“Antes de hablar, infórmate.”
Eclo. 18: 19
“Mi trabajo consta de dos partes: la que
presento a continuación, más todo lo que
no he llegado a escribir. Esta segunda
parte es precisamente la importante.”
Ludwig Wittgenstein
Sumario: I.
Introducción.
II. Lenguaje y Pensamiento. III. Lenguaje y Derecho. IV. Ni jusnaturalismo ni
juspositivismo: incorporación de la Teoría dialéctica del Derecho en el debate
actual de interpretación de la Constitución. V. Bibliografía.
I. Introducción
Abordo
aquí brevemente y, por ende, sin la pretensión de resolver el problema de fondo,[1]
la cuestión referente a la relación existente entre el lenguaje y el Derecho. Pero
lo hago desde una perspectiva de la filosofía del lenguaje de orientación
dialéctica, donde lo predominante poco –y a veces casi nada– tiene que ver con
la jerigonza jurídica o con las reglas gramaticales u ortográficas de la
escritura,[2]
sino, más bien, con la identificación de las estructuras de pensamiento[3]
subyacentes al lenguaje[4]
que ponen de manifiesto el sentido, modo y forma como los hombres comprenden,
interpretan y aprehenden el mundo en el que viven, con y a partir del cual –en
lo que a este ámbito nos compete analizar– la humanidad diseña el orden de sus
sociedades y los instrumentos con los cuales ha de regular, afianzar, reforzar
y consolidar[5] el
modelo económico, político y jurídico de las mismas.
Pero a pesar de tal brevedad procuraré, sin embargo, poner en evidencia
ante la razón de los lectores la inutilidad de los discursos metafísicos de
toda jaez[6]
que, presentes aún en el campo del Derecho,[7]
se empeñan en obscurecer las investigaciones contemporáneas que, con vena
realmente epistemológica, emprenden el camino del conocimiento y la comprensión
científica de los fenómenos que se convierten en objeto de nuestras
preocupaciones y de nuestros estudios.
Por
ende, afirmado a lo largo de este corto trabajo en la base misma de dichas
exploraciones epistemológicas, pondré de manifiesto la imposibilidad real de
considerar cabida alguna a cualquier forma de jusnaturalismo actual,[8]
sin que ello signifique tampoco inclinar la balanza hacia el lado de los
juspositivismos vigentes que, en última instancia, estropean también cualquier
posibilidad honesta de comprensión dialéctica y científica de la naturaleza, la
sociedad y el pensamiento.
La
propuesta final aspirará a incorporar en el debate actual de la interpretación
de la Constitución y de las normas jurídicas –aunque sea intuitivamente– la
metodología de la teoría dialéctica del
Derecho[9] que
asume, realistamente, que éste –el Derecho–, como todo elemento de la cultura
humana que se comunica a través del lenguaje, no es sólo el producto de la necesidad
social que inspira la creación de normas de gestión autopoyética, pero tampoco
únicamente el conjunto de normas jurídicamente propuestas por el Estado y, mucho menos, el resultado de la objetivación de supuestos valores –considerados
por la metafísica jusnaturalista como entes autónomos, ahistóricos, eternos y universales–
que, engendrados por la naturaleza, primero,
son destilados por la razón humana, después. Más bien, de
manera integral y por sobre encima de toda postura unilateral –y por ende
incompleta– como las que acabo de reseñar, la teoría dialéctica que postulo concibe al Derecho como una forma
objetiva de existencia de la realidad social, consecuencia de la trabazón
dialéctica de hechos sociales, valores y normas con relación directa al tiempo y al espacio en los que tal
proceso se desenvuelve, en el que se identifica a los hechos sociales como la tesis
de la integración –ubicada, por su directa vinculación con las relaciones sociales de producción, en el
ámbito material de la base económica de la sociedad– a la que le suceden
dialécticamente también los valores y
las normas que no son sino elementos
de situación supraestructural actuantes, respectivamente, como antítesis y síntesis del referido proceso.[10]
II. Lenguaje y pensamiento
En su primera
epístola a los corintios, refiriéndose al lenguaje con el cual se comunicaban
los cristianos primitivos, Pablo
se dirigió a ellos diciendo: “Puedo
conocer el idioma de los ángeles y el de los hombres, pero si mis palabras
carecen de amor, son sonidos que retumban como platillos chirriantes”.[11]
¡Qué magnífica intuición la del Apóstol de Tarso!: algo subyace a las palabras.
Aunque para el
otrora cazador de cristianos ese algo
fuera el amor, la cáritas, lo
importante de lo afirmado radicaba en intuir que las palabras no son simples
sonidos, meras flatus vocis. No.
Ellas contienen algo inasequible a
los sentidos aunque inteligible para el λόγος, para la razón, para el espíritu,
para la consciencia en fin de cuentas.
