, llegando a producir una suerte de hegeliano-marxismo teórico que recurre al uso de un discurso dialéctico que, en última instancia, como el perro que muerde su propio rabo, resulta contradictorio, pues sabido es que la dialéctica de Hegel y la de Marx difieren no sólo en el método sino “en todo”.[27]

Uno puede adherirse o no a los referentes teóricos que desee, pero, reitero, no será honesto –intelectualmente hablando– quien pretenda hacer pasar como científico lo que no es sino guirigayez ideológica.

 

 

Luis Alberto Pacheco Mandujano

Lima, primavera del 2020

 

 

 

 

 



[1] Parafraseo del exordio que se encuentra en el prólogo de la primera edición del libro Karl Marx’ Oekonomische Lehren de Kautsky (1886): Wer wird nicht einen Klopstock loben? / Doch wird ihn jeder lesen? – Nein. / Wir wollen weniger erhoben, / und fleißiger gelesen sein.

[2]  Lógica y matemática.

[3]  Física, química y biología, entre otras, principalmente.

[4] Considérese que la cultura no es una entidad autónoma, ahistórica ni atemporal, sino, en síntesis, es el fruto de la intervención transformadora de la naturaleza que el hombre ejercita en su proceso social de producción creadora.

[5] Y, sin embargo, en la “Entrevista del siglo”, el señor Guzmán se empecinaba, con la fuerza de su autoridad de “Presidente Gonzalo” –es decir, con ninguna autoridad científica, amén de la fuerza de terror que ejercía sobre sus acríticos adeptos–, en asegurar que “la ideología del proletariado, la gran creación de Marx, es la más alta concepción que ha visto y verá la Tierra; es la concepción, es la ideología científica que por vez primera dotó a los hombres, a la clase principalmente y a los pueblos, de un instrumento teórico y práctico para transformar el mundo… Quisiera resaltar de paso esto: es ideología pero científica. Sin embargo deberíamos comprender muy bien que no podemos hacer concesión alguna a las posiciones burguesas que quieren reducir la ideología del proletariado a un simple método, pues, de esa manera se la prostituye, se la niega” (sic. El Diario, Entrevista en la clandestinidad. Presidente Gonzalo rompe el silencio. Año IX, N° 490, Lima, 24 de julio de 1988, página 7). Qué más se podía esperar de la “Cuarta espada de la revolución” que no fuera sino pura inepcia, presentada con maoísta lenguaje encrispado.

[6] Para quien la realidad se reduce a la aprehensión del fenómeno que, si bien surge por impulso del noúmeno (la cosa en sí), viene a ser determinado por la actividad apriorística mental que forma juicios de conocimiento en forma aislada de la realidad externa. Dicho de otra manera, para Kant la realidad no es la cosa en sí (la materia); la materia, según su parecer, no determina la realidad en sí misma, pues si bien ella existe objetivamente, sin embargo carece de sentido –Kant dixi– sin una mente que la piense, con lo cual es el pensamiento el que determina la realidad de la cosa, de la materia. El ser de las cosas, por tanto, no está en las cosas en sí mismas, sino en el pensamiento que las define.

[7] Cierto es que el gran genio de Hegel redescubrió el valor gnoseológico de la dialéctica; no obstante, la dialéctica en él, como bien lo reseñaba Marx, se encontraba “cabeza abajo”, pues asumía que la realidad es el resultado del espíritu en movimiento, espíritu que es la fuente, el demiurgo del que surge dicha realidad que no es más que la forma fenoménica de la idea (cfr. Marx, Carlos, El Capital, tomo I, traducción de Floreal Mazía, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, página 31). No se equivoca, pues, Eduardo Vásquez, al precisar que “Hegel muestra la derivación del concepto del contenido total de la ciencia. El objeto está inmanente en la conciencia, es espíritu en sí mismo en su exteriorización progresiva sacando diferencias de sí mismo en virtud de la negatividad intrínseca a la identidad. Es la contradicción inherente al concepto que produce un nuevo objeto al sustituir el anterior y al mismo tiempo mantiene la verdad sostenida” (sic. Vásquez, Eduardo, La ciencia según Hegel, en: Revista Filosofía, Nº 19, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 2008, ISSN: 1315-3463, página 91).

[8] Sic. Marx, Carlos, Carta de Engels a F. Mehring, en: Marx, Carlos y Engels, Federico, Obras escogidas en dos tomos, tomo II, Editorial Progreso, Moscú, 1955, página 499.

