martes, 23 de julio de 2024

7 de julio de 2023: Homenaje del c. Luis Alberto Pacheco Mandujano a los Mártires de la Revolución de 1932









El 7 de julio de 2023, el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Aprista organizó una ceremonia de homenaje a los mártires apristas de la Revolución de 1932, la cual se realizó en el patio frontal de la Casa del Pueblo.

Convocado para dar el discurso central en esta ceremonia, el Prof. Luis Alberto Pacheco Mandujano ofreció una emotiva disertación en la que combinó su amplio dominio de la historia y su conocida capacidad de transmisión de conocimientos con la emoción propia de un militante orgulloso de su Partido y conocedor de su historia, electrizando y encandilando con su fluido verbo a la militancia que, superando el millar de asistentes, ovacionó en reiteradas ocasiones al compañero expositor y sintióse con el espíritu y la fe renovadas en el credo aprista.




El Prof. Luis Alberto Pacheco Mandujano recibe Premio Iberoamericano José León Sánchez




Discurso completo de don Luis Alberto Pacheco Mandujano y Serrano al recibir el "Premio Iberoamericano José León Sánchez 2024", por ser reconocido como promotor y defensor y consecuente de los verdaderos derechos humanos. El discurso fue pronunciado ante el Buró Académico de la Universidad de la BIA, la Facultad Interamericana de Litigación, y de manos de doña Aiza Vega vda. de León, en ceremonia oficial llevada a cabo en la Residencia Presidencial de Los Pinos, en Ciudad de México, el 19 de abril de 2024.



Intervención del Prof. Dr. H. c. Múlt. Luis Alberto Pacheco Mandujano en el Congreso de la República: Mesa de Trabajo denominada "Soluciones y propuestas eficientes para la mejora de la administración pública"









El pasado 23 de febrero de 2024, el Prof. Dr. H. c. Múlt. Luis Alberto Pacheco Mandujano fue invitado por la congresista de izquierda Katy Ugarte, miembro de la bancada de "Unidad y Diálogo Parlamentario", para participar en la Mesa de Trabajo denominada "Soluciones y propuestas eficientes para la mejora de la administración pública".

La actividad se realizó en la Sala "Luis Bedoya Reyes" del Edificio "Víctor Raúl Haya de la Torre", integrante del complejo que conforma el Palacio Legislativo de la República del Perú.

En sus dos intervenciones, el Prof. Pacheco Mandujano abordó algunos de los principales problemas causales de la grave crisis que experimenta el sistema de administración pública de justicia y subrayó la necesidad de formular propuestas de solución que provengan de una mirada sistémica, funcional e integral, es decir, de manera radicalmente diferente a como se ha venido gestionando la crisis: de manera aislada e independiente de los demás problemas que comportan al Estado en su conjunto.

Asimismo, reveló públicamente el sentido y significado felón del "Acuerdo de Colaboración Eficaz" suscrito entre los fiscales que, traicionando al Perú, se sometieron a los dictados de la megacorrupta empresa Odebrecht.
En el evento también participaron personalidades del mundo político, judicial y académico, entre los cuales se encontraron el ex congresista Omar Chehade, el reconocido lógico y filósofo Miguel Ángel León Untiveros, el abogado constitucionalista Lucas Ghersi, la penalista Jhuliana Atahuamán, entre otros.


Prólogo a la reimpresión de La superstición del divorcio y otros ensayos acerca de los derechos fundamentales

 

“Fragmentos, pensamientos fugitivos, decís. ¿Se les puede llamar fugitivos cuando se trata de obsesiones, es decir, de pensamientos cuya característica principal es justamente no huir?”

Emil M. Cioran[1]







El doctor Ramiro De Valdivia Cano, distinguido juez de la Corte Suprema de Justicia de la República del Perú, además de dilecto profesor de Derecho de diversas importantes universidades del país, me ha honrado sobremanera pidiéndome que dedique unas líneas considerativas al libro titulado La superstición del divorcio y otros ensayos acerca de los derechos fundamentales, el cual, gracias a la acertada decisión del Consejo Directivo de la Academia de la Magistratura cuya presidencia se encuentra ocupada en este momento por el señor fiscal supremo Pedro Gonzalo Chávarry Vallejos, es reimpreso por su Fondo Editorial después de haberse agotado la primera edición, con lo que se verá satisfecho el público lector que reclamaba este nuevo tiraje.