Empero, a pesar
de esta formidable idea, para el período de la apologética tal descubrimiento no fue tan novedoso
después de todo. Ya en el siglo IV a.n.e. Aristóteles había conseguido
realizar un genial hallazgo: la relación existente entre el pensamiento y el
lenguaje[12] suponía
que aunque ambas funciones se generaban mediante procesos independientes, éste contenía a aquél. Veinticuatro siglos
más tarde, se sabe que existe una sui
generis dependencia del pensamiento respecto del lenguaje,[13]
sobre todo en su desarrollo y elaboración, de manera tal que es posible
comprender esta relación desde puntos de vista filogenéticos y ontogenéticos a
la vez. Y es que el lenguaje no sólo es, pues, en esencia, un mero sistema de
comunicación estructurado para el que existe un contexto de uso y ciertos
principios combinatorios formales, caracterizado por reglas [como, v. gr., las de tildación o de sintaxis]
más o menos complejas y estructuradas. No. Ello deviene nada más que
epifenómeno del asunto.
Más bien, puesto
que el hombre piensa con ideas y las materializa mediante palabras, resulta
lógico concluir que el lenguaje es, centralmente, un instrumento de
materialización de los pensamientos.[14]
En este sentido, es perfectamente posible aseverar que el lenguaje es el
instrumento materializador del pensamiento y que, por lo mismo, aquél es directamente
proporcional a éste; es decir, se escribe como se habla y se habla y escribe
como se piensa. Esto explica la identidad esencial existente entre el lenguaje y el pensamiento y por qué en la Antigüedad los griegos –que ya habían destacado
la importancia de la relación binómica y unitaria existente entre ambos
fenómenos– los significaron y llamaron con el mismo término: λόγος.[15]
Hoy, esta innegable
relación es relievada, inclusive, en la última edición del DRAE,[16]
donde la Real Academia de la Lengua ha definido –en primera acepción– al
lenguaje como el “conjunto de sonidos
articulados con que el hombre manifiesta
lo que piensa o siente”, descripción de contenido conceptual que significa,
evidentemente, que el lenguaje es la manifestación
material del pensamiento.
El lenguaje materializa
el pensamiento, sin lugar a dudas; pero el pensamiento, a su vez, ha sido
formado, definido, consolidado y estructurado, asimismo, de manera
significativa por las innumerables formas de relación social actuantes entre los
hombres, como también gracias a la relación de éstos con el mundo que los contiene
y rodea, en el activo proceso de transformación de la naturaleza operado a
través del trabajo, donde la [re]acción del lenguaje define aquel cosmos y desempeña un manifiesto papel en la formación
de la cultura. Por lo mismo, resulta lógico considerar, como quedó anticipado
en la introducción de este opúsculo, que en el lenguaje subyacen estructuras
del pensamiento más o menos complejas que, al mismo tiempo, son también más o
menos sólidas y de contenidos más o menos ricos o pobres, dependiendo de cada sujeto,
grupo humano y del entorno social que los condiciona, obviamente en el marco de
un espacio y tiempo determinados.
En este sentido,
es perfectamente seguro concluir en este punto precisando que tener λόγος
significa que los seres humanos pensamos racionalmente y que la razón, además,
como es sabido, se vale de conceptos,
juicios y raciocinios para expresarse ampliamente, destacando con
preeminencia de entre tales formas del pensamiento el juicio, debido a dos importantes cuestiones a saber:
1. El juicio resulta de la dialéctica que
relaciona conceptos[17]
de manera categórica, de modo que uno [actuando en condición de sujeto] determina
a otro [que se constituye en su predicado], mientras que éste, a su vez, define
a aquél.
2. Por
otro lado, cuando los juicios se
relacionan de cierta y específica manera,[18]
adquieren la condición cualitativa de premisas
que, vinculadas en combinaciones inferenciales específicas, nos permiten
derivar nuevos juicios a título de conclusiones. En esto consiste el
proceso que produce el conocimiento y la argumentación racional.[19]
Ahora bien, considerando
que las referidas formas de pensamiento se materializan por medio del lenguaje a
través de términos, proposiciones e inferencias, respectivamente, y siendo que el juicio –como acaba de quedar demostrado– destaca preeminentemente de
entre dichas formas y se expresa materialmente en el lenguaje por medio de la proposición, en todo lo anterior
consiste también el motivo de la especial importancia de ésta –la proposición[20]–
para la ciencia del día de hoy: no cabe imaginar, pues, siquiera una rama del saber
científico que no construya sus estructuras de argumentación hipotéticas,
organizativas y metodológicas con prescindencia de las proposiciones. La proposición
es, por todo esto, el eje central sobre el cual gira, en avanzada incontenible
e ineluctable, la gran rueda de la ciencia y el conocimiento que se expresan
por medio del lenguaje.[21]
No existe, por
tanto, ninguna duda acerca de la profunda relación reinante entre el lenguaje y
el pensamiento.