[9] El gran descubrimiento de un Marx consecuente con su materialismo dialéctico aplicado a la realidad social (de donde surge el materialismo histórico) estriba en haber descubierto que “... en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia...” (sic. Marx, Carlos. “Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política”, en: Marx, Carlos y Engels, Federico, Obras escogidas en dos tomos, tomo I, Editorial Progreso, Moscú, 1955, página 343).

[10] Sic. Marx, Carlos, “Tesis sobre Feuerbach”, en: Marx, Carlos y Engels, Federico, Obras escogidas en dos tomos, tomo II, Editorial Progreso, Moscú, 1955, página 403.

[11] Marcadamente los denominados marxistas economicistas y los detractores y falsificadores del marxismo.

[12] Sic. Marx, Carlos y Engels, Federico, Correspondencia. Editorial Cartago, página 412. El agregado aclaratorio y el resaltado en negritas son míos.

[13]  Sic., Gramsci, Antonio, en: https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Gramsci#Materialismo_hist%C3%B3rico, consultada el 08 de julio de 2020.

[14] Sic. Marx, Carlos. “Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política”, en: opus cit., página 343. El resaltado en negritas es mío.

[15] Como le llamaba, sarcásticamente, el charlatán Schumpeter. Al respecto, cfr. Schumpeter, J. A., Capitalismo, socialismo y democracia, tomo I, Ediciones Orbis, S. A., Barcelona, 1986, páginas 29 a 32.

[16] Producto de la influencia que recibió de Croce.

[17] Según Gramsci, el marxismo era “verdadero” en un sentido pragmático social, esto es, en que, al articular la consciencia de clase del proletariado expresaba la “verdad” de su época mejor que ninguna otra teoría. “El marxismo también es una superestructura –proclama el traidor Gramsci, lo que quiere decir que no es exactamente la verdad, sino un punto de vista que, como todo punto de vista, puede tener sus falacias”. Con semejante pensamiento, Gramsci se presenta así como un marxista que reconoce su militancia marxista de palabra, negándola de hecho. Es un fariseo.

[18] No puedo dejar de recordar en este punto a Guzmán Reynoso, quien hablaba de la ideología científica que por vez primera dotó a los hombres, a la clase principalmente y a los pueblos, de un instrumento teórico y práctico para transformar el mundo” (sic. El Diario, ídem).

[19] La ciencia no es un instrumento de conocimiento superestructural, pues al buscar el conocimiento de la verdad tal como la verdad es, se encuentra exenta de cualquier influencia ideológica, política, jurídica, social o económica. En una carta dirigida a Starkenburg el 25 de enero de 1894, ya Engels decía con mucha propiedad y verdad que: “Cuando la sociedad tiene una necesidad técnica, esto impulsa más a la ciencia que diez universidades. Toda la hidrostática (Torricelli, etc.) surgió de la necesidad de regularlos torrentes de las montañas en la Italia de los siglos XVI y XVII. En electricidad no se hizo nada importante hasta que no se descubrió su aplicabilidad técnica. Pero desgraciadamente, en Alemania se ha tomado la costumbre de escribir la historia de las ciencias como si éstas hubiesen caído del cielo” (sic. Marx, Carlos y Engels, Federico, Correspondencia. Editorial Cartago, página 412).

[20] Sic. Mosterín, Jesús, Epistemología y racionalidad, Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, Lima, junio de 1999, páginas 39-40.

[21]  Sic. Mosterín, Jesús, opus cit., página 36.

[22] Pero diferente es el camino por el cual el científico, como todo zoon politikon, puede y debe transitar para asumir el punto de vista político, social, cultural, económico y humano que más prefiera.

[23] La teoría formal de la racionalidad creencial indaga las condiciones formales que tiene que satisfacer el conjunto de todas las creencias de un agente (o creyente) dado x para que digamos que x es racional en sus creencias. Y puesto que las creencias varían con el tiempo, las condiciones han de ser relativizadas a un instante determinado.

[24]  Sic. Marx, Carlos y Engels, Federico, Correspondencia. Editorial Cartago, página 377.

[25] Sic. Kédrov, M. B. y Spírkin, A. La Ciencia, Colección 70, tomo 26, Editorial Grijalbo, México, 1968, página 7. El agregado aclaratorio es nuestro.

[26] Sic. Ander-Egg, Ezequiel, Técnicas de Investigación Social, página 33. Cit. Arce, A. C., Conceptos, Métodos y Modelos de la Investigación Científica, página 17. El agregado aclaratorio es mío.

