Prólogo a la segunda edición de “Sofía y Teodoro: diálogo en
torno a la
prueba lógica y ontológica de la existencia de Dios”[1]
Se cuenta que Platón, antes de conocer a su maestro Sócrates, estaba
decidido a ser escritor de tragedias griegas. Pero al encontrarse con su institutor
(quien, a propósito, consideraba que la escritura no era el mejor canal para
transmitir el conocimiento como sí lo era, a su entender, el coloquio), decidió
dedicarle la vida a la filosofía.
A diferencia de Sócrates, Platón dejaba
por sentado que la mejor forma de transmisión de la sabiduría era a través de
los instrumentos escritos. Así que, para no disgustarse con su maestro, decidió
articular ambas técnicas para la transmisión epistemológica de sus ideas:
escribir entretenidos diálogos (al modo de las tragedias de la época) con mucha
información filosófica (el modo de los métodos socráticos). Es por ello, a
diferencia de sus otros congéneres filosofantes, que Platón muestra
una gama de obras dotadas de una altísima calidad estética en forma de floridas
pláticas populares: amigos, vecinos, familiares, se reúnen para entablar escuetas
conversaciones sobre el conocimiento, el bien, el mal, la virtud, el amor, la
belleza, la fealdad, el conocimiento en fin. Para rendirle homenaje a su maestro, el
venerado Sócrates, en la
mayoría de estos diálogos aparece éste, anciano ya, enunciando y defendiendo las
ideas del propio Platón.
Pues bien, esta fórmula usada para popularizar la filosofía,
sería adoptada en el futuro por muchos otros pensadores: Cristo, con
sus hermosas parábolas; Nietzsche con su ingenioso diálogo de Zaratustra;
la Bhagavad Gita del cismatismo hindú; y hasta la inconclusa novela de José
María Arguedas sobre el zorro de arriba y el zorro de abajo.
Es importante hacer este preámbulo para enmarcar en esta
genealogía filosófica el libro que, en definitiva, nos mueve a escribir este
pálido comentario: Sofía y Teodoro:
diálogo en torno a la prueba lógica y ontológica de la existencia de Dios
de Luis Alberto Pacheco.
Es la segunda vez que me solicitan escribir el prólogo para
este clarividente libro de filosofía. Para ello, tuve que leer por tercera vez
su contenido, y por tercera vez sorprenderme, solazarme, engolosinarme con la
brillantez (brillantez en doble sentido: elocuencia y pulimento) de las ideas y
del conocimiento en él ofrecidos.
¿Qué más decir de este libro que no lo haya dicho ya en el
proemio de la primera edición y en los artículos que, más tarde, escribí con el
entusiasmo que sus páginas me suscitaron?
Decíamos en ese prólogo que “la obra de Luis Pacheco Mandujano es un libro curioso. Un rara avis en
nuestro medio editorial e intelectual, porque se trata, pese a su brevedad, de
un libro teorizante de profundas doctrinas y filosofía pura. Rara avis, además,
porque está pulcramente escrito. Me atrevería a decir, el libro de filosofía
más original y concienzudo de las letras regionales y aún nacionales”.
Ahora, con la serenidad que los años otorgan, puedo agregar que se trata de un
estupendo libro de exploraciones filosóficas, que ya ha calado en el país y,
con justa razón, ha quebrado las fronteras para esparcirse por el mundo, por
los dos mundos: el cibernético, más barato y accesible hoy en día, y el real,
el del papel con olor a tinta. Un libro que, antes, yo catalogaba como “regional” y “nacional”, cuando no hay nada más errado, pues en verdad se trata
de un libro que no tiene tinte de extracción: es un libro universal, que trata
de temas fundamentalmente humanos, trascendentales, ecuménicos, por lo que puede
catalogarse como un libro de profundas convicciones humanas.
No encuentro otras palabras que las ya vertidas en el
exordio anterior para resumir el motivo del texto, de modo que, a riesgo de
cansarlos, lo repetiremos: “El vehículo
que nos conduce sosegadamente a estas sesudas excavaciones en el pensamiento
humano es casi un anecdotario: Sofía y Teodoro se encuentran una tarde fría y
de cielo nublado, opaco y triste para conversar. Hace algún tiempo que no se
ven y Teodoro tiene una pregunta que hacerle: ¿Es verdad que Sofía tuvo una
polémica con un magistrado ideológicamente invencible sobre la forma cómo debe
probarse la existencia de Dios? Más aún: ¿Es verdad que salió airosa y demostró
que la lógica es más poderosa que la doctrina tomista? Ella le responde que
todo es cierto. Teodoro le pide que le cuente cómo se suscitaron las cosas y
entonces ella echa mano de su inteligente locuacidad y le relata lo acontecido.