III. Lenguaje y Derecho
Si todo lo
antedicho lo trasladamos al ámbito de la relación existente entre el lenguaje y
el Derecho, el resultado es el siguiente: dado que el Derecho, entendido aquí como
orden de normas más o menos complejo[22]
que regula la vida de los hombres en sociedad,[23]
es obra humana y no principio o adeéne de la naturaleza,[24]
es, por tanto, un Derecho que se dice,[25]
es decir, es una creación perfectamente comunicable a través del lenguaje de la
sociedad donde surge.
Dicho de manera
más precisa, el sistema normativo de una determinada sociedad se comunica a
través del lenguaje por intermedio de los órganos competentes y facultados para
ello, para hacerse conocido y para cumplir sus fines en la sociedad, favoreciéndose
así la generación de un lenguaje jurídico,[26]
forma especial del lenguaje en sí.
Siendo esto como
es, y considerando –como ha quedado ya demostrado– que a todo lenguaje subyace
una estructura de pensamiento, cabe preguntarse también en este caso qué es lo
que subyace a esta especial forma de lenguaje, es decir, qué es lo que subyace al
lenguaje jurídico.
En Colombia, el
profesor Aguirre
Román
ha dicho, no sin razón –aunque es necesario subrayarlo–, que “salta a la vista que existe una relación
entre el lenguaje y el Derecho. Sin embargo, el problema verdaderamente
complejo y de amplia discusión es el de la forma exacta en que se da tal
relación”,[27]
es decir, el problema de la interpretación
del lenguaje jurídico.
El renombrado jusfilósofo
finlandés A. Aarnio asegura enfático
algo muy similar a lo señalado por Aguirre Román: “Las normas
jurídicas se manifiestan a través del lenguaje. Las decisiones de los
tribunales que aplican las normas en la práctica son lenguaje. Incluso, si en
ocasiones es incierto lo que está escrito en la ley, todo el material
interpretativo, como los debates legislativos (trabajos preparatorios), se materializa
también en lenguaje escrito. Así, el lenguaje es interpretado por lenguaje y el
resultado se expresa por medio de lenguaje.”[28]
Personalmente
considero, sin embargo, que no es el problema de la interpretación –que es al
que se refieren ambos juristas– un problema primordial en la relación entre
lenguaje y Derecho. En realidad constituye ése un problema secundario. El
auténticamente primario es el de la estructura del pensamiento subyacente en el
lenguaje jurídico.
Sostengo tal tesis
porque resulta evidente a la razón que un auténtico proceso de interpretación
del lenguaje jurídico, basado en criterios no subjetivos ni mucho menos
metafísicos, arbitrariamente especulativos, sino concretos y
epistemológicamente construidos, únicamente será posible en la medida en la que
se comprendan y aprehendan, previamente, las estructuras –formales y de
contenidos– de los razonamientos que subyacen a las normas que son expresadas
mediante el referido lenguaje, justamente porque esas mismas estructuras
reflejan, a su vez, la comprensión de un mundo, de un universo, un κόσμος en el
que, siendo histórica y culturalmente determinado, viven los hombres. Dicha
comprensión, finalmente expresada en sentido deóntico, es la que habrá de
declararse a nivel del lenguaje mediante la formulación de los juicios normativos que describen cómo es
que los hombres creen que debe ser[29]
el mundo que observan. Por eso es que aquí también se pone de relieve, pues, desde
el campo del Derecho, el gran valor y significado que posee el juicio
–en este caso, el juicio normativo–, conforme
ya ha sido explicado líneas arriba.
Ahora bien,
desde un punto de vista formal –no por el momento desde consideraciones
clasificatorias[30]–,
y teniendo muy en consideración la conocida naturaleza de la proposición, es
posible asegurar que ésta puede ser:
1. Descriptiva, cuando la proposición que expone una
relación causal entre hechos, como por ejemplo cuando se dice “si se une un óvulo con un espermatozoide,
entonces se producirá la fecundación”, pone de manifiesto la presencia de
un antecedente que determina un consecuente necesario. En este enunciado relacional
de hechos subyace una estructura lógico-objetiva de razonamiento que se puede reconocer
en la forma “Si A es, entonces B es”.
He aquí la estructura de la proposición por excelencia.