[27] Cfr. Marx, Carlos, El Capital, tomo I, traducción de Floreal Mazía, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, página 31.

martes, 25 de agosto de 2020

Conferencia: 200 años después de la Independencia formal del Perú


El 20 de julio de 2020, el Prof. Luis Alberto Pacheco Mandujano ofreció una interesante conferencia sobre historia del Perú. El evento estuvo organizado por la Escuela de Posgrado Sophia, de Lima. El título de la disertación fue "200 años después de la Independencia formal del Perú" y abordó en ella los detalles y características de las intríngulis, correrías y traiciones políticas que debió enfrentar el Gnrl. Dn. José de San Martín desde el inicio de su periplo independentista que lo llevó desde Argentina hasta la Capitanía General de Chile, primero, desde donde, tras la independencia chilena, se trasladó con un ejército libertador compuesto por argentinos y chilenos hasta el Virreinato del Perú, con la intención de independizar también a esta nación del control y poderío español.

En esta narración, basada en documentos históricos y textos autorizados, el Prof. Pacheco dio cuenta precisa de lo que José Carlos Mariátegui había atisbado brillantemente en sus "7 ensayos de interpretación de la realidad peruana":
1) La independencia del Perú no fue una empresa del pueblo peruano, básicamente conformado por indígenas descendientes del incario, pueblo al cual el asunto le resultaba indiferente por las condiciones materiales de existencia que sufrían en ese entonces, a lo que se sumaba el desprecio que los miembros de la Corte limeña expresaban por proyectos separatistas de la Corona, lo que amenazaba con afectar y perder sus privilegios nobiliarios.
2) La independencia del Perú no constituyó el resultado de una revolución burguesa, la que casi no existía en este país, razón por la cual la formación económico-social feudal se mantuvo, a modo semi-feudal, tras el 28 de julio de 1821 hasta la reforma agraria que impulsó el Gnrl. de Div. E. P. Juan Velasco Alvarado el 24 de junio de 1969, conviviendo con una burguesía intermediaria no nacionalista surgida a mediados del siglo XIX con la explotación del guano y el salitre, fundamentalmente, y el desarrollo de las fábricas productoras desplegadas en Lima y en la costa norte del país.
A un año de cumplir 200 años de su independencia formal, el Perú actual se presenta como un país caracterizado por una economía extractiva y primario-exportadora incapaz de producir una burguesía nacionalista que impulse la industrialización que debería haberse desarrollado a inicios del siglo XX, con lo cual se convierte en una nación dependiente del mercado internacional al cual se somete y al que, curiosamente, alimenta con sus recursos naturales, los que son elaborados en la tecnología que se nos regresa para someternos.
La conferencia del Prof. Pacheco Mandujano se llevó a cabo, casualmente, el mismo día en que se celebraba el 210° aniversario de la firma del Acta de la Revolución de 1810, fecha que el Congreso de Estados Unidos de Colombia decretó oficialmente como aniversario de la proclamación de la independencia nacional en 1873, razón por la cual expresó su saludo de solidaridad indoamericana a la República de Colombia en su aniversario patrio.

Bio-bibliografía del Prof. Dr. H. c. Mult. Luis Alberto Pacheco Mandujano, Mg. Sc.

En el Acto Académico Internacional de Desagravio que organizó la Barra Interamericana de Abogados de México, en favor del Prof. Dr. H. c. Múlt. Luis Alberto Pacheco Mandujano, Mg. Sc., acto que se realizó el 7 de agosto de 2020, el Mtro. Juan Guillermo Gómez Farías de Rubín, Coordinador Académico de la Licenciatura de Derecho de la Facultad Interamericana de Litigación de México, dio lectura ante el Buró Académico de Científicos y Académicos provenientes de España, Francia, Italia, Alemania, México, Nicaragua, Panamá, Ecuador, Colombia, Perú, Brasil, Chile, Argentina, Paraguay y Brasil, por espacio de veinte minutos, poco más o menos, al siguiente documento titulado:




Bio-bibliografía del

Prof. Dr. H. c. Mult.

Luis Alberto Pacheco Mandujano, Mg. Sc.


