3.4.
La necesaria interpretación lingüística de su
tratamiento especial[1]
El lenguaje, independientemente
del idioma que adopte, no sólo implica un uso funcional expresado en la comunicación
destinada al proceso de socialización entre seres humanos, sino que, por sobre
encima de tal fin práctico, tiene una connotación ontológicamente determinada
en un sentido mucho más profundo, porque el
lenguaje es directamente proporcional a nuestros pensamientos; esta es una
verdad tan hondamente cierta que, entendido en su manifestación proposicional, es
posible por ello afirmar que el lenguaje es el reflejo mismo del mundo o, como mejor
lo precisara el propio Wittgenstein, “es
una figura de la realidad”.[2]
En efecto, el lenguaje refleja en palabras (orales y escritas) lo que el
pensamiento, a su vez, viene a ser: el reflejo del mundo, el reflejo de nuestro
entorno.
Siendo esto así, sea de manera oral
o escrita, el lenguaje revela el pensamiento que nos define como seres humanos,
como personas, a la par de materializar el enorme conjunto de conceptos, juicios y raciocinios que
cotidianamente producimos[3]
hasta el infinito.
En una palabra, el lenguaje
revela el grado de desarrollo eidético –desde el punto de vista de sus estructuras–
de una persona. Por tanto, la corrección del lenguaje no viene a ser un tema de
exquisitez ni de vana soberbia personal. La corrección del lenguaje implica, de
manera sinalagmática, la corrección del pensamiento y de sus estructuras
ontológicas. Por eso mismo Denegri decía que “las cosas dichas tienen que ser bien dichas porque toda lengua tiene
una normatividad, un estatuto, un conjunto de reglas y principios, y por eso
uno no puede hablar como le parece, o como se le ocurre, o como le da la gana”.[4]
En ese marco de naturaleza
lógica, semiótica y lingüística, cabe preguntar, por tanto, ¿de qué sombrero
salió ese estilo de escritura tan
estólido y también mal llamado lenguaje
inclusivo según el cual debe[5]
hablarse y escribirse “evitando las definiciones
de género o sexo, abarcando a mujeres, varones, personas transgénero e
individuos no binarios por igual”?[6]
Obviamente, salió del sombrero negro de propiedad de los militantes de una
ideología que, para sobrevivir e imponerse socialmente, se guarece bajo el
manto protector de un concepto inventado por ellos mismos que responde al
nombre de criterio de lo políticamente
correcto, concepto, a juicio propio, que constituye la expresión más
palurda de una diplomacia tremendamente hipócrita, farisea, que concibe al
mundo como el escenario donde sólo se perciben dos colores políticos,
jurídicos, lingüísticos, culturales en general: blanco y negro, y donde, si no
se forma parte de ese criterio de vida, entonces se está en contra de lo correcto. ¡Qué manera más estrecha de
ver al mundo! Pero es lo que se nos ha impuesto a viva fuerza.
