martes, 24 de septiembre de 2024

Pérez Gómez: Crónica de una muerte anunciada

 


Por: Luis Alberto Pacheco Mandujano



"Nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público"

(Lucas 8:17)




La bomba soltada anoche por Phillip Butters en su programa televisivo transmitido por Willax TV, fue devastadora para la plutocracia caviar.

Que un fiscal provincial cuyo sueldo no supera los 14 mil soles ostente un desbalance patrimonial por más de 131 mil soles, más que un escándalo, es verdaderamente un elemento objetivo revelador de una parte (otra parte aún no conocemos, pero la conoceremos tarde o temprano) de la corrupción cometida por ese falso valor al que la farisaica progresía nacional encumbró como "fiscal héroe".

Se trata de un elemento objetivo de sospecha criminal no porque el que lo presentó lo haya dicho, sino porque el desbalance patrimonial está demostrado por peritos oficiales del Ministerio Público. El documento probatorio es oficial e incontestable.

Sin duda alguna, a partir de este momento la caquistócrata mesnada que trabaja en IDL saldrá a defender a "su fiscal" (que es como el falso "paciente oncológico" definió a su entenado Pérez en una conversación sostenida con Kike Montenegro, productor de Milagros Leiva).

A la hora en que escribo estas líneas (poco más de la medianoche) Gorriti ya debe estar notificando a sus esbirros periodísticos el memorándum múltiple que ordena que todos sus medios de comunicación (sobre todo RPP con Fernando Caviarvallo, los cipayos del "Grupo El Comercio", La República, Latina y América TV, y también sus sicarios que operan en redes como Epicentro, Juliana Oxenford, Marco Sifuentes, Hildebrandt en sus heces –o "en sus trece", que es lo mismo– y demás gamberros del periodismo corrupto) no reparen en gastos para denostar de Butters y atacarlo inmisericordemente, acusarlo de ser el brazo mediático de la organización criminal (cualquiera, no importa), desmentir los documentos por él presentados y desdibujar la realidad de los hechos para, una vez sea "deconstruida", presentar alguna narración fantástica que procure explicar que el desbalance patrimonial de su "fiscal héroe" no es tal, sino que hay una explicación "convincente" para este caso y que la "mafia de la ultraderecha" ha venido a "demostrar" su poder para perseguir a los "luchadores anticorrupción".

En estos siguientes días, la mafia caviar que lidera Gustavo Gorriti se defenderá con uñas y dientes del golpe mortal que acaban de recibir, y lanzará zarpazos que hasta podrán herir a los demócratas que enfrentamos a ese criminal financiado con el dinero ensangrentado que Soros le envía ilegalmente para destruir el Perú. Empero sus días y los días del caviarismo en el poder están contados. La cárcel les espera, si no se fugan antes.

Llegados a este punto de la historia, no puedo evitar recordar aquel glorioso e inolvidable 14 de septiembre de 2000 cuando Canal N difundió la conferencia de prensa en la que Luis Iberico, periodista hecho político para entonces, presentó el tristemente célebre vídeo Kouri-Montesinos en el que se veía al exasesor presidencial pagando 30 mil dólares para que el congresista Luis Alberto Kouri que fuera elegido por Perú Posible se uniera al partido oficialista, Perú 2000.

En ese momento, el único canal que denunciaba a la corrupta dictadura del fujimorismo y que transmitió ese mayúsculo destape fue Canal N de propiedad de la familia Miró-Quesada, hoy innegablemente vinculada a Odebrecht.

Como era de esperar en ese momento, la noticia no rebotó en ningún medio de comunicación, pues Montesinos los controlaba con el pago de sobornos. Y, a lo sumo, sucedió que Luz Salgado y su correligionaria Martha Chávez, entonces presidente del Parlamento, pretendieron "explicar" la evidenciada corrupción del asesor de Fujimori, diciendo que se trataba de "un préstamo" que Montesinos le estaba haciendo a su amigo "Beto" Kouri.

Fue la fabulación más estúpidamente ingenua que pudieron elaborar. La verdad es que ya no había vuelta atrás: había comenzado a desencadenarse el fin del régimen dictatorial.

Recuerdo este episodio histórico que, como demócrata perseguido por el SIE viví con emoción, porque aconteció en un mes de septiembre como ahora. Fue, como lo es también en este momento, un sólo canal el que develó la podredumbre que se conocía pero que aún no podíamos probar. Ese canal, hoy, no es N, es Willax donde el presentador del destape de ahora, como Iberico en su momento, también ha sido un periodista hecho político.

Recuerdo que la casta corrupta del fujimorismo atacaba violentamente a Canal N (convertido hoy en su antípoda). Ahora, la casta corrupta y mafiosa del caviarismo ataca a Willax TV.

Luis Alberto, alias "Beto", recibió 30 mil dólares de manos del corruptor número uno del Perú. Hoy, y curiosamente en similar situación, el desbalance de José Domingo alias "Pepemingo", asciende a 131 mil soles que, al cambio del día, bordea los 32 mil dólares y que, sin explicación sobre su origen, todo indica que se trata de dinero recibido –como se ha dicho en varias ocasiones– del corruptor número uno de nuestros tiempos: Odebrecht.

De la explosiva noticia de marras, no habrá, en estos días, rebote periodístico en los medios de la prensa masiva peruana porque, así como Montesinos los tenía controlados en su momento –merced al pago de sobornos y dádivas–, el Montesinos reloaded de nuestro tiempo, Gustavo Andrés Gorriti Ellenbogen alias "Maestro Obihuán", controla a los mismos medios gracias a la compra directa de periodistas. Gorriti, en buena cuenta, mejoró la técnica de Montesinos.

Tal vez Fernando Caviarvallo, emulando a Luz Salgado, nos presente ahora en sus programas en RPP una historia "convincente" para asegurar que no hay desbalance alguno en las finanzas del "fiscal héroe".

Clara Elvira Ospina acompañada de la sicaria española Anuska Buenaluque y del mequetrefe de Daniel Yovera, haciendo en tres por uno el papel de Martha Chávez, repetirán, cual sonsonetes, el libreto que Gorriti les wasapée para "golpear" a cada rato la explicación que, ya desde muy temprano, habrá ofrecido, vía "Ideele Radio", Glatzer Tuesta con su inconfundible voz de jebe, esa misma que acompaña en coro la pitudez insoportable de la bloguera que se autopercibe periodista no siéndolo, María Palacios.

Ésta lanzará, como ya es de costumbre en su "estilo", disparates e inepcias en su programete que, siendo auspiciado por Gustavo Mohme Seminario alias "Chicho Mohme", aún siguen algunos –cada vez menos– desubicados que todavía quedan. Por supuesto, asumiéndose "jurista", esta abogada de cartón recurrirá a la jerigonza pseudo-jurídica (que ella misma no entiende la mayoría de veces) para confundir, sorprender y, eventualmente, amenazar.

El mismo camino seguirá la soldadesca conformada por periodistas mercenarios que, siendo profesionales de medio pelo, cobran a quien les pague el menú (en este caso, Gustavo Gorriti), por lo cual están dispuestos a lecturar en vivo, sea por radio o por televisión, e irreflexivamente, lo que les pongan en el teleprómter. El honor se subordina, en ellos, a sus estómagos llenos.

En fin, veremos de todo en los siguientes días. Pero creo no equivocarme si afirmo que estamos comenzando a vivir el inicio del fin del corrupto poder caviar en el Perú. Con el escándalo revelado, Phillip Butters nos ha anunciado la crónica de la muerte de Pérez Gómez y, con él, de sus hediondos y sucios aupadores.


Por el bien de la Patria, ya era hora.




Lima, 24 de septiembre de 2024

Día de San Pío de Pietrelcina

miércoles, 14 de agosto de 2024

La (in)necesaria ley que dice que se cumpla la ley

 

En un interesante, aunque lacónico, análisis de la Ley N° 32107, realizado por mi amigo y colega, el Prof. Carlos Caro Coria, y publicado en X el viernes 9 de agosto, ha manifestado, entre varias importantes reflexiones jurídicas, que "la Ley promulgada no dice nada nuevo". Es verdad.


Y, sin necesidad de ser pitoniso, pero —eso sí— altamente premunido de experiencia en el campo jurídico y siendo conocedor de profundis del consuetudinario proceder antijurídico y antidemocrático de la farisea izquierda que en el Perú llamamos "izquierda caviar", ha previsto que "La CorteIDH efectuará audiencias de supervisión de viejos casos para concluir que la Ley viola la CIDH (esto en unas horas o días)" y que habrá, al menos, una "Demanda de inconstitucionalidad y muchos pedidos de inaplicación por control difuso", aunque yo estoy seguro, en relación a esta parte final de su predicción, que los pedidos de inaplicación serán más por ese inexistente "control de convencionalidad" que por control difuso.