Luis Alberto Pacheco Mandujano, hijo de don Luis Antonio Pacheco Acero y de doña Rosa Elena Mandujano y Serrano, nació en Lima, un 30 de diciembre de 1974, aunque no radicó en esta ciudad y, más bien, debido al trabajo que desempeñaban sus padres en la ciudad de Huancayo, los primeros 35 años de su vida los vivió en la capital del departamento de Junín, en el corazón de los Andes peruanos, a 3300 metros sobre el nivel del mar. Hijo mayor de cinco hermanos, cursó estudios primarios y secundarios en el colegio sacerdotal Claretiano, perteneciente a la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, popularmente conocidos como claretianos (en latín: Cordis Mariæ Filius) que fundara San Antonio María Claret y Clará en 1849 y que llegara al Perú a inicios del siglo XX. Durante su época escolar, entre 1981 y 1991, Luis Alberto destacó como uno de los más brillantes estudiantes de su generación, demostrando una destacada disposición para el estudio, el aprendizaje y la comprensión de las matemáticas y las ciencias exactas, lo que combinaba de manera curiosa con una manifiesta y preclara inclinación y sensibilidad por la filosofía, la sociología y las causas sociales.

 

A inicios de 1992, convencido juvenilmente de que su camino se encarrilaría por la vía de las ciencias físico-químicas, ingresó en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Centro del Perú (UNCP), una de las más importantes universidades públicas del país, con la aspiración de pasar después a la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) de Lima. Pero su destino sería completamente diferente a lo que él mismo había pensado.

 

En la Facultad de Ingeniería Química militó en el movimiento democrático conocido con el nombre de “Alianza Revolucionaria Estudiantil” (ARE, por sus siglas) que le hizo frente intelectual y activo a la brutalidad criminal y demencial con que operaba Sendero Luminoso al interior de las universidades públicas peruanas. Su participación activa en esta tarea le valió la persecución del terrorismo senderista, salvando la vida en un atentado dinamitero que resistió en su propia casa, motivo por el cual debió dejar los estudios hacia octubre de 1992 y pasar a la clandestinidad para poder sobrevivir. En ese momento, ya había comenzado a trabajar en sus investigaciones sobre la naturaleza física de la luz, las que llevó a cabo conjuntamente con su entonces compañero de estudios y ahora reconocido científico Dr. Luis Suárez Salas, investigador de la National Geographic. De este trabajo incipiente se produciría, más tarde, en 2003, la formulación de su hipótesis sobre “la ceguera del animal humano”, la misma que fue publicada en su libro Sofía y Teodoro: Diálogo en torno a la demostración lógica y ontológica de la existencia de Dios el año 2007. Dicha hipótesis fue confirmada en 2010 por el afamado físico teórico Stephen W. Hawking y el profesor Leonard Mlodinov, cuyos resultados constan en el libro de ambos titulado El Gran Diseño (Editorial Crítica, Barcelona, 2010[1]).

 

Con la detención policial del criminal Abimael Guzmán Reynoso –líder de la organización terrorista Sendero Luminoso– en septiembre de 1992, y con el decaimiento de las acciones subversivas, el Perú ingresó a un brevísimo período de calma a partir de 1993, pero Luis Alberto no pudo regresar, sin embargo, a la Facultad de Ingeniería Química: su nombre figuraba en las listas negras de los criminales que aún actuaban desarticulados y aislados pero histéricos, en la UNCP.

 

En agosto de 1993, motivado por razones sociales, ingresó en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Los Andes y fue allí donde halló su verdadera vocación profesional. En una ocasión pública Luis Alberto dijo al respecto: “Allí, en esa Facultad de infraestructura maltrecha y en medio de las más penosas condiciones de estudio, allí conocí al amor intelectual de mi vida: el Derecho”.

 