Al leer el libro de marras uno confirma lo que de él se dice en el ambiente del foro local peruano: su contenido resulta enriquecedor y provechoso para la cultura jurídica general de cualquier persona que, sin tener la necesidad de haber sido obligatoriamente formada y entendida en materia jurídica, pero que posee al menos cierto bagaje académico-social general, desea ilustrar y fijar claramente sus ideas en torno a los tópicos que Ramiro De Valdivia aborda en su trabajo. Se trata por eso, sin lugar a dudas, de un libro diáfanamente lecturable, tanto por la forma de su escritura como por la estructura con que los temas, a pesar de la más o menos relativa independencia temática que los define, van sobreponiéndose unos a otros de manera lógica y coetánea. Siendo así, sobre la base de una lectura que, por las características anotadas, atrae felizmente al lector antes que repelerlo,[2] ya sea por hostigamiento literario o por el uso de una prosopopeya pedante, podemos expresar las consideraciones que siguen a continuación.

El libro contiene ciento ocho artículos y ensayos más o menos breves que desarrollan asuntos variopintos vinculados al análisis jurídico-social de temas tales como el divorcio y situaciones reales que ponen sobre el tapete la discusión acerca del atropello, protección y vigencia  de los llamados derechos fundamentales. Y todos estos trabajos reflexivos tienen como base fáctica la sociedad moderna, contemporánea, sobre la que, en países como el nuestro, se construyen después categorías y conceptos jurídicos de validez erga omnes, con los que se asumen, con criterios políticamente correctos –que nuestro autor critica inteligente, sagaz y acuciosamente– cómo es que la sociedad debe ser según el panóptico autorizado y de moda: la sociedad del espectáculo –según frase acuñada por nuestro Nobel Mario Vargas Llosa,[3] inspirado seguramente en el pensamiento social del recientemente desaparecido profesor polaco Zygmunt Bauman[4]–, que no es sino la sociedad de consumo cuya cultura ha fagocitado la consciencia social de los hombres y mujeres del Perú y de gran parte del planeta.

Ramiro De Valdivia procede aquí, por tanto, sin tacha académica alguna y de manera correcta, como todo investigador y científico social que se respete, pues sabido es que las ideas, los pensamientos, las categorías abstractas que estructuran una teoría, una tesis social, cualesquiera fueren éstas, no son sino el reflejo más o menos inmediato de la realidad social. Y conociendo como conozco a don Ramiro, creo estar seguro que opera él de esta manera en sus trabajos académicos a sabiendas de que la crítica de los conceptos y de los juicios sociales, de las ideas, de los pensamientos, en suma cuenta, de la cultura oficial de una sociedad dada, viene a ser, en verdad, la crítica al sistema social de base material sobre el cual se erige y organiza la consciencia social de los hombres, donde se alojan las opiniones, las creencias, las representaciones ideales de las personas, las consideraciones ideológicas, el espíritu que impregna al actuar cotidiano de los seres humanos. Esta verdad, que es ley social,[5] la debe haber conocido y aprehendido nuestro autor en las aulas universitarias de su amada y jamás olvidada ciudad natal de Arequipa y tal vez, sobre todo,[6] la debe haber consolidado en la Universidad Nacional de San Agustín, donde cursó sus estudios de posgrado para hacerse doctor en Derecho público.

Es menester realizar esta precisión para comprender, como preámbulo a la obra que el lector tiene entre manos, el sentido crítico, esto es, analítico-dialéctico, con que se dicen las cosas en este texto: don Ramiro De Valdivia dice las cosas como son antes de expresarlas como le parece que son; es decir, entiende y explica los asuntos de que trata en este libro no como cree que ellos son sino, fundamentalmente, como son, gnoseología que su enjuiciamiento personal alcanza después de someter sus temas objeto de atención a un riguroso enjuiciamiento analítico social. De ahí la firmeza con que se sostienen las argumentaciones y la fuerza de la verdad que reviste a cada artículo integrante del libro.

Y lo que dice nuestro autor en todas las páginas que componen su libro lo dice de múltiples maneras aunque, al fin y al cabo, esa multiplicidad se proyecte en un único y sólo tema: la sociedad que vivimos ha logrado que las personas ya no sean personas, que los seres humanos sean cada vez menos humanos, que los hombres no sean sino consumidores hiperactivos, ansiosos y adictos de lo que no necesitan y que, añadidamente, les hace mal. En una sociedad como la que vivimos y sufrimos, donde según afirmación apodíctica de la cultura oficial no es tiempo de ideologías, la competencia ha pasado a convertirse en ideología esparcida por los medios de comunicación de la prensa masiva y es precisamente con ella que se da forma a la opinión pública,[7] mientras las ropas de etiqueta costosa y reconocida socialmente transfiguran para convertirse en la nueva piel de la persona. En este contexto, no se equivoca ni un ápice Raúl Pérez Torres[8] y sentencia bien al decir que “Dios es el mercado, el centro comercial la nueva iglesia y el cliente su esclavo fiel”.[9]