Un día, convirtiendo este criterio en dogma de fe, un citadino irresponsable
consigo mismo y con la cultura, contratado en el sector público no para
beneficiar a la sociedad con un sano ejercicio productivo de mayores dosis de sinapsis,
sino para ejecutar órdenes sin dudas ni murmuraciones, publicó en la intranet
del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos del Perú, por encargo de su
Oficina General de Administración, un mensaje de saludo institucional que decía
así: “El trabajo en equipo, las metas
altas, la perseverancia en el esfuerzo de servir a nuestras/os hermanas/os y la honestidad, nos ayudarán a construir
el país que todos queremos. Está en
nuestras manos. El Ministerio de Justicia y Derechos Humanos hace llegar un
caluroso saludo a todas/os[7] sus servidoras/es
al conmemorarse el Día del Servidor Público el próximo 29 de mayo…”
El escritor de marras, de la misma manera que casi todos aquellos sujetos
que tienen la misión de redactar todo tipo de textos oficiales, ignoró con
supina contumacia, que en el idioma castellano, el adjetivo posesivo plural en
primera persona nuestro, descendiente
directo del latín noster, incluye
semánticamente en la oración –como sucede de igual manera con muchos otros
términos del idioma castellano– tanto al género masculino como al femenino, y
precisamente ello hace que resulte inadmisible escribir en una sola
proposición, v. gr., “Convocamos a nuestros y nuestras…”, como
tampoco es lícito redactar un texto de la siguiente forma: “Convocamos a nuestros/as…”
Algo similar sucede con el
adjetivo indefinido plural todos,[8]
del latín totus, cuyo significado es,
precisamente, “todo entero”. En
consecuencia, cuando en la oración se dice, por ejemplo, “Saludamos a todos los trabajadores de esta institución”, la partícula
todos, como en el caso anterior,
incluye significativamente en sí misma a los trabajadores de ambos sexos, varón
y mujer. Por tanto, no es necesario ni admisible escribir, en la línea del
ejemplo anterior, “Saludamos a todas y todos los trabajadores de esta
institución”[9]
porque, como en el caso relievado en el párrafo precedente, con semejante forma
de escribir, lo único que hacemos es colaborar con la producción de un literal
barbarismo fraseoclasta y logocida que avergonzaría y llenaría de rabia al propio
Cervantes al
verificar lo que ciertas gentes están haciendo con su lenguaje.
Las mismas anteriores reglas
operan en el caso del término servidor,
de manera que basta con escribir “Saludamos
a los servidores de nuestro centro de labores”, siendo incorrecto hacerlo
así: “Saludamos a las y los servidoras y servidores de nuestro centro de labores”.[10]
Si en el idioma castellano, por
ende, quisiese hacer usted una diferenciación precisa, desde el punto de vista
del género –dicho sea de paso, inextricablemente vinculado a la naturaleza
sexual del individuo–, para distinguir al varón de la mujer, lo correcto sería
escribir, por ejemplo, “En este
importante día, saludamos de manera especial a las damas y caballeros que, como
servidores públicos, laboran en nuestra institución”.Por el contrario, la
forma escritural “En este importante día
saludamos de manera especial a todas
y todos las y los trabajadoras y trabajadores que laboran en nuestra institución”, además de
constituir una flagrante violación a las reglas del idioma, revelando la
desorganización conceptual que se tiene del mundo a la hora de construir y
fijar las estructuras del razonamiento, el pensamiento y las ideas, semejante
redacción deviene, como solemos decir muy bien en el Perú para casos como
estos, una auténtica huachafada.
El sandio –y mal llamado– lenguaje inclusivo, bajo el que se
cobija y en el que se sustenta la redacción de ese comunicado oficial en comentario, además
de ser procaz e irrespetuoso con el lenguaje debido, es en esencia tautológico,
pues todo lenguaje, desde el más simple hasta el más complejo, en cualquier
parte del mundo, es inclusivo; por lo tanto, semejante engendro no contribuye
en ninguna mejora de ninguna clase. Por el contrario, sólo perjudica el buen y
correcto sentido del hablar y del escribir; y como el lenguaje es reflejo del
pensamiento, deformando y perjudicando al lenguaje se deforma y perjudica
también al pensamiento.[11]
Además, desde una perspectiva
ontológica, no existe ningún
lenguaje que sea exclusivo;[12]
ni siquiera en las sociedades de castas más reaccionarias, aún supérstites en
algunas latitudes del orbe. En términos generales, pues, el lenguaje es
inclusivo.
Que se sepa entonces, y de una
vez por todas, que cuando se trata de usar términos verdaderamente inclusivos, todos
los términos que en el lenguaje castellano aparentemente se manifiestan neutros, todos ellos nombran
intrínsecamente al varón y la mujer. De manera tal que es torpe la percepción según
la cual el no nombrar un artículo, un
sustantivo o un verbo en versión de género femenino, implica invisibilizar a la mujer. Eso no es
cierto, pues el lenguaje no tiene ninguna intención de tal índole. Contrario sensu, semejante variación,
irregular de todo punto de vista, constituye una deformación fraseoclasta del
lenguaje, además de resultar convenidamente ignorante de las normas y
significados que lo rigen.