Personalmente, he bautisado a la novísima Ley N° 32107 con el nombre de "Ley Castillo" porque en una de sus intervenciones pollinas, el asno ex presidente dijo: "Tenemos todas las leyes, pero falta la ley más importante: la ley que diga que se cumpla la ley".


Dado el carácter pelágico de su pobérrima capacidad gnoseológica, el asno ése ignoraba que "la ley que dice que se cumpla la ley" es la Constitución.


Ciertamente, se trata de una ley innecesaria porque el texto central del artículo 5° de la Ley N° 32107 re-escribe, para el caso concreto, el texto abstracto del artículo 2°, inciso 24., literal d), de la Constitución de 1993 que, reconociendo el Principio de Legalidad, tiene como fuente normativa anterior inmediata el artículo 2°, inciso 20., literal d), de la Constitución de 1979 (ver el Cuadro comparativo que he elaborado al respecto).



Siendo así, si por su carácter abstracto la Constitución puede llegar a ser "difícil" de comprender para ciertos especímenes humanos, quizás la ley les resulte más digerible y entendible.


En ese marco de pobreza cultural, y en vista de nuestra triste realidad nacional, en la que poco más del 85% de peruanos sufren problemas de jibarización y son dueños del mismo nivel (e incluso menor) de comprensión y educación que caracterizan a Pedro Castillo, y siendo que el nuestro es un país desordenado, donde todo el mundo hace lo que le da la gana y el que tiene (como un juez o un fiscal) un poco de poder para creerse ser una especie de dios, la de marras deviene ley necesaria por razones culturales.


Por ende, experimentemos socialmente: si no obedecen a la Constitución, veamos si es que obedecen a la "ley que dice cúmplase la Constitución".


Como diría André Gide, «Todo está dicho, pero como nadie escucha, hay que repetirlo cada mañana».



Prof. Luis Alberto Pacheco Mandujano

martes, 23 de julio de 2024

7 de julio de 2023: Homenaje del c. Luis Alberto Pacheco Mandujano a los Mártires de la Revolución de 1932









El 7 de julio de 2023, el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Aprista organizó una ceremonia de homenaje a los mártires apristas de la Revolución de 1932, la cual se realizó en el patio frontal de la Casa del Pueblo.

Convocado para dar el discurso central en esta ceremonia, el Prof. Luis Alberto Pacheco Mandujano ofreció una emotiva disertación en la que combinó su amplio dominio de la historia y su conocida capacidad de transmisión de conocimientos con la emoción propia de un militante orgulloso de su Partido y conocedor de su historia, electrizando y encandilando con su fluido verbo a la militancia que, superando el millar de asistentes, ovacionó en reiteradas ocasiones al compañero expositor y sintióse con el espíritu y la fe renovadas en el credo aprista.




El Prof. Luis Alberto Pacheco Mandujano recibe Premio Iberoamericano José León Sánchez




Discurso completo de don Luis Alberto Pacheco Mandujano y Serrano al recibir el "Premio Iberoamericano José León Sánchez 2024", por ser reconocido como promotor y defensor y consecuente de los verdaderos derechos humanos. El discurso fue pronunciado ante el Buró Académico de la Universidad de la BIA, la Facultad Interamericana de Litigación, y de manos de doña Aiza Vega vda. de León, en ceremonia oficial llevada a cabo en la Residencia Presidencial de Los Pinos, en Ciudad de México, el 19 de abril de 2024.



Intervención del Prof. Dr. H. c. Múlt. Luis Alberto Pacheco Mandujano en el Congreso de la República: Mesa de Trabajo denominada "Soluciones y propuestas eficientes para la mejora de la administración pública"









El pasado 23 de febrero de 2024, el Prof. Dr. H. c. Múlt. Luis Alberto Pacheco Mandujano fue invitado por la congresista de izquierda Katy Ugarte, miembro de la bancada de "Unidad y Diálogo Parlamentario", para participar en la Mesa de Trabajo denominada "Soluciones y propuestas eficientes para la mejora de la administración pública".

La actividad se realizó en la Sala "Luis Bedoya Reyes" del Edificio "Víctor Raúl Haya de la Torre", integrante del complejo que conforma el Palacio Legislativo de la República del Perú.

En sus dos intervenciones, el Prof. Pacheco Mandujano abordó algunos de los principales problemas causales de la grave crisis que experimenta el sistema de administración pública de justicia y subrayó la necesidad de formular propuestas de solución que provengan de una mirada sistémica, funcional e integral, es decir, de manera radicalmente diferente a como se ha venido gestionando la crisis: de manera aislada e independiente de los demás problemas que comportan al Estado en su conjunto.

Asimismo, reveló públicamente el sentido y significado felón del "Acuerdo de Colaboración Eficaz" suscrito entre los fiscales que, traicionando al Perú, se sometieron a los dictados de la megacorrupta empresa Odebrecht.
En el evento también participaron personalidades del mundo político, judicial y académico, entre los cuales se encontraron el ex congresista Omar Chehade, el reconocido lógico y filósofo Miguel Ángel León Untiveros, el abogado constitucionalista Lucas Ghersi, la penalista Jhuliana Atahuamán, entre otros.


Prólogo a la reimpresión de La superstición del divorcio y otros ensayos acerca de los derechos fundamentales

 

“Fragmentos, pensamientos fugitivos, decís. ¿Se les puede llamar fugitivos cuando se trata de obsesiones, es decir, de pensamientos cuya característica principal es justamente no huir?”

Emil M. Cioran[1]







El doctor Ramiro De Valdivia Cano, distinguido juez de la Corte Suprema de Justicia de la República del Perú, además de dilecto profesor de Derecho de diversas importantes universidades del país, me ha honrado sobremanera pidiéndome que dedique unas líneas considerativas al libro titulado La superstición del divorcio y otros ensayos acerca de los derechos fundamentales, el cual, gracias a la acertada decisión del Consejo Directivo de la Academia de la Magistratura cuya presidencia se encuentra ocupada en este momento por el señor fiscal supremo Pedro Gonzalo Chávarry Vallejos, es reimpreso por su Fondo Editorial después de haberse agotado la primera edición, con lo que se verá satisfecho el público lector que reclamaba este nuevo tiraje.

Al leer el libro de marras uno confirma lo que de él se dice en el ambiente del foro local peruano: su contenido resulta enriquecedor y provechoso para la cultura jurídica general de cualquier persona que, sin tener la necesidad de haber sido obligatoriamente formada y entendida en materia jurídica, pero que posee al menos cierto bagaje académico-social general, desea ilustrar y fijar claramente sus ideas en torno a los tópicos que Ramiro De Valdivia aborda en su trabajo. Se trata por eso, sin lugar a dudas, de un libro diáfanamente lecturable, tanto por la forma de su escritura como por la estructura con que los temas, a pesar de la más o menos relativa independencia temática que los define, van sobreponiéndose unos a otros de manera lógica y coetánea. Siendo así, sobre la base de una lectura que, por las características anotadas, atrae felizmente al lector antes que repelerlo,[2] ya sea por hostigamiento literario o por el uso de una prosopopeya pedante, podemos expresar las consideraciones que siguen a continuación.

El libro contiene ciento ocho artículos y ensayos más o menos breves que desarrollan asuntos variopintos vinculados al análisis jurídico-social de temas tales como el divorcio y situaciones reales que ponen sobre el tapete la discusión acerca del atropello, protección y vigencia  de los llamados derechos fundamentales. Y todos estos trabajos reflexivos tienen como base fáctica la sociedad moderna, contemporánea, sobre la que, en países como el nuestro, se construyen después categorías y conceptos jurídicos de validez erga omnes, con los que se asumen, con criterios políticamente correctos –que nuestro autor critica inteligente, sagaz y acuciosamente– cómo es que la sociedad debe ser según el panóptico autorizado y de moda: la sociedad del espectáculo –según frase acuñada por nuestro Nobel Mario Vargas Llosa,[3] inspirado seguramente en el pensamiento social del recientemente desaparecido profesor polaco Zygmunt Bauman[4]–, que no es sino la sociedad de consumo cuya cultura ha fagocitado la consciencia social de los hombres y mujeres del Perú y de gran parte del planeta.

