Marcelino Raúl Varillas Castillo
Doctor en Derecho por la UNFV
Magíster en Ciencias Sociales por la PUCP
(Invierno de 2013)
La llamada “Teoría dialéctica del Derecho” elaborada
y presentada por el jurista y profesor Luis Alberto Pacheco
Mandujano, aun cuando tiene el propósito de realizar
una aproximación a los supuestos teóricos del tridimensionalismo del jurista
brasileño Miguel Reale
desde una perspectiva crítica de la dialéctica materialista,
en buena cuenta se sirve de ella para abordar problemas fundamentales de la
filosofía, la epistemología y la lógica jurídica.
En efecto, Pacheco
abre un conjunto de escenarios, las más de las veces poco
tratados pero de enormes implicancias para la ciencia jurídica, donde más que
respuestas nos plantea preguntas fundamentales, poniendo en cuestión los fundamentos
tradicionales o clásicos que se esgrimen sobre ellas y, en determinados casos,
ofreciendo respuestas provisionales bajo la inspiración y el manto envolvente de
la dialéctica materialista.
En este esfuerzo, Luis
Alberto Pacheco aparece con un estilo peculiar: se muestra provocador, agudo,
punzante, polémico, por momentos caustico; pero por sobre todo, es espontáneo, diáfano.
En suma cuenta, es un investigador impenitente de la verdad.
A propósito de la
teoría del conocimiento, un problema largamente debatido tiene que ver con “el mundo que se nos aparece”, la manera
como experimentamos “la realidad”. ¿Existe
una realidad externa al consciente, que tiene vida propia, independiente y
objetiva como lo plantea Marx y Engels o, por el contrario, la realidad es una construcción, una
experiencia subjetiva única y especial del sujeto, donde el mundo que se nos
aparece es un mundo de conceptos en el que todo está simbolizado y por tanto
responde a una estructura de lenguaje que el sujeto recrea y da sentido? En
esta visión resulta interesante traer al recuerdo la argumentación de Kant, Gadamer
y Le Goff.
Coincidentemente con Pacheco, encontramos que, en efecto, Kant liquida y hace un ajuste de cuentas con la “filosofía trascendental metafísica”; sin embargo, es necesario
precisar que la metafísica vuelve a aparecer con Hegel, aunque fuera desde una concepción radical y totalizadora.
En este punto, debo
manifestar un especial desacuerdo con Pacheco, el cual tiene que ver con el desdén que muestra por los sofistas tal y
como los vulgarizaron Sócrates, Platón
y Aristóteles,
porque una mirada más aguda nos permitiría comprender que los sofistas fueron
los que –irónicamente a lo que ha considerado Pacheco– más se acercaron a la dialéctica materialista; es más, hasta podrían
ser estimados entre sus primeros precursores. Tómese en consideración que los
sofistas cuestionaron el discurso helénico dominante en ese entonces basado en
la “especulación metafísica esencialista”
y la supremacía del “conocimiento
universal y absoluto”, para anteponer el “conocimiento sensible” como única forma de conocimiento posible, el
cual, por su propia naturaleza, resulta siendo concreto, objetivo, cambiante y
relativo.
Un tema abordado por el
autor de la “Teoría dialéctica del
Derecho” trata sobre la relación entre ciencia y filosofía. Al respecto, debe
tenerse presente que la ciencia de los modernos es muy distinta de la ciencia
de los antiguos. La primera resulta siendo muy reciente y tiene que ver con la epistemología,
en tanto que, la ciencia de los antiguos era la filosofía. Como tal, la
filosofía tendrá un curso de desarrollo que se inicia con el mundo clásico griego,
presentando dos fallas de origen: primero, el asumirse como un conocimiento
totalizador y, segundo, el de fundamentar su superioridad en torno a una
metafísica trascendental. La filosofía como visión totalizadora alcanzará su
cenit con Aristóteles,
proyectándose hasta fines del mundo medieval con Tomás
de Aquino. Es en oposición a este discurso
que emerge y se desarrolla la epistemología, llevando a cabo una crítica
profunda a la “analogía lógica
aristotélica” y a la “escolástica
tomista”.