En una sociedad como esta, por consecuencia lógico-dialéctica, si las condiciones materiales de vida poseen tales características reales, resulta sumamente evidente y atronadoramente claro que los valores ya no pueden ser los valores, sino todo lo contrario. Como dice atinadamente el mismo Pérez Torres al respecto: “La honradez, la lealtad, la solidaridad, son lobos esteparios arruinados”. Por eso la pendejada implacable y amoral remplaza a la honradez, la incondicionalidad de sobón estilo Felpudini a la lealtad y el egoísmo más férreo, superficial y miserable a la solidaridad. Los valores de nuestros tiempos son, fundamentalmente, estos tres: la pendejada, la sobona incondicionalidad y el egoísmo. En semejante realidad, la libertad, por tanto, se confunde fácilmente con el libertinaje, antivalor que, estando de moda entre nosotros, es la materialización del proceder cobarde: huir de todo, haciendo lo que venga en gana, para evadir la responsabilidad madura y adulta que debe contraerse con la humanidad, con la naturaleza y con las cosas.

Que no se escandalice, entonces, nadie por escuchar a alguien hablar de la verdad. Todos creen que pueden hacer de todo y sin límite ni freno alguno. Y es precisamente todo esto lo que se reclama cuando se cree reclamar derechos fundamentales, aunque nadie se dé realmente cuenta que lo que pide a gritos es estulticia en lugar de auténticos derechos fundamentales. Y en esta atmósfera de estiércol macrométrico, donde todos aprendieron y se acostumbraron a comer, beber y respirar de esa bosta social, entonces, el Estado otorga, pues, lo que se reclama: estupidez, incultura, detritus colectivo. Basta prender el televisor para comprobar lo que aquí se afirma. Pero, claro, el idiota defensor de la pandémica atrofia de la cultura que caracteriza y define a los anunciantes, periodistas televisivos y faranduleros de la pantalla chica, así como a los gerentes de la gestión empresarial de la TV, dirán: “si no les gusta lo que ven, tienen la libertad de cambiar de canal”. ¡¿Pero qué clase de libertad es ésta si el menú televisivo siempre ofrece la misma bazofia?! Esto no es realmente libertad de nada ni para nada.[10] ¡Ah!, pero el que diga lo contrario es un nerd, un resentido social, un cucufato católico escolástico, ¡incluso es terrorista! Y, claro, siendo así como son las cosas, el párrafo final del artículo catorce de la Constitución es una blasfemia antiliberal que filtró en esta carta política algún puritano medioeval. Este es el horror ético de nuestros tiempos. He aquí el cretinismo absoluto que tanto temían los creadores de la cultura.

En este sistema social de pobreza del espíritu, donde todo se compra porque todo se vende, el hombre ya no sólo es homo videns, ahora es homo cretinus.[11] Y siendo como es, su también cretina arrogancia se hincha como fugu en mar abierto y crece, al igual que se incrementa su veneno, sobre la base de la ignorancia y la incultura, sobre la tarima en la que descansa su desapego por la moral, su desacato por el bien y su amor por lo útil y lo práctico. El nuevo hombre, el homo cretinus, el utilitarista y pragmático ser humano, ebrio en estado comatoso, conduce el vehículo de su vida atropellando todo a su paso y, vociferante, va reclamando derechos que se ha ganado por el sólo hecho de existir. Desde la comodidad de su asiento, mueve los dedos para digitar su control remoto que le permite sin cansancio cambiar el canal de su vida, sintiéndose satisfecho de su nueva cultura y de haber logrado obtener lo que tiene. Así procede porque es su derecho. Derecho absoluto, inmutable, uno, solo, macizo y contínuo. Así de parmenídeo.

Es aquí donde Pérez Torres acierta nuevamente al precisar que “el pueblo gordo de avaricia, tambaleándose en la nueva realidad, no sabe qué hacer con lo que tiene. Le han caído del cielo los hospitales, las universidades, las carreteras, el trabajo, el sueldo mensual, las pensiones. Ahora sí puede carajear, ahora sí puede insultar, solazarse y manifestar su ego escondido, ahora nadie le ningunea, puede hasta dilapidar y enseñorearse y pervertirse, porque es su derecho. Nadie le quita su derecho. El Estado vigila y propone su derecho. Se le entregó el pez sin enseñarle a pescar. Analfabeto de principios y de símbolos. Su egoísmo, su individualidad, su mediocridad, su ambición, están garantizadas”.[12] He aquí el summum de la nueva filosofía de los derechos humanos de los tiempos actuales. Reclamo absoluto, soberbio y pedante para el goce absoluto, soberbio y pedante de derechos; negación absoluta, violentamente negativa y obstinadamente canceladora para el incumplimiento absoluto, violentamente negativo y obstinadamente cancelador de deberes y valores. Inequidad, en suma cuenta, en la relación derechos-deberes.