O bien,
2. Prescriptiva, cuando la relación entre hechos establecida
en la proposición es de orden deóntico, esto es, cuando la articulación de un
hecho con otro viene determinada por una vinculación posible mas no necesaria, como
cuando se dice “si matas a otro, entonces
serás sancionado con pena privativa de la libertad”, declaración en la que
el consecuente no deviene efecto necesario del antecedente sino circunstancia
probable que puede ser imputada a su antecedente, y en la que, precisamente por
esta razón, subyace una estructura lógico-objetiva de razonamiento que se puede
reconocer en la forma “Si A es, entonces
B debe ser”. En una palabra, en la proposición prescriptiva es característico
que los hechos que enlaza el enunciado en cuestión no sean puestos, sino supuestos,
es decir, que la funcionalidad existente entre los hechos no ha sido dada por la
naturaleza física de las cosas, sino que proviene de la realización de un hecho
generado por otro a título imputativo.
Con sus
características particulares, en ambos casos existe como nota común a estas
formas proposicionales una relación entre
hechos [A y B] donde en el primer caso, el de la proposición descriptiva, tales hechos son “unir un óvulo con un espermatozoide” y “producir la fecundación”, mientras que en el segundo caso son “matar a otro” y “ser sancionado”. No obstante esta semejanza, dos singularidades esenciales diferencian la una de la
otra trabazón, a saber:
1. Los
hechos que se encuentran relacionados en las proposiciones descriptivas son hechos
físicos, mientras que los hechos vinculados en el interior de las proposiciones prescriptivas son hechos sociales.[31]
2. Por
otro lado, mientras que en el caso de la proposición
descriptiva existe una relación entre A
y B donde B tiene el carácter de consecuencia necesaria de A, en la proposición
prescriptiva,
dados dos eventos, A y B, B
es consecuencia de A si y sólo si B representa el significado del acto del evento A, por lo que la acción no es el
objetivo per sé, sino la condición
que hay que cumplir para conseguir lo que se desea.[32]
En este sentido, B no puede ser
consecuencia necesaria de A, sino
sólo su efecto probable en tanto la regla de imputación medie entre ambos
eventos.
Es precisamente por estas
diferencias que mientras las proposiciones
descriptivas expresan relaciones de verdad o falsedad entre lo que sentencian y lo
que es descripto,[33]
las proposiciones prescriptivas articulan
relaciones de validez de los hechos vinculados en ellas,[34]
pero no en relación a un sistema ético o moral determinado, sino más bien por
la correspondencia que dicha proposición y sus componentes tienen, en un todo,
con el sistema jurídico-positivo que instituye el orden normativo de una
sociedad dada.[35] Se trata, pues,
de una aleticidad deóntica la de la proposición prescriptiva, la que afirma que
“la conexión entre dos circunstancias de
hecho, es una relación funcional”.[36]
Por eso es que, v. gr., el artículo 106° del Código
Penal peruano, como otros tantos códigos del mundo,[37]
ha sido redactado en el siguiente sentido: “El
que mata a otro será reprimido con
pena privativa de la libertad no menor de seis ni mayor de veinte años”.
En esta proposición prescriptiva, diferente
tanto en forma como en contenido de la proposición
descriptiva, se ponen de relieve características muy especiales tales como:
1. Subyace
en ella una estructura lógico-objetiva de razonamiento, a saber: “Si A es, entonces B debe ser”.
2. Tal estructura de razonamiento permite la relación de dos hechos –ambos sociales,
claro está–, los cuales son:
Hecho A: Alguien
mata a otro, lo cual no constituye un hecho simplemente físico, mucho
menos una acción proveniente espontáneamente de la naturaleza, sino la
presencia de una acción humana intencionalmente dirigida de ese alguien sobre este
otro.
Hecho B: Ese
alguien que ha matado a otro,[38]
será reprimido con la pena
correspondiente.
3. La
relación de estos hechos es deóntica, pues el conector que los vincula no es el
verbo “es”, sino el verbo “será”,
expresión lingüística, precisamente funcional, en sede normativa –no existe
otra forma–, de la partícula “deber ser”.
En este tercer punto, que es prácticamente el
resultado de los dos anteriores, conviene resaltar que la proposición del
ejemplo no dice “El que mata a otro es
reprimido con pena privativa de la libertad no menor de seis ni mayor de veinte
años”, sino “El que mata a otro será
reprimido con pena privativa de la libertad no menor de seis ni mayor de veinte
años”.
La presencia del verbo copulativo “será” en la redacción de este
dispositivo legal[39]
no es casual ni producto de una exquisitez técnico-lingüística; es la
manifestación material, hecha proposición
jurídica, proposición prescriptiva, de una consideración social que subyace
en ella: no necesariamente aquel que
le quita la vida a otro debe o merece
ir a la cárcel, sin más; para que ello suceda es preciso conocer previamente las
razones que llevaron a ese aquel a
proceder de tal manera –en el caso que ello haya sucedido efectivamente así– para
que, después de la evaluación respectiva, un grupo de personas especializadas
en estos menesteres –fiscales y jueces– determinen si semejante acción debe ser castigada –como cuando se
comete, por ejemplo, un asesinato– o si, por el contrario, debe ser declarada exenta de responsabilidad penal –lo que acontece,
v. gr., cuando se presenta la figura
de la legítima defensa o el estado de necesidad excluyente.