De esta manera, cuando, v. gr., el artículo 106° del Código
Penal, disposición normativa que inaugura el libro segundo de dicho código y,
con él, da inicio al catálogo de crímenes que el Estado peruano pena, prescribe
que:
“El que mata a otro, será
reprimido con pena privativa de la libertad no menor de seis ni mayor de veinte
años”
el artículo el, actuante en esta fórmula legal ab initio, constituye un artículo neutro de apariencia que
involucra, sin embargo, por igual razón y sin discriminación de ninguna
especie, al varón y a la mujer en la condición de potenciales sujetos activos
del homicidio simple. Lo mismo sucede en todos los casos que siguen el estilo
de redacción de dicho dispositivo legal. No cabe ni pensar siquiera, por tanto,
una redacción como la que figura a continuación:
“El/la que mata a otro u otra, será reprimido/a con pena privativa de la libertad no menor de seis ni
mayor de veinte años”
Ahora bien, sin embargo a todo lo
demostrado en este acápite de mi trabajo y por las razones expuestas poco
antes, téngase claro que cuando el artículo 108-B° del Código Penal prescribe
que:
“Será reprimido con pena privativa de libertad no menor de veinte años el que mata a una mujer por su
condición de tal,…”
no cabrá sino entender que el
artículo determinativo el, presente
en el texto del tipo penal, se refiere únicamente a el varón que mata a la
mujer por su condición de tal.[13]
No cabe pues, en dicho artículo lingüístico, por todo lo ya explicado en este
trabajo, una comprensión inclusiva de los géneros masculino y femenino. Además,
de haber sido esa la idea de quienes redactaron el texto legal,[14]
o sea, de haberse querido implicar que el artículo de marras incluyese
indistintamente al varón y a la mujer, como sucede con el artículo
determinativo que da inicio a la redacción del tipo penal del delito de
homicidio simple, entonces, con ayuda de su adelantado
lenguaje inclusivo, las autoras del texto legal lo habrían redactado en los
siguientes términos:
“Será reprimido/a con pena
privativa de libertad no menor de veinte años el/la que mata a una mujer por su condición de tal,…”
Pero el texto, como bien sabemos,
no fue redactado así, hecho evidente que da cuenta ens a sé que ni en el pensamiento feminista de las autoras de este
tipo penal pasó la idea de que el delito de feminicidio contemplase la
posibilidad de tener por sujeto activo del mismo a la mujer.
Esa pérfida ideología, pues, que,
siendo inconsecuente consigo misma, y que se ha propuesto destruir valores e
instituciones que llevan avanzando con la humanidad misma siglos y siglos de
historia –y que, con y por ello, contienen sólidas razones dialécticas,
axiológicas y naturales[15]
en las cuales sustentan su existencia– quiere también ahora destruir el
lenguaje. ¿Lo vamos a permitir? Evidentemente que no. Pero, qué hacer ante
semejante acción extremista, fanática y violenta que dirige su batería
destructora contra el λóγος. Pues bien, por lo pronto en este punto,
respondamos con el mismo maestro Denegri, polígrafo sin par, reiterando que “las cosas dichas tienen que ser bien dichas
porque toda lengua tiene una normatividad, un estatuto, un conjunto de reglas y
principios, y por eso uno no puede hablar como le parece, o como se le ocurre,
o como le da la gana”. Y, después, ofrezcamos la razón contra la barbaridad.
Esta ha sido siempre, y seguirá siendo, una buena medida de lucha contra la
misología.
Tengamos consciencia, además,
que, desde la existencia de los australopithecus, a la naturaleza le ha tomado alrededor de 4.5
millones de años para realizar exitosamente el proceso de hominización. Básicamente,
han sido 4.5 millones de años los que han tenido que pasar para que se logre
desarrollar la evolución del muy bien organizado cerebro humano. Este es el
mismo tiempo que la madre natura invirtió para crear y evolucionar el lenguaje
humano. Con qué derecho, pues, aparecen esos gaznápiros anticultura que vienen
a maltratar y querer destruir uno de los más grandiosos logros del universo, el
lenguaje, desnaturalizándolo con guarradas creadas por gestores de la inversión,[16]
que convierten lo malo en bueno y viceversa.