Este empanzamiento de antivalores en las personas constituye el caldo de cultivo generador de ideas como las que cuestiona y critica sagazmente Ramiro De Valdivia. Ideas tales como estas: “si la pareja no resulta, el divorcio es la solución”, o “este es mi cuerpo y yo decido”, cuando la irresponsable gestante –irresponsable por acción amoral y por omisión inmoral–  reclama su derecho fundamental al aborto y es defendida por cierto cretino sector feminista, presionando al Estado para que despenalice la figura delictiva del homicidio de los nonatos por tratarse, según la absurda creencia de estas gentes, de un derecho humano de la mujer el poder decidir si continúa con su embarazo; o, peor todavía, “el sexo es biológico y el género una construcción social”, argumento –si así se le puede llamar a semejante insensatez– confusionista que esparce el desorden y siembra el caos para generar un laberinto conceptual entre los ciudadanos para embrollar los pensamientos y sacar partido de ello, pues sabido es que a río revuelto, ganancia de pescadores. Y el resultado de concepciones como estas han terminado casi por destruir el sistema de valores que iluminaron el devenir humano y dinamitar instituciones fundamentales de un integérrimo orden social, como la familia y el matrimonio, instituciones que, en verdad, son objeto de los odios ontológicos que destilan embrutecedoramente esos militantes de la cultura de la muerte que hablan, con galimatías impertérritas y con el apoyo de fabulosas contribuciones económicas y políticas internacionales, en irónico nombre de los derechos humanos, diseminando sus ideologías enfermas a través de los medios de comunicación de la prensa masiva para inocular su veneno social a mayor alcance.

Sin que fuese vidente ni místico, el genial Jean-Paul Sartre, adelantándose tres o cuatro décadas al final de su vida, afirmó lo que en nuestros tiempos habría de suceder: el arma fundamental de las clases dominantes en el mundo es el arma de la estupidez; estupidez que no es sino el resultado de la imbecilización total y absoluta de la sociedad, la que comienza por adormecer la consciencia de la gente para vaciarla finalmente de contenido absoluto en sus espíritus personales. El resultado: esclavos modernos, tontos útiles, imbéciles, personas impotentes y débiles de mente.

No se equivoca, pues, Pérez Torres cuando sentencia con razón que hay “en la televisión denigrantes estereotipos de nosotros mismos, en el cine la manera más sofisticada de asesinar a tu padre, en la política falsos profetas, en la administración pública prestidigitadores del hurto, en la escuela el implacable ejemplo de las  drogas, en la familia la violencia y el alcohol como un mueble más, en la vida cotidiana la grosería, el trato burdo, el insulto brutal. Amores eternos que terminan en la comisaría. Deseos de que a nuestros hermanos les azote otro terremoto por no pensar como uno”.[13]

Ahora, claro, decir esto, a contracorriente de lo que establece el statu quo social, el establishment, es un herejía sin lugar a dudas. Lo reconoce el propio Ramiro De Valdivia en varias páginas de su libro. Pero ello, evidentemente, no lo amilanó para escribir los textos que conforman esta monografía colectiva. Ya lo dije antes: don Ramiro no dice las cosas como cree que son, sino que las dice como ellas son.

Es esto, precisamente esto, lo que hace que Ramiro De Valdivia sea un rara aviz en la magistratura nacional. Rara aviz porque siendo el ambiente en el que él se ha desenvuelto, en condición de magistrado, un espacio reservado para el poder antes que para la reflexión académica, no deja de llamar la atención que un juez de su categoría y jerarquía escriba como habla y hable y escriba como piensa, es decir, consecuente, reflexiva y académicamente, sin exhibir las pompas y posturas características de virrey envejecido con aroma a naftalina, con mucha suntuosidad, ninguna humildad intelectual y exagerado relumbrón, que es la imagen que proyectan hacia el pueblo algunos de sus arrogantes colegas y que, aunque no todos, sino algunos, estos algunos, sin embargo, son.

No veo, pues, por todo lo dicho, que en este libro se critique al positivismo jurídico. En esto disiento de la opinión de Cárdenas Krenz.[14] El libro critica, evidentemente, al sistema social y su espíritu vacío y marchito. Y con él, critica su Derecho. Por eso mismo, el autor propone entre líneas unas veces, y de manera directa otras, cuál es el camino para hacer frente al modelo de sociedad anaxiológica en la que vivimos: desarrollar una educación certera y verdadera, contraria a la educación oficial, ésta que trafica con el conocimiento para destruirlo sin rubor alguno.

Lamentablemente para nuestra patria, como en muchas otras patrias sudamericanas, la educación de hoy no es más un valor; es un negocio. Y cierta fe religiosa no es virtud teologal que oriente el camino del hombre para la salvación del alma; es concupiscencia que sirve al enriquecimiento, no del espíritu del pastor y del que corresponde a su comunidad de creyentes, sino al enriquecimiento del patrimonio personal de aquél. Si no, pregúntenle a los dueños de las universidades con mayor presencia en el Perú[15] y a los pastores protestantes investigados hoy por la fiscalía por lavado de activos, cómo son las cosas.