Para fundar un nuevo
lenguaje basado en el método científico, surgieron como sus más preclaros
impulsores Galileo
y su método resolutivo-compositivo basado en la observación, hipótesis
explicativa, deducción y verificación, y Newton y su razonamiento analítico-sintético, hipotético-deductivo y lógico-matemático. De esta forma la filosofía fue despojada de
su condición de ciencia y paulatinamente fue cediendo espacio y protagonismo a
las diferentes disciplinas científicas especializadas.
En la reflexión de Pacheco
Mandujano no escapa el problema asociado al
carácter científico del Derecho, el cual se puede plantear con una sencilla
pregunta: ¿es el Derecho una ciencia? Si la respuesta resulta afirmativa,
entonces cabe preguntarse cuáles son los requisitos y los fundamentos que
sustentan dicha condición.
Como puede notarse, es
necesario contestar estas preguntas, en especial la última –ya que no podemos dar por supuesto de manera a priori dicha condición–, no desde otra disciplina científica, sino
desde el mismo Derecho, al menos si su pretensión es la de constituirse o asumirse como “ciencia jurídica”. Personalmente pienso que no hay, hasta hoy, una
respuesta convincente, percibiéndose más bien una actitud evasiva, en parte por
la rigidez de la dogmática jurídica que subyace en el discurso jurídico y la
preponderancia del positivismo jurídico, especialmente kelseniano, y su desdén
por “lo real”; y por otro lado, el
incipiente desarrollo institucional de la investigación jurídica, que trae como
consecuencia la ausencia de metodologías, técnicas y herramientas de
investigación para operar en el campo de actuación especializada del Derecho.
Si se analiza con
cierto detenimiento, podemos encontrar una gran coincidencia y similitud entre
el “método científico” y la “dialéctica”. Sin embargo, una de las diferencias
existentes estriba en que la dialéctica es unilineal, si nos atenemos a la
triada dialéctica en el sentido planteado por Hegel y Marx.
Dicho modelo no toma en cuenta dos
situaciones concretas que terminan por limitarlas: en primer lugar, la triada
es ajena a los diferentes factores que actúan sobre una realidad, las que en no
pocos casos han tenido y tienen dinámicas y rutas distintas o propias, pero que
en determinados momentos convergen e inciden sobre dicha realidad y que,
eventualmente, pueden alterar su curso. Un razonamiento muy próximo a esta argumentación
fue desarrollada por Walter Benjamin, para quien el “futuro” no es
otra cosa que el “pasado oprimido que
se realiza”, situación que demostraría
un desarrollo secuencial y previsible de la historia; no obstante, Benjamin
también planteaba que dicho proceso se ve alterado, a su vez, por
un tercer elemento, la “actualidad”, la
cual es capaz de acoger “lo nuevo” y
con él reorientar el “horizonte de
expectativas”, alterando de esta manera el curso de la historia en una
dirección inesperada e imprevisible. O valiéndonos de Karl Popper, en un sentido más epistemológico,
podemos manifestar que el conocimiento científico se construye sobre la
base de tres condiciones: primero, que se presente un número suficiente de
teorías; segundo, que las teorías presentadas sean suficientemente variadas; y,
tercero, que se realicen test suficientemente severos. Sólo con dichas
condiciones, sería posible asegurar la supervivencia de la teoría más apta por
la eliminación de las menos aptas. En el marco prescrito, el método científico
no se limita, pues, a una situación en la que sólo se presenta una tesis, como
sí lo sugiere la dialéctica; por el contrario, acoge y promueve desde el
comienzo una serie de tesis diferentes, independientes entre sí y no
necesariamente opuestas unas de otras.
En segundo lugar, un
problema subyacente y de difícil acomodación de la dialéctica tiene que ver con
determinados factores de la realidad que aparecen y se desvanecen sin dejar
huella, incluso, a pesar de haber cumplido un papel protagónico en el pasado, pudiéndose
encontrar factores que son negados y eliminados de forma radical y por tanto no
logran impactar o incidir sobre los procesos futuros. Como podrá notarse, estos
casos no son concordantes con la dinámica de la triada dialéctica, ya que según
ésta, la tesis y la antítesis se re-combinan y se re-elaboran en una síntesis
superadora que recoge lo mejor de una y de otra. Por tanto, no son eliminadas
de manera definitiva. Ahora, podría contestarse a esta objeción manifestando que
siempre hay algo que se acoge de una tesis que es negada “radicalmente” o, incluso, considerar muy elásticamente que la pura
“negatividad” de una tesis supone ya un
paso adelante. De cualquier forma, en la dialéctica la controversia subsiste. Más
por el contrario, esta contrariedad no tiene sentido en el campo del método
científico, para el cual es suficiente afirmar que una concepción insatisfactoria
será refutada o eliminada.