Se verifica, pues, que la sociedad actual concibe
las cosas de tal forma que considera ella que quien comete, incluso desde la
fase de percepción apriorística del hecho,[40]
un delito, no puede ser sancionado inmediatamente sin más, sino que tiene que
ser previamente investigado y analizado, no en cuanto persona es sino en cuanto
a las acciones que ha realizado, para recibir la consecuencia más equitativa
que corresponda a sus actos.[41]
Es justamente esta manera de concebir la realidad la que hace posible que en la
proposición prescriptiva de la que
hablamos subyazca este pensamiento social de filo contemporáneo.[42]
Evidentemente, por último, la consecuencia que fuese
aplicada al acto previo, sería efectuada no en función de creencias ni
motivaciones morales, sino en razón de criterios jurídicos y legales. He aquí
la línea fronteriza que divide y separa la justicia moral de la justicia legal.
Pero he allí también, en esta estructura de
pensamiento yaciente bajo la proposición prescriptiva, que se halla la
conformidad de la proposición que prescribe la consecuencia que, en el ejemplo
dado, debe seguir a cierta conducta con lo que dispone, a título de derecho
fundamental, la Constitución Política del Perú: “2.1. Toda persona tiene derecho a la vida”.
La constitucionalidad de las proposiciones
prescriptivas, es decir, de los dispositivos legales, de las normas jurídicas,
como quiera llamárseles, viene determinada por la identificación de los
pensamientos actuantes
bajo los ropajes de las diversas proposiciones prescriptivas que componen el orden jurídico de una sociedad, por la
adhesión y conformidad de aquéllos a la ley fundamental, y no por los juegos de
palabras que enlazan complejas galimatías y jerigonzas jurídicas propias de la
logorrea inherente al foro.
IV. Ni jusnaturalismo ni juspositivismo:
incorporación de la Teoría dialéctica del
Derecho en el debate actual de interpretación de la Constitución
Las
proposiciones jurídicas, queda claro, no son ni se vinculan o relacionan con
elementos de ningún sistema ético o moral,[43]
lo que pone de relieve el hecho de la imposibilidad de la existencia de forma
alguna de jusnaturalismo que pretenda reinsertar en el plano de la discusión
jurídica actual consideraciones metafísicas retrógradas ampliamente superadas.
Empero, esto no
tiene, tampoco, por qué significar la imposibilidad de la existencia de un
mínimo sentido ético presente en el campo del Derecho, particularmente a través
del lenguaje, pero no como elemento actuante al interior de la proposición prescriptiva, sino, más
bien, a título de componente valorador antitético de los hechos sociales,
posibilitando la formación dialéctica de un hecho
social valorado que, en síntesis, termina produciendo la norma jurídica.[44]
Al parecer, la explicación
que corresponde a la relación –no combinación ni mezcla– existente entre hechos
sociales y valores morales en el campo del Derecho, encuentra un mejor
desempeño en el marco de la Teoría
dialéctica del Derecho en la que poniéndose de relieve los elementos,
estructuras y condicionantes objetivos del mundo real que configuran el
fenómeno del Derecho entendido como forma
objetiva de existencia de la realidad social,[45]
y sin recaer en jusnaturalismos reaccionarios y provectos, ni juspositivismos anquilosados,
se halla una auténtica solución dialéctica al problema y ofrece una mejor
posibilidad metodológica para interpretar más asertivamente los textos
jurídicos de toda índole, como aquellos que configuran la Constitución. A ella
en consecuencia, a la Teoría dialéctica
del Derecho, me remito[46]
in toto con tal fin.
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Discurso
pronunciado en la ciudad de Toledo, Reino de España, el 16 de julio de 2015 en
el marco de la Jornada Iberoamericana de
Justicia Constitucional e Interpretación de la Constitución organizada por
el Departamento de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la Universidad de Castilla – La Mancha.
[1] Imposibilidad
devenida de la extensión límite que para el desarrollo de este trabajo se ha
dispuesto.
[2] Asuntos
absolutamente secundarios para el tema epistemológico de la relación entre el
lenguaje y el Derecho que nos ocupa y, más bien, propios de las gramáticas
particulares de las diversas lenguas que puedan ser usadas en el mundo para
entablar la comunicación entre los hombres.
[3] Determinado
éste por las relaciones sociales de los hombres y el mundo que los circunda.
[4] A
través del cual también se manifiesta, entre otros tantos elementos de la
cultura humana, el Derecho.