Ramiro De Valdivia procede aquí, por tanto, sin tacha académica alguna y de manera correcta, como todo investigador y científico social que se respete, pues sabido es que las ideas, los pensamientos, las categorías abstractas que estructuran una teoría, una tesis social, cualesquiera fueren éstas, no son sino el reflejo más o menos inmediato de la realidad social. Y conociendo como conozco a don Ramiro, creo estar seguro que opera él de esta manera en sus trabajos académicos a sabiendas de que la crítica de los conceptos y de los juicios sociales, de las ideas, de los pensamientos, en suma cuenta, de la cultura oficial de una sociedad dada, viene a ser, en verdad, la crítica al sistema social de base material sobre el cual se erige y organiza la consciencia social de los hombres, donde se alojan las opiniones, las creencias, las representaciones ideales de las personas, las consideraciones ideológicas, el espíritu que impregna al actuar cotidiano de los seres humanos. Esta verdad, que es ley social,[5] la debe haber conocido y aprehendido nuestro autor en las aulas universitarias de su amada y jamás olvidada ciudad natal de Arequipa y tal vez, sobre todo,[6] la debe haber consolidado en la Universidad Nacional de San Agustín, donde cursó sus estudios de posgrado para hacerse doctor en Derecho público.

Es menester realizar esta precisión para comprender, como preámbulo a la obra que el lector tiene entre manos, el sentido crítico, esto es, analítico-dialéctico, con que se dicen las cosas en este texto: don Ramiro De Valdivia dice las cosas como son antes de expresarlas como le parece que son; es decir, entiende y explica los asuntos de que trata en este libro no como cree que ellos son sino, fundamentalmente, como son, gnoseología que su enjuiciamiento personal alcanza después de someter sus temas objeto de atención a un riguroso enjuiciamiento analítico social. De ahí la firmeza con que se sostienen las argumentaciones y la fuerza de la verdad que reviste a cada artículo integrante del libro.

Y lo que dice nuestro autor en todas las páginas que componen su libro lo dice de múltiples maneras aunque, al fin y al cabo, esa multiplicidad se proyecte en un único y sólo tema: la sociedad que vivimos ha logrado que las personas ya no sean personas, que los seres humanos sean cada vez menos humanos, que los hombres no sean sino consumidores hiperactivos, ansiosos y adictos de lo que no necesitan y que, añadidamente, les hace mal. En una sociedad como la que vivimos y sufrimos, donde según afirmación apodíctica de la cultura oficial no es tiempo de ideologías, la competencia ha pasado a convertirse en ideología esparcida por los medios de comunicación de la prensa masiva y es precisamente con ella que se da forma a la opinión pública,[7] mientras las ropas de etiqueta costosa y reconocida socialmente transfiguran para convertirse en la nueva piel de la persona. En este contexto, no se equivoca ni un ápice Raúl Pérez Torres[8] y sentencia bien al decir que “Dios es el mercado, el centro comercial la nueva iglesia y el cliente su esclavo fiel”.[9]

En una sociedad como esta, por consecuencia lógico-dialéctica, si las condiciones materiales de vida poseen tales características reales, resulta sumamente evidente y atronadoramente claro que los valores ya no pueden ser los valores, sino todo lo contrario. Como dice atinadamente el mismo Pérez Torres al respecto: “La honradez, la lealtad, la solidaridad, son lobos esteparios arruinados”. Por eso la pendejada implacable y amoral remplaza a la honradez, la incondicionalidad de sobón estilo Felpudini a la lealtad y el egoísmo más férreo, superficial y miserable a la solidaridad. Los valores de nuestros tiempos son, fundamentalmente, estos tres: la pendejada, la sobona incondicionalidad y el egoísmo. En semejante realidad, la libertad, por tanto, se confunde fácilmente con el libertinaje, antivalor que, estando de moda entre nosotros, es la materialización del proceder cobarde: huir de todo, haciendo lo que venga en gana, para evadir la responsabilidad madura y adulta que debe contraerse con la humanidad, con la naturaleza y con las cosas.

Que no se escandalice, entonces, nadie por escuchar a alguien hablar de la verdad. Todos creen que pueden hacer de todo y sin límite ni freno alguno. Y es precisamente todo esto lo que se reclama cuando se cree reclamar derechos fundamentales, aunque nadie se dé realmente cuenta que lo que pide a gritos es estulticia en lugar de auténticos derechos fundamentales. Y en esta atmósfera de estiércol macrométrico, donde todos aprendieron y se acostumbraron a comer, beber y respirar de esa bosta social, entonces, el Estado otorga, pues, lo que se reclama: estupidez, incultura, detritus colectivo. Basta prender el televisor para comprobar lo que aquí se afirma. Pero, claro, el idiota defensor de la pandémica atrofia de la cultura que caracteriza y define a los anunciantes, periodistas televisivos y faranduleros de la pantalla chica, así como a los gerentes de la gestión empresarial de la TV, dirán: “si no les gusta lo que ven, tienen la libertad de cambiar de canal”. ¡¿Pero qué clase de libertad es ésta si el menú televisivo siempre ofrece la misma bazofia?! Esto no es realmente libertad de nada ni para nada.[10] ¡Ah!, pero el que diga lo contrario es un nerd, un resentido social, un cucufato católico escolástico, ¡incluso es terrorista! Y, claro, siendo así como son las cosas, el párrafo final del artículo catorce de la Constitución es una blasfemia antiliberal que filtró en esta carta política algún puritano medioeval. Este es el horror ético de nuestros tiempos. He aquí el cretinismo absoluto que tanto temían los creadores de la cultura.

En este sistema social de pobreza del espíritu, donde todo se compra porque todo se vende, el hombre ya no sólo es homo videns, ahora es homo cretinus.[11] Y siendo como es, su también cretina arrogancia se hincha como fugu en mar abierto y crece, al igual que se incrementa su veneno, sobre la base de la ignorancia y la incultura, sobre la tarima en la que descansa su desapego por la moral, su desacato por el bien y su amor por lo útil y lo práctico. El nuevo hombre, el homo cretinus, el utilitarista y pragmático ser humano, ebrio en estado comatoso, conduce el vehículo de su vida atropellando todo a su paso y, vociferante, va reclamando derechos que se ha ganado por el sólo hecho de existir. Desde la comodidad de su asiento, mueve los dedos para digitar su control remoto que le permite sin cansancio cambiar el canal de su vida, sintiéndose satisfecho de su nueva cultura y de haber logrado obtener lo que tiene. Así procede porque es su derecho. Derecho absoluto, inmutable, uno, solo, macizo y contínuo. Así de parmenídeo.

Es aquí donde Pérez Torres acierta nuevamente al precisar que “el pueblo gordo de avaricia, tambaleándose en la nueva realidad, no sabe qué hacer con lo que tiene. Le han caído del cielo los hospitales, las universidades, las carreteras, el trabajo, el sueldo mensual, las pensiones. Ahora sí puede carajear, ahora sí puede insultar, solazarse y manifestar su ego escondido, ahora nadie le ningunea, puede hasta dilapidar y enseñorearse y pervertirse, porque es su derecho. Nadie le quita su derecho. El Estado vigila y propone su derecho. Se le entregó el pez sin enseñarle a pescar. Analfabeto de principios y de símbolos. Su egoísmo, su individualidad, su mediocridad, su ambición, están garantizadas”.[12] He aquí el summum de la nueva filosofía de los derechos humanos de los tiempos actuales. Reclamo absoluto, soberbio y pedante para el goce absoluto, soberbio y pedante de derechos; negación absoluta, violentamente negativa y obstinadamente canceladora para el incumplimiento absoluto, violentamente negativo y obstinadamente cancelador de deberes y valores. Inequidad, en suma cuenta, en la relación derechos-deberes.

Este empanzamiento de antivalores en las personas constituye el caldo de cultivo generador de ideas como las que cuestiona y critica sagazmente Ramiro De Valdivia. Ideas tales como estas: “si la pareja no resulta, el divorcio es la solución”, o “este es mi cuerpo y yo decido”, cuando la irresponsable gestante –irresponsable por acción amoral y por omisión inmoral–  reclama su derecho fundamental al aborto y es defendida por cierto cretino sector feminista, presionando al Estado para que despenalice la figura delictiva del homicidio de los nonatos por tratarse, según la absurda creencia de estas gentes, de un derecho humano de la mujer el poder decidir si continúa con su embarazo; o, peor todavía, “el sexo es biológico y el género una construcción social”, argumento –si así se le puede llamar a semejante insensatez– confusionista que esparce el desorden y siembra el caos para generar un laberinto conceptual entre los ciudadanos para embrollar los pensamientos y sacar partido de ello, pues sabido es que a río revuelto, ganancia de pescadores. Y el resultado de concepciones como estas han terminado casi por destruir el sistema de valores que iluminaron el devenir humano y dinamitar instituciones fundamentales de un integérrimo orden social, como la familia y el matrimonio, instituciones que, en verdad, son objeto de los odios ontológicos que destilan embrutecedoramente esos militantes de la cultura de la muerte que hablan, con galimatías impertérritas y con el apoyo de fabulosas contribuciones económicas y políticas internacionales, en irónico nombre de los derechos humanos, diseminando sus ideologías enfermas a través de los medios de comunicación de la prensa masiva para inocular su veneno social a mayor alcance.