Durante los seis años de duración de la carrera universitaria, destacó como un magnífico estudiante, un comprometido dirigente, un fogoso organizador estudiantil y un destacado orador. Como Secretario General del Centro Federado de su Facultad organizó, juntamente con los movimientos estudiantiles de la época, la primera manifestación pública de rechazo a la destitución que sufrieron los magistrados del Tribunal Constitucional peruano que declararon inconstitucional la re-re-elección del dictador Alberto Fujimori que se preparaba para ejecutar el año 2000. Este hecho lo lanzó a la palestra de la resistencia democrática estudiantil a nivel nacional, liderando la representación de la Federación de Estudiantes del Perú (FEP) en la macro-región central del país, resaltando en él que no se trataba de un dirigente improvisado ni de última hora, sino que, por el contrario, se caracterizaba por sus profundas reflexiones filosóficas, antropológicas y sociológicas, lo cual le permitió desenvolverse en escenarios públicos mayores donde no sólo proponía acciones de resistencia contra la dictadura del fujimorato sino, aún más, ofrecía propuestas de reconstrucción estratégica institucional del Perú. En abril de 1997, juntamente con la juventud más avanzada y vanguardista de la región central del país, y con un Manifiesto reivindicativo a la nación y a la macroregión centro del Perú (reeditado y actualizado en 2001), fundó el Frente Juvenil y Estudiantil de Junín, realizando desde allí una activa colaboración con los grupos de resistencia democrática. Por ello, fue llamado a integrar el Foro Democrático que lideraron Javier Diez-Canseco Cisneros (ya fallecido) y Alberto Borea Odría, figuras públicas que, constituyendo entre ellos polos opuestos del pensamiento político-social peruano, sobresalían en el escenario democrático y demostraban en persona el impostergable, valioso y necesario reforzamiento de una alianza republicana liberal que debía oponerse mucho más estratégicamente a la dictadura.

 

Ese año 1997, de la mano del filósofo José Quintanilla, su profesor de filosofía en la Facultad de Derecho, Luis Alberto conoció la portentosa Teoría Tridimensional del Derecho del profesor brasileño Miguel Reale y se entregó al estudio profundo y profuso de sus estructuras epistemológicas de análisis, reflexión intelectual que le rendiría frutos científicos casi una década después. Pero mientras avanzaba en su formación profesional, académica e intelectual, también comenzó a ser víctima de persecución política por su participación social contra la dictadura, persecución que se ejercía mediante acciones de hostigamiento provenientes de los aparatos de inteligencia estatal de la policía y del ejército que servían a la autocracia fujimorista, actos que se fueron intensificando cada vez más, hasta que en septiembre de 1998 sufrió un atentado personal al ser abaleado en la misma universidad por desconocidos que huyeron en un vehículo militar. Ese mismo día, su entonces esposa María Teresa Del Pino fue víctima de un intento de secuestro. Hechas las denuncias respectivas ante las autoridades, éstas no quisieron recibirlas. En los siguientes días, dos compañeros suyos fueron secuestrados, uno de los cuales fue asesinado y el otro devuelto después de haber sido torturado durante poco más de una semana y portando un criminal mensaje de amenaza. Estos hechos le llevaron a culminar la carrera universitaria de manera dramática, mientras se jugaba la vida al permanecer activo en la resistencia democrática.

 

En enero de 1999, después de un intento de secuestro a manos de miembros del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), Luis Alberto debió huir a la ciudad de Lima, donde recibió el apoyo de la Asociación Pro Derechos Humanos (APRODEH) que dirigía Francisco Soberón, un importante y destacado activista y defensor peruano de los derechos fundamentales. Esta ONG tramitó ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Washington D. C. una medida cautelar dirigida contra el Estado peruano para proteger la vida de Luis Alberto, en tanto se gestionaba un asilo en la Embajada de la República de Colombia, asilo al cual valientemente renunció para quedarse a defender el Estado de Derecho y la institucionalidad peruana. En marzo de ese mismo año, resolvió dedicar su tiempo al trabajo educativo y de organización con comunidades originarias, refugiándose en la ciudad de Satipo, donde inició su labor de docente universitario en el mes de agosto, dictando las cátedras de Antropología Jurídica y Cultura Política en la Universidad Los Ángeles de Chimbote, tras haber recibido el grado de Bachiller en Derecho y Ciencias Políticas. Esta labor profesoral no la abandonó desde entonces y la continúa ejerciendo aún el día de hoy.


La dictadura fujimontesinista cayó estrepitosa y vergonzosamente en septiembre del año 2000, con la huida de Fujimori al Japón. Montesinos había hecho lo propio meses antes y se encontraba inubicable, hasta su detención en Venezuela, en junio de 2001, por el gobierno de Hugo ChávezDefinitivamente, entre 1999 y 2003, el Perú vivió un interesante y profundo proceso de cambios políticos y sociales devenido de la caída de la dictadura y la eliminación militar (aunque no política) de los grupos terroristas Sendero Luminoso y MRTA.