[5] Cfr. Pacheco Mandujano, L. A., “Teoría dialéctica del Derecho”, Ideas Solución Editorial, Lima,
1ra. edición, junio de 2013, nota 120, página 83.
[6] Fueren
éstos los clásicos discursos escolásticos y, por tanto, retrógrados y
oscurantistas propios de los jusnaturalismos heridos de muerte, pero aún
supérstites en nuestros días, o de los que –ubicados en aparente, pero no cierta, posición antipódica de aquéllos– recurriendo
a galimatías de fingida terminología científica, asolapan falsos cientificismos
que anquilosan palmariamente la comprensión de la realidad nomológica: el
positivismo jurídico.
[7] Y
marcadamente en el del Derecho constitucional, donde con novedosos nombres se
resucitan vetustas y provectas, pero ineptas todas ellas, teorías.
[8] Al
igual que las versiones racionalistas, luteranas y otras, ha destacado, sobre
todo, el desarrollo impulsado por el jusnaturalismo escolástico, por el cual el
Derecho encontró su razón metafísica
en la participación de la lex naturalis
en la lex aeterna. Al respecto, cfr. Zannoni, E. A., “Crisis de la razón jurídica (Tres ensayos)”, Editorial Astrea,
Colección Filosofía y Derecho, tomo 8, Buenos Aires, 1980, página 22. Zannoni añade a esta certera reflexión
que “el jusnaturalismo escolástico
constituye, pues, el modo radical de expresar los principios que fundan las
leyes humanas, las cuales, aun cuando contingentes y particulares, han de
procurar que el hombre tienda hacia la perfección en Dios.
Y por eso, en última instancia, el Derecho encuentra un fundamento teológico. ‘La ley eterna –dice Santo Tomás–
no es sino la sabiduría de Dios
en cuanto dirige todas las acciones y movimientos’, y ‘la ley natural no es
sino la participación de la ley eterna en la criatura racional’. En este
contexto tiene pleno sentido afirmar, como lo hace Messner,
que ‘el Creador es quien asigna responsabilidad a los seres humanos
individuales y a las sociedades por medio de los fines que les corresponden por
su naturaleza. En última instancia, por tanto, los derechos tienen su origen en
Dios’.
Podemos, de tal modo, concluir que el Derecho Natural escolástico constituye la
expresión de la justicia en el orden cristiano-feudal. No nos ha de extrañar,
por consiguiente, la subordinación del Derecho positivo –jus gentium– a la ley
natural que, en la Escolástica, es la voluntad revelada de Dios:
la ley mosaica y los Evangelios”
[sic. Zannoni, E. A., opus cit., páginas 22-23].
[9] Cfr. Pacheco Mandujano, L. A., “Teoría dialéctica del Derecho”, Ideas Solución Editorial, Lima,
1ra. edición, junio de 2013.
[10] Cfr. Pacheco Mandujano, L. A., opus cit., páginas 133 y siguientes.
[11] Sic. 1Cor. 13: 1.
[12] Cfr. Aristóteles, Όργανον, Περὶ Ἑρμηνείας, I.
[13] Aunque
no se trata de una dependencia causal mecánica, por supuesto, sino dialéctica,
donde el lenguaje [instrumento mediador por excelencia que le permite al ser humano
darse cuenta de que es un ser social porque puede comunicarse con los demás] es
condición necesaria del pensamiento [construcción social que se hace posible,
en el plano de lo abstracto, a través de la interacción con el medio que nos
rodea], pero no suficiente, pues éste, a su vez, sin llegar a tener una
cualidad de bicondicionalidad, reacciona influyente y hasta determinante en otras
tantas ocasiones sobre el lenguaje, lo que permite al ser humano completar el
conocimiento que posee del mundo que lo rodea, construyendo esquemas mentales
en espacio y tiempo determinados por factores sociales históricamente
determinados.
[14] De
ahí precisamente que Wittgenstein, con sus características muy
peculiares, advirtiera que “sin lenguaje
no nos podríamos entender unos
con otros, sin lenguaje no podríamos influir de tal y cual manera
en las otras
personas; no podríamos
construir carreteras y máquinas, etc., y también sin el uso del
habla y la escritura los seres humanos no podrían entenderse” [cfr. Wittgenstein, L., “Investigaciones Filosóficas”, Colección Crítica, Editorial Grijalbo,
Barcelona, 1986, página 329]. Y es que, claro, nada podría concretarse [esto es, no habría entendimiento,
influencia personal, ni tampoco
podría haber construcciones ni nada]
en la vida práctica y cotidiana si las ideas no pudiesen ser materializadas
para tal fin.