Sin que fuese vidente ni místico, el genial Jean-Paul Sartre, adelantándose tres o cuatro décadas al final de su vida, afirmó lo que en nuestros tiempos habría de suceder: el arma fundamental de las clases dominantes en el mundo es el arma de la estupidez; estupidez que no es sino el resultado de la imbecilización total y absoluta de la sociedad, la que comienza por adormecer la consciencia de la gente para vaciarla finalmente de contenido absoluto en sus espíritus personales. El resultado: esclavos modernos, tontos útiles, imbéciles, personas impotentes y débiles de mente.

No se equivoca, pues, Pérez Torres cuando sentencia con razón que hay “en la televisión denigrantes estereotipos de nosotros mismos, en el cine la manera más sofisticada de asesinar a tu padre, en la política falsos profetas, en la administración pública prestidigitadores del hurto, en la escuela el implacable ejemplo de las  drogas, en la familia la violencia y el alcohol como un mueble más, en la vida cotidiana la grosería, el trato burdo, el insulto brutal. Amores eternos que terminan en la comisaría. Deseos de que a nuestros hermanos les azote otro terremoto por no pensar como uno”.[13]

Ahora, claro, decir esto, a contracorriente de lo que establece el statu quo social, el establishment, es un herejía sin lugar a dudas. Lo reconoce el propio Ramiro De Valdivia en varias páginas de su libro. Pero ello, evidentemente, no lo amilanó para escribir los textos que conforman esta monografía colectiva. Ya lo dije antes: don Ramiro no dice las cosas como cree que son, sino que las dice como ellas son.

Es esto, precisamente esto, lo que hace que Ramiro De Valdivia sea un rara aviz en la magistratura nacional. Rara aviz porque siendo el ambiente en el que él se ha desenvuelto, en condición de magistrado, un espacio reservado para el poder antes que para la reflexión académica, no deja de llamar la atención que un juez de su categoría y jerarquía escriba como habla y hable y escriba como piensa, es decir, consecuente, reflexiva y académicamente, sin exhibir las pompas y posturas características de virrey envejecido con aroma a naftalina, con mucha suntuosidad, ninguna humildad intelectual y exagerado relumbrón, que es la imagen que proyectan hacia el pueblo algunos de sus arrogantes colegas y que, aunque no todos, sino algunos, estos algunos, sin embargo, son.

No veo, pues, por todo lo dicho, que en este libro se critique al positivismo jurídico. En esto disiento de la opinión de Cárdenas Krenz.[14] El libro critica, evidentemente, al sistema social y su espíritu vacío y marchito. Y con él, critica su Derecho. Por eso mismo, el autor propone entre líneas unas veces, y de manera directa otras, cuál es el camino para hacer frente al modelo de sociedad anaxiológica en la que vivimos: desarrollar una educación certera y verdadera, contraria a la educación oficial, ésta que trafica con el conocimiento para destruirlo sin rubor alguno.

Lamentablemente para nuestra patria, como en muchas otras patrias sudamericanas, la educación de hoy no es más un valor; es un negocio. Y cierta fe religiosa no es virtud teologal que oriente el camino del hombre para la salvación del alma; es concupiscencia que sirve al enriquecimiento, no del espíritu del pastor y del que corresponde a su comunidad de creyentes, sino al enriquecimiento del patrimonio personal de aquél. Si no, pregúntenle a los dueños de las universidades con mayor presencia en el Perú[15] y a los pastores protestantes investigados hoy por la fiscalía por lavado de activos, cómo son las cosas.

Habría, nada más ya, que agregar en este punto, con la misma glosa y sorna con la que Ernesto Famá cantaba el “Cambalache” de Enrique Santos Discepolo en “El alma del bandoneón” de 1935:

 

“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,

ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador.

¡Todo es igual, nada es mejor,

lo mismo un burro que un gran profesor!

No hay aplazaos ni escalafón,

los inmorales nos han igualao...

Si uno vive en la impostura

y otro roba en su ambición,

da lo mismo que si es cura,

colchonero, rey de bastos,

caradura o polizón.”

 

Si usted, amable lector, es como los televidentes de los tiempos actuales, piensa como ellos y no le gusta que aquí se digan las verdades tal como son y sin tapujos, no se haga problemas, cambie de canal o, más certeramente en este caso, cambie de libro o, mejor aún, deje de leer. Así pensará menos, dará razón a la siempre errada y pésima interpretación del texto veterotestamentario del Eclesiastés en el versículo 18 de su capítulo primero, y no le dolerá la cabeza. Pero si forma parte de aquellos que saben y sienten sed de la verdad, lo invito a imbuirse de una lectura como ésta, que es viva, sana y ejemplificadora en toda la dimensión del término.

 

 

 

Prof. Dr. H. c. Mult. Luis Alberto Pacheco Mandujano

Magister juris constitutionalis

Director de la Academia de la Magistratura

Lima, 8 de octubre de 2017

Día del Combate de Angamos

 

 

 

 



[1] Sic. Cioran, Emil M., Ese maldito yo. Título original Aveux et anathémes, traducción del francés de Rafael Panizo. TusQuets editores, Colección Marginales, N.° 98, 6.ª edición, junio de 2015, Barcelona, 2014.

[2] A diferencia de otros tantos escritores jurídicos que abundan en el mercado de la literatura jurídica con sus pesados libros de Derecho, pesados por dentro y pesados por fuera. Hoy, cuando cualquiera puede escribir y publicar sin más.

[3] Cfr. Vargas Llosa, Mario, La sociedad del espectáculo, Madrid, Alfaguara, 2012.

[4] Cfr. Bauman, Zygmunt, Vida de consumo, FCE, México, 2007.

[5] La ley social que rige las relaciones entre los hechos sociales y la cultura, el espíritu de un pueblo, donde se albergan los conceptos jurídicos, políticos, religiosos, en una palabra, supraestructurales, señala que las condiciones materiales de existencia determinan, en última instancia, la consciencia social de los hombres.

[6] Por el contenido epistemológico-social de los escritos que siguen a continuación en este libro, y fuera de las resaltantes consideraciones ético-cristianas que caracterizan a Ramiro De Valdivia, me aventuro a considerar que aprehendió él a mirar mejor la realidad social, con los pies puestos en la tierra, sobre todo en la Universidad de San Agustín mucho más que en la Universidad Católica de Santa María, en cuya Facultad de Derecho cursó sus estudios de pregrado, por evidentes y obvias razones. Él dirá después si esta especulación mía fue correcta o estuvo equivocada.

[7] Sobre la mal llamada o, mejor dicho, la mal conceptuada opinión pública, me he referido en mi reciente libro Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal, donde he precisado lo siguiente: “La opinión pública no es sino lo que los medios de comunicación de la prensa masiva, sirvientes de las grandes corporaciones económicas, determinan qué es lo que debe considerarse como tal. Es la consecuencia del in-formar, es decir, del dar forma a la consciencia social, tan vacía de contenido por lo general. La opinión pública es, pues, resultado del dictado de la agenda social por parte de tales medios. Ortega y Gasset, refiriéndose a la opinión pública, ha precisado con justa razón lo siguiente: ‘Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran las tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la declaratoria de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse esta irrealizable nivelación es una cruel jornada para esas criaturas resentidas, que se saben fatalmente condenadas a formar parte de la plebe moral e intelectual de nuestra especie… Lo que hoy llamamos «opinión pública»… no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas’ [cfr. Ortega y Gasset, J., Obras completas, tomo II, Revista de Occidente, sétima edición, 1966, Madrid, página 139]”. Sic. Pacheco Mandujano, Luis Alberto, Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal, A&C Ediciones Jurídicas, Lima, julio de 2017. Para abundar más en el tema, cfr. Keyserling, H., “Diario de viaje de un filósofo”, Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1928, I, páginas 357-358.