Integrantes de enfermas
corporaciones, tales administradores de la podre y de la bajeza intelectual no
son sino expertos en crear la falsa imagen según la cual lo correcto es
sinónimo de decrepitud y que ésta, la decrepitud, a la cual temen por su
cercanía al juicio final en el cual deberán rendir cuentas por sus dolosos
desórdenes vitales, es merecedora del desecho. Personajes ajenos a la verdadera
intelectualidad que, errando con tan falaz lógica,
identifican confusionistamente (de la misma manera como identifican sus [in]consciencias
morales con acomodadas posiciones rentistas en sus quehaceres cotidianos de
supuesta –pero falsa– labor de reivindicación
social[17])
el concepto de lo clásico por el de
reaccionario, mientras construyen –agazapados en galimatías llenas de palabrejas
tremendistas y de terminejos carentes de contenido vital– verdades que terminan
siendo mentiras. Comerciantes de derechos, traficantes de esperanzas ajenas,
obran en procura de intereses propios, mas no de intereses realmente colectivos
ni sociales. Con su despreciable presencia nos advierten que los tiempos
actuales, definitivamente, ¡son tiempos del homo
stupidus![18]
Bonus episteme
[1]
Tomado de: Pacheco Mandujano,
Luis Alberto, Contribución a la crítica
dogmático-penal del delito de feminicidio. Prólogo de Elena Núñez Castaño,
Profesora Titular de Derecho Penal de la Universidad de Sevilla. Editorial
A&C, 1ra. edición, tiraje 1000 ejemplares, Lima, febrero de 2019.
[2]
Sic.
Wittgenstein, Ludwig, Tractatus
lógico-philosophicus, § 4.01 y § 5.6, traducción, introducción y notas de
Luis M. Valdés Villanueva, 3.ª edición, Editorial Tecnos, España, 2007, páginas
147 y 234, respectivamente.
[3]
Aunque, por cierto, cada vez menos,
para desgracia de la raza y de la cultura humana. Denegri
parificó axiomáticamente esta insólita circunstancia involucionante del ser
humano sosteniéndose en las demostraciones efectuadas por el premio Nobel de
Medicina de 1960, Sir Peter Brian Medawar,
quien concluyó que “desde la década de
1940… la inteligencia está disminuyendo en el mundo y consiguientemente está
aumentando la estupidez” (sic. Denegri,
Marco Aurelio, Esmórgasbord, Fondo
Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, Serie Obras escogidas /
Humanidades, Lima, 2011, página 136), “sobre
todo, la estupidez activa y no tanto la estupidez pasiva ni la estupidez
crónica” (sic. Denegri,
Marco Aurelio, en: El Comercio, edición del 8 de enero de
2015). He allí, precisamente, lo peligroso del problema: el incremento de la estupidez activa. Peligroso y
problemático este fenómeno porque la estupidez activa es, por la brutalidad
inherente a su naturaleza, inmovilizante. Dice también al respecto Denegri,
en clave de sorna desgarrada, que “la
brutalidad pesa toneladas; y la brutalidad paraliza y detiene absolutamente”
(sic. Denegri,
Marco Aurelio, Esmórgasbord, página 117);
y ahondando en profundidad su análisis de la brutalidad y del bruto, dice el
desaparecido polígrafo en su artículo “El
mayor mal de los males”: “En un
escrito de Antonio Sánchez Pérez, incluido en el Parnaso Español, en edición de Bastinos, hallé un excelente
refrán de la sabiduría popular que dice así: «El mayor mal de los males es
tratar con animales.» Mi tía Carolina,
que en paz descanse, solía repetir un refrán que se emparienta (no que «se
emparenta», como creen los ignorantes), que se emparienta, repito, con el
anterior y que a la letra dice: «Si quieres morir sin saber de qué,
amárrate un bruto al pie.» (Esto mismo
consta en la Ña Catita, de Segura,
sólo que don Manuel Ascencio no dice bruto, sino tonto.) Miguel Agustín
Príncipe, insigne fabulista zaragozano (1811-1863), refiere en su fábula «El
hombre y el burro», que un buen día convinieron un hombre y un burro en enseñarse
el respectivo idioma, y el burro, ¡suerte impía!, en dos años de estudio y de
porfía, no aprendió ni un solo vocablo, mientras que el hombre, en un sólo día,
aprendió a rebuznar perfectamente. Moraleja: «No trates con el burro ni un
minuto, / pues no conseguirás la alta corona / de hacerle tú persona y puede
suceder que él te haga bruto.» Es casi
perogrullesco afirmar que los brutos, necios e insensatos pululan, y su
pululación abruma y marea juntamente. En cambio, los juiciosos, inteligentes y
sabios escasean mucho, hasta el punto de que ya comenzamos a figurárnoslos
miembros de una sociedad secreta o individuos de una especie en extinción…” (sic. Denegri,
Marco Aurelio, Esmórgasbord, páginas 59-60).