Habría, nada más ya, que agregar en este punto, con la misma glosa y sorna con la que Ernesto Famá cantaba el “Cambalache” de Enrique Santos Discepolo en “El alma del bandoneón” de 1935:

 

“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,

ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador.

¡Todo es igual, nada es mejor,

lo mismo un burro que un gran profesor!

No hay aplazaos ni escalafón,

los inmorales nos han igualao...

Si uno vive en la impostura

y otro roba en su ambición,

da lo mismo que si es cura,

colchonero, rey de bastos,

caradura o polizón.”

 

Si usted, amable lector, es como los televidentes de los tiempos actuales, piensa como ellos y no le gusta que aquí se digan las verdades tal como son y sin tapujos, no se haga problemas, cambie de canal o, más certeramente en este caso, cambie de libro o, mejor aún, deje de leer. Así pensará menos, dará razón a la siempre errada y pésima interpretación del texto veterotestamentario del Eclesiastés en el versículo 18 de su capítulo primero, y no le dolerá la cabeza. Pero si forma parte de aquellos que saben y sienten sed de la verdad, lo invito a imbuirse de una lectura como ésta, que es viva, sana y ejemplificadora en toda la dimensión del término.

 

 

 

Prof. Dr. H. c. Mult. Luis Alberto Pacheco Mandujano

Magister juris constitutionalis

Director de la Academia de la Magistratura

Lima, 8 de octubre de 2017

Día del Combate de Angamos

 

 

 

 



[1] Sic. Cioran, Emil M., Ese maldito yo. Título original Aveux et anathémes, traducción del francés de Rafael Panizo. TusQuets editores, Colección Marginales, N.° 98, 6.ª edición, junio de 2015, Barcelona, 2014.

[2] A diferencia de otros tantos escritores jurídicos que abundan en el mercado de la literatura jurídica con sus pesados libros de Derecho, pesados por dentro y pesados por fuera. Hoy, cuando cualquiera puede escribir y publicar sin más.

[3] Cfr. Vargas Llosa, Mario, La sociedad del espectáculo, Madrid, Alfaguara, 2012.

[4] Cfr. Bauman, Zygmunt, Vida de consumo, FCE, México, 2007.

[5] La ley social que rige las relaciones entre los hechos sociales y la cultura, el espíritu de un pueblo, donde se albergan los conceptos jurídicos, políticos, religiosos, en una palabra, supraestructurales, señala que las condiciones materiales de existencia determinan, en última instancia, la consciencia social de los hombres.

[6] Por el contenido epistemológico-social de los escritos que siguen a continuación en este libro, y fuera de las resaltantes consideraciones ético-cristianas que caracterizan a Ramiro De Valdivia, me aventuro a considerar que aprehendió él a mirar mejor la realidad social, con los pies puestos en la tierra, sobre todo en la Universidad de San Agustín mucho más que en la Universidad Católica de Santa María, en cuya Facultad de Derecho cursó sus estudios de pregrado, por evidentes y obvias razones. Él dirá después si esta especulación mía fue correcta o estuvo equivocada.

[7] Sobre la mal llamada o, mejor dicho, la mal conceptuada opinión pública, me he referido en mi reciente libro Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal, donde he precisado lo siguiente: “La opinión pública no es sino lo que los medios de comunicación de la prensa masiva, sirvientes de las grandes corporaciones económicas, determinan qué es lo que debe considerarse como tal. Es la consecuencia del in-formar, es decir, del dar forma a la consciencia social, tan vacía de contenido por lo general. La opinión pública es, pues, resultado del dictado de la agenda social por parte de tales medios. Ortega y Gasset, refiriéndose a la opinión pública, ha precisado con justa razón lo siguiente: ‘Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran las tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la declaratoria de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse esta irrealizable nivelación es una cruel jornada para esas criaturas resentidas, que se saben fatalmente condenadas a formar parte de la plebe moral e intelectual de nuestra especie… Lo que hoy llamamos «opinión pública»… no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas’ [cfr. Ortega y Gasset, J., Obras completas, tomo II, Revista de Occidente, sétima edición, 1966, Madrid, página 139]”. Sic. Pacheco Mandujano, Luis Alberto, Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal, A&C Ediciones Jurídicas, Lima, julio de 2017. Para abundar más en el tema, cfr. Keyserling, H., “Diario de viaje de un filósofo”, Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1928, I, páginas 357-358.

