Alonso Peña-Cabrera Freyre ha sido, hasta hace poco, el Fiscal Jefe de la
Unidad de Cooperación Judicial Internacional del Ministerio Público, es decir, el
director jurídico-administrativo de la unidad orgánica de la Fiscalía de la
Nación encargada de centralizar la coordinación y ejecución de todas las
acciones reguladas por el libro séptimo del Código procesal penal. Dicho de
otra manera, Alonso Peña-Cabrera
Freyre fue el
responsable de gestionar que las autoridades judiciales peruanas fuesen asistidas
por sus similares extranjeras cada vez que requiriesen realizar diligencias en
el exterior.

Parte ―y
sólo parte― de las gestiones de Peña-Cabrera como Jefe de la Unidad de
Cooperación Judicial Internacional ha sido gestionar, v. gr., y con un éxito sin precedentes en la historia de la
Fiscalía dicho sea de paso, múltiples extradiciones activas y pasivas que han
permitido repatriar y expatriar a perseguidos judiciales sobre quienes pesan
graves acusaciones por delitos contemporáneos como corrupción de funcionarios y lavado
de activos [casos Belaunde
Lossio, Burga, entre otros]. Logró, asimismo, abrir las puertas de Luxemburgo y Suiza para
el Perú con el objetivo de recuperar poco más de 30 millones de dólares [activos
en dinero] producto de la corrupción fujimontesinista de la década de los años noventa,
así como establecer las necesarias bases de cooperación internacional con
Brasil en relación a los casos Odebrecht y Lava-jato. También logró suscribir
acuerdos y memorandums de entendimiento mutuo bilaterales con Andorra, Chile, Argentina
y otros países, a la par de haber participado en la gestión y concreción de numerosos
tratados internacionales en materia de extradición y traslado de condenados.
Alonso Peña-Cabrera Freyre, ahora ex Jefe de la Unidad de Cooperación
Judicial Internacional, obtuvo en ese campo, en sólo tres años, muchos otros
logros más que los enumerados líneas antes y que, lamentablemente, no puedo seguir
enunciando en este lugar por razón de espacio. Pero sí debo agregar ―porque,
por último, no hacerlo sería un pecado― que su profesionalismo no se limita
únicamente al ámbito funcional en el que se ha estado desenvolviendo hasta hace
poco, sino que, además, siendo el justo, vehemente, orgulloso y legítimo
heredero intelectual de su padre, don Raúl Peña Cabrera, el Maestro
del Derecho penal por antonomasia, forjador de varias generaciones de
juristas nacionales, cuya labor fue la de introducir el interés y el estudio
profundo y profuso en la ciencia penológica en nuestro país; sí debo agregar
―repito― que el trabajo científico de Alonso, abogado de profesión, académico
por definición, profesor de pasión y fiscal por devoción, se materializa en la
publicación de más de 22 obras jurídicas de gran impacto en los campos del Derecho penal y del Derecho procesal penal que constituyen magníficas fuentes de
consulta para fomentar a través de ellas el debate y la dialéctica científica
de las ideas juspenológicas en el foro nacional. Muchas de sus obras ―su Tratado General de Derecho penal, por
ejemplo, o su Derecho penal Parte
Especial― están integradas y compuestas por varios gruesos tomos de
información académica rica en doctrina, análisis heurísticos múltiples de casos
específicos para descifrar la aplicación práctica de la teoría jurídica del delito en situaciones concretas, jurisprudencia
actualizada y definiciones teóricas serias que sirven no sólo para la
investigación de gabinete de estudiantes universitarios, sino, sobre todo, para
coadyuvar en el trabajo de profesores, investigadores profesionales, abogados
en ejercicio libre y de magistrados judiciales y fiscales que citan
permanentemente a nuestro autor en sus resoluciones, disposiciones y sentencias
para solventar sus decisiones jurídicas. Y a todo ello, por si fuera poco, se
suman 11 años de experiencia docente como profesor de pre y post grado en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, profesor de varias importantes
universidades dentro y fuera del país, 4 honoris
causa y más de un centenar de sesudos artículos e inteligentes ensayos
publicados en revistas nacionales y extranjeras especializadas que son de
consulta obligatoria para todo buen jurista.