A fines de 1999, Luis Alberto Pacheco asumió el cargo de Secretario de Ideología y Doctrina del Partido Aprista Peruano, en el Comité Ejecutivo Regional de Junín, cargo que desempeñó hasta 2001, cuando pasó a ser Sub-Secretario de la UPGP en la misma jurisdicción política del APRA. Desde esta posición, impulsó el trabajo de refundación de la Universidad Popular González-Prada, abriendo las puertas a la juventud estudiosa de la región central del Perú, enfilando el movimiento aprista por la gloriosa senda hayista del "Partido Escuela". Este trabajo culminó en octubre de 2003 con grandes logros obtenidos, entre ellos la incorporación de una nueva y joven militancia dentro del Partido, y, quizás lo más importante, la formación integral de jóvenes cuadros políticos.

 

Con el retorno de la democracia, regresaron los oportunismos ramplones y las luchas intestinas por el poder, dejándose apreciar una manifiesta incapacidad política para aprovechar las circunstancias y reconstituir un Estado de Derecho, esta vez fuerte e institucionalizado, en el Perú. Decepcionado por semejante demostración de inmadurez y falta de compromiso histórico de parte de sus compatriotas, Luis Alberto decide abandonar toda forma de participación activa político-social y dedicar su atención al estudio, a la enseñanza universitaria y a la escritura. Sin embargo, como lo han manifestado sus propios estudiantes a lo largo de estas últimas dos décadas, sus clases nunca se encontraron exentas de reflexiones encendidas e inteligentes que combinaron teoría y práctica en su afán de despertar el espíritu crítico, analítico y axiológico de los futuros abogados y juristas peruanos. Un antiguo alumno del Prof. Pacheco Mandujano nos regala una de las notas taquigráficas que tomaba en sus clases de Filosofía del Derecho, las cuales impartía en la Universidad Los Andes desde 2005: “El estudio en esta Facultad no implica en absoluto aprender de memoria la ley ni los códigos. El Derecho no comienza en la ley ni termina en ella; la ley no es sino el mero epifenómeno del Derecho. Por ende, tanto el jurista práctico como el teórico inteligente deben buscar y encontrar las causas-razón que configuran el Derecho en ese basto, profundo, complejo y conflictivo proceso social humano, pues es de las entrañas de éste que emerge el factor determinante que habrá de regular las conductas individuales y colectivas que ordenarán la vida de los seres humanos en función de sus condiciones materiales de existencia en las que influye un tipo de orientación axiológica, también determinado por aquél. No hemos venido, por tanto, a estudiar leyes; no queremos hombres y mujeres de leyes. Hemos venido a estudiar Derecho y queremos hombres y mujeres juristas que entiendan el Derecho desde la sociedad y su historia para el engrandecimiento de nuestro pueblo milenario y de la propia humanidad”.

 

En 2004 se tituló como abogado con la tesis La dialéctica del hecho social, valor y norma como definición ontológica del Derecho. Crítica marxista a la ‘Teoría Tridimensional del Derecho’ del señor Reale, con la que obtuvo calificación sobresaliente y el grado magna cum laude en su alma mater, la Universidad Los Andes, donde impartió cátedra en las asignaturas de Filosofía del Derecho, Derecho Penal – Parte General y Antropología Jurídica desde 2005 hasta 2012.

 

Antes de ello, se había desempeñado como profesor de Filosofía y Lógica en la Universidad Nacional del Centro del Perú entre los años 2001 y 2004, así como profesor de Gnoseología, Historia de la Filosofía, Lógica Pura y Realidad Nacional en el Seminario Mayor San Pío X entre los años 2002 y 2005.

 

En el nivel de pre-grado, Luis Alberto Pacheco Mandujano ha sido, además, profesor de los cursos de Introducción al Derecho, Filosofía del Derecho, Lógica Jurídica e Historia del Derecho en la Universidad Tecnológica del Perú (2017-2018); profesor de Filosofía del Derecho y Lógica Jurídica en la Universidad Inca Garcilaso de la Vega (2012-2015); profesor de Filosofía del Derecho y Argumentación Jurídica en la Universidad César Vallejo de Lima Norte (2013-2015); profesor invitado para la cátedra libre de Derecho Constitucional en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (2013); profesor de Lógica Pura en la Universidad Tecnológica del Perú (2012-2013) y profesor de Filosofía y Derecho Penal Parte General en la Universidad Alas Peruanas (2004-2008). Asimismo, cumplió la función de Director Adjunto de la Escuela de Derecho de la Universidad Alas Peruanas (2006-2008).