[8] Raúl Pérez Torres (1941) es un narrador, poeta y periodista quiteño. En los años setenta del siglo pasado integró la redacción de la revista “La bufanda del sol”; en la década posterior dirigió la revista “Letras del Ecuador” de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. El novelista ecuatoriano Ángel Felicísimo Rojas estima que Pérez “es uno de los escritores representativos de su tiempo y de su generación. Es el suyo un sensualismo amargo y desbordado. Pero el veneno que destila tiene, para el lector más exigente, un sabor de pecado que embriaga. Es un poeta maldito que, con su palabra lacónica y penetrante, descubre los secretos más recónditos del alma, a la cual lleva, cuando menos se piensa, a sumergirse en antros de pesadilla donde todo es bajo, vil y canalla. Inclusive el erotismo que satura sus bellísimos relatos, está teñido de tragedia y remordimiento. Pero su lectura apasiona y atrae” (sic. http://www.literaturaecuatoriana.com/htmls/literatura-ecuatoriana-narrativa/raul-perez-torres.htm, consultada el 29 de septiembre de 2017).

[10] En su magnífico libro Homo videns, el profesor Giovanni Sartori, concluye respecto de esta falaz fórmula diciendo así: “¿Hay algún modo mejor de ser más libre mentalmente? Si Negroponte y sus seguidores hubieran leído algo, sabrían que Leibniz definió la libertad humana como una spontaneitas intelligentis, una espontaneidad de quien es inteligente, de quien se caracteriza por intelligere. Si no se concreta así, lo que es espontáneo en el hombre no se diferencia de lo que es espontáneo en el animal, y la noción de libertad ya no tendría sentido. Para ir al núcleo de la cuestión debemos preguntarnos ahora: ¿libertad de qué y para qué? ¿De hacer zapping (cambiar constantemente de canales)?”. Sic. Sartori, Giovanni, Homo videns. La sociedad teledirigida, Editorial Taurus, Buenos Aires, 1998, página 134.

[11] Entrevista a Giovanni Sartori: “Pasamos del homo videns al homo cretinus”. En: Diario La Nación, Buenos Aires, edición del 22 de junio de 2016.

[12] Sic. Opera mundi, opus cit.

[13] Ibídem.

[14] Cfr., página 18.

[15] Sobre todo a los dueños de aquellas universidades que, amparadas por el cuestionable decreto legislativo N.° 882 de autoría del gobierno del hoy condenado por crímenes de lesa humanidad, se jactan pretenciosamente de tener más filiales distribuidas en todo el país y que gracias a sus lucrativos negocios educativos convirtieron a exsoldados rasos del ejército peruano en nuevos millonarios con avión privado gracias al deshonesto negocio de la educación falsa y barata.

Es innegable la influencia de medios masivos de comunicación sobre la conciencia social

Manifiesta el juris-filósofo Luis Alberto Pacheco Mandujano

 

Entrevista realizada por Eduardo Aristizábal Pelaéz, presidente de la Asociación de Periodistas de Manizales (Antioquia, Colombia).





El jurista y filósofo peruano Luis Alberto Pacheco Mandujano, abogado en el grado magna cum laude, Magister en Derecho Constitucional de la Universidad de Castilla – La Mancha, España, profesor de Criminología, Filosofía del Derecho, Derecho Penal y Argumentación jurídica, fue el invitado especial a la conferencia mensual del Club de Periodistas de Manizales para hablar del novedoso tema conocido con el nombre de Criminología Mediática y tuvo la deferencia de atender las inquietudes de Observador, sobre esta interesante cuestión.


Criminología Mediática.

“La expresión ‘criminología mediática’ es, en realidad, un juego de palabras usado por el profesor Eugenio Raúl Zaffaroni quien, a la vez, es su creador”, señala Pacheco Mandujano.

“Para comprender la noción de este neologismo jurídico introducido por Zaffaroni, así como la idea que la inspira, es necesario comprender, en primer lugar, que la criminología, consolidada como una verdadera ciencia recién a partir de las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, procura explicar las causas que motivan a que el ser humano delinca, para cuyo efecto se vale de estudios multidisciplinarios (biológicos, antropológicos, sociológicos, psicológicos, psiquiátricos, etológicos). En segundo término, es menester también reconocer que casi paralelamente a lo anterior, durante los últimos años del siglo XX (en la década de los noventa) y sobre todo a lo largo de estos veintiún años iniciales del siglo XXI, con la explosión de los medios de comunicación, convertidos en medios de comunicación masivos de alcance absoluto, el poder influenciador de éstos sobre la conciencia social de los diferentes pueblos en el mundo deviene realidad innegable y es por ello que, ahora, los omnipresentes y omnipotentes mass media son capaces de definir, entre otras cosas, qué es el delito y quién lo comete, aunque por supuesto, sin importar si tales ‘definiciones’ se encuentran deformadas o distorsionadas, lo significativo está determinado por el público al que se dirige la comunicación informativa (generalmente un público ignorante en materia jurídica) y todo ello al compás de intereses corporativos, económicos y políticos. Esto último es, precisamente, aquello a lo que Zaffaroni denomina ‘criminología mediática’, es decir, una especie de criminología creada por los medios de comunicación masiva”, agrega el profesor peruano.