Empero,
como vivimos en el Perú, el país donde el enemigo de un peruano es un
connacional, nada de esto valió a la hora de decidir cortarle la cabeza. Así es
nuestro país en general; así es, en particular, la administración pública en Perulandia,
el reino de la obscuridad y de los cuchillos y uñas largas: los logros
personales volcados para obtener éxitos en favor del país y de la institución a
la que uno se debe, y en beneficio de la meritocracia que en otros lares del
mundo valen supremamente, son actitudes y palabras coprolálicas que no
significan nada en el ordinario glosario de términos del pobrísimo idiolecto de la fraseoclasta burocracia nacional, ni en el imaginario colectivo de los funcionarios y
servidores hambrientos de publicidad y de poder, mucho menos en la consciencia
social del pueblo.
Cuando en
la administración pública alguien constituye un obstáculo para otro alguien,
fuere por el motivo que fuere ―da lo mismo―, o aquel alguien no resulta funcional
a los intereses personales de este otro, es menester retirarlo de su
ubicación; y si para tal efecto es necesario masacrarlo con la vileza, con la
calumnia, con el agravio o con la mentira ―todas ellas, las armas favoritas que
el peruano usa contra otro peruano―, ¡pues que se haga sin remilgo alguno!
Esto es lo
que, precisamente, ha sucedido en este caso: Peña-Cabrera fue atacado, sin previo aviso, como suceden
todos los ataques cobardes, con una mentira bastante punzante pero bastarda, cuando
el fiscal más mediático del Ministerio Público, pero también el más abyecto, lo
acusó públicamente de haberle “ordenado” ―supuestamente en una reunión de preparación para una entrevista que se le haría a Marcelo Odebrecht en Brasil― que “sobre
AG no se pregunta”. Esta mentira se develó con la inmediata y necesaria
explicación que Peña-Cabrera debió realizar a través de los
medios de comunicación,[1]
pero aún con ello el daño ya estaba hecho. Y así comenzaba la guerra de baja intensidad[2]
que tuvo por blanco de ataque al Fiscal Jefe de la Unidad de Cooperación
Judicial Internacional del Ministerio Público, guerra que fue desplegada por
ese operador político de la caviarada que indecorosamente lleva el título de
fiscal, bajo la asesoría y guía luminosa de “un
influyente periodista que campea en la fiscalía”,[3]
gestores ambos de esa cipaya táctica de demolición institucional que ha sido tan bien meditada,
planeada, organizada y ejecutada.
¡Qué
desgracia social más grande y leprosa es la que vive el Perú! Desgracia que no
es un asunto de actualidad. Esto es cosa que viene de antaño. Los bienhechores
siempre pierden y sucumben ante los cabilderos del rencor, de la podre y de la
corrupción. El vate Manuel González-Prada denunciaba a estas serpientes ardorosa
e indignadamente hace un siglo, y antes que él otros insignes peruanos más. Denunció
a los traidores que, acomodaticiamente, se plegaron en favor de las fuerzas
invasoras del sur para lustrarles las botas mientras se granjeaban a cambio
cargos públicos y otros pérfidos provechos. Pero nadie lo escuchó; mucho menos
hoy, sobre todo hoy, ¡cuando los hijos y nietos de esos mismos ramplones
lupanan la cosa pública y su gestión! Será que, como me espetó un día un
cercano amigo que también me hablaba de honor pero que, sin ser corrupto,
resultó siendo demasiado pragmático para mi gusto: “¡González-Prada está muerto, oiga!”.
Es verdad, González-Prada y todos los prohombres que vivieron y
sintieron al Perú en la carne y en el alma están muertos; y nosotros, con
nuestra sordera de consciencia, hemos matado sus memorias. ¡Qué juepuchas más
grandes hemos llegado a ser!
Conocí a
Alonso Peña-Cabrera Freyre gracias a la academia. Lo conocí
leyendo sus textos antes que en persona. Y fue en 2011 cuando comenzó mi
amistad con él a propósito de trabajar ambos en el Ministerio Público, y desde
entonces ya no sólo lo respeté como un magnífico jurista que, a su joven edad,
había llegado a producir intelectual y científicamente mucho más que muchos
pseudo juristas que, con más propaganda que valía real, pululaban y pululan aún
en congresos y encuentros académicos. Lo respeté porque, a pesar de ser yo un
ferviente dialéctico que, como buen marxista, me asumo discípulo apasionado de Hegel, lo que en el campo del Derecho me llama a adherirme al funcionalismo
penal de Jakobs, reconocí y reconozco en Alonso Peña-Cabrera a un penalista de orientación demoliberal que
defiende y argumenta muy solvente y cumplidamente su postura, a pesar de que el mundo
barbárico en el que vivimos es un mundo que pareciera no merecer ese Derecho
penal civilizado que él patrocina. Pero esto lo hace aún mucho más valioso como
persona que profesa un credo en un orbe mejor, a pesar de que es muy probable
que él mismo no llegue a conocerlo porque la vida es muy corta y los procesos
de cambio son muy largos. Pero, además, lo respeté también como amigo, como profesor, como fiscal, pero, sobre todo, lo respeté y lo respeto
como persona, como un sujeto honesto, laborioso, responsable, noble y de buen
corazón.