[8] Raúl Pérez Torres (1941) es un narrador, poeta y periodista quiteño. En los años setenta del siglo pasado integró la redacción de la revista “La bufanda del sol”; en la década posterior dirigió la revista “Letras del Ecuador” de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. El novelista ecuatoriano Ángel Felicísimo Rojas estima que Pérez “es uno de los escritores representativos de su tiempo y de su generación. Es el suyo un sensualismo amargo y desbordado. Pero el veneno que destila tiene, para el lector más exigente, un sabor de pecado que embriaga. Es un poeta maldito que, con su palabra lacónica y penetrante, descubre los secretos más recónditos del alma, a la cual lleva, cuando menos se piensa, a sumergirse en antros de pesadilla donde todo es bajo, vil y canalla. Inclusive el erotismo que satura sus bellísimos relatos, está teñido de tragedia y remordimiento. Pero su lectura apasiona y atrae” (sic. http://www.literaturaecuatoriana.com/htmls/literatura-ecuatoriana-narrativa/raul-perez-torres.htm, consultada el 29 de septiembre de 2017).

[10] En su magnífico libro Homo videns, el profesor Giovanni Sartori, concluye respecto de esta falaz fórmula diciendo así: “¿Hay algún modo mejor de ser más libre mentalmente? Si Negroponte y sus seguidores hubieran leído algo, sabrían que Leibniz definió la libertad humana como una spontaneitas intelligentis, una espontaneidad de quien es inteligente, de quien se caracteriza por intelligere. Si no se concreta así, lo que es espontáneo en el hombre no se diferencia de lo que es espontáneo en el animal, y la noción de libertad ya no tendría sentido. Para ir al núcleo de la cuestión debemos preguntarnos ahora: ¿libertad de qué y para qué? ¿De hacer zapping (cambiar constantemente de canales)?”. Sic. Sartori, Giovanni, Homo videns. La sociedad teledirigida, Editorial Taurus, Buenos Aires, 1998, página 134.

[11] Entrevista a Giovanni Sartori: “Pasamos del homo videns al homo cretinus”. En: Diario La Nación, Buenos Aires, edición del 22 de junio de 2016.

[12] Sic. Opera mundi, opus cit.

[13] Ibídem.

[14] Cfr., página 18.

[15] Sobre todo a los dueños de aquellas universidades que, amparadas por el cuestionable decreto legislativo N.° 882 de autoría del gobierno del hoy condenado por crímenes de lesa humanidad, se jactan pretenciosamente de tener más filiales distribuidas en todo el país y que gracias a sus lucrativos negocios educativos convirtieron a exsoldados rasos del ejército peruano en nuevos millonarios con avión privado gracias al deshonesto negocio de la educación falsa y barata.

Es innegable la influencia de medios masivos de comunicación sobre la conciencia social

Manifiesta el juris-filósofo Luis Alberto Pacheco Mandujano

 

Entrevista realizada por Eduardo Aristizábal Pelaéz, presidente de la Asociación de Periodistas de Manizales (Antioquia, Colombia).





El jurista y filósofo peruano Luis Alberto Pacheco Mandujano, abogado en el grado magna cum laude, Magister en Derecho Constitucional de la Universidad de Castilla – La Mancha, España, profesor de Criminología, Filosofía del Derecho, Derecho Penal y Argumentación jurídica, fue el invitado especial a la conferencia mensual del Club de Periodistas de Manizales para hablar del novedoso tema conocido con el nombre de Criminología Mediática y tuvo la deferencia de atender las inquietudes de Observador, sobre esta interesante cuestión.


Criminología Mediática.

“La expresión ‘criminología mediática’ es, en realidad, un juego de palabras usado por el profesor Eugenio Raúl Zaffaroni quien, a la vez, es su creador”, señala Pacheco Mandujano.

“Para comprender la noción de este neologismo jurídico introducido por Zaffaroni, así como la idea que la inspira, es necesario comprender, en primer lugar, que la criminología, consolidada como una verdadera ciencia recién a partir de las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, procura explicar las causas que motivan a que el ser humano delinca, para cuyo efecto se vale de estudios multidisciplinarios (biológicos, antropológicos, sociológicos, psicológicos, psiquiátricos, etológicos). En segundo término, es menester también reconocer que casi paralelamente a lo anterior, durante los últimos años del siglo XX (en la década de los noventa) y sobre todo a lo largo de estos veintiún años iniciales del siglo XXI, con la explosión de los medios de comunicación, convertidos en medios de comunicación masivos de alcance absoluto, el poder influenciador de éstos sobre la conciencia social de los diferentes pueblos en el mundo deviene realidad innegable y es por ello que, ahora, los omnipresentes y omnipotentes mass media son capaces de definir, entre otras cosas, qué es el delito y quién lo comete, aunque por supuesto, sin importar si tales ‘definiciones’ se encuentran deformadas o distorsionadas, lo significativo está determinado por el público al que se dirige la comunicación informativa (generalmente un público ignorante en materia jurídica) y todo ello al compás de intereses corporativos, económicos y políticos. Esto último es, precisamente, aquello a lo que Zaffaroni denomina ‘criminología mediática’, es decir, una especie de criminología creada por los medios de comunicación masiva”, agrega el profesor peruano.


Descubrimiento.

“¿Cuándo se descubrió el poder político y cultural de los medios de comunicación de alcance masivo para dar forma a la consciencia social?”, se pregunta Pacheco y se responde: “Pues, en verdad, se trata de un descubrimiento que data de hace muchísimos años; sin embargo, creo que es fundamental recordar que, en los campos político y cultural, fue en los albores de la constitución del Tercer Reich alemán de Adolf Hitler cuando el uso de los medios de comunicación para ‘informar’ a la sociedad fue empleado como patente de corso por el Estado nazi y su despreciable ideología. El término ‘informar’, cuyo origen etimológico lo dice todo (del latín ‘in’, que significa ‘en’ o ‘con’; y, ‘formare’, que se identifica en el castellano con el verbo ‘formar’), implicó desde entonces ‘dar forma’ a la consciencia social, al espíritu del pueblo, lo que fue una cuestión palmaria durante el gobierno de Hitler. Recuerde usted a su Ministro de Propaganda Joseph Goebbels, el genio de la utilización política y cultural de la propaganda a través de los medios de comunicación (en aquel entonces, fundamentalmente, la prensa escrita y la prensa radial, ambas de difusión masiva) a través de los cuales se logró alcanzar los objetivos deseados del régimen nazi. Goebbels es también recordado por un lema: ‘una mentira dicha mil veces se convierte en una verdad’, y fue precisamente con esta proclama casi de nivel axiomático con la que se redescubrió, a fines del siglo pasado y durante los inicios del presente, el poder político y cultural de los medios de comunicación. Si no, pregúntele usted a los políticos más perversos de estos tiempos (Maduro y compañía en América Latina; Trump y sus amigos en los Estados Unidos) y hasta los más ingenuos e idiotas (AMLO en México, Evo en Bolivia, Alberto en Argentina o Vizcarra en Perú). Todos ellos, de una u otra forma, han retomado la definición goebbelsiana de los medios de comunicación entendidos como generadores de una realidad paralela que dista de ser la realidad real de la sociedad,” sentencia con seguridad y firmeza el profesor Luis Pacheco.


Hoy.

“Lo que pasa, sobre todo en el día de hoy en este aspecto de la realidad social, es francamente patético. Vea usted, la televisión, por ejemplo, que es uno de los tres principales medios de comunicación todavía importantes de la prensa masiva (los otros dos son la prensa escrita y la prensa radial), tiene un impacto psicológico profundo, tremendísimo y muy fuerte en la conciencia social de los seres humanos. La variedad multiforme de las imágenes, el uso impactante de los colores y sonidos y la ausencia de un lenguaje elevado en la pantalla (más bien, el uso de un lenguaje ordinario y fraseoclasta) son características comunicacionales que se utilizan en la televisión de hoy y todo ello confluye para ingresar, y de una manera fácil y sin restricciones, hasta lo más profundo del consciente e inconsciente de cada individuo, determinando su pensamiento, no influenciando, sino determinando su pensamiento en torno a la realidad. De ahí el éxito de las propagandas televisivas que están basadas, precisamente, en este fenómeno psicológico. Ahora bien, la política, muy sutilmente, ha utilizado en un sentido soft, suave, los medios de comunicación para que desde los programas noticiosos se creen realidades paralelas habitadas por ángeles y demonios, haciendo creer a la sociedad que el mundo se divide simplista y simplonamente en sólo dos bandos: el de los ‘buenos’ y el de los ‘malos’, cada uno el enemigo del otro. La realidad es mucho más compleja que esta pobre reducción al bilateralismo ingenuo que propone, crea y consolida la televisión, pero como es la ‘realidad’ que se repite mañana, tarde y noche, en cada desayuno, almuerzo y cena, es decir, ‘es la mentira que se repite mil veces’, es la realidad que se convierte en una verdad por fuerza de la imposición mediática. El pueblo acepta esta realidad sin cuestionamiento porque está adormecido, embrutecido, adormilado, en un clamoroso y psiquiátrico estado de catatonia social gracias a los mass media”, advierte el juris-filósofo peruano.