Pues bien, como podemos
percibir, la estructura argumental y los alcances del método científico difieren
en aspectos sustanciales de la dialéctica, haciendo de la primera más integral
y sistemática, lo que, sin embargo, no le quita valor a la dialéctica, ya que ésta
puede ser utilizada como un modelo teórico útil para comprender y exponer la lógica
del funcionamiento de determinados procesos, claro está, si se logran aislar
los elementos que actúan sobre dichos procesos, o si deliberadamente se
restringen los factores que actúan sobre ella.
Por otra parte, existen
dos amenazas externas que de algún
modo buscan desvirtuar los alcances de la dialéctica. En primer lugar, cuando
se busca vincularla endógenamente con una concepción del mundo (atribuyéndole
un carácter de clase), se hace que la
dialéctica devenga en ideología; y la ideología no es ni puede ser ciencia por
constituir una visión parcial y unilateral de la realidad. En segundo lugar, al
apostar y adscribirse por un ideal basado en una sociedad “libre de contradicciones sociales y de explotación del hombre por el
hombre” expresa el mismo ideal romántico y utópico de Platón, Hegel
y Marx:
una sociedad post-clasista, post-histórica, donde no opera la contradicción y
la triada dialéctica, una sociedad final, homogénea y absoluta, en buena cuenta
una sociedad post-dialéctica.
Otro problema controversial
asociado con la dialéctica gira en torno a la denominada “lógica dialéctica”, situación que ha generado desde un primer
momento un escenario de tensión irreductible con la “lógica descriptiva”, puesto que para muchos la lógica dialéctica no ha hecho otra cosa más que desnaturalizar el
campo de acción de la lógica al incorporar el factor de contradicción como un atributo intrínseco y necesario de toda
expresión lógica. Ello supone inobservar o no respetar el principio de “exclusión de las contradicciones”,
conocido también con el nombre de “principio
de no contradicción”, según el cual dos enunciados contradictorios nunca
pueden ser ambos verdaderos, ya que si se los acepta como tales, entonces se
debe aceptar cualquier enunciado, pues de un par de enunciados contradictorios
puede inferirse válidamente cualquier otro enunciado. Por tanto, la aceptación
de la lógica dialéctica haría
imposible la crítica racional y el desarrollo de la actividad científica. Esta
tensión se hace aun más extrema si la lógica
dialéctica termina por acoger representaciones ideológicas, lo que la
llevaría a una situación paradójica irreductible.
Aproximándonos ya al
punto focal de la argumentación de la obra de Luis Alberto Pacheco
Mandujano, su “Teoría dialéctica del Derecho”, resulta menester introducir la
cuestión relativa a que el problema subyacente en el tridimensionalismo de Reale
se encuentra asociado con el hecho de dar por supuesto, “de origen”,
la validez de las tres dimensiones por él planteadas, a saber: hecho, valor y norma. ¿Son estas
tres unidades indispensables e irreductibles en la generación y re-generación
del Derecho? ¿Porqué ellas y no otras? Ciertamente, ésta estructura será objeto
de una crítica durísima por parte de nuestro autor; sin embargo, ella se
circunscribirá básicamente al orden prelacional de dichas dimensiones, pasando
de un orden, según Reale, de “norma, valor y hecho”, a
otro de “hecho social, valor y norma”.
En este apartado, el problema estriba en la estructuración originaria del tridimensionalismo,
dándose por válido dicho modelo, no sobre la base de una fundamentación del
materialismo histórico, sino adscribiéndose al modelo de Reale y aplicando de una manera muy singular la triada dialéctica. Pero nótese
que el tridimensionalismo, tal como está formulado, se acomoda muy bien y es
más próximo a la estructura del sistema social desarrollado por Talcott Parsons, máximo representante del estructural-funcionalismo norteamericano.