Ahora, Alonso
Peña-Cabrera ha sido enviado al congelador de
las fiscalías civiles por haberse atrevido a enfrentar y desmentir más de una
vez al pinocho de eucalipto que, siendo el engreído de los periodistas felones,
le acusaba bárbaramente de realidades que, existiendo únicamente en su mente hydiana,
las hizo reales gracias al concurso de la prensa que aplaude ―¡y con razón!― al
presidente que, en detrimento del erario público, le devolvió la publicidad
estatal a la oligarquía mediática que en los años 2013 y 2014 obtuvo ganancias de S/. 151’740,563.52 y S/. 169’419,241.61, respectivamente, mientras
que los 17 meses que sobrevivió el gobierno de Kuczynski sirvieron para inyectarle "la friolera" de S/. 571’564,406.[4]
Vizcarra, “el presidente de la lucha contra la corrupción”, le devolvió esta gran fuente de ingresos a la prensa al presionar la anulación de la Ley Mulder; ¡cómo no le iban a aplaudir y a apoyar con todas sus fuerzas! Pero esto… esto no es corrupción. No, no, no. Nada de eso. Esto es política pública para la defensa de la “libertad de expresión”. ¡Ja! Pero el pueblo, masivamente adormecido por la fuerza estupidizadora del poder mediático, ¡le cree! ¡Por el amor de Dios! En el siglo XXI ya no es la religión sino la prensa el opio del pueblo. Qué duda cabe.
Vizcarra, “el presidente de la lucha contra la corrupción”, le devolvió esta gran fuente de ingresos a la prensa al presionar la anulación de la Ley Mulder; ¡cómo no le iban a aplaudir y a apoyar con todas sus fuerzas! Pero esto… esto no es corrupción. No, no, no. Nada de eso. Esto es política pública para la defensa de la “libertad de expresión”. ¡Ja! Pero el pueblo, masivamente adormecido por la fuerza estupidizadora del poder mediático, ¡le cree! ¡Por el amor de Dios! En el siglo XXI ya no es la religión sino la prensa el opio del pueblo. Qué duda cabe.
Ahora bien,
me pregunto si el hecho de que Peña-Cabrera haya sido puesto en situación de
neutralización funcional al interior del Ministerio Público que ya no sé quién
gobierna, implicará su muerte holística. Cómo le encantaría a sus enemigos que
ello fuera así. Pero se equivocan y que sufran por ello. Alonso Peña-Cabrera sí es un hombre valiente, cuyo coraje y valor
no se han construido, a última hora, delante de las cámaras de televisión ni a
través de las fotografías poseras que se publican en los tabloides que
embrutecen al pueblo con sus galimatías. El coraje y el valor que definen a Peña-Cabrera se han forjado en el crisol ardiente de la
vida misma, esto es, en el día a día, como resultado sincrético de la fusión
que necesariamente operó entre los grandes valores que heredó de su padre y de
su familia ―lo que ya es bastante― y la inagotable tenacidad que, como rasgo
propio de su personalidad, le ha caracterizado desde que se hizo hombre fuera
de aquélla. Por eso, procurando interpretar su pensamiento y sentimiento de este
momento, sospecho que para Alonso lo que acaba de vivir es nada más que un
recodo en un aspecto del camino de su vida. Los otros ámbitos de su ser se
encuentran intactos. Pero, en cualquier caso, cuando todo esto sea evaluado en
tiempo pasado, habrá servido para sacar lecciones de vida y para crecer mucho
más aún, como persona y como ser humano.
La
extraordinaria Carmen Balcells, que en
paz descanse, horrorizada cuando supo que Mario Vargas Llosa había decidido
candidatear a la presidencia de la república en 1990, sugirió al escritor que
olvidara de inmediato semejante empresa porque, según su parecer, los
intelectuales pierden mucho al inmiscuirse en el mundo de la política, consejo
que don Mario no aceptó en su momento pero que llegó a comprender mucho más
tarde cuando él mismo se confesó diciendo “soy
muy mal político [porque] la política
saca lo peor del ser humano”.[5]
En este
punto, estoy muy de acuerdo con la opinión de Vargas
Llosa, pero no creo estar totalmente seguro con el parecer de Balcells. Es que, a pesar de lo
escatológico y tanático de la política, sigo siendo un convencido de que los académicos
no sólo pueden sino, con mayor razón aún, deben participar en asuntos políticos
para revivir en éstos el eros que el
pragmatismo amoral contemporáneo se encargó de perder. De lo contrario,
cualquier idiota y corrupto podría hacer ―y de hecho lo hacen― política, con los peligros que la situación conlleva en efecto.