[15] V. gr., Heráclito en Περὶ φύσεως [f. B73
Diels-Kranz], o Aristóteles en Όργανον [Περὶ Ἑρμηνείας, I]. En el ámbito de la
cristiandad sucede lo propio; v. gr.,
en Juan 1: 1, el evangelista escribe así: “εν αρχη ην ο λóγος και ο λóγος ην
προς τον θεον και θεος ην ο λóγος”, esto es “en
el principio era el lôgos y el lôgos era con Dios; el lôgos era Dios”, lo
que en la traducción latina de la Biblia Vúlgata ha sido entendido, bien, como “In Principio erat Verbum et Verbum erat
apud Deum et Deus erat Verbum” esto es, “en
el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios; el Verbo era Dios”,
donde el término verbum es traducción
latina del griego λóγος y significa, como en el griego original, lo mismo: palabra razonada.
[16] Cfr. Real Academia Española, “Diccionario de la lengua española”, 23.ª edición, octubre de 2014.
[17] Representación
mental inmediata de las cosas que nos rodean. Al respecto, cfr. Alexeiev, M. N., “Dialéctica de las formas del pensamiento”, Colección Hechos, Ideas
y Ciencia. Título del original “Dialéctica
Form Mishlenia”, traducción del ruso: Salomón Merener. Editorial Platina,
Buenos Aires, 1964, páginas 98 y ss.
[18] Básicamente
por la existencia de términos medios
operantes entre juicios.
[19] Cfr. Aristóteles, Όργανον, Analytica Priora, I.
[20] Cfr. Wittgenstein, L., “Tractatus lógico-philosophicus”, traducción, introducción y notas
Luis M. Valdés Villanueva, tercera edición, Editorial Tecnos, 2007, reimpresión
2008, Proposiciones: 4.0031 y 4.01, páginas 146-147. Modernamente, la proposición es definida como una
sentencia aseverativa que, afirmando o negando algo de algo o de alguien [enlace entre hechos], tiene sentido [propiedad de significancia] y, por eso
mismo, puede ser verdadera o falsa [propiedad
de aleticidad]. Al respecto, cfr.
Almanza Altamirano, F. R. y L. A. Pacheco Mandujano, “Razonamiento Lógico y Argumentación Jurídica”, Flores Editor y Distribuidor, ISBN: 9786076101438, México D. F., México,
2015.
[21] Cfr. Pacheco Mandujano, L. A., “¿Es la ecuación algebraica una proposición lógica? Apuntes y
Argumentos para deslindar una polémica”,
Editorial GÜE’S Grafic, Huancayo, Perú, 2003.
[22] Ora
positivo, ora consuetudinario, o de alguna otra forma de las que se conocen en
el mundo.
[23] Precisión
que bien vale la pena realizar toda vez que, desde un punto de vista
epistemológico, el Derecho tiene tres diferentes modos o formas de manifestarse
en la realidad, las que se encuentran dialécticamente relacionadas entre sí: i)
el Derecho es fenómeno social [los contenidos de los hechos sociales determinan
las formas de regulación normativa de las relaciones sociales de la humanidad];
ii) el Derecho es orden jurídico [conjunto más o menos ordenado de normas
jurídicas, como el Derecho positivo, el Derecho consuetudinario, etc.]; y, iii)
el Derecho es ciencia [antiguamente denominada dogmática jurídica o, más recientemente, ciencia jurídica]. De similar parecer, cfr. Calsamiglia, A., “Introducción a la Ciencia Jurídica”. 2ª edición, septiembre de
1988, Editorial Ariel, S.A. Barcelona, páginas 12 y siguientes.
[24] Cfr. Pacheco Mandujano, L. A., “Quodlibetum VII. El inhumano Derecho Penal de una funesta concepción
de los Derechos Humanos. Un punto de vista heurístico concerniente al
entendimiento convenido [aunque no conveniente] del sistema teórico de los
Derechos Humanos a partir de un caso concreto”, inédito, Lima, mayo de
2015.
[25] Realidad
de la que proviene el término “jurisdicción”: del latín jurisdictĭo, esto es, “decir
el Derecho”. Cfr. Enciclopedia Jurídica Omeba, Tomo XVII, Editorial
Bibliográfica Omeba, Buenos Aires, Argentina, Reimpresión de 2005, página 538.
[26] Que
engloba tanto al lenguaje jurídico
propiamente dicho, leguaje amplio, propio de la dogmática jurídica, como al lenguaje normativo, restringido al
ámbito de las normas jurídicas.
[27] Sic. Aguirre Román, J. O., “La relación lenguaje y Derecho: Jürgen Habermas y el debate
iusfilosófico”, Opinión Jurídica, vol. 7, N° 13, enero-junio de 2008,
Medellín, Colombia, página 142.
[28] Sic. Aarnio, A., “Derecho, racionalidad y comunicación social. Ensayos sobre Filosofía del
Derecho”. México, Biblioteca de Ética, Filosofía del Derecho y Política,
2000, página 12.