La tesis central de Pacheco
Mandujano se orienta a fundamentar el tridimensionalismo
sobre la base del modelo de la triada dialéctica materialista, donde la tesis
sería el “hecho social”, la antítesis
el “valor” y la síntesis la “norma”. Como puede notarse, esta
hipótesis es consecuente y concordante con la dialéctica materialista, sin
embargo, puede resultar ser insuficiente si se observa que el “hecho social”, el “valor” y la “norma” son
dimensiones del mundo social, mas no de la naturaleza, y como tal, se
encuentran dentro del ámbito de acción de la concepción materialista de la historia
o materialismo histórico. Recuérdese, siguiendo a Marx, que sobre determinadas fuerzas productivas se levantan relaciones
sociales de producción, las cuales son legitimadas por una superestructura
jurídica y política; sin embargo, esta concordancia inicial da paso a una
tensión, ya que las fuerzas productivas se encuentran en permanente desarrollo,
mientras que las relaciones sociales de producción se mantienen fijas y
estáticas hasta que dicha tensión se hace tan antagónica que da lugar a la
revolución social y con él a nuevas relaciones sociales de producción que se
corresponden con las fuerzas productivas, lo que a su vez propicia el ambiente
necesario para desarrollar un cambio en la superestructura. Entonces, resulta
necesario contestar a la siguiente pregunta: ¿dónde se ubica y cómo funciona el “hecho social”, el “valor” y la
“norma” en el marco estructural y en la dinámica del materialismo histórico?
Si aceptamos la validez
del tridimensionalismo bajo la lógica de la triada dialéctica, entonces también
debemos aceptar el carácter continuo, no contingente, del movimiento y del cambio,
donde la “tesis” es negada por la “antítesis” y éstas, a su vez, son
integradas y superadas por una “síntesis”,
para luego esta síntesis devenir, a su vez, en “tesis-1”, y así sucesivamente en un continuum ad infinitum. Pues bien, si esto es así, entonces la tríada
aplicada al tridimensionalismo tendría que ser la siguiente: la tesis sería el “hecho social”, la antítesis el “valor”, y la síntesis la “norma”, para luego recomenzar con el
proceso, donde la “tesis-1” sería la “norma”, la “antítesis-1” el “hecho
social” y la “síntesis-1” el “valor”, y así sucesivamente.
A mi juicio,
irónicamente a lo considerado por Pacheco, el problema subyacente de este modelo es que no nos acerca a una real
concepción del materialismo histórico, sino, todo lo contrario, nos aleja de
ella. No obstante, por otro lado, nos abre una nueva ventana y nos ofrece
nuevas luces para fundamentar científicamente,
o más propiamente, dialécticamente, el
Derecho. Personalmente, encuentro que con el modelo que nos presenta el
profesor Pacheco se superaría la clásica consideración –no sé bien por qué dominante
aun– de una concepción del Derecho en esencial estado de inmovilidad y rigidez,
apostando más bien por una ciencia jurídica en permanente renovación, lo que le
daría una conexión vital con el mundo social y moral de la que emerge. Su
importancia se hace mayor si se toma en consideración que cada vez más el
Derecho va ampliando su red de influencia sobre la sociedad, donde todo espacio
social tiende a normativizarse, en especial el mundo de la vida cotidiana, a la
que metafóricamente Jürgen Habermas
llama “colonización del Derecho
sobre el mundo de la vida”.
En síntesis, con su
teoría, Luis Alberto Pacheco nos ofrece un espacio de reflexión sobre temas fundamentales del Derecho
bajo una aproximación interdisciplinaria y holística, donde podemos convenir
con él o, eventualmente en determinados casos, hasta discrepar; pero lo que sí tenemos
que reconocer en su obra es la pertinencia de los temas tratados y su enorme fuerza
argumental, donde pone en evidencia la consistencia discursiva del concepto y
su apuesta pasional por una concepción del mundo que recupera lo esencial, lo mejor y lo más perdurable del discurso de la dialéctica científica.