Descubrimiento.

“¿Cuándo se descubrió el poder político y cultural de los medios de comunicación de alcance masivo para dar forma a la consciencia social?”, se pregunta Pacheco y se responde: “Pues, en verdad, se trata de un descubrimiento que data de hace muchísimos años; sin embargo, creo que es fundamental recordar que, en los campos político y cultural, fue en los albores de la constitución del Tercer Reich alemán de Adolf Hitler cuando el uso de los medios de comunicación para ‘informar’ a la sociedad fue empleado como patente de corso por el Estado nazi y su despreciable ideología. El término ‘informar’, cuyo origen etimológico lo dice todo (del latín ‘in’, que significa ‘en’ o ‘con’; y, ‘formare’, que se identifica en el castellano con el verbo ‘formar’), implicó desde entonces ‘dar forma’ a la consciencia social, al espíritu del pueblo, lo que fue una cuestión palmaria durante el gobierno de Hitler. Recuerde usted a su Ministro de Propaganda Joseph Goebbels, el genio de la utilización política y cultural de la propaganda a través de los medios de comunicación (en aquel entonces, fundamentalmente, la prensa escrita y la prensa radial, ambas de difusión masiva) a través de los cuales se logró alcanzar los objetivos deseados del régimen nazi. Goebbels es también recordado por un lema: ‘una mentira dicha mil veces se convierte en una verdad’, y fue precisamente con esta proclama casi de nivel axiomático con la que se redescubrió, a fines del siglo pasado y durante los inicios del presente, el poder político y cultural de los medios de comunicación. Si no, pregúntele usted a los políticos más perversos de estos tiempos (Maduro y compañía en América Latina; Trump y sus amigos en los Estados Unidos) y hasta los más ingenuos e idiotas (AMLO en México, Evo en Bolivia, Alberto en Argentina o Vizcarra en Perú). Todos ellos, de una u otra forma, han retomado la definición goebbelsiana de los medios de comunicación entendidos como generadores de una realidad paralela que dista de ser la realidad real de la sociedad,” sentencia con seguridad y firmeza el profesor Luis Pacheco.


Hoy.

“Lo que pasa, sobre todo en el día de hoy en este aspecto de la realidad social, es francamente patético. Vea usted, la televisión, por ejemplo, que es uno de los tres principales medios de comunicación todavía importantes de la prensa masiva (los otros dos son la prensa escrita y la prensa radial), tiene un impacto psicológico profundo, tremendísimo y muy fuerte en la conciencia social de los seres humanos. La variedad multiforme de las imágenes, el uso impactante de los colores y sonidos y la ausencia de un lenguaje elevado en la pantalla (más bien, el uso de un lenguaje ordinario y fraseoclasta) son características comunicacionales que se utilizan en la televisión de hoy y todo ello confluye para ingresar, y de una manera fácil y sin restricciones, hasta lo más profundo del consciente e inconsciente de cada individuo, determinando su pensamiento, no influenciando, sino determinando su pensamiento en torno a la realidad. De ahí el éxito de las propagandas televisivas que están basadas, precisamente, en este fenómeno psicológico. Ahora bien, la política, muy sutilmente, ha utilizado en un sentido soft, suave, los medios de comunicación para que desde los programas noticiosos se creen realidades paralelas habitadas por ángeles y demonios, haciendo creer a la sociedad que el mundo se divide simplista y simplonamente en sólo dos bandos: el de los ‘buenos’ y el de los ‘malos’, cada uno el enemigo del otro. La realidad es mucho más compleja que esta pobre reducción al bilateralismo ingenuo que propone, crea y consolida la televisión, pero como es la ‘realidad’ que se repite mañana, tarde y noche, en cada desayuno, almuerzo y cena, es decir, ‘es la mentira que se repite mil veces’, es la realidad que se convierte en una verdad por fuerza de la imposición mediática. El pueblo acepta esta realidad sin cuestionamiento porque está adormecido, embrutecido, adormilado, en un clamoroso y psiquiátrico estado de catatonia social gracias a los mass media”, advierte el juris-filósofo peruano.