 

A nivel de post-grado, es profesor en la Maestría de Derecho Penal de la Escuela de Posgrado de Derecho de la Universidad de San Martín de Porres, dictando los cursos de Problemas actuales del Derecho Penal, Globalización e Interculturalidad y Temas de Derecho Penal, Constitución y Derechos Humanos. También es profesor en la Maestría de Derecho Penal de la Escuela de Posgrado de la Universidad de Huánuco (Huánuco, Perú), dictando los cursos de Criminología y Política Criminal. Asimismo, es profesor en las Maestrías de Derecho Penal y Derecho Civil en la Universidad Privada Antenor Orrego (Trujillo, Perú), asumiendo los cursos de Derecho Penal: Determinación Judicial de la Pena y Teoría de la Argumentación Jurídica, respectivamente. También ha dictado el curso de Taller de Tesis I en la Escuela de Postgrado San Francisco Xavier - Escuela de Negocios (Arequipa, Perú).

 

Actualmente es doctorando en Derecho en la Universidad de San Martín de Porres de Lima. Es Doctor Honoris Causa por la Facultad Interamericana de Litigación Oral de México (2017). También es Doctor Honoris Causa por la Universidad Ada Byron (2013). Tiene el grado de Magister en Derecho Constitucional otorgado por la Universidad de Castilla – La Mancha, en el Reino de España (2016). Es Experto en Cumplimiento Normativo – Compliance, por la Universidad de Granada, España (Beca DOCRIM – Universidad de Granada, 2019). Posee un Título de Especialista en Justicia Constitucional, Interpretación y Aplicación de la Constitución, expedido por la Universidad de Castilla – La Mancha (2015). También siguió estudios de Maestría en Derecho con mención en Derecho Penal en la Escuela Universitaria de Post-Grado de la Universidad Nacional del Centro del Perú (2004-2005) y de Maestría en Derecho Penal y Procesal Penal en la Escuela de Negocios de la Universidad Continental (2010-2011). Fue ganador de la Beca UAP para seguir estudios de Maestría en Filosofía e Investigación en la Escuela de Post-Grado de la Universidad Alas Peruanas (2007).

 

Ha sido funcionario público de diversas instituciones públicas, con una práctica exitosa en el tratamiento de las responsabilidades asumidas. Hasta hace poco se desempeñó como Coordinador General del Gabinete de Asesores de la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia de la República (2019-2020), cargo del cual fue expectorado en preclara violación de su derecho a la libertad de cátedra. Ha ejercido, también, el cargo de Director Académico de la Academia de la Magistratura de la República del Perú (2016-2018). Ha desempeñado el cargo de Asesor del Viceministro de Derechos Humanos y Acceso a la Justicia del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos (2015-2016). Fue, asimismo, Asesor del Fiscal de la Nación de la República del Perú (2015). Desempeñó el cargo de Gerente Central de la Escuela del Ministerio Público de la República del Perú (2012-2014 / 2018), del cual también fue Sub-Gerente de Capacitación Fiscal (2011-2012). Ha sido Responsable de la Unidad de Prevención de Conflictos Sociales Intrasectoriales del Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social – MIMDES (2010) y Representante Alterno de la Ministra de la Mujer y Desarrollo Social en la Comisión Multisectorial de Prevención de Conflictos Sociales de la Presidencia del Consejo de Ministros (2010). También fue Gerente Legal de la Oficina de Asesoría Jurídica de la Superintendencia Nacional de los Registros Públicos – Zona Registral N° VIII (2008-2010).

 

Luis Alberto Pacheco Mandujano ha realizado estancias de investigación docente (Derecho Penal y Filosofía del Derecho) en las Facultades de Derecho de las Universidades de Bonn (Alemania), de Granada y de Sevilla (España), así como en la Universidad Andrés Bello (Chile), universidades en las cuales ha tenido como directores de investigación a los afamados profesores Urs Kindhäuser (en Bonn), Miguel Olmedo Cardenete y Carlos Aránguez Sánchez (en Granada), Miguel Polaino Navarrete y Miguel Polaino-Orts (en Sevilla) y Juan Carlos Manríquez Rosales (en Chile). Anualmente, a través de DOCRIM, imparte la asignatura de Teoría del Delito en la Universidad de Granada desde 2014.