Cuánta verdad, entonces, la expresada por Medawar, sin
duda alguna: la inteligencia está
disminuyendo en el mundo y está aumentando la estupidez. Con esta clase de
gente, ¿cómo combatir la disminución de la inteligencia, la brutalidad, en un
sistema que, además, enseña a ser bruto?
[4]
Sic.
Denegri, Marco Aurelio, en: El Comercio,
edición del 19 de enero de 2015. Esta determinación, sin embargo, no opera para
el lenguaje chabacano, porque, como precisaba el mismo Denegri, “en el lenguaje coloquial, en las
conversaciones, en las charlas de café, las permisiones lingüísticas son
mayores. Los lingüistas alemanes llaman a esto Ungebunde Rede, el habla sin
trabas” (sic. ídem).
[5]
Según los aniquiladores de la cultura,
el lenguaje debe hablarse como lo
plantea, no la tendencia ni el desarrollo de la lengua misma que usa una
sociedad dada, sino una ideología en particular: la ideología de género, una
ideología que impone a patadas al nuevo establishment mundial el
deber de hablar y escribir como esta ideología dice que tenemos que
hacerlo. Por eso es que, por semejante brutalidad, y con justa razón, como
muchos otros especialistas en el tema, Mario Vargas Llosa también ha calificado, correctamente,
ese engendro bastardo llamado lenguaje
inclusivo, de aberración (vid. https://www.youtube.com/watch?v=kgoW0jtXZdU,
revisada el 28 de marzo de 2019). Se trata de una aberración porque, en las
propias palabras del nobel de literatura, “la
lengua necesita de la libertad, ejercita la libertad, la lengua se va renovando,
se va adaptando, y no se la puede forzar sin provocar traumas lingüísticos y a
eso me refiero y sobre eso la Academia de la Lengua Española ha sido consultada
por el gobierno y se ha pronunciado de una manera, yo creo, muy sensata, sabia
y efectiva. La Academia de la Lengua dice ‘las Academias no crean el lenguaje,
las Academias recogen un lenguaje que lo crean los hablantes y los
escribientes’…[por tanto] no podemos forzar el lenguaje
desnaturalizándolo completamente por razones ideológicas; eso no funciona así,
porque los lenguajes no funcionan de esa manera y entonces el llamado ‘lenguaje
inclusivo’ es una especie de aberración dentro del lenguaje que no va a
solucionar el problema de la discriminación de la mujer al que sí hay que
combatir, pero de una manera que sea realmente efectiva” (sic. ídem; la aclaración es mía). Mejor
dicho, imposible.