“Indudablemente es la televisión, centralmente la televisión entre los tres medios de comunicación principales (con la radio y la prensa escrita), la que influye determinantemente en la formación del pensamiento social, de la conciencia social, y es por eso que se convierte en un poder; un poder por ahora en manos diabólicas, porque si se usara para educar a las masas, otra sería la historia de nuestros países, pero lamentablemente no es esto lo que sucede. El artículo 14 de la Constitución Política del Perú, por ejemplo, dice que ‘los medios de comunicación social deben colaborar con el Estado en la educación y en la formación moral y cultural’. ¿Se cumple en el Perú con esta disposición constitucional? ¡Vaya que sí! Al Estado, copado por corruptos, por ladrones, por embrutecedores profesionales, por incompetentes y por genocidas, le interesa mantener adormecida y estupidizada a la sociedad, y es por eso que los medios de comunicación social colaboran con la ‘educación y formación moral y cultural’ que le conviene a este modelo de Estado fallido. Pero esta es la anécdota; fíjese usted en cuán importante son los medios de comunicación de la prensa masiva para el poder político, que tienen su propio sitial nada menos que en la misma Constitución. He allí lo importante de este asunto. No estoy hablando, por tanto, de una irrealidad”, manifiesta con tono de decepción el doctor Pacheco Mandujano e inmediatamente agrega: “son ellos –los medios de comunicación– los que determinan y definen, como ya dije, qué es el delito en primer lugar y luego quién delinque. Entonces, si el medio de comunicación dice que tal acción es un delito, aunque no lo sea jurídicamente hablando, esa definición queda grabada en la conciencia social de la gente porque lo dijo el medio y su imbatible poder de determinación psicológica. Y cuando los medios identifican a una persona o a un grupo homogéneo de seres humanos caracterizados por determinadas definiciones étnicas, biológicas, políticas o culturales, entonces la televisión crea para ellos esa forma de comprensión que explica, entre comillas, qué delito han cometido ésos, porqué es que han delinquido y qué es lo que merecen a continuación. He aquí en todo su esplendor el sentido de lo que viene a ser la criminología mediática. Pregúntele sobre ella al señor Gonzalo Chávarry, aquí en Perú, el ex Fiscal General que por investigar los latrocinios pasados del ex dictador Vizcarra fue duramente atacado por los medios adictos al régimen vizcarrista y no pararon hasta convertirlo en un sujeto odiado por casi todos los peruanos tras habérsele creado situaciones inexistentes, propiciando su destitución en el cargo. Los peruanos, aborregados tan sólo en un año (2019), llegaron a odiar y despreciar al señor Chávarry sin saber realmente por qué. Los medios hicieron un maravilloso trabajo con él y libraron a Vizcarra de las investigaciones que quedaron truncadas con la destitución de dicho fiscal. Después Vizcarra pagó el favor legalizando la llamada ‘publicidad estatal’ con la cual el Poder Ejecutivo financia a los medios de comunicación de la prensa masiva, con erario público, so pretexto de una publicidad que es absolutamente innecesaria. En realidad, se trata de una coima hecha ley. Entre enero de 2018 y abril de 2020, el gobierno de Vizcarra pagó 175 millones 205 mil 533 millones de soles, es decir, alrededor de 53 millones de dólares. ¡Qué buen negocio!”.


Sociedad – política.

“Evidentemente, todo este nauseabundo andamiaje ha terminado colocando a los medios de comunicación en la posición de siervos de la política y ya no se encuentran al servicio de la sociedad. Los medios se encuentran al servicio rentado de la política que proviene del Estado que está controlado por un partido de turno. Se trata, por tanto, de una renta partidaria. Quien entre al Gobierno se encargará de definir la línea editorial de los medios de comunicación; ya sabe usted cómo es eso. El problema es que esta forma de actuación de los medios se encuentra contrapuesta con el sistema democrático, pero es la realidad que estamos viviendo el día de hoy. En eso consiste la criminología mediática. Entonces, como juristas y como periodistas somos conscientes de esta situación y la combatimos, o somos conscientes de todo ello y entonces tomamos partido para ponernos verdaderamente al servicio de la sociedad o para ponernos al servicio ramplón y rentado de la política partidaria de turno que se encuentre en el Gobierno. O, finalmente la otra disyuntiva: o hacemos el papel de unos idiotas muy parecidos a clones humanos en quienes se han practicado experimentos biológicos con trepanaciones craneanas incluidas, o nos hacemos ingenuos idiotas y seguimos realizando nuestro trabajo, peor aún, dejándonos llevar cándida y amoralmente por la ola, lo cual siempre termina generando un servicio por culpa, negligencia o por descuido, a la política partidaria que se encuentra de turno en el Gobierno y, más aberrante aún, cumplimos el servicio de manera gratuita. Ese es el sentido de la criminología mediática”, concluye el doctor Luis Pacheco Mandujano.

Doctor honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México en 2020, por la Facultad Interamericana de Litigación en 2017, por la Universidad Ada Byron en 2013, y autor de textos de reconocida importancia científica como la Teoría dialéctica del Derecho, ¿Es la ecuación algebraica una proposición lógica?, Critica a la teoría tridimensional del Derecho, entre otros, el abogado Luis Alberto Pacheco Mandujano es un verdadero maestro del Derecho que no escatima ningún esfuerzo para compartirle a la sociedad todos sus conocimientos y vasta experiencia.


Eje21, 1 de agosto de 2021.


 


viernes, 3 de mayo de 2024

Al honor y gloria de don José Antonio

Panegírico de gratitud al fiscal del Perú



Al promediar las 9 de la noche del día de ayer, 5 de febrero de 2024, don José Antonio Peláez Bardales, ex Fiscal de la Nación, fue llamado a la presencia del Señor. Partió él a la mansión del Todopoderoso para encontrarse con sus hermanos Mariano y Eduaro, y con quienes ya se nos adelantaron en este viaje final para unirse, junto a ellos, a nuestra madre la Virgen María y presentarse delante del Señor, nuestro Dios.

“Tuco”, le llamaban con cariño sus familiares y amigos íntimos. Y más formalmente, con respeto institucional, sus colaboradores más cercanos y el personal fiscal y administrativo del Ministerio Público se dirigían a él diciéndole “Doctor José Antonio”. En buena cuenta, más allá de los nombres y ceremoniales, se trataba, sencilla y llanamente, de una persona caracterizada por un profundo sentido humanista que le permitía ver y entender la vida en sentido holístico, horizontal, y premunido de un inagotable sentimiento de amor por su familia, por la institución que él mismo ayudó a crear y definir, por su trabajo, sus (verdaderos) amigos y por su tierra, Chachapoyas, a la que siempre llevó presente en su mente y en su corazón.

Como todos los grandes hombres de quienes siempre habrá mucho que decir, el doctor Peláez no ha estado ni estará exento de consideraciones dicharacheras de toda estirpe. Es que, en buena cuenta, se trató de un hombre que formó parte de la historia.

A no dudarlo, lo que probablemente será más recordado en estos días acerca de su legado y trayectoria profesional, será su trabajo como fiscal supremo en el megajuicio seguido contra Alberto Fujimori, a quien le imputó ser autor mediato de los delitos de asesinato, secuestro agravado y lesiones graves en los casos de “La Cantuta” y “Barrios Altos”, barco ajeno en el que se montaron, además, un amoral operador político que, de larga data usurpatoria, sin ser periodista funge de tal, y un empresario cuyo nombre mismo efluvia indignidad y oportunismo.

Menester es recordar que, en ese contexto, al coche del triunfo, se había subido, también y ramplón, un inefable sujetillo que, pequeño de talla ética y padeciendo del síndrome de Asnát, gustó más tarde ser usado cual vedette gamberra por cuanto candidato político le supiera embaucar con canto de sirena –siempre que supiese entonar la melodía que agradaba a su voluptuoso, aunque cínico, ego–, para exhibir logros no ganados con mérito propio.

Empero, no queremos hacer aquí un recuento de los vaivenes del caso aquél que la historia ya juzgó y juzgó reconociendo a nuestro Fiscal como el artífice de semejante gran logro para la democracia. Los pormenores del caso han sido registrados en un sinnúmero de artículos y ensayos jurídicos escritos y publicados por jurisconsultos nacionales y extranjeros, dentro y fuera del Perú, para reconocer mediante el estudio historiográfico el valor gnoseológico del trabajo que pudo cumplir un jurista de fuste que ejerció igualmente, a la vez con solvencia científica y garbo, como magistrado judicial. De primera mano, la historia fue también contada, sin triunfalismos vanos y, más bien, con enorme sobriedad y excesiva humildad, por el propio ex Fiscal en su libro titulado El Juicio del Siglo: El caso Fujimori. Igualdad ante la ley (Grijley, 2017).