A lo largo de 34 hermosas páginas, y en dos jornadas, Sofía expone su teoría
filosófica de cómo probar la existencia de Dios desde nuevas ópticas más
lógicas y contemporáneas. De ese modo va desechando teorías antiguas,
corrientes provectas, escuelas caducas, y la muestra de conocimiento que tiene
bajo la manga se hace verdaderamente deslumbrante. Ante las ávidas preguntas de
Teodoro, esta –queremos imaginarnos– hermosa filósofa desecha una a una las
teorías tomistas y, haciendo gala de todos los niveles de la argumentación,
consigue no sólo subyugar a su interlocutor (y a nosotros con él), sino que
además logra su cometido gnoseológico: convencer, si no persuadir, sobre tan
espinoso tema”.
En el fondo, el libro de Pacheco Mandujano, socrático y platónico en esencia, es un manual de
filosofía para jóvenes, a quienes se pretende dotar de conocimiento activo, es
decir, conocimiento que ellos propios deberán construir a partir de las ideas
aquí esgrimidas. Y es que el deber del filósofo es provocar el conocimiento en
lugar de implantarlo. Ya lo decía el gran Francisco Umbral: “es importante que a un filósofo no se le
note el esfuerzo, que su elocuencia parezca brotar como la cosa más natural del
mundo”. Eso, exactamente eso, ocurre con Luis Alberto Pacheco en este
libro.
Teodoro y Sofía, a lo
largo de su fascinante diálogo, van impugnando, rebatiendo, contradiciendo las teorías
del tomismo (es decir del pensamiento iniciático de Tomás de Aquino
respecto de Dios, pero también respecto del hombre y de su mundo
circundante), algunas presunciones aristotélicas e incluso otras neoplatónicas,
pues, a decir de la clarividente Sofía, muchas de estas ideas han quedado
caducas o, simplemente, son falaces y embaucadoras.
Insistimos en que este libro que va abriendo nuevos rumbos
en la filosofía contemporánea, brilla por varias razones: por su estructura,
por su hermoso pretexto de morigerar el material del conocimiento, por su
límpida prosa, pero, sobre todo, por el sesudo material filosófico que
involucra. Insistimos en saludar, además, el buen tino de Pacheco Mandujano de rescatar la figura de la mujer como elemento conductor
del conocimiento.
Ahora, como también lo dijimos en su momento, Sofía,
nuestra Sofía de las ideas perspicaces y revolucionarias, pervive al lado
de Aspasia de Mileto, Hipatia de Alejandría, de Flora Tristán,
de Simone de Beauvoir y de María Zambrano.
[1] Pacheco Mandujano,
Luis Alberto, “Sofía y Teodoro: diálogo
en torno a la prueba lógica y ontológica de la existencia de Dios (La paradoja
de la inexistencia del Ser Divino)”. Ideas Solución Edtorial, Lima, 2015.
[2] Sandro
Bossio, uno de los
más talentosos narradores peruanos surgidos a fines del siglo XX y en lo que va
del siglo XXI. En 1986, ganó el premio nacional de novela “Alfonso Bouroncle”,
de Arequipa, con su obra “Caminos de
Sangre”, y al año siguiente un meritísimo lugar en el concurso
internacional “Manuel Scorza”, con la misma, pero desistió de publicar la
novela por considerarla inmadura estilísticamente. En 1992, su cuento “El hombre que habló con la muerte” obtuvo
un importante galardón en el concurso “El cuento de las 1000 palabras”, de la
revista Caretas. En 1995, su relato “Réquiem
por una pianista polaca” fue seleccionado entre los mejores en el concurso
Juan Rulfo, en París, Francia. En 2002, obtuvo el Premio Nacional de Novela
Corta del Banco Central de Reserva, el más importante y mejor dotado del país,
con su novela “El llanto en las tinieblas”,
que se convertiría en un éxito tanto entre los lectores y los críticos, al
punto que fue presentada en Madrid, España, y ha sido traducida al inglés.
Entre 2008 y 2010, ganó sendos premios de crónica periodística a nivel
latinoamericano por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Colombia
emblemática entidad fundada por Gabriel García Márquez y el Ministerio de
Cultura de Colombia. Su reciente novela, “La
fauna de la noche” (Editorial San Marcos, 2011), un thriller en el que se
interpolan épocas renacentistas con los años violentos del fujimorato, contó
con la colaboración del filósofo Luis Alberto Pacheco Mandujano para la traducción y corrección de los textos
usados en latín.