[7] Ahora, los misólogos que propician ese
deformado y mal llamado lenguaje
inclusivo ya ni siquiera se preocupan de forzar el uso diferenciador de los
pronombres indefinidos todos y todas. En estos momentos, a esos
cultores de la estupidez se les ha ocurrido fusionar
ambos términos, de lo que les ha resultado el pseudoglifo “todxs”, esperpento que, resultando manifiestamente impronunciable,
pretenden vocearlo con el sonido “todex”,
aunque evidentemente no le corresponda. Empero, a pesar de ello, quienes así
escriben y hablan aseguran que con
esa amorfa mezcla de grafemas obtienen un término
neutro que permitiría incluir en
su semántica a varones, mujeres,
transexuales, transgéneros, travestis, etc. ¡Qué dialécticos habían resultado
esos sujetos! No, en absoluto; en verdad, en semejante idiotez no existe
ninguna dialéctica y, constituyendo más bien una auténtica huachafada más, no
merece siquiera darle mayor atención.
[8]
No sin extrañeza, quiero hacer notar
que, en relación a dicho adjetivo, el redactor del saludo terminó apuntado en
su texto lo siguiente: “nos ayudarán a
construir el país que todos
queremos”, expresión con la que desechó, en la lógica de su lenguaje –si
acaso alguna lógica tuviera y si,
siendo así, cupiese la calificación epistemológica de lógica a la pautación aberrante que ilumina ese lenguaje–, la inadmisible construcción
gramatical “nos ayudarán a construir el
país que todas/todos queremos”.
Es decir, en el texto del saludo encontramos que, además de aberrante, es al
mismo tiempo inconsecuente.
[9]
Sobre el particular, el Diccionario Panhispánico de Dudas dice
bien al precisar que “por razones de corrección
política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de
hacer explícita… la alusión a ambos sexos: «Decidió luchar ella, y ayudar a
sus compañeros y compañeras»… en el ejemplo citado pudo –y debió– decirse,
simplemente, «ayudar a sus compañeros»”
(sic. Real Academia Española, Diccionario Panhispánico de Dudas, 5.º
texto consensuado por la Comisión Interacadémica, 5 - 10 de julio de 2004,
Santiago de Chile, página 184).
[11]
Esto es así no porque la exigencia del
escribir y hablar correctamente implique una vanidosa expresión de exquisitez y
refinamiento escritural; no, más bien, como ha quedado establecido de manera
objetiva por la ciencia contemporánea especializada en estos menesteres, se
trata de lo siguiente: si bien el lenguaje resulta ser el instrumento
materializador del pensamiento, sobre éste, a su vez, reacciona el lenguaje
para generar en el ser humano una adecuada comprensión dialéctica del mundo. En
mi noveno quodlibetum titulado “Breves consideraciones
sobre la relación existente entre el lenguaje y el Derecho”, sobre la base
de consideraciones dialécticas científicas, sostuve, y no sin razón, que “el lenguaje materializa el pensamiento, sin
lugar a dudas; pero el pensamiento, a su vez, ha sido formado, definido,
consolidado y estructurado, asimismo, de manera significativa por las
innumerables formas de relación social actuantes entre los hombres, como
también gracias a la relación de éstos con el mundo que los contiene y rodea,
en el activo proceso de transformación de la naturaleza operado a través del
trabajo, donde la [re]acción del lenguaje define aquel cosmos y desempeña un
manifiesto papel en la formación de la cultura” (sic. Pacheco Mandujano, Luis Alberto, “Quodlibetum IX: Breves consideraciones
sobre la relación existente entre el lenguaje y el Derecho”, página 102,
en: López de Lerma Galán, Jesús y Wendy Mercedes Jarquín
Orozco (coordinadores), La
justicia constitucional en Iberoamérica: Una perspectiva comparada, Ubijus
Editorial, S. A. de C. V., México, 2016, páginas 97-113). En el mismo lugar,
desarrollando el sentido relacional de dependencia presente en el lenguaje
hacia el pensamiento, ya había ampliado el asunto señalando que “no se trata de una dependencia causal
mecánica, por supuesto, sino dialéctica, donde el lenguaje [instrumento
mediador por excelencia que le permite al ser humano darse cuenta de que es un
ser social porque puede comunicarse con los demás] es condición necesaria del
pensamiento [construcción social que se hace posible, en el plano de lo
abstracto, a través de la interacción con el medio que nos rodea], pero no
suficiente, pues éste, a su vez, sin llegar a tener una cualidad de
bicondicionalidad, reacciona influyente y hasta determinante en otras tantas
ocasiones sobre el lenguaje, lo que permite al ser humano completar el conocimiento
que posee del mundo que lo rodea, construyendo esquemas mentales en espacio y
tiempo determinados por factores sociales históricamente determinados” (sic. Pacheco Mandujano,
Luis Alberto, ibídem, §14, página 101).