Empero, más allá de semejante gran logro que de por sí ya bastaba para ubicar a Peláez Bardales en el Olimpo de la jurisprudencia nacional, pasa ello a ocupar un segundo lugar cuando se devela una obra que, por su trascendencia impersonal y más bien institucional, deviene aún mucho más eminente y magnánima: la consolidación de la institucionalidad de la entidad garante del principio de legalidad, piedra angular sobre la que se erige el Estado de Derecho.

La historia de su vida no se puede comprender sin conocer, al mismo tiempo, la historia del Ministerio Público, institución en la que don José Antonio se inició como magistrado, en agosto de 1981, a pocos meses después de haber sido creada esa entidad gracias a la dación del decreto legislativo 052. Su existencia misma fue la demostración viviente de una entera consagración a la consolidación, desde su nacimiento, de la institución. Allí, en el Ministerio Público, permaneció hasta el 21 de agosto de 2016, cuando cumplió 70 años de edad. Hubo una solución de continuidad durante su trayectoria. Como no podía ser de otra manera, ésta se debió a la criminal y corrupta dictadura fujimontesinista que sufrió el país después del 5 de abril de 1992 hasta la fuga del autócrata, a mediados de noviembre de 2000. Durante ese período de tiempo, “Tuco” fue destacado docente universitario y se desenvolvió con notable solvencia en el ejercicio libre de la noble profesión de la abogacía, haciendo gala real del lema de don Francisco García-Calderón Landa: “Orabunt causas melius”.

Como don José Antonio había ingresado a la vida de la magistratura bajo el imperio de la Ley N° 26623, tuvo la posibilidad de exigir su permanencia en el puesto público hasta los 75 años. De hecho, alguien le sugirió que accionase judicialmente para lograr dicho fin que, por ley, le correspondía. Sin embargo, la grandeza del doctor Peláez estaba por encima de cualquier lugar común propio de la conducta consuetudinariamente instalada, ¡oh tragedia!, en el alma nacional. No era afán de nuestro homenajeado seguir manteniéndose, a cualquier costo, en el cargo, y aferrarse a él. Es que no pertenecía a José Antonio Peláez la pequeñez de esos funcionarios liliputienses que, birlando el espíritu de la ley con mañosas “interpretaciones” pseudo-legales, se entornillan porfiadamente y con descaro al puesto público para servir a intereses abyectos y seguir beneficiándose, ilegítima e indignamente, de las granjerías del sueldo, seguros privados, bonificaciones y otros conceptos que engordan cuentas y perfiles a costa del pago de impuestos. Semejante bajura era impropia de don José Antonio. Era él un hombre acrofílico y bentónico; un ser hiperbóreo. Sus discursos ceremoniales, ora en momentos oficiales ora en momentos sencillos, traslucían siempre su grandeza. Así, verbigracia, en el discurso que pronunciara el 12 de mayo de 2014, por última vez como Fiscal de la Nación, ante el Presidente de la República, el Presidente del Parlamento Nacional y otras altas autoridades nacionales, con cálida sencillez que reflejaba al mismo tiempo enormidad moral, dibujó nuestro homenajeado, ante sus oyentes, la imagen de una Fiscalía ideal. Dijo entonces: “Al concluir mi gestión, sobre la base de tan rica historia [la del Ministerio Público] y en función de esta poderosa sinergia, me permito afirmar, con mayor razón y madurez en la labor encomendada, y con la fuerza del alma y la seguridad que mi impoluta conciencia me otorga, que siempre he avizorado como horizonte de nuestro trabajo un accionar que tenga en cuenta la íntima e intrínseca relación existente entre la legalidad, la ética y el equilibrio de la función fiscal. Todo ello, en acatamiento del mandato constitucional y de la ley, sin interferencias internas ni externas, en procura de la consolidación más plena de la autonomía que el Ministerio Público merece”.

Lamentablemente, su sucesor, como los posteriores segundones que tras éste vinieron, no pudo –porque no tenía la formación ni el alma para ello– tomar la posta y superar la valla. Los pigmeos no pueden pretender hacer jamás lo que legó en hechos un Goliat. Y la institución comenzó a decaer hasta llegar a los extremos abisales que hoy devora lo que alguna vez fue tan magnífico ente autónomo de la democracia peruana. Una olla de bazofia hirviente en descomposición ha quedado gracias a la bajura de sus recientes capitostes.

Don José Antonio hubo de ser testigo de esta caída libre que comenzó a fraguar tras su mandato, sin ser causa de la desgracia, hay que decirlo. Se quedó en el Ministerio Público hasta llegar al límite de edad. No pensó nada más que cumplir la ley. Un día antes de cumplir los 70, agradeciendo a quienes sirvieron con él a la Nación, partió a la jubilación. ¡Y vaya que le había servido enormemente al país!

Los miserables que no faltan querrán manchar la biografía de Peláez recordando la investigación que se le siguió en el desaparecido Consejo Nacional de la Magistratura por la remoción de fiscales provisionales en el contexto de las investigaciones que se seguían en el distrito fiscal del Santa, contra el criminal gobernador regional César Álvarez. Sin embargo, lo que aquéllos no dirán es que don José Antonio salió de esta investigación demostrando que no hubo irregularidad alguna en su decisión, pues tratábase de decisiones recaídas sobre funcionarios provisionales, hecho que, además, nada tenía que ver con el normal desarrollo de la investigación de marras, porque el Ministerio Público es un ente corporativo donde los cultos a las personalidades y personificaciones de sus funciones no tienen cabida si de verdad hablamos de la existencia de un Estado de Derecho.

Y ya viviendo el descanso merecido, continuó siendo la misma persona que jamás dejó de ser: esposo tierno, padre amoroso, hermano fiel, peruano fecundo.

A la sazón, don José Antonio fue un extraordinario artista. Sus pinturas, todas ellas y sin excepción, fueron exhibidas en varias ocasiones en eventos públicos en diversos escenarios culturales del país y del extranjero. No sólo su fama de jurista, sino también de pintor de estilo neoclásico, trascendió las fronteras. En varios países de Sudamérica, como en la Madre Patria, la bien ganada reputación de hombre de honor, de espíritu prístino y grande, al alimón demostradamente probo y digno, que definía al doctor José Peláez, hombre de Estado, hombre del Ministerio Público, resonó siempre y con voz de trueno en los ámbitos forenses y de las artes. Esta fama no era gratuita. Era un maestro de vida.

En efecto, era un maestro. Don José Antonio Peláez no dejó nunca de aprovechar la oportunidad para enseñar a los jóvenes colegas del “eme-pe”, a ser algo mucho más grande que simples burócratas, a ser auténticos servidores de la sociedad peruana.

Esto se notaba siempre en él, como cuando, por ejemplo, en un discurso pronunciado en la ciudad del Cusco, el 13 de diciembre de 2013, con ocasión de clausurar el Tercer Congreso Nacional de Fiscales –congresos que, dicho sea de paso, nunca más se volvieron a realizar en la institución, para desgracia de ella–, dijo el doctor Peláez con glosa magistral lo siguiente:

“Me resulta plenamente gratificante verificar que, a estas alturas del desarrollo del Congreso, todos ustedes han demostrado hallarse a la altura de las circunstancias, con su comportamiento profesional y su más plena disposición al trabajo que los ha convocado a esta Asamblea. Quiero felicitarlos por ello.

También, quiero agradecer y felicitar a la Presidencia del Distrito Fiscal del Cusco, representada por el doctor Carlos Pérez Sánchez, su Presidente de Junta de Fiscales Superiores, y a todo el personal a su cargo que, sin escatimar nada, ha efectuado todo el despliegue necesario para asegurar el éxito del Congreso… Todo el derroche de energía y profesionalismo que los define, no ha sido en absoluto, para nada, vano. Todo lo contrario, la realización de este Congreso ha sido exitosa en todos sus detalles y esto es algo que merece ser saludado y felicitado.

Cuando el día de ayer dimos inicio a este Tercer Congreso Nacional de Fiscales, dijimos que esperábamos, con la gran fe que siempre depositamos en ustedes, Fiscales del Perú, que hicieran todo lo necesario para que este Cónclave quedase inscrito en los anales de la historia del Ministerio Público, por constituir un punto de quiebre a partir del cual debiera surgir un espíritu y una actitud generalizada entre todos nosotros, capaz de transformar la decepción y desconfianza que muchas veces se siente por el sistema de justicia peruano, en fe y certidumbre de nuestros compatriotas hacia quienes trabajamos como operadores de justicia desde el ámbito de la función fiscal.