“Indudablemente es la televisión, centralmente la televisión entre los tres medios de comunicación principales (con la radio y la prensa escrita), la que influye determinantemente en la formación del pensamiento social, de la conciencia social, y es por eso que se convierte en un poder; un poder por ahora en manos diabólicas, porque si se usara para educar a las masas, otra sería la historia de nuestros países, pero lamentablemente no es esto lo que sucede. El artículo 14 de la Constitución Política del Perú, por ejemplo, dice que ‘los medios de comunicación social deben colaborar con el Estado en la educación y en la formación moral y cultural’. ¿Se cumple en el Perú con esta disposición constitucional? ¡Vaya que sí! Al Estado, copado por corruptos, por ladrones, por embrutecedores profesionales, por incompetentes y por genocidas, le interesa mantener adormecida y estupidizada a la sociedad, y es por eso que los medios de comunicación social colaboran con la ‘educación y formación moral y cultural’ que le conviene a este modelo de Estado fallido. Pero esta es la anécdota; fíjese usted en cuán importante son los medios de comunicación de la prensa masiva para el poder político, que tienen su propio sitial nada menos que en la misma Constitución. He allí lo importante de este asunto. No estoy hablando, por tanto, de una irrealidad”, manifiesta con tono de decepción el doctor Pacheco Mandujano e inmediatamente agrega: “son ellos –los medios de comunicación– los que determinan y definen, como ya dije, qué es el delito en primer lugar y luego quién delinque. Entonces, si el medio de comunicación dice que tal acción es un delito, aunque no lo sea jurídicamente hablando, esa definición queda grabada en la conciencia social de la gente porque lo dijo el medio y su imbatible poder de determinación psicológica. Y cuando los medios identifican a una persona o a un grupo homogéneo de seres humanos caracterizados por determinadas definiciones étnicas, biológicas, políticas o culturales, entonces la televisión crea para ellos esa forma de comprensión que explica, entre comillas, qué delito han cometido ésos, porqué es que han delinquido y qué es lo que merecen a continuación. He aquí en todo su esplendor el sentido de lo que viene a ser la criminología mediática. Pregúntele sobre ella al señor Gonzalo Chávarry, aquí en Perú, el ex Fiscal General que por investigar los latrocinios pasados del ex dictador Vizcarra fue duramente atacado por los medios adictos al régimen vizcarrista y no pararon hasta convertirlo en un sujeto odiado por casi todos los peruanos tras habérsele creado situaciones inexistentes, propiciando su destitución en el cargo. Los peruanos, aborregados tan sólo en un año (2019), llegaron a odiar y despreciar al señor Chávarry sin saber realmente por qué. Los medios hicieron un maravilloso trabajo con él y libraron a Vizcarra de las investigaciones que quedaron truncadas con la destitución de dicho fiscal. Después Vizcarra pagó el favor legalizando la llamada ‘publicidad estatal’ con la cual el Poder Ejecutivo financia a los medios de comunicación de la prensa masiva, con erario público, so pretexto de una publicidad que es absolutamente innecesaria. En realidad, se trata de una coima hecha ley. Entre enero de 2018 y abril de 2020, el gobierno de Vizcarra pagó 175 millones 205 mil 533 millones de soles, es decir, alrededor de 53 millones de dólares. ¡Qué buen negocio!”.


Sociedad – política.

“Evidentemente, todo este nauseabundo andamiaje ha terminado colocando a los medios de comunicación en la posición de siervos de la política y ya no se encuentran al servicio de la sociedad. Los medios se encuentran al servicio rentado de la política que proviene del Estado que está controlado por un partido de turno. Se trata, por tanto, de una renta partidaria. Quien entre al Gobierno se encargará de definir la línea editorial de los medios de comunicación; ya sabe usted cómo es eso. El problema es que esta forma de actuación de los medios se encuentra contrapuesta con el sistema democrático, pero es la realidad que estamos viviendo el día de hoy. En eso consiste la criminología mediática. Entonces, como juristas y como periodistas somos conscientes de esta situación y la combatimos, o somos conscientes de todo ello y entonces tomamos partido para ponernos verdaderamente al servicio de la sociedad o para ponernos al servicio ramplón y rentado de la política partidaria de turno que se encuentre en el Gobierno. O, finalmente la otra disyuntiva: o hacemos el papel de unos idiotas muy parecidos a clones humanos en quienes se han practicado experimentos biológicos con trepanaciones craneanas incluidas, o nos hacemos ingenuos idiotas y seguimos realizando nuestro trabajo, peor aún, dejándonos llevar cándida y amoralmente por la ola, lo cual siempre termina generando un servicio por culpa, negligencia o por descuido, a la política partidaria que se encuentra de turno en el Gobierno y, más aberrante aún, cumplimos el servicio de manera gratuita. Ese es el sentido de la criminología mediática”, concluye el doctor Luis Pacheco Mandujano.

Doctor honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México en 2020, por la Facultad Interamericana de Litigación en 2017, por la Universidad Ada Byron en 2013, y autor de textos de reconocida importancia científica como la Teoría dialéctica del Derecho, ¿Es la ecuación algebraica una proposición lógica?, Critica a la teoría tridimensional del Derecho, entre otros, el abogado Luis Alberto Pacheco Mandujano es un verdadero maestro del Derecho que no escatima ningún esfuerzo para compartirle a la sociedad todos sus conocimientos y vasta experiencia.


Eje21, 1 de agosto de 2021.