Por
ejemplo, ese pequeño y bajo[6]
fiscal que hace política en el Ministerio Público, la hace sin ser político y, peor
todavía, sin ser intelectual, ¡y aun así funge de profesor en alguna
universidad por ahí! Es por eso que, con sus viles ataques y, en general, con
su trabajo pseudo anticorrupción cuyo oscuro trasfondo se conocerá el día en el
que la prensa que hoy lo apoya deje de tenerlo por gonfalonero de sus
operativos psicosociales, desbarra desde los planos de la consecuencia y la
moral, arrastrando dolosamente con su miasma a personas de valía como Alonso Peña-Cabrera que siendo un académico profesional ha tenido
que lidiar políticamente con la hediondez de su colega y de sus cancerberos
titereteros, ¡y aun así, sin ser político profesional, supo defenderse y defender la verdad de los hechos!
Peña-Cabrera ha demostrado con su propia defensa
que, aunque lo quisieran, la neofrase jus
ancilla politicae no es cierta, porque, gracias a miserables como el influyente periodista que campea en la
fiscalía, tal aforismo únicamente deviene la excepción que confirma la
regla. Ya quisieran sujetos como éste que suceda lo que, en clave de sorna, acaba
de decir el magnífico penalista piurano Percy García Cavero a través de Twitter: “¿Quieren una justicia que satisfaga a la población? Fácil. Supriman la
Constitución, cierren las facultades de Derecho, hagan jueces a periodistas
(esos que nunca se equivocan y saben un montón de Derecho) y que se haga una
encuesta antes de sentenciar para saber qué pide el pueblo”.[7]
Ya quisieran personajillos como esos de los que hablamos, que reine en el Perú
de hoy ese concepto que en una sola palabra encierra todo el caos y desorden que gobiernan sus almas
y sus mentes: oclocracia.
Pues que se
enteren de una vez: hagan lo que hagan, digan lo que digan, procedan como
procedan, no van a lograr sus objetivos. Al paso destructor de sus andares, se
encontrarán al frente a hombres como Alonso Peña-Cabrera Freyre para ofrecerles resistencia y combate, ora
desde la cátedra cuyo poder liberador se prolonga al orbe entero, ora desde la
acción política que en Alonso ha sido espontánea pero franca y prístina.
Sólo en la obra de valiosos hombres como de quien hablamos, encontraremos retumbar con fortaleza y valentía las palabras sempiternas del poeta soviético V. Mayakovski, como verdad telúrica, ésa que no se quiere aceptar:
Sólo en la obra de valiosos hombres como de quien hablamos, encontraremos retumbar con fortaleza y valentía las palabras sempiternas del poeta soviético V. Mayakovski, como verdad telúrica, ésa que no se quiere aceptar:
Alumbrar siempre
alumbrar por doquier,
hasta el fondo del
último día,
alumbrar,
¡sin ninguna
discusión!
Lima,
febrero de 2019.
[1] Cfr. “El Comercio”, edición del 03 de agosto
de 2018. Versión electrónica: https://elcomercio.pe/politica/alonso-pena-cabrera-responde-domingo-jose-perez-inviable-hablar-ag-noticia-nndc-542932.
[2]
Esa guerra de guerrillas que, muy bien
conocida y desarrollada con destreza y habilidad por comunistas y caviares,
tiene por objetivo desgastar y destruir la moral del enemigo para darle,
llegado el momento, la estocada final de muerte.
[3]
Todos sabemos de quién se trata.
Fernando Rospigliosi lo ha
señalado en su reciente columna en “El
Comercio”, edición del 09 de febrero de 2019. Versión electrónica: https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/castro-hamilton-vizcarra-martin-desacuerdo-odebrecht-fernando-rospigliosi-noticia-605895
[4]
Cfr.
“Expreso”, edición del 02 de junio de
2018. Versión electrónica: https://www.expreso.com.pe/politica/ppk-gasto-mas-de-s-571-millones-en-publicidad-estatal/
[5]
Cfr.
“Expreso”, edición del 11 de octubre
de 2017. Versión electrónica: https://elcomercio.pe/mundo/actualidad/mvll-mal-politico-aprendi-politica-saca-peor-humano-noticia-464667
[6]
Pequeño y bajo de estatura física y de
talla moral.