Pero, entendámoslo bien, esta labor de cambio no sería posible si sólo pretendiésemos avanzar con buenos deseos. Seamos sinceros en esto y no pequemos de ingenuos. La esperanza de la que hablamos será cristalizada, únicamente, por los resultados y conclusiones que aquí se han logrado obtener, los mismos que servirán para gestar la implementación de Directivas internas, e incluso para proponer al Congreso de la República la formulación de proyectos de ley positivamente modificatorios de las normas legales que nos sirven de herramientas jurídicas de trabajo cotidiano, todo ello con el único objetivo final de servir fielmente a nuestros conciudadanos.

Mas ustedes, como hombres de Derecho, saben perfectamente que los problemas sociales no se resuelven solamente con buenas normas jurídicas. La sociedad, que en su formación y desarrollo está atravesada de cientos de vectores que lo influencian y definen como cuerpo que avanza en el tiempo y en el espacio, por su carácter dinámico y jamás estático, necesita también de mejoras substanciales en diversos campos. En lo que a nosotros respecta, nuestro más profundo aporte en este proceso de continua construcción social, tiene que pasar, en primer término, por un profundo cambio de actitud en relación al vínculo cotidiano que tenemos con la sociedad. Nuestras maneras y modos de relacionarnos con la ciudadanía tienen que ser siempre las más óptimas, ni siquiera posibles, sino obligatorias. Y es que cuando las personas recurren a nosotros, no lo hacen por razones vagas o paranoides, sino porque necesitan que se les imparta justicia, ese concepto tan elusivo que muchas veces escapa de nuestras manos, como el agua entre los dedos. Recuerden ustedes, pues, a cada instante, que cada uno de nosotros representamos la imagen y el rostro de nuestra Institución. Cada uno de nosotros.

En consecuencia, apreciados colegas, no basta, por ejemplo, con cumplir con un horario de trabajo para afirmar que ya se ha hecho algo por el país. Sería tozudo y facilista pensar así. Si la delincuencia no ceja ni duerme en su avance nefasto en contra de la población, cómo podríamos pensar que nosotros podemos descansar tranquilos, sabiendo que la amenaza del crimen, con su parca acompañante, nos acecha a cada instante.

Por eso, cuando el artículo 39° de la Constitución Política del Estado precisa que los funcionarios y servidores públicos estamos al servicio de la Nación, el entendimiento axiológico más profundo de esta disposición normativa suprema, para que no quede estancada en mero lirismo normativo, pasa por asumir que nuestra labor va muchísimo más allá de los trámites propios del tráfico administrativo y burocrático. Esta labor sólo representa la expresión epifenoménica de lo más ontológica de nuestra función. El país entero, su espíritu y la historia exigen de nosotros que asumamos la vanguardia de su defensa. Entendámoslo por fin de esta manera: no somos burócratas estatales; somos el alma y la consciencia de la Nación, que vela por su existencia.

En este sentido, estoy plenamente convencido, seguramente al igual que ustedes, que el concepto de justicia no implica aplicar la norma fría y neutra a un caso concreto. Si así fuera, qué simplón sería nuestro trabajo. Quiero rescatar de la historia, para reflexionar en ello, y para revalorarlo y proponerlo como un principio que guíe a partir de este momento nuestras tareas, el concepto de justicia que hace poco más o menos tres centurias atrás el pensador galo Saint-Simon, basado en el equilibrio equitativo que fuera propuesto en su momento por el gran maestro Aristóteles, dijera: ‘Justicia es dar a cada quien de acuerdo a sus necesidades, pero también exigir a cada cual de acuerdo a sus posibilidades’. Este concepto resulta completo y simétrico en todos sus alcances, porque no sólo implica el reconocimiento de derechos entre los hombres, sino también el cumplimiento de sus deberes, en perfecta relación sinalagmática de los unos con los otros.

Nos hemos acostumbrado en exceso, en función de la reclamación de nuestros derechos, a pedir y pedir al Estado, como si éste fuera el padre que está obligado a darnos todo, sin más. Está bien exigir el cumplimiento de nuestros derechos, pero, ¿y qué hay del cumplimiento de nuestros deberes? Justicia no puede ser, pues, sólo recibir, sino también implica dar. He allí el equilibrio, he allí la simetría entre el recibir y el dar. Reflexionemos al respecto.

Ustedes, que sabrán entender el significado más profundo de mis palabras, comprenderán que ellas encierran, como pueden ver, de manera sintética las conclusiones más hondas a las que ustedes han arribado en este Congreso. La medianía del trabajo que se instaló en la cultura del país a fuerza del paso del tiempo, comienza a ser superada entre nosotros. Ha comenzado una nueva etapa. Sintámonos orgullosos y afortunados de asumir el papel de actores principales en este proceso histórico”.

 

Y cuántas cosas más habría que contar y figurar de don José Antonio. Un día, quizás, se escriba su biografía y, con ella y con sus contribuciones personales al Derecho, a la institución, a su amada e inolvidable Chachapoyas, su nombre habrá de integrar la plana de quienes trascendieron la historia porque con su vida, con su obra y con su conducta, forjaron este país para hacerlo mejor, en medio de un aún rebosante, para mal, mar de ingratitudes y mezquindades. Queda como asignatura pendiente. Mientras tanto, hoy no nos queda sino agradecer a Dios y a la vida por habernos permitido conocer a ser humano como lo fue don José Peláez.

Sabemos bien, porque somos cristianos y creemos en Dios, que nuestro amigo va camino a morar en la Casa del Señor, adonde ha sido convocado para cumplir misiones mayores, después de haber realizado aquí, con nosotros, la más importante tarea que un auténtico peruano pudo hacer: construir institucionalidad y guiar a sus colegas, con mística ejemplar, por caminos de honestidad y sinceridad y crecientes. Cuánto tiempo habrá de pasar para aceptar con serena fe que ya no estará con nosotros en este mundo.

“Vivir es caminar breve jornada” reza el verso de un bellísimo soneto de Francisco de Quevedo. Pero ustedes convendrán con nosotros que, a pesar del paso de los años, éstos nos parecen “cortos de larguedad” y quisiéramos por eso que nuestros amigos, los que son nuestra familia elegida, se queden siempre con nosotros. Queremos a nuestro amigo vivo, como aún estaba antes de ayer, y nosotros a su lado. Pero esto ya no puede ser.

El tránsito que de la vida terrenal a la vida eterna surca un pariente, un hermano, un padre, un amigo, siempre constituye un momento que deja su característica estela de gelidez en el alma, acompañada de una patética sensación de vacío profundo, un desgarro indescriptible del espíritu que pugna por fluir hacia fuera arrastrando a su paso dolor, perplejidad y desasosiego, un sufrimiento que no tiene comparación semejante con sentimiento conocido por nosotros. No obstante, en medio de la oquedad que absorbe, desde el centro de la oscuridad que detiene, la presencia y el apoyo proveniente de los familiares y los amigos deviene con algo de calma, tan necesaria en este preciso momento.

Oren por el alma de don José Antonio Peláez Bardales, les rogamos. Oren por su descanso eterno. Oren por sus familiares y amigos que hoy lloramos su partida, para que podamos encontrar, en medio de este Leviatán que devora el alma entera, serenidad y resignación, y más temprano que tarde logremos comprender el sentido trascendente que encierra todo lo que está ocurriendo ahora. Oren, les pedimos, para que las horas y sus minutos, las semanas y sus días venideros, pasen, se disipen y fluyan dejando la asfixia de lado, atrás, y den paso al respiro que requerimos para que un día, cuando ya todo esto sea un recuerdo magro, aceptemos de corazón lo que hoy aceptamos por fuerza de las circunstancias.

Gracias Padre Celestial porque nos dejó tener un amigo verdaderamente inolvidable, el cual ahora lleva a su lado. Don José Antonio pertenece a esa estirpe de hombres que cuando mueren, no mueren: él se queda en nosotros, de la misma manera como nos quedamos con él.

Parafraseemos el poema de José García Nieto titulado “Manuel Altoaguirre en dos retratos”, porque como él nosotros también hacemos un:


“(…) envío que a nadie mandamos

porque querer no es poder

él y su sombra ya juntos

juntos ya la muerte y él

ángulo cero, nuestro jefe, nuestro amigo,

mi Dios, tenedle, tened”

 

 

Que Dios le bendiga eternamente, amigo nuestro, amigo de nuestra alma.

 

 

Miriam Rivas Gutiérrez

Carmen Condorchúa Vidal

Juan Huambachano Carbajal

Luis Alberto Pacheco Mandujano


 

Lima, 06 de febrero de 2024