[12]
En el caso del idioma castellano, dice
por eso –y con suma precisión lingüística– el Diccionario Panhispánico de Dudas, que “en la lengua está prevista
la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical
masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria
alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva”
(sic. Real Academia Española, Diccionario Panhispánico de Dudas, ídem).
[13]
En el mismo sentido, el f. j. 33 del Acuerdo
Plenario Nº 001-2016/CJ-116 señala con certeza que “… En el tipo penal vigente, el sujeto activo es también identificable
con la locución pronominal ‘El que’. De manera que una interpretación literal y
aislada de este elemento del tipo objetivo, podría conducir a la conclusión errada
que no interesaría si el agente que causa la muerte de la mujer sea hombre o
mujer. Pero la estructura misma del tipo, conduce a una lectura restringida. Sólo
puede ser sujeto activo de este delito un hombre, en sentido biológico, pues la
muerte causada a la mujer es por su condición de tal. Quien mata lo hace, en el
contexto de lo que es la llamada violencia de género; esto es, mediante
cualquier acción contra la mujer, basada en su género, que cause la muerte. Así
las cosas, sólo un hombre podría actuar contra la mujer, produciéndole la
muerte, por su género o su condición de tal. Esta motivación excluye entonces
que una mujer sea sujeto activo”.
[14]
Que fueron las más preclaras
representantes del feminismo peruano más reactivo y radical que conocemos.
[15]
Un conocido comunista activo peruano,
Vladimir Cerrón, presidente del Gobierno Regional de Junín, ha
mostrado recientemente su abierto rechazo y desprecio contra el denominado “enfoque de género”, eufemismo con el
que las activistas radicales del post-feminismo llaman a lo que en verdad
constituye una auténtica ideología de
género (cfr. Correo,
edición Huancayo, 18 de febrero de 2019). La decisión del señor Cerrón
da cuenta de dos cosas concretas: en principio, su consciencia ética marxista
–seguramente enraizada en las tradiciones y valores más profundos del pueblo
que no necesariamente son la expresión de posiciones reaccionarias y tampoco se
oponen con ninguna revolución social– le impide aceptar un programa tan
antihumanista, retorcido y deformado como el que propone el minúsculo –pero
escandaloso– grupúsculo de sus camaradas más radicales; y, en segundo lugar, no
todos los comunistas aceptan mansamente y como corderos las apuestas de un
sector tan pequeño de la izquierda radical que, con singular capacidad para
escandalizar con la bulla que hacen, enarbola postulados que avergonzarían a
los mismos Marx, Engels y Lenin.
Es que, como diría don Camilo José Cela,
ciertamente “es siempre mayor el número
de los escandalizables que el de los escandalizadores”.
[16]
En el sentido de la segunda acepción
que el DRAE 2014 le reconoce a esta palabra.
[18]
Cuánta razón tenía M. A. Denegri
cuando denunciaba, indignado como nosotros, que “en épocas de depresión como la nuestra, en que todo está hundido y
deshecho y en que reina soberano lo que se ha llamado «el resentimiento atávico
de la bestia contra la cultura», razón por la cual la oligofrenia es meritoria,
la animalidad cotizadísima y el embrutecimiento galopante… la verdad [es] muda y la mentira trilingüe, según frase
gracianesca; [es decir, vivimos una] época de absoluta bajura existencial…”
(sic. Denegri, M.
A., opus cit., página 93; el agregado
aclaratorio es mío).
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