[29] No
en el sentido kantiano de la expresión, sino, sencillamente, en el sentido
de cómo debe ser ordenada la sociedad.
[30] Cfr. supra 2.
[31] Los
hechos sociales, como los hechos físicos,
los hechos de la naturaleza, existen fuera de las voluntades individuales, pero
a diferencia de éstos exhiben la notable propiedad de ser aquellos modos de
actuar, sentir y pensar, constituyendo un fenómeno que se produce con notoria sincronicidad
a partir de la uniformidad de cientos de fuentes particulares previamente
aculturadas sobre ese hecho social. Para ampliar el tema, cfr. Durkheim, É., “Las reglas del método sociológico”, Editorial La Pleyade, Buenos
Aires, 1975.
[32] En
otro lugar expliqué con claridad que B debe hacer algo no por una afirmación de ser tal como “B hace o hará lo que le ordene A”,
porque, en realidad, B puede no hacer
lo que A le ordene. Que B debe
hacer algo, es el significado subyacente al acto de ordenar, esto es, el
significado que este acto tiene desde el punto de vista del ordenador [cfr., Pacheco Mandujano, L. A., “De las estructuras lógico-objetivas a la teoría del rol social en el
Derecho Penal”, en: Revista Gaceta Penal & Procesal Penal, Tomo 54,
Lima, diciembre de 2013, una publicación del Grupo Gaceta Jurídica, páginas
298-305].
[33] Relaciones
atributivas que no residen en las palabras que componen la proposición, sino en
el producto de la ilación que se establece entre éstas en el interior de la misma
gracias a la presencia, en la proposición, del verbo copulativo “ser”. V. gr.: A es B.
[34] En
virtud del coligativo que vincula los hechos relacionados por la proposición
prescriptiva, esto es, el “deber ser”: A debe
ser B.
[35] Para
estos efectos, cfr. Kelsen, H., “Teoría Pura del Derecho. Introducción a la ciencia del Derecho”.
Traducido por Moisés Nilve. 18ava. edición [de la edición en francés de 1953],
Buenos Aires, EUDEBA 1982, páginas 135-138.
[36] Sic., Kelsen, H., opus cit., página 94.
[37] En
España, por ejemplo, el artículo 138°.1. del Código Penal redactado por el
número 76. del Artículo Único de la L.O. 1/2015 de 30 de marzo, por la que se
modifica la L.O. 10/1995 de 23 de noviembre, y que entró en vigencia el 1 de
julio de 2015, prescribe lo siguiente: “El
que matare a otro será castigado,
como reo de homicidio, con la pena de prisión de diez a quince años”.
[38] Lo
que habrá de ser plenamente demostrado en un proceso judicial llevado a cabo
con todas las garantías del caso, por supuesto.
[39] Que,
en realidad, es como la redacción de cualquier otro dispositivo legal.
[40] Por
lo que surge el principio de la presunción
de inocencia.
[41] Esto
no habría sido posible, de hecho, durante la Edad Media, cuando la sociedad
obscurantista de aquella época concebía las cosas de manera completamente
diferente a como lo hacemos hoy. Y he aquí también la razón que explica porqué
es que en el Perú la campaña vulgo-populista “chapa a tu choro y déjalo paralítico” es amplia y mayoritariamente
rechazada.
[42] Consecuencias
muy diferentes obtendríamos si la redacción del dispositivo legal se encontrase
plasmada en clave de proposición descriptiva, caso en el cual, sin mayor
trámite, habríase de asumir que el consecuente de la relación de los hechos es
efecto necesario de la acción establecida, dando por culminado de inmediato el
enjuiciamiento y análisis de relación de los hechos y sus resultados.
[43] Tanto
por lo ya explicado como también porque, en esencia, no puede haber
proposiciones morales, ya que las proposiciones son expresión de sus condiciones
aléticas, lo que no sucede en el campo de la moral. La moral, como la ética, no
es, pues, expresable, sino trascendental. Cfr. Alarcón
Cabrera, C., “Mínimo tratado deóntico-filosófico.
Variaciones filosófico-normativas desde el primer Wittgenstein”,
Proposiciones: 6.42 y 6.241, en: Alarcón
Cabrera, C. y
R. L. Vigo [Coordinadores], “Interpretación y argumentación jurídica”.
Problemas y perspectivas actuales”, Marcial Pons Argentina, 2011,
reimpresión 2012, página 53.
[44] Cfr. Pacheco
Mandujano, L.
A., “Teoría dialéctica del Derecho”,
páginas 126-127.
[45] Cfr. Pacheco
Mandujano, L.
A., “Teoría dialéctica del Derecho”,
página 25.
[46] Subrayando
el hecho que ello ha sido posible gracias al análisis de la relación entre
lenguaje y Derecho.