 

Actualmente es Miembro Consejero de la Facultad Interamericana de Litigación de México (desde 2020) y ha ocupado el cargo de Presidente del Instituto Peruano de Estudios en Derecho Penal (período 2013-2015). Fue Vice-Presidente de la misma institución (período 2011-2013). Es Miembro Honorario del Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal de Lima (desde 2012), Miembro y Docente Honorario de la Fundación Gestium Lexus International de Guayaquil (desde 2011), Miembro Honorario del Círculo de Investigación “Horizonte Social del Derecho” de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga (desde 2011), Miembro Asociado y Consejero de la Sociedad Peruana de Derecho (desde 2010), ostenta Membresía Internacional de la Sociedad Internacional de Intelectuales Sartreanos en Defensa de la Humanidad (desde 2009). Asimismo, es Miembro y Docente Honorario del Instituto Latinoamericano de Derecho (desde 2007) y también es Catedrático Libre Internacional de la Universite de Solidarite Internationale Jean-Paul Sartre et Paul Nizan (desde 2007).

 

Ha publicado textos de reconocida importancia donde, al decir de la crítica especializada, ha plasmado significativos aportes teóricos y conceptuales al Derecho, así como a la Filosofía y a la Lógica, los cuales han sido objeto de debate y reconocimiento por parte de la comunidad científica nacional e internacional. Entre tales textos se cuentan los libros Contribución a la crítica dogmático-penal del delito de Feminicidio (Lima, 2020), Problemas actuales de Derecho Penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal (Córdoba, Argentina, 2020), Razonamiento Lógico y Argumentación Jurídica, en co-autoría con el profesor Frank Robert Almanza Altamirano (Lima, 2018), Problemas actuales de Derecho Penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal (Lima, 2017), Razonamiento Lógico y Argumentación Jurídica, también en co-autoría con el profesor Frank Robert Almanza Altamirano (México, 2015), Teoría dialéctica del Derecho (Lima, 2013), La dialéctica del hecho social, valor y norma como definición ontológica del Derecho. Crítica a la ‘Teoría Tridimensional del Derecho’ del señor Reale (Huancayo, 2008), Sofía y Teodoro: Diálogo en torno a la demostración lógica y ontológica de la existencia de Dios (Huancayo, 2007) y el libelo ¿Es la ecuación algebraica una proposición lógica? (Huancayo, 2003).

 

De todos estos trabajos, el que más destaca es, sin duda, su Teoría dialéctica del Derecho en la cual, sobre la base de la totémica estructura epistemológica de la dialéctica científica, redefinió la Teoría tridimensional del Derecho de Miguel Reale, a la cual critica severamente por su contenido metafísico y ecléctico de naturaleza neokantiano-neopositivista, y presenta una acabada y detallada explicación ontogenética del origen, desarrollo y desenvolvimiento universal del Derecho, comprendido como un fenómeno social integrante de la cultura humana, el mismo que se manifiesta, desde un punto de vista fenomenológico, de diversas formas en los diversos pueblos del mundo, características del Derecho que revelan  de manera bastante peculiar en él la distintiva propiedad dialéctica de universalidad-particularidad. Esta teoría es hoy objeto de estudio en las Facultades de Derecho de varios países sudamericanos y cada vez va ganando más partidarios.

 

Al mismo tiempo, es autor de diez quodlibetum, de entre los cuales destacan los siguientes títulos: “El indulto a Alberto Fujimori: Una compleja antinomia de difícil solución entre el Principio de Legalidad y la protección ius cogens de los DD.HH.” (Medellín, Colombia, 2018), “Breves consideraciones sobre la relación existente entre el lenguaje y el Derecho” (Toledo, España, 2015), “El inhumano Derecho Penal de una funesta concepción de los derechos humanos. Un punto de vista heurístico concerniente al entendimiento convenido [aunque no conveniente] del sistema teórico de los derechos humanos a partir de un caso concreto” (Sevilla, España, 2014), “Sobre la ceguera del animal humano y los modelos mentales de las cosas” (Lima, 2011) y “La dialéctica de la ‘Teoría de la Pena’ en el Derecho Penal del Ciudadano del Prof. G. Jakobs” (Lima, 2011).

 

Ha publicado, finalmente, más de una treintena de ensayos y artículos divulgados en diversas revistas especializadas e indexadas de Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, España, México, Nicaragua, Perú, Panamá y Suiza; y ha ofrecido múltiples conferencias dentro y fuera de su país en temas relativos al Derecho Constitucional, al Derecho Penal (marcadamente en el campo de la teoría del delito, teoría de la acción y teoría de la imputación), a la Lógica, a la Lógica Jurídica, a la Filosofía del Derecho y a la Antropología Jurídica.

 

 

 

En la Barra Interamericana de Abogados,

Ciudad de México, á 7 de agosto de 2020 e.n.e.