Un infortunio he tenido, por causa de
una mala decisión –haberme incluido como estudiante de una denominada Corporación
de “Altos” Encuentros Nadales–, al conocer a un singular pensador que, en cantinflesca condición de “profesor”, cree haber logrado
sobreponerse a todas las ideologías a las que, cualquiera sea su forma y
contenido, cataloga de “suciedad” creada y fomentada por ideólogos, teóricos y
políticos –de quienes se refiere con desprecio– para “contaminar” las “mentes
limpias de los hombres”. Ha agregado a su especial concepción que, por tanto, su labor en el mundo es
“descontaminar” dichas mentes “con lejía y con jabón”.
Con voz de aguardientoso recién
amanecido e impertérrito tono aplicado, ha sumado a su perorata, sintiéndose
un místico cruzado medioeval, que por su “labor purificante de la consciencia
de los hombres” está dispuesto a que se le reaccione con violencia y
procacidad expresadas –ora figurativa, ora realmente– con los “tomatazos” y el
“apedreamiento” que jura ya haber recibido antes y rejura, estoico, seguirá
recogiendo. Alalimón, afirma sin embargo sentirse gratamente incomprendido,
pero firmemente asentado en la seguridad que su propia consideración le otorga,
de saberse portador de la “verdad absoluta” –impoluta y libre de la “maldita
ideología”–, la que ha conocido en epifánico acto de autoenjuiciamiento de su yo
interno, liberándose de sí mismo para verse, desde fuera y victorioso, ens a sé.
Al haber logrado semejante sobreposición,
este… “profesor”, conocido entre “sus iguales” simplemente con el nombre de
Asnete, concluye que, salvo él, todos somos prisioneros de la falsa percepción
de las cosas, esto es, de la ideología que “esclaviza y estupidiza” al hombre.
De manera que, salvo él, todos somos idiotas y estúpidos.
Pero este singular… “profesor”, en verdad un idiota autocalificado como un ser químicamente puro, parece
no darse cuenta –y está absolutamente convencido de que no sucede así– que su “liberador” modo de ver las cosas también es producto de su especial manera de
concebir al mundo y lo que él contiene; es decir, que su manera de interpretar las cosas sobre este tópico gnoseológico, también es fruto de su propia
ideología, porque, al final de cuentas, como diría John B. Thompson, la
ideología no es sino el cemento articulador de las consciencias individuales
que tienden a configurar la organización social en torno a los especiales modos
de ver las cosas, es decir, en función de una “cultura” desarrollada
por los hombres.
La verdad apodíctica de este aserto me decidió a ofrecer polémica al… “profesor”, increpándole que
negar la existencia esas “falsas representaciones” del mundo –como él las califica–
significaría negar al mismo tiempo la cultura de la humanidad la que, de ser negada, en propiedad lógica de transitividad, negaría al mismo tiempo la condición humana a todos
los hombres. Y es que la cultura no es sino el espíritu de la humanidad, un especial modo de ver el mundo a través de los cantos, las danzas, las ciencias, las artes, las creencias, las religiones y hasta a través de las concepciones políticas
y filosóficas que los hombres generan en su afán de tratar de conocer y comprender la realidad; es decir, a través de todo eso a lo que los antropólogos llaman, en conjunto y con
justicia conceptual, “cosmovisión”.
Pero por explicar todo esto al... “profesor”, con la glosa y
sorna que no pueden dejar de estar presentes en casos como éstos, fui
considerado por él un “idiota preso de la ideología”, poseedor de una mente que espera también por él para ser
“limpiada con lejía y con jabón”. (¡Libérame, oh Señor, por favor, de este favor!).
Empero, diga en este punto lo que diga
este… “profesor” –que a la sazón dicta cátedra en la cuatricentenaria “Octana de América” donde
asegura haber blandido la “excalibur” de su “filudo argumento” en “liberador
acto de defensa”–, con afrentas o sin ellas, gústele o no, sus ideas sobre las
ideas ajenas, sistematizadas a fuerza de su propia idiota convicción y regalada gana,
han sido afirmadas con la calcina que él mismo ha rechazado y negado ontológicamente
con bilioso odio freudiano. La suya, por tanto, no es sino una espantosa y
singular ideología cuyo objeto de atención consiste en enjuiciar y calificar
negativamente otras ideologías.
No deja, sin embargo, de llamar poderosamente
la atención que este antipático… “profesor”, que me ha tildado de idiota por
pensar en voz alta y de manera diferente –aunque más certeramente– a como piensa él, pretenda reconocerse como “constitucionalista por vocación”, cuando todo
indica más bien que no es, en verdad, más que un activo idiota al cuadrado de
profesión.
En fin, como este… “profesor” no habrá
de cambiar sus ideas por las mías y, viceversa, no cambiaré yo las mías por las
suyas, para ser paritario en los calificativos equitativa y mutuamente usados,
quizás deba reconocer, mejor, sonrisa risueña de por medio, que éste no ha sido
un constructivo sino pobre diálogo entre idiotas. O tal vez, por haberse producido en la
Corporación donde nos conocimos, éste ha sido un diálogo de “Altos” idiotas Nadales… ¡Ay
de